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unread,Dec 11, 2009, 9:59:24 PM12/11/09Sign in to reply to author
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to SECRETO MASONICO
Secretos de la Cábala y los nombres de Dios en El Libro de la Ley “La
Torá” .
En la Torá, aparece Dios “El Gran Arquitecto del Universo” con los más
variados nombres. Elijé, Ya, YHVH, Adonai, Él, Elohá, Elohim, Shadai y
Tsebaot- Y se indica que algo sobre la forma en que estos iban siendo
modificados en el transcurso del proceso creativo. El primero, con el
que se le denomina, es el de Elohim, que es un plural masculinizado de
un singular femenino. Lo cual produce la impresión de androginismo
múltiple.
La traducción literal del primer versículo del Génesis, sería: “En el
principio, los dioses crearon los cielos y la tierra”. Esto nos
indica, de acuerdo al sentido de la letra, que no fue el Ser Supremo
el creador directo, sino sus intermediarios, esta es la idea un
principio que diseño arquitectónicamente el Universo, y que encargo la
obra a unos subalternos artífices o albañiles para llevar a cabo su
obra. Por supuesto, que la Cábala tiene mucho terreno para profundizar
aquí; tan es así, que hubo y hay cabalistas aseverandos que todo el
conocimiento de la Torá está encerrado en este versículo. Pero, no es
el objetivo de este tipo de análisis, sino simplemente el de servir de
guía básica a los buscadores masones o no del verdadero conocimiento.
Este nombre de Elohim אָבִיר no aparece solamente en los pasajes de la
creación, sino que se
mantiene, conjuntamente con otros varios, a través de la Torá o “El
Libro de la Ley” para nosotros los Masones. Indicaremos, como ejemplo,
tres de las distintas denominaciones que son utilizadas para referirse
al Ser Supremo. El Elión, lo llama Melquisedec en Génesis, XIV: 19.
Este, combina uno de
los nombres más habituales que se le da a Dios, El, con un atributo,
altísimo; Dios altísimo. Otra combinación de El con un calificativo es
el de El Shadai, Dios Todopoderoso, que, entre otros, aparece en
Génesis, XVII: 1 y Génesis, XXXV: 11. Un nombre símbolo, que resume la
esencia divina, es el que se da Dios mismo al dirigirse a Moisés en el
Sinaí: Yo soy el que soy.
En fin, aparecen diversos nombres más a lo largo de la Torá, pero
todos, excepto uno, no
son sino referencias para tratar de hacer contacto con alguna de las
potencialidades divinas.
Como indica José Gikatilla, cabalista castellano del Siglo XIII, en el
prefacio a su libro Puertas de la Luz –Saaré orá–: “... el hombre que
quiera lograr sus deseos en cuanto a los nombres del Santo, bendito
sea, que se dedique con todas sus energías a la Torá, para alcanzar el
significado de los nombres de santidad que se mencionan en la Torá,
como Elijé,
Ya, YHVH, Adonai, Él, Elohá, Elohim, Shadai y Tsebaot. Entonces sabrá
y comprenderá
el hombre que cada uno de estos nombres son como las claves para todo
lo que él necesita
en cualquier circunstancia relacionada con el mundo”. Y más adelante:
“Para cualquiera de
estos atributos existen otros que dependen de cada uno de estos
atributos y son el resto de
las palabras de la Torá. De tal manera que encontramos que toda la
Torá está compuesta de
atributos y los atributos por nombres. Y todos los nombres santos
dependen del Nombre YHVH, todos se unen con Él. Con lo que tenemos que
toda la Torá depende del Nombre YHVH”.
Y en el primer capítulo de Puertas de Luz Gikatilla insiste en la
importancia absoluta del
Tetragrama: “Toda la Torá es un tejido de kinuyim (sobrenombres,
apelativos) y estos so-
brenombres son a su vez un tejido de los diferentes nombres de Dios.
Por su parte, todos
estos nombres sagrados dependen del Tetragrama YHVH, con el que están
relacionados.
Por esto toda la Torá es, en último término, un tejido hecho con
material sacado del Tetragrama”.
