Nuestro suelo, la base, el fundamento de la medicina, no puede ser ni el amor, ni el odio, ni la empatía ni nada parecido. No puede fundamentarse un conocimiento de esta clase en una emoción, en un afecto ni en las doctrinas que la intentan describir o regular estas cuestiones (religión, psicología, psicofarmacología) Todo eso es cambiante, variable según ideologías, según los pareceres de las autoridades competentes de turno, según sus añoranzas o sus frustraciones. Tampoco puede hacerse depender el fundamento de la medicina de una creencia religiosa (incluida la fe ciega en la ciencia, convertida así igualmente en un delirio), tan variable como dioses hay y tan caprichosa como sus sorprendentes exigencias a los fieles.
Nos hemos propuesto resolver el fundamento de la clínica de una manera desprovista de ideología, pero de forma dogmática, lo que significa: a partir de un fundamento doctrinario que nosotros queremos racional.
Este fundamento racional posee, a mi juicio, dos pilares: lo que llamo "el razonamiento científico", que es un modo de denominar al "pensamiento matemático", y la biología, que resulta de aplicarle ese tipo especial de razonamiento al conocimiento de la materia viva. De modo análogo, la física aplica el razonamiento científico-matemático a la materia inerte.
En definitiva, lo que sostenemos en y con nuestra práctica médica es un tipo de razonamiento muy particular basado en el principio universal de que las cosas ocurren según leyes formulables y no por milagros continuos. Existan o no los milagros, los hechos milagrosos no están en el fundamento de nuestra práctica médica ni en el fundamento de nuestros razonamientos. Resumidamente, no actuamos como médicos intentando obrar milagros. Los dejamos para otros. Obramos según una teoría, un conocimiento y una forma de razonar: saber acumulado, teoría y método.
Pero aunque no podamos hacer depender el fundamento de la medicina de ninguna de esas cuestiones variables y lisonjeras, como la empatía , el amor, la caridad y la moral cristianas y etcétera, y a pesar de que nos proponemos construir nuestros edificios teóricos sobre suelos más firmes, todas esas cosas están en la práctica, esto es, regulando la ética, y configurando la teoría médica. Habrá que hacerles caso, pero siempre desde un suelo firme. Se trata del dogma. Siempre nos las vemos con el dogma
¿Dónde colocamos nosotros el suelo firme, en qué lugar situamos el dogma?, porque parece imposible estar sin él para hacer algo consistente. ¿Y cuál es nuestro dogma y a santo de qué ese y no otro?
Nuestro dogma es el pensamiento racional y en consecuencia pondremos el dogma en la lógica, como garantía canónica con la que hacemos nuestros cálculos de la verdad; la biología como sustrato de esa verdad que buscamos, y las matemáticas, que nos permiten trasladar esa verdad calculada de la lógica a otros enunciados médicos deducidos de las verdades primeras. Y, más concretamente, dentro de las matemáticas nos fijaremos en la geometría, y aún dentro de la geometría, hemos de ver en qué geometría, si no es que son varias las geometrías que son útiles para formalizar nuestras creencias. En cualquier caso y sea como sea, hemos de aprender a pensar matemáticamente, esto es, racionalmente. He insistido en esto suficientemente.
Después de todo, el proceso mental que se sigue en matemáticas no es demasiado distinto de los procesos mentales que sigue un médico cuando enfrenta un diagnóstico. Son problemas clínicos en vez de problemas matemáticos, sustituyendo en el razonamiento los datos matemáticos por datos clínicos empíricos, y los métodos empleados para resolverlos difieren muy poco de los empleados en matemáticas. Basta que se preste un poco de atención a esta coincidencia y que se quiera ver así.
JM Gasulla
Hablo de dogma y creencias. ¿Qué es un dogma? ¿Qué puede ser una función dogmática en el pensamiento? ¿Por qué los dogmas?
La RAE admite tres acepciones para DOGMA:
Hay bibliotecas enteras discutiendo sobre el dogma, no solo para explicar y sostener contra otros dogmas su contenido específico en un momento histórico (guerras, herejías y asesinatos en la hoguera por su culpa) sino para explicar el concepto mismo de dogma.
