Si me he extendido en este comentario es porque este comentario de Punset refleja una opinión bastante extendida: el cerebro está al servicio de la supervivencia del individuo, es lo que se afirma. Eso parece poco discutible. Pero sostener ese principio con el delirio o con la construcción de una fabulación, creo que no responde a esa lógica evolucionista al servicio de la supervivencia, pues nada menos efectivo para la supervivencia, que una alucinación, un delirio, la fabulación o la negación.
Más bien, esos hechos considerados patológicos ponen de manifiesto que el pensamiento y la construcción de la realidad en el humano no están al servicio del principio de la supervivencia. Diríamos que, antes bien, es al contrario, que la negación de lo real y su sustitución por una realidad fabulada le ofrece al individuo menos posibilidades de sobrevivir que un pensamiento (una realidad construida) más coincidente con lo real.
"Para nuestro cerebro es más importante contarnos una historia consistente que contarnos una historia verdadera. El mundo real es menos importante que el mundo que necesitamos" dice Punset a continuación del párrafo anterior en el libro ya citado. ¿Pero cómo, después de decir esto, puede haber sostenido unas líneas antes que el cerebro está al servicio de la supervivencia del individuo? Esto es inconsistente. ¿Por qué? Pues porque proporcionar una historia consistente antes que una historia verdadera, pone al individuo en una situación de desventaja con respecto al mundo, pensado en los términos de la selección natural y del evolucionismo.
Es cierto que el cerebro proporciona antes una historia consistente, aunque sea fabulada, que una historia verdadera. Podemos decir que el cerebro es un órgano estúpido, incapaz de distinguir por sí solo una realidad real (Wirklichkeit en alemán) de una realidad imaginada (Realität en alemán, y utilizo los dos términos alemanes porque permiten distinguir muy bien dos clases de "realidad", para las que en español solo disponemos de una palabra, aunque podríamos tomar 'lo Real' para Wirklichkeit y 'realidad' para Realität)). El relato del delirio de mi paciente, que aportaré en otro capítulo de este hilo como ejemplo clínico, es una historia consistente, pero irreal, falsa, y, sin embargo, es una historia que se impone como la verdad, desfavoreciendo el éxito biológico (supervivencia y reproducción) de ella en tanto individuo. No podemos comprender el delirio en los términos que nos proporciona ni la biología evolutiva ni la psiquiatría ni la neurología, en tanto ciencias que tomarían su apoyo o fundamento en la noción genetista y evolutiva porque el delirio, el masoquismo, los sueños, en tanto genuinas formas de pensamiento, contradicen los fundamentos exclusivamente biologicistas y evolucionistas. Si queremos consistencia, y la queremos, hemos de suponer las cosas de un modo diferente.
Comprender los delirios probablemente nos enseñe a comprender cómo funciona la mente y dar un paso más en el sentido de saber qué es el pensamiento y cómo funciona y qué relación tiene con el cuerpo, para así comprender también qué es el fenómeno psicosomático.
¿Qué es un delirio? ¿Qué
le ocurre a la mente de un delirante que no le ocurre a la mente de alguien que
no delira? ¿Por qué decimos de algo que es un delirio, y no lo decimos, en
cambio, de otros tipos de pensamiento? Y cuando decimos de algo que es un delirio ¿no estaremos imaginando en exceso
sin saber realmente lo qué decimos? ¿Es cierto que el delirio existe como tal, en el sentido fuerte del término existir, o es un
invento de los médicos para jorobarle la existencia a la gente, o es un dicho popular sin sentido?
Sospecho que si comprendemos
el delirio, las afasias, los llamados "fenómenos elementales, y otras alteraciones de un pensamiento ordinario, que todavía no sabríamos cualificar sin equívoco, estaremos en condiciones óptimas para saber cómo
funciona nuestra mente y, en consecuencia, cómo se relacionan la mente y el
cuerpo, y qué es eso de lo psicosomático.