El Cabalista Maimónides, en la Guía de los Perplejos, comenta: “Todos
los nombres de
Dios que se encuentran en la Torá derivan de acciones, lo cual está
claro, excepto uno el de
Yod He Vav He que Le designa; no derivado, y que por eso se le llama
meforash”.
El Nombre es uno sólo el Shem hameforash (Nombre claro, explícito). Es
נר En Éxodo
III: 15 le dice a Moisés: “...Así les dirás a los hijos de Israel:
YHVH, Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios
de Jacob me envió a vosotros. Este es mi nombre para la eternidad y
esta es mi memoria de generación en generación”. En Isaías
XLII: 8, dice: “Yo soy YHVH- יהוה , este es mi nombre”. Estas al
menos son las consonantes
que componen el Tetragrama, si están en el orden correcto o no es otra
cosa. Y la pronunciación del Nombre, en sí, es un secreto.
Aquí cabría una pregunta. ¿De qué sirve ‘conocer’ el Nombre si no se
puede pronunciar?.
Esto, desde el punto de vista de la lógica común parece razonable,
pero tratamos con metafísica esotérica y en este campo se trastocan
los enfoques habituales. Estamos hablando del máximo
poder energético manejable en este plano. Si los físicos, para
manipular niveles de energía
notablemente inferiores, utilizan complejos equipos de laboratorio,
¿qué sería necesario para manejar este enorme poder?
Pero, vamos por partes. ¿De dónde colegimos qué se trata de un inmenso
caudal energético?. En la imagen del Árbol Sefirótico vemos, en la
parte derecha, las letras del Tetragrama Yod (י), he (ה), vau (ו), he
(ה). La Yod a nivel de Kether; la He a nivel de Chokmah-Binah; la Vav
que corresponde a las seis Sephiroth siguientes, de Chesed a Yesod; la
última He a nivel de Malkuth.
Cada una de las letras es consubstancial con el nivel correspondiente;
posee la energía vibratoria de ese nivel. Pero, están vibrando
individualmente entre ellas, sin puente de contacto. Si se unen, a
través de las vocales adecuadas (y con la cadencia rítmica apropiada)
se forma un canal energético que comienza en el nivel más elevado de
la inmanencia creativa divina y finaliza a nuestro nivel de
manifestación. Lo cual produciría, como se indica arriba, el máximo
poder energético manejable en este piano. Y digo manejable porque es
de presumir que la persona en capacidad de abrir ese canal debe de
poseer un bagaje de conocimientos que permitan la atenuación,
dirección y manejo del mismo. En caso contrario el desastre sería
mayúsculo.
En la masonería en cada tenida se nombra el Tetragrama Yod (י), he
(ה), vau (ו), he (ה), a leer el salmo 133, menciona YHVH envía
bendiciones y vida Eterna. Un par de citas bíblicas enfatizan lo
antedicho; su adecuada lectura, viene a confirmarlo. En Éxodo, IXX: 24
dice: “... no traspasen (los israelitas) para subir a YHVH para que no
haga estragos en ellos”. En Deuteronomio, IV: 24 dice: “Pues YHWH tu
Dios es un fuego devorador”. Así mismo, es suficientemente explícito
lo que indica el Salmo, CXI: 9: “...Sagrado y terrible es Su Nombre”.
Hubo un tiempo en que el Nombre era ‘conocido’ por grupos
relativamente selectos. Hiram Abiff lo conocía y los malvados
compañeros querían obtenerlo para emplearlo en fines egoístas, sabían
de su gran Poder, como decíamos existió un tiempo en que el Nombre del
Gran Arquitecto del Universo no solamente era conocido, sino que se
sabía cómo pronunciarlo y emplearlo. Pero,
como seres humanos, abusaron de ese conocimiento para causas no
acordes con lo implícitamente establecido y, generalmente, con fines
egoístas. Luego de la muerte de Hiram Abiff se hizo que fuera
limitando su transmisión, hasta concluir por ser únicamente el Sumo
Sacerdote su conservador. Incluso se pronunciaba una sola vez al año,
el Yom Kipur (Día del
Perdón), en la soledad del Sancta Sanctórum, para atraer la gracia del
Altísimo en favor del pueblo de Israel. Luego de la destrucción del
último Templo, el nombre o se perdió, le llamaron “La Palabra
Perdida” pero fue recuperado y hoy sólo es conocido por un pequeño
grupo de Francmasones, que lo protegen celosamente y lo transmiten
sigilosamente a otros selectos Francmasones.