Puede haber un dogma de fe, que es lo que en la religión católica se impone como creencia a todos sus fieles, por más disparatado y en contra de la razón que pueda ser (la virginidad de María, por ejemplo) Otros dogmas no son de fe, sino que previamente se han tenido que justificar en la razón y en la creencia en leyes formulables y no en el milagro (en el mundo sólo hay dos grandes campos de posibilidades: o las cosas ocurren por milagro perpetuo, o por leyes deducibles y formulables) y sobre estos dogmas se edifica el conocimiento.
Nuestro dogma es la racionalidad y el pensamiento científico (lógico-matemático), porque pensamos que para comprender el mundo, podemos formularlo en leyes deducibles y lógicamente demostrables; pero como no todo es matematizable, o hay serias dudas sobre que las cosas deban someterse a su matematización para ser cognoscibles, nos las tendremos que ver más de una vez con esa dificultad, y deberemos apañárnoslas para aprender a hacer racionalmente con eso, sin negarlo ni reprimirlo.
Estamos aprendiendo ya, poco a poco, a escribir las fórmulas de las leyes de los fenómenos clínicos, por ejemplo de la genética o de la patología molecular, y a comprender cómo un conjunto de elementos inmateriales, como son el pensamiento y las creencias, inciden en los genes y en los procesos que llamamos patológicos.
Antes, pues, de empezar a meter cosas en nuestro campo, como el amor, el odio, la transferencia, el conocimiento bioquímico y genético de las cosas que nos ocurren, es absolutamente imprescindible, como decía, dotarnos de un lecho de roca firme sobre el que cimentarnos .
JM Gasulla
Hace un tiempo que vengo diciendo cosas sobre las matemáticas y en especial sobre la geometría, y dentro de la geometría, algunas geometrías: la geometría proyectiva, la topología, la geometría afín, la teoría de grafos, la teoría de nudos, etc., y en general, aquello que se engloba en la llamada "matemática discreta", como teoría de grafos, teoría de árboles, incluso teoría de redes y fractales, etc. Vengo insistiendo porque no solo se trata de adquirir el estilo de pensamiento de los geómetras (ver Spinoza y su Ética), sino de hacer cosas con ese estilo de pensamiento, que no debe hacerse incompatible con el nuestro, que es clínico. Se trata, pues, de pensar como los geómetras y de, hasta cierto punto y al modo clínico, hacer geometría (lógica-matemática) en la clínica.
El estilo del geómetra lo conocemos bien desde Spinoza, pero ¿cuál es el estilo del clínico, eso que resumimos de un modo tan subjetivo como "el ojo clínico"?
Problema 1. Dado un estilo de pensamiento llamado clínico, definir sus rasgos a partir de dos series: la serie del conocimiento teórico y la serie del conocimiento empírico.
Definición: Llamamos pensamiento a una determinada actividad simbólica del cerebro que es el resultado de una aplicación del conjunto llamado conceptos, sobre el conjunto llamado símbolos, articulados sintácticamente.
Aceptamos, por información que nos viene de muy diversos investigadores, que hay tres grandes sistemas de pensamiento: el pensamiento animista, el pensamiento religioso y el pensamiento científico. A su vez, el pensamiento puede subdividirse también en pensamiento subjetivo y pensamiento objetivo.
Entenderemos provisionalmente por pensamiento subjetivo el procedente de la aplicación de una función de regulación de dos conjuntos mediante una función que denominamos subjetiva, entre los elementos de la percepción empírica y los símbolos que caracterizan estados internos emocionales.
Entenderemos provisionalmente por pensamiento objetivo el que aplica sobre los objetos del mundo una función racional matemática y geométrica.
Los rasgos generales del "pensamiento clínico" consisten entonces en una función f(x) que aplica los elementos del pensamiento objetivo sobre los elementos del conjunto del pensamiento empírico y subjetivo
Corolario: El pensamiento clínico es un intento de aplicación funcional entre el pensamiento subjetivo y el pensamiento objetivo aplicado a los fenómenos que provienen de la observación clínica.
Escolio: El estilo de pensamiento llamado aquí clínico, y que hemos caracterizado como "ojo clínico", procede de un determinado modo de razonar y deducir, en el que la experiencia empírica y subjetiva juega el papel importante. Las proposiciones del pensamiento clínico deben todas ser verificadas empíricamente de acuerdo a criterios normativos.
Asimismo, de lo antedicho se da pie a la formulación del pensamiento clínico sobre un espacio geométrico proyectivo, como se demostrará más adelante.
