Cuando el Jefe Candy dio la orden de comenzar de nuevo desde el principio, los niños hicieron sonidos de disgusto, pero no por mucho tiempo, porque su varita ya comenzaba a agitarse para dar comienzo de nuevo al ensayo por vigésima vez.
— No tienes que ser tan perfeccionista, Candy — Intervinó Albert, que llevaba las bebidas para las personas que trabajaban en preparando otras áreas del evento que ocurriría muy pronto como celebración de la navidad. — Los niños ya suenan muy bien.
— La tía abuela Elroy presenciará esta actuación por primera vez. Ella tiene que ver los frutos de mi esfuerzo.
— Tía Elroy más que nadie sabe lo complicado que es trabajar con niños.
— Sin embargo todos ustedes suenan como prodigios en sus actuaciones.
— Pero también nos sabemos demasiadas parodias de la Oda a la alegría.
— ¿Qué es una parodia? - preguntó el pequeño Tim, cuya voz era de las más angelicales.
— En las canciones, es cuando tomas la tonada, pero cambias la letra a algo más divertido. — le explicó Albert esperando que no fuera algo confuso para el niño.
— Ya basta de interrupciones. Sigamos con el ensayo. — dijo Candy, ansiosa por continuar con su misión.
La varita nuevamente en lo alto, una mano al frente para indicar silencio absoluto y un movimiento veloz de la varita le indicó a su primer solista el momento para comenzar. Solo que no era la solemne canción que habían ensayado sino una divertida improvisación sobre lo mucho que le gustaban los dulces y los postres. La entrada del coro fue un poco caótica, pero pronto se coordinaron y todos parecían conocer la letra.
Por sobre las voces de los niños el grito de Candy nombrando a Albert resonó más fuerte.
Al joven Andrew no le quedó más que reír y encoger los hombros y Candy continuó dirigiendo a sus pequeños coristas sonriendo mientras pensaba en como iba a hacer pagar a Albert por haber llevado a la rebelión a su coro.