Fue tal la preocupación, en el seno de las autoridades judías del
pasado, por el peligro que significaba el ‘volver a las andadas’ que
prohibieron específicamente cualquier otro tipo de pronunciación, para
el Tetragrama, que no fuese la de Adonai, אֲדֹנָ . Adonai es un plural
(-i) con posesivo de primera persona singular (-a-), de Adon אָדוֹן
que significa "señor", "amo" o "gobernante".Y esto en las oraciones o
en la sinagoga, pues fuera de eso deben de referirse a Él como haShem
(el Nombre) o Adoshem (una combinación de las primeras letras de
Adonai y Nombre). Éxodo, XIV: 19–21 19º Y partió el ángel de Dios,
el que andaba delante del campamento de
Israel, y fue detrás de ellos; y partió la columna de la nube delante
de ellos, y se
puso tras ellos. 20º Y vino entre el campamento de los egipcios y el
campamento de
Israel, y fue la nube y la obscuridad y alumbró la noche, y no se
acercó uno a otro en toda la
noche. 21º Y tendió Moisés su mano sobre el mar, y retiró el Eterno el
mar
con fuerte viento del Este toda la noche y puso en mar en lo seco y
fueron divididas las
aguas.
Debemos de mencionar aquí que la forma en la que se denomina
generalmente al Shem
hameforash, usualmente por autores cristianos, como Jehová o Yehová,
es totalmente incorrecta. Esto viene de entender erróneamente el
significado de la puntuación masorética con
la que aparece el Nombre en la Torá. Hay Biblias hebreas, como la
Koren por ejemplo, que
no puntúan el Tetragrama, pero otras si lo hacen. Estas, como es norma
en el judaísmo,
colocan las vocales de Adonai –– sobre el Nombre שם המפורש Shem ha-
Mephorash –– para
indicar como debe de ser dicho. Las vocales son las mismas pese a que
hay una variación,
por razones gramaticales, lo cual puede generar alguna confusión;
deberían de ser a, o,
a, pero se cambian en e, o, a, es decir la primera ‘a’ se transforma
en ‘e’ .
Esto es porque la primera vocal en Adonai es jataf pataj , que es una
vocal compuesta y se
pronuncia como a. Estos sonidos compuestos sólo los admiten las
consonantes guturales
(aleph, ain, jod y he). Al ser colocada bajo la Yod pierde el pequeño
guión –pataj–, que es el
que indica el sonido a, y quedan solamente los dos puntos (?), que se
denominan shvá y se
pronuncia como e muy corta. Claro, allí la lectura sería Jehová, pero,
por lo antepuesto se
ve que esa no es, en forma alguna, su dicción.
A raíz de la prohibición de pronunciar el Tetragrama, se instituyeron
otros ‘nombres de
poder’ para substituir al Shem hameforash. Maimónides los alude en
Guía de los perplejos,
: “También tenían un nombre de doce letras, inferior en santidad al
Tetragrama, que
sospecho no era, probablemente, uno sólo, sino dos o tres, cuya
aglutinación completaba
las doce letras. Era usado siempre que el Tetragrama aparecía en la
lectura, como nosotros
empleamos hoy en los mismos casos el que empieza por aleph, dalet
(Adonai). Dicho
nombre ‘Dodecagrama’ encerraba sin duda un sentido más particular que
el de Adonai; no
estaba prohibido ni reservado a ninguno de los hombres de ciencia,
sino que se enseñaba a
quien quiera deseaba aprenderlo... Pero cuando hombres relajados, que
habían aprendido
este ‘Dodecagrama’ corrompieron sus creencias... se ocultó también
este nombre y solamente se enseñaba a los ‘discretos entre los
sacerdotes’ para emplearlo en la bendición al pueblo dentro del
santuario, porque, a causa de la corrupción general, ya había caído en
desuso el Shemhameforash hasta en el santuario”. Más adelante expone:
“También empleaban un nombre de cuarenta y dos letras. Ahora bien,
cualquier hombre sensato sabe que es absolutamente inviable un vocablo
de tan elevado número; serían, por tanto, varias palabras conjuntadas
en esas cuarenta y dos letras. Indudablemente esas dicciones
designaban por fuerza determinadas ideas tendentes al acercamiento de
la verdadera concepción de la esencia divina, por el procedimiento que
hemos dicho. A buen seguro que esas palabras poli literas se
designaban como un solo nombre porque expresaban una noción única, al
igual de los nombres primarios”.