"No puedo ver las noticias de la televisión" me dice una joven. "Si dan la noticia de que han asesinado a una mujer, de inmediato me asalta el convencimiento de que he sido yo quien la ha matado. Tengo el convencimiento de que yo la he matado aunque lógicamente es imposible. Entonces necesito preguntárselo a alguien, a mi madre habitualmente, para que me confirme que, efectivamente, yo no he sido. Pero insisto una y otra vez, lo tengo que reafirmar continuamente, porque aunque me lo digan y yo lo entienda, la certeza, el pleno convencimiento, de que yo he sido la asesina es superior a cualquier razonamiento" Toda su actividad, redoblada de angustia, consiste a partir de entonces en saber exactamente cómo ha perpetrado el crimen. Y le da mil vueltas, urde mil planes, infinitas combinaciones, para comprender cómo ha logrado desplazarse, por ejemplo, mil kilómetros en un par de horas. Ella "sabe" que no ha matado a la víctima y, sin embargo, ese saber de pensamiento no logra anular la convicción de que ella ha matado a una mujer.
En el caso de mi paciente, el delirio no se desata de forma caprichosa, sino siempre que en los medios (TV, radio, prensa escrita) se da una noticia sobre el asesinato de una mujer en manos de un hombre y ella la ve, escucha o lee. Ese es el desencadenante. Podríamos decir que el desencadenante es "Una mujer es asesinada por un hombre".
No sabe por qué le ocurre
eso, pero puede decir dos cosas: una, que no es suficiente con que le confirmen
que ella no ha sido, porque tiene el convencimiento, la certeza, la vivencia de
que la realidad es que ella es la asesina; la otra, que aunque ella pide
confirmación de que eso es falso, esa confirmación repetida (y buscada) una y
otra vez, aunque siente alivio cuando se lo repiten (alguien con autoridad, por
lo común su madre), no le quiebra la certeza. Acaso, una tercera observación
que se le puede hacer: es que si pide confirmación de la falsedad, es porque de
alguna manera duda. "Dudo, si, racionalmente --me dice--, pero el
convencimiento y la demostración racionales no son suficientes para eliminar el
sentimiento de que yo la he matado y para apaciguar el miedo que tengo entonces
a la policía y a ser descubierta. Siento una gran angustia y un tremendo
sentimiento de culpa por el asesinato, aunque yo sepa, porque me lo repiten
cientos de veces, que no he podido ser yo. Pero eso no basta, porque busco
justificaciones, urdo planes, busco mil argumentos que hagan compatible mi
creencia con la imposibilidad de que yo haya podido ser la asesina. Por ejemplo
¿y si cogí el tren y fui hasta allí, y entonces le clavé las puñaladas y
regresé como si nada, y no me acuerdo porque lo he borrado? ¿Sabe? Porque
cuando me dicen que no, sigo urdiendo la imposibilidad de que no haya sido yo.
Es como si, por fuerza, yo sea el asesino de todas las mujeres asesinadas en
España".
Punset parecería tener aquí algo de razón: el cerebro
trata de hacer coherente y consistente la realidad. Pero, entonces, ¿de dónde
proviene esta certeza --ya sabemos, proviene del propio funcionamiento del
cerebro, diría un neurólogo-- de que ella es el asesino de las mujeres; qué
realidad es esa a la que se podría estar refiriendo Punset al hablar de que el
cerebro trata de hacer coherente y consistente la realidad, en el caso de esta
joven? Y en este segundo aspecto (ser la asesina de las mujeres asesinadas),
podemos decir que ya no es el funcionamiento biológico, como órgano, del
cerebro lo que está actuando únicamente, porque en otro delirante la idea es otra, y otra
en otro, y así distinta en cada uno; lo que reafirma la idea de que no solo se trata de un mecanismo biológico puro, sino que en la producción del delirio interviene de forma autónoma algo más que determina un contenido específico para cada individuo. Lo biológico aquí sería aquello por lo que
el sujeto delira, pero no el contenido del delirio, que por fuerza hemos de
admitir que pertenece a otro orden, el del pensamiento, que obedece a otras leyes y es autónomo con respecto al orden biológico.
Pero el examinar más de
cerca ese extraño pensamiento nos hace ver más cosas. Cierto que ella se pone
en el lugar del asesino, que siempre es un hombre, y que la víctima siempre es
una mujer. El delirio no sobreviene cuando un hombre es asesinado por otro
hombre o cuando un hombre es asesinado por una mujer. Esto lo afirma ella. Así que podemos decir que
en el delirio, ella se identifica con un hombre que maltrata o mata a una
mujer. Las ideas que le acuden en torno a esta conclusión es el odio que siente
hacia la figura de su padre, su homosexualidad que se ha esforzado en negar y
en reprimir, pero que cada vez se le hace más manifiesta y evidente a pesar de
su resistencia a aceptarla.