JM Gasulla
Encontramos bastantes similitudes entre un planteamiento del Problema 1, y el planteamiento del Problema 2 que sigue a continuación:
Problema 2: Dado un fuerte dolor en el pecho, acompañado de sudoración, sensación de muerte y angustia, determinar: a) sus causas; conocido a), b) dar justificada y racionalmente los pasos necesarios para modificar ese estado actual hacia uno lo más parecido al anterior, dando cuenta a su vez de la nueva norma así establecida.
Sabemos resolver esa clase de problemas buscando nuevos datos que concluyen en un resultado llamado diagnóstico, para resolver las condiciones a) y b) del problema.
En la aplicación práctica de nuestros conocimientos, esto es, en la ética que deriva de la teoría médica, nos las vemos a diario e invariablemente con dos grandes tipos de pensamiento, que hemos de conjugar bien para guiarnos correctamente hacia la resolución de los problemas clínicos. Un pensamiento subjetivo, que resulta de una elaboración sustanciosa de la relación empírica con el mundo, y una lógica con la que deducir. Sin la experiencia empírica y sin la lógica deductiva (lógica abductiva le llamaba Peirce), no podremos resolver nuestros problemas clínicos.
JM Gasulla
La hominización de la patología, término utilizado por José de Portugal Álvarez, nuestro catedrático estrella, no consiste, bajo mi punto de vista, en humanizarla en el sentido humanista del término, en tanto corriente ideológica. Es una posibilidad por la que optan algunos pensando que las categorías que se les ofrecen solucionan la mayoría de los problemas a los que se enfrentan. Pero creo que podemos ir un poco más allá y más en serio y tomar la "hominización de la patología" como un proceso formal.
¿Qué quiero decir con hacer humana la patología de un modo formal? ¿Acaso no sería suficiente tomar ejemplo de la parábola del buen samaritano, como hizo Laín Entralgo en su estudio del problema de la objetivación del otro? (Pedro Laín Entralgo. Teoría y realidad del otro. Alianza Universidad. 1983. Tercera Parte. Pp 365 y sig.) Yo creo que el análisis de Laín Entralgo está en la línea de una creencia religiosa y me resulta problemática porque el único criterio para aceptar su fe es la tradición y no la razón. Por hacer humana la patología de un modo formal quiero decir someterla al proceso simbólico que caracteriza a lo humano. Y el proceso simbólico por excelencia es el lenguaje y tras el lenguaje, el lenguaje matemático. Creo que es así como hay que humanizar la patología, y no bajo el prisma de una moral, de una religión o de una ideología cualquiera. Dicho en llano: tampoco hay que "cristianizar" la patología.
Humanizar la patología es, pues, según mi punto de vista, pasarla por el cedazo, la criba, del símbolo y de las articulaciones entre símbolos; pasarla por el cedazo de la lógica y de las matemáticas, y no de los imaginarios de cada cual, por más catedráticos que sean, o fervorosos creyentes de su fe religiosa. Humanizarla es, desde luego, pasar el fenómeno por lo imaginario, por lo psíquico, por lo emocional, pero no quedarse ahí, porque se precisa el registro de lo Simbólico, esto es, su formalización racional en un determinado lenguaje simbólico de letras (lógico-matemático).
Y dentro de esa hominización, nos enfrentamos a la necesidad de tener que asumir el problema más importante que se nos presenta ante cualquier intento de conocimiento que nos propongamos sobre las cosas que nos rodean, incluidos otros humanos, esto es, objetivar, convertir en objeto, o en fenómeno objetivable y objetivo, lo que queremos conocer. No incluyo ninguna referencia bibliográfica sobre esta cuestión, pero que se sepa que es notablemente voluminosa y densa, ya que hereda una tradición milenaria de análisis de la fenomenología del espíritu. El libro más resumido acaso sea el que he citado de Laín Entralgo, pero se encontrará la cuestión fantásticamente tratada en Alejandro Llano. El enigma de la representación. Editorial Síntesis. 1999. Ni que decir tiene que me muerdo un poco la lengua y dejo esta cuestión aquí, porque me extendería, me extendería, me extendería...