En cuanto al nombre de doce letras, dice el Bahir, capítulo ciento
siete: “Y qué quiere decir
los versículos de Números, VI: 24–26?: ‘Te bendiga YHVH y te guarde.
Haga resplandecer YHVH su rostro hacia ti y te agracie. Vuelva YHVH su
rostro hacia ti y ponga en ti la
paz’. Se refiere al nombre de doce letras, ya que en estos pasajes el
Tetragrama se repite
tres veces. Eso nos indica que los nombres del Santo, bendito sea,
forman tres escuadras, y
que cada una de ellas es igual a su vecina y están todas selladas por
las letras yod, he, vau,
he”. Más adelante, en el ciento once, expone: “Rabí Ahilai se
interrogaba sobre el significado del versículo ‘YHVH reina, YHVH
reinó, YHVH reinará siempre’. Se trata del Shemhameforash, que puede
permutarse, aliterarse y pronunciarse, como está escrito en Números,
VI: 27: ‘Y pondrán mi Nombre sobre los hijos de Israel y Yo los
bendeciré’. Se trata del nombre divino formado por doce letras, como
el nombre divino de la bendición sacerdotal que figura en Números, VI:
24–26. Hay tres nombres y doce consonantes. Su vocalización es:
yipaal, yepoel, yipol. Aquel que laspronuncie en santidad y devoción
puede estar seguro de que no sólo sus ruegos serán escuchados, sino
que
aquello que ame abajo será amado arriba, lo agradable abajo será
agradable arriba, que
siempre encontrará respuesta y ayuda”.
Estos nombres, tanto el de doce como el de cuarenta y dos letras, son
de gran importancia
porque substituyen directamente al Tetragrama. Es posible lograr su
dicción, pese a que
permanece velada. Pero, aquí entra mucho en juego la evolución
espiritual del individuo,
para poder obtener por esfuerzo y mérito propios la correcta
pronunciación de los mismos.
Para lo cual bien vale la pena cualquier sacrificio, pues como dice el
Salmo, XCI, en sus
versículos catorce y quince: “Lo colocaré bien alto, porque ha
conocido Mi Nombre. Me
llamará y Yo le responderé”.
Como se dijo arriba no sólo la pronunciación del Nombre es un secreto,
sino que el orden
de las consonantes que lo componen también es desconocido. Estas,
admiten veinticuatro
permutaciones, ignorándose cuál o cuáles son las correctas. De las
veinticuatro, doce se
hacen corresponder con las tribus de Israel y también con los signos
del zodíaco, esto se
verá en el capítulo correspondiente.
Algunos libros cabalísticos, el Zohar y Bahir entre ellos, hablan de
los setenta y dos nombres de Dios. Pero, no se están refiriendo a
nombres divinos, propiamente dichos, sino a energías que provienen
directamente del Gran Poder. Veamos como lo expone el Bahir:
“Rabí Amorai se preguntaba que significado tenía el versículo de I
Reyes, VIII: 27: ‘He
aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener’.