Si lo que da aliento al delirio del asesinato es su homosexualidad, entonces el delirio tiene, como ya he dicho antes, la forma de un fantasma que puede formularse como "Yo soy un hombre que asesina a las mujeres".
La realidad, su realidad psíquica, entonces, no puede ser otra que ella es una mujer que ama a las mujeres, pero el delirio actúa como negación de su realidad psíquica y emocional, y por eso ella es alguien que mata a las mujeres. Las mata cuando niega que ella ama a las mujeres. La consecuencia de amar a las mujeres es que, entonces, ella no sería una mujer, sino un hombre; y no amaría a las mujeres, sino que las odiaría; tampoco las poseería, sino que no serían para nadie porque las mataría. El resultado de la operación de inversión del deseo es un fantasma de goce: ella sería un hombre que asesinaría a las mujeres, donde el amor y el placer que puede ir unido al amor, están reprimidos. De hecho, su vida era, hasta ese momento, una reclusión seguida de todos los impedimentos imaginables para acceder al amor de otra mujer y una angustia insuperable a no ser confundida con un hombre, reconociéndose a cada momento tics, posturas, pensamientos que ella considera masculinos. Esta angustia a verse transformada en un hombre la espera agazapada a cada paso: si ella desea a las mujeres, entonces es un hombre; pero ella es una mujer. No hay salida. No hay identidad que pueda obtener a través de su deseo sexual.
Hay tantos detalles a comentar, tantísimos matices que le añade, tantos momentos en los que detenerse y pensar añadiéndole riqueza y contenido a su pensamiento delirante, datos que aportan nuevas pistas para comprender más y mejor. En fin. Que si al delirante se lo atonta con drogas, uno se pierde el Universo entero y la posibilidad de comprenderlo. Que, sin embargo, si en vez de querer eliminarlo, uno indaga, pregunta, piensa, trata de comprender y de que la persona se posicione (no sé muy bien qué quiero decir con que "se posicione") ante su propio delirio, es posible que se logre entender algo, aunque al principio y durante mucho tiempo, uno no entienda absolutamente nada.
¿Por qué esa represión tan brutal? Porque se enfrenta a una presión social (familia --madre--, entorno social) y tiene miedo. Ante esta angustia que le supone saber de su homosexualidad, que decepcionaría a su madre, construye un mundo delirante y encuentra un goce en la tortura, en la reclusión y en el aislamiento. El afirmar su homosexualidad frente a la familia le cuesta lo imposible, pero empieza a hacerlo con éxito con una de sus hermanas. Esto le permite encontrar pareja. No acaban los problemas. No ha podido hablarlo con la madre porque ella rechaza cualquier insinuación, no la habla, la esquiva. Ella no se atreve a abordar la cuestión directamente con la madre, por percibir a las claras el rechazo de ésta. Eso la hace sufrir, pero no le hace reproches a la madre por rechazarla.
La certeza del delirio y su fortaleza, mantenida por encima de cualquier desmentido, proviene del deseo reprimido. Lo que resiste a cualquier intento de supresión es el deseo convertido en un fantasma delirante. [1]
Entonces, en esta paciente (en otros también, pero he elegido este delirio porque la paciente lo analizó con mucho pormenor que no traigo aquí) el deliro es un pensamiento que expresa un deseo reprimido, que puede formularse, también, en los términos de un pensamiento. El delirio es la escenificación de un deseo reprimido.
Ahora ella dice que el delirio no ha marchado. Sigue ocurriéndole lo mismo, pero no se angustia. Ya sabe que es un delirio y a qué responde.
Sigo en otro mensaje
JM Gasulla
[1] Va a ser necesario disponer de una teoría para comprender por qué se produce el delirio en vez de un pensamiento “normal” ¿Por qué el delirio, en vez de un pensamiento “normal”, que se acepta o se rechaza, introduciéndolo en un proceso lógico asociativo? El efecto de la represión es manifiesto, no obstante.