Nuestro proceso de hominización de la patología pasa, entonces, por cómo llegar a objetivar, o a tratar de un modo objetivo, cualquier cosa que se presenta ante nosotros. Si para el pensamiento filosófico occidental es ya un problema cómo abordar el objeto (cómo convertir algo en fenómeno y posteriormente en objeto), para los médicos la tarea es doble, pues hemos llegado a la conclusión de que lo que tenemos ante nosotros no es solamente un objeto (el cuerpo en tanto ente biológico) sino que, además, en la patología se trata de las manifestaciones de un sujeto, de una personalidad. La complejidad es doble porque objetivar un sujeto es convertirlo en objeto y, en consecuencia, perder esa propiedad intrínseca de sujeto.
La dificultad es máxima porque, además, antes que otra cosa hay que haber podido resolver bien teóricamente el hecho de que yo me puedo tomar a mí mismo como objeto de estudio, objetivarme, convertirme en objeto para mí mismo y estudiarme objetivamente. ¡Esto es realmente complicado! Es la cuestión que planteó Leibniz sobre si es posible conocer las propiedades intrínsecas de un objeto, y no solamente por las propiedades que se registran en sus relaciones con el espacio en el que está sumergido. Hemos de retomar en más ocasiones esta cuestión crucial. Pero por algún lado habrá que empezar a resolver cuestiones. No lo haré aquí, pero lo indico: en primer lugar, se trata del estudio riguroso del narcisismo. Hasta el momento, no conozco a nadie que haya resuelto la cuestión del narcisismo (el conocimiento de sí mismo reflejado en un espejo, el tomarse a uno mismo como objeto de estudio , digo que nadie ha resuelto mejor esto que Jean-Michel Vappereau (http://jeanmichel.vappereau.free.fr/Html/4-Textes.htm Una vez abierta esa página, buscar el Texto en pdf:" Afin de préciser le narcissisme". De todos modos, uno no se puede quedar solo en Vappereau, pero hay que pasar por él)
JM Gasulla
Solemos decir que tratamos los problemas clínicos de un modo objetivo. Que nuestro pensamiento es objetivo. Que tratamos a los demás, a los pacientes, como objetos (de eso nos acusan muchos: de estar deshumanizados y de tratarlos como objetos), o sea, también de un modo objetivo, y que los datos que obtenemos de la clínica, de las radiografías, de los análisis, de las pruebas diagnósticas, son objetivas, por oposición a lo que es subjetivo, como los síntomas y nuestro "ojo clínico".
Incluso despreciamos aquello que no sea objetivo, como lo que llamamos despectivamente "subjetivo". La ciencia objetiva; tiene a gala la objetividad y rechaza la subjetividad del científico (o del médico en el caso de la medicina) pretendiendo una apreciación objetiva y real del objeto de estudio, convirtiendo en sinónimos, por arte de birlibirloque, la objetividad y lo real: algo objetivo se convierte, no se sabe muy bien cómo, en real, en algo real, en la realidad. Se han olvidado, no obstante, las razones, omisiones, inclusiones y desarrollos que llevaron a semejante sinonimia. Pero al haber omitido esas razones, se establece una estrechez en el razonamiento que hay que reparar. Afortunadamente, hay quienes han logrado restablecer este proceso (Jean-Michel Vappereau) Quizás algún día explique esto con detalle y de un modo asequible, pero tiene que ver con las condiciones materiales de la verdad lógica, tal como describió Tarski.
Cada cual tiene sus fantasmas, y uno de los míos tiene nombre propio: se llama Mario Bunge. Él cree que hay una realidad ahí afuera y que se capta tal cual por nuestros sentidos e instrumentos. Se ríe de quienes pensamos que la realidad es un constructo. Yo me río de él. A buen seguro menospreció a Leibniz en favor de Newton.
El dolor lo utilizamos como una guía diagnóstica y terapéutica, pero no vamos más allá del dato subjetivo, al que le damos un valor muy relativo: nunca se sabe cuánto le duele algo a alguien y sólo importa la intensidad del dolor cuando produce un colapso, aunque también nos interesan algunas cualidades objetivas, como la actitud, el modo de expresarlo, la cultura de quien lo manifiesta, etc. Nos interesa muchísimo más su localización y los signos que se localizan en y alrededor de ese lugar.