(1) Contradicción o Antilogía, que se opone a (1’) Tautología
(2) Conjunción que se opone a (2’) Incompatibilidad o trazo de Nicod o barra de Sheffer
(3) Negación de la implicación que se opone a (3’) la implicación
(4) Reiteración o reafirmación del antecedente que se opone a (4’) su renegación
(5) Negación de la replicación o implicación recíproca, que se opone a (5’) replicación o implicación recíproca
(6) Reiteración o reafirmación del consecuente que se opone a (6’) su renegación
(7) Disyunción excluyente o fuerte (aut) o diferencia simétrica, que es la negación de (7’) la equivalencia simétrica
(8) Disyunción incluyente o débil (vel propiamente dicho) que se opone a (8’) la llamada Negación conjunta de Peirce o trazo de Sheffer.
Buenas preguntas.
Manuel Cruz (Catedrático de filosofía de la Universitat de Barcelona)
Señalaba el recientemente fallecido filósofo alemán Hans-Georg Gadamer que la auténtica pregunta es aquella en la que corremos el riesgo de dejarnos sorprender por la respuesta. Es este rasgo el que nos permite diferenciarla de lo que bien pudiéramos denominar falsas preguntas, o preguntas meramente aparentes, como las preguntas retóricas, esto es, aquellas que en realidad no admiten respuesta alguna porque nada preguntan (esas del tipo "pero usted ¿por quién me ha tomado?") o las preguntas que hace quien ya conoce la respuesta (por ejemplo,el profesor a sus alumnos en una prueba de examen)
Pero tal vez, aceptada la diferencia, valiera la pena plantearse si cabe introducir, dentro del ámbito de las auténticas preguntas, algún tipo de gradación o calificación, que permita distinguir entre interrogantes de mayor o menor intensidad, de superior o inferior calado especulativo.
Me permito presentar, con la modestia e inseguridad perceptivas, una propuesta: tal vez quepa sostener que, entre las auténticas preguntas, existe un subgrupo que bien pudiera merecer la denominación particular de buenas preguntas. Buena pregunta sería aquella que, cuando la formulamos, no nos proporciona indicación alguna acerca de la dirección o el ámbito por el que transcurriría la respuesta, ni acerca de la metodología con la que abordarla. Al plantearla, esta específica interrogación no prefigura ni indica nada (como sí ocurre con la gran mayoría de las auténticas preguntas, caracterizadas en gran medida por señalizar el territorio por el que la respuesta debe circular) Antes bien al contrario, nos deja ante la irremediable evidencia de nuestra precariedad, de nuestra indigencia, de nuestra impotencia para afrontar determinadas cuestiones. En ese sentido, la buena pregunta hace algo más (acaso mucho más) que darnos que pensar: nos señala los límites de nuestro propio pensamiento.
De ser válida la propuesta, se seguiría de ella la conveniencia de revisar alguno de los tópicos más reiterados a propósito de la aportación fundamental de Gadamer. Como, sin ir más lejos, el que señalaba que el autor de "Verdad y método" nos enseñó a leer. No digo que no sea verdad, sino que simplemente no es toda la verdad. Gadamer nos enseñó a leer, efectivamente, pero porque nos mostró el camino que conduce a pensar. Los términos procesuales, tentativos, no son aquí casuales: refieren a la naturaleza misma de la cosa. Pensar es siempre una acción que se mide consigo misma, que se pone a prueba contra sí misma (nada que ver, por tanto, con el "abundar", con el "cargarse de razones" y otras confortables prácticas reafirmativas) No podría ser de otro modo: en último término, como dijo alguien intempestivo por muchas razones (por su condición de mujer, de revolucionaria, etcétera: me estoy refiriendo a Rosa Luxemburgo), ser libre es ser capaz de pensar de otra manera. No descarto que todo esto pueda resultarle al lector demasiado abstracto, cuando no abstruso, y en cualquier caso difícil de identificar. Ese posible lector probablemente se esté diciendo a estas alturas: ¿es posible aportar algún ejemplo de buena pregunta? Desde luego, siempre que quede clara, por definición, la caducidad de cualquiera (no existen las buenas preguntas eternas) Pero para la hora presente, tal vez sirva ésta: ¿qué nos está pasando?
JM Gasulla