¿Qué quiere decir tratar algo de modo objetivo, como un objeto, a alguien o a algo? También son cosas que escuchamos decir entre los amantes: "Me tratas como un objeto. Yo no existo para ti" y eso es sinónimo de "No me quieres, no me amas" ¿Tendrá relación una clase de objeto (el de la ciencia) con el otro (el del amor)? Porque los pacientes se quejan, precisamente, del mismo modo que los amantes: los tratamos como cosas; el paciente no existe para el médico. Al tratarlos objetivamente, el mensaje que reciben entonces es "No te amo". Esto, desde luego, no parece tener nada que ver con el amor del que nos hablaba el catedrático con el que abría este hilo. Lo que él propondría iría en la línea de tratar a los pacientes con amor, de un modo que no sea objetivo, o sea, que no los tratemos únicamente como objetos o, a lo sumo, como objetos de amor. ¿Pero cómo vamos a compaginar ambas cosas a la vez, el tratar a alguien como a un objeto y, a la vez, como un sujeto? ¿Cómo vamos a poder lidiar con eso los médicos, si nos parece una tarea imposible? Lo mismo para las enfermeras, los psicólogos y todo aquél que se dedica a estas faenas de la salud.
JM Gasulla
Estamos en que los amantes se quejan de no ser para el otro más que un objeto, añadimos sexual o de codicia, siguiendo en esto no solo los pasos de Freud, sino los del propio sentido común y la observación cotidiana. En cualquier caso, el otro es para uno un objeto de la libido, sea tomado como cosa, en el plano del amor o en el plano del odio. Para el médico o el sanitario en general, el paciente, absolutamente despersonalizado en ese "el paciente", es también un objeto de estudio. En nuestros textos utilizamos un término deíctico "el paciente", genérico, impersonal, intercambiable. No es persona, es cosa. Se reduce a ser una enfermedad, un caso clínico, un caso interesante, un caso aburrido, una enfermedad común o una enfermedad de difícil diagnóstico, un dato. Lo tomamos de un modo parcial, metonímico, a partir de algunos elementos parciales de su personalidad, pero nunca tomamos la totalidad de su discurso, del que él es sujeto; antes bien fragmentamos su discurso convirtiéndolo en datos con valor -clínico- o sin valor. No hay manera de que el otro, el paciente en el par de opuestos médico-paciente (insisto en que utilizo "médico" en el lugar común del sanitario; lo hago por costumbre y algo más) llegue a ser más que objeto. No puede ser sujeto.
¿Por qué no puede ser sujeto? Porque siempre se habla de él y sobre él, pero nunca habla él en primer término. Cuando habla, lo que dice queda reducido a dato, y entonces no se mantiene la dimensión significante de lo que dice. "El paciente" siempre es objeto, nunca es sujeto. Está interpretado de antemano. Es una cuestión de imposible dentro de la estructura del lenguaje, que está forzada así por la naturaleza propia del lenguaje. Para ser sujeto, entonces el médico, o el sanitario de turno, se ha de colocar en el lugar del objeto. Se ha de invertir la posición, porque se trata del par de opuestos sujeto-objeto, y si se está del lado sujeto, no se puede estar del lado objeto, y viceversa
La relación médico-enfermo la escribo como "sRo": Sujeto (médico) Relación (R) Objeto (paciente). Se trata del par de opuestos Sujeto-Objeto. Si en una relación (R) se está en la posición de sujeto (s), el otro está en posición de objeto (o), y viceversa. Es una cuestión de estructura del lenguaje: cuando uno habla (locutor) es sujeto de lo que dice, y se dirige a otro (alocutario), que escucha en silencio. Después, los papeles se invierten, pero eso no ocurre en medicina: los papeles no se invierten, no es una estructura deíctica. Esta estructura básica del lenguaje la escribo así: "L <->Al" dando idea de que las posiciones de locutor (L) y alocutario (Al) son reversibles y simétricas (<->) La relación médica (llamada "relación médico-enfermo" a la que dedicó mucha atención Laín Entralgo) no tiene esa estructura: no es reversible. No es una interlocución entre el que habla y el que escucha, sino una relación de objetivación en la que uno está en posición de sujeto y el otro en posición de objeto.
Pero es que nos enfrentamos precisamente a esa realidad: el paciente es objeto, objetivo, nunca es persona. ¿Por qué? Pues en esas estamos. Para poder tratar a un paciente de un modo personal, hay que salirse del discurso de la medicina biológica y, hasta ahora, entrar en las condiciones de cortesía y buen trato comunes en la sociedad, que se engloban dentro del "campo genérico del amor". No atisbamos a ver una posición del médico (enfermera, psicólogo, cualquier cosa que represente a una profesión sanitaria) que coloque al enfermo en posición de otra cosa que objeto de estudio, visto objetivamente, y a lo sumo tratado bajo los principios de la cortesía y la caridad comunes.
Entonces, al pensar como lo he hecho hasta aquí, me viene al pensamiento la idea de que el catedrático propone el amor como lo que sustituya, cubra, le tape la boca, a esa parte fundamental, que no sabemos cómo meter en la clínica, que es la posición de sujeto del paciente. Mete ahí el amor como una función vicariante de la imposibilidad del sujeto en medicina, como el pago de una deuda. Viene a ser algo parecido a: como no te puedo tomar en cuenta como sujeto, te ofrezco mi amor, te amo; lo ponemos todo del lado del amor. Eso es un principio ético bastante común. Una solución ética. El amor (cualquier contenido relativo al "campo genérico del amor") es, así, una solución, un parche, a esa falta, a esa imposibilidad, de tener en cuenta al paciente de otro modo que no sea como objeto. Cuando los amantes se pelean, porque no se han tenido mutuamente en cuenta como sujetos, se reconcilian con amor y se hacen regalos: la falta se cubre con amor. Algo parecido.
¿Hay algún remedio para eso? ¿Existe alguna manera de poder objetivar al paciente a la vez que se personaliza y se transforma en sujeto subjetivándose? Y si hubiera alguna solución a ese problema ¿seguiría siendo compatible con la exigencia de objetividad, o de subjetividad, que nos acosa de un modo paranoico?
JM Gasulla
La pregunta que nos conmovía en este hilo era la de cómo resolver en la práctica médica la imposibilidad de tomar al paciente de otro modo a como "el paciente", es decir, objetivado, despersonalizado, desprovisto de su condición de sujeto.
Las propuestas que se han ofrecido hasta ahora (y se han ofrecido un montón, desde la medicina psicosomática, la psicología, humanística o de otra clase, las religiones, la ética y moral, hasta vaya usted a saber cuantísimas cosas más) no han logrado superar el problema que se plantea desde la estructura misma del lenguaje: o estás en posición de sujeto, y entonces lo que tienes enfrente es un objeto, o si lo consideras sujeto, entonces tú estás en posición de objeto. De esta estructura es imposible salir.
Si la función de la lengua nos impone esa estructura imposible de modificar, cualquier cosa que se diga sobre "el paciente", es colocarlo invariablemente en posición de objeto. Decimos necesariamente cosas sobre él/ella, o sea, cosa objetivada, de modo que eso le convierte a quien lo dice en sujeto de lo que dice, y al otro en objeto de sus dichos. Y si yo soy el sujeto y el otro está en posición de objeto, puedo decir absolutamente lo que me de la gana, lo que imagine, lo que suponga, incluso lo que escriba con lenguaje formal. Cualquier cosa que yo diga objetualiza al otro, lo convierte en objeto. Operamos así y no podemos hacerlo de otro modo desde nuestra posición de médicos o de sanitarios (psicólogos, enfermeras, etc.)
Si esa es la estructura que padecemos, si esa es la estructura a la que nos somete el lenguaje en el ejercicio de nuestras profesiones sanitarias y no podemos salir de ella, ¿qué hacer si de lo que se trata en medicina es, precisamente, de un sujeto y de las manifestaciones de su personalidad?
Mediante el dispositivo que inventé de "la puerta del consultorio médico", es posible comprender la situación clínica de otro modo. Encontramos soluciones a esta cuestión. Hay, pues, dos campos: el del sujeto, que lo hacemos equivaler al síntoma, y el del médico, que lo hacemos equivaler al signo. Para que el sujeto-(enfermo) sea tomado como sujeto, hay que salirse del campo del signo y quedarse discursivamente (metafóricamente) en la antesala del consultorio médico. Esto equivale a olvidarse de lo que uno sabe y a tomar al otro (a "el paciente") de forma individual, exclusiva, singular, como quien habla de sí mismo, como el sujeto de su propio discurso. Se trata, entonces, de comprender lo que dice. Se trata de captar al sujeto del discurso, de mantenerse en la posición de alocutario y de cederle al paciente la posición de locutor.
No estamos en el plano del amor, ni del odio. Estamos en el plano del discurso, y en ese plano, lo subjetivo, las emociones, el sentido, están en igualdad de condiciones que lo racional. Pero no se trata solo de las emociones y subjetividades del médico, porque nos henos salido de nuestra consulta, sino también de los del paciente. A esto es probablemente a lo que se refiera nuestro catedrático estrella cuando habla del amor, y sea lo que resuelva la extraña frase de que para que la medicina sea efectiva, ha de ser afectiva. Esto no agota el análisis de la frase, pero le encuentra un sentido.
El afecto del sujeto-paciente se liga a la representación del médico a cuyo través él/ella se reconoce como sujeto e integra esa parte extraña de sí mismo, que es su dolencia. A eso se le puede llamar amor, pero no es amor erótico o sexual. Algunos médicos, en especial médicas, le tienen pánico a ese amor del paciente. Probablemente anden algo confundido/as en relación al amor.
Y creo que con esto puedo dar por acabado mi discurso sobre lo que considero la hominización de la patología, por sugerencia de José de Portugal Álvarez.
Si alguien quiere decir algo, se lo agradeceremos todos.
JM Gasulla
La "hominización de la patología" (14)
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¡E! ¡Una intervención! ¡Cómo se agradece! Es un lujo tu intervención en este foro, Luís. Gracias. Esto me pone en el brete de tener que responderte al mismo nivel. A ver si lo consigo.
Hace aproximadamente 3 años abrí una serie de hilos en este foro comentando un libro titulado "El orden médico" (Argot. 1983. ISBN: 84-85860-05-5) de Jean Clavreul que durante años fue mi "libro de cabecera". Lo llevaba a todas partes, lo leía, lo releía, lo pensaba. De hecho, monté grupos de estudio sobre este libro y abrí un seminario para discutirlo. Ni que decir tiene que este libro me orientó donde no veía más que confusión, pero no me resultó fácil comprenderlo de buenas a primeras y, ni mucho menos, superarlo.
Abrí en este foro cinco hilos de discusión y un resumen, a los que podéis acceder haciendo clic en los hiperenlaces: el El Orden médico 1; El Orden médico 2; El Orden médico 3: Poder e impotencia del discurso médico; El Orden médico 4: El ser sufriente a la espera. El enfermo; El orden médico 5: La exclusión del deseo.; ¿Puedes resumir un poco eso del Orden médico?
No voy a repetir aquí lo que dije entonces, aunque no estaría de más darle una miradita a esa discusión.
Del pensamiento de Clavreul comprendí la imposibilidad de constituir al paciente como sujeto de un discurso, porque el sujeto del discurso médico es, como el de la ciencia, un sujeto elidido. Ni el médico ni el enfermo pueden constituirse como sujetos en el discurso médico, en tanto discurso. Es imposible. Otra cosa muy distinta es que médico y enfermo, en tanto sujetos de sus respectivos discursos y, en definitiva, efectos de su propia historia, se encuentren. Laín Entralgo había enfrentado esa dificultad (Pedro Laín Entralgo. La relación médico-enfermo. Alianza Universidad. 1983) y la resolvió explicándola como una "quasi-díada".
No he abordado todavía aquí, en este foro, cómo pienso yo que funciona esa relación. Para poder hacerlo con seguridad y acierto, habrá que esperar a que nos hayamos introducido un poquito más en algunos aspectos de las matemáticas que nos van a ayudar mucho en comprender y no andar perdidos. Pero voy dando pequeños pasos. Espero haberlo podido explicar antes de morirme.
En el siguiente mensaje intentaré explicar en qué consiste la dificultad que existe entre médico y paciente utilizando unas palabras del propio Clavreul.
JM Gasulla
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J.-M. Gasulla
Patología Psicosomática.
Servicio de Medicina Interna
Hospital Cruz Roja
L’Hospitalet de Llobregat. Barcelona
1.- Laín Entralgo, P.: La relación médico-enfermo. Madrid: Alianza Universidad. 1983
2.- Szpirko, J.: La clínica psicoanalítica... con el correr de la ciencia. Rosario: Homo Sapiens Ediciones, 1995
3.- Clavreul, J.: El Orden médico. Barcelona: Argot, 1983
4.- García-Campayo J, Aseguinolaza L, Lasa G. Empatía: la quintaesencia de la medicina. Med Clin. (Barc) 1995; 105: 27-30
5.- Laín Entralgo, P.: Antropología médica para clínicos. Barcelona: Salvat, 1984