Y llegaba a la conclusión de que el Santo, bendito sea, tenía setenta
y dos nombres que puso entre las tribus de
Israel, puesto que está escrito en Éxodo, XXVIII: 10: ‘Seis de sus
nombres en una piedra,
seis en la segunda piedra, según su orden de nacimiento’, y en otro
lado: ‘Por su parte, Josué erigió doce piedras’, Josué, IV: 9. Y así
como las primeras piedras fueron todas recordatorios, así también las
segundas. Y hay en total setenta y dos nombres grabados sobre doce
piedras que por su parte corresponden a los setenta y dos nombres del
Santo, bendito sea”
Estos setenta y dos nombres son tomados de tres versículos de la Torá,
en el que cada uno
de ellos tiene setenta y dos letras. Se trata de Éxodo, XIV: 19–21, .
Se forman
grupos trilíteros, tomando el primero de los versículos en el sentido
de la lectura, el segundo en orden inverso y el tercero, nuevamente,
en sentido normal. Es
decir, la primera letra del primer versículo con la última del segundo
y la primera del
tercero; la segunda del primero con la penúltima del segundo y la
segunda del tercero; etc..
Estos grupos son los que forman los setenta y dos nombres.
Aparecen los nombres dispuestos en tres columnas, de veinticuatro
divisiones
cada una, como indica el Bahir en el capítulo 110: “... los setenta y
dos nombres, número
que se divide en tres partes, a veinticuatro letras (grupos) por
fracción. Sobre cada una se
eleva un príncipe y a cada fracción le corresponde velar por las
cuatro direcciones del
mundo: Este, Oeste, Norte y Sur. De forma que se reparten entre si
grupos de seis sobre
cada una de las direcciones”.
Esta explicación del Bahir nos lleva a efectuar subdivisiones de las
columnas de acuerdo a
los cuatro elementos, pero no en correspondencia con los yuntos
cardinales indicados, pues
es solamente un señalamiento de ‘qué debe de hacerse’ mas no del
‘cómo’. La secuencia
correcta sería: Norte, Oeste, Este, Sur. Es decir que el primer grupo
corresponde al elemento fuego, el segundo a tierra, el tercero al aire
y el cuarto al agua, tal como se indica en la tabla. Por tanto,
dieciocho nombres er cada elemento, subdividido en tres grupos.
Este fraccionamiento elemental genera diversas hipótesis. Una, sería
la siguiente. Si dividimos a la circunferencia en setenta y dos
partes, a cada una de ellas le corresponderían
cinco grados y a cada grupo treinta, lo cual es coincidente con el
fragmento que se le adjudica a cada signo en la faja zodiacal. Dado
que cada signo del zodíaco concuerda con uno
de los cuatro elementos, podríamos tener una correspondencia de los
setenta y dos nombres con la astrología. Esto, de todas formas, será
ampliado en el capítulo que trata sobre el tema.
Un minucioso análisis, aunado a períodos de concentración sobre los
nombres, puede llevar al lector a una comprensión profunda del
significado de los setenta y dos nombres.
Otra hipótesis es la de que el cuerpo humano posee setenta y dos
puntos de energía, que
son la base y motor del mismo. Algunos autores los han denominado
neutronios, indicando
que son la unión de un neutrón y un neutrino. Aquí preferimos
llamarlos ternarios energéticos, pues se fundamentan en grupos
trilíteros equilibrados, que son cada uno de los nombres. La armonía o
inarmonía de estos ternarios energéticos, entre si, es lo que produce
el buen o mal funcionamiento del organismo.
Se puede escribir un tratado completo de como las acciones humanas
generan desequilibrio
en los ternarios energéticos, produciendo las enfermedades y la
muerte, pero nos limitaremos a respaldar la idea citando a la Torá y
la correspondiente explicación del Zohar.
En II Reyes, IV: 32–35, se expone como Eliseo revivió al hijo de la
sunamita. Dice textualmente: “Y cuando Eliseo vino a la casa, el niño
estaba muerto y acostado en la cama. Entró pues y cerró la puerta tras
ellos y oró al Eterno. Y subió y se acostó sobre el niño, y
puso su boca en la boca de él, y sus ojos en los ojos de él, y sus
manos sobre las manos de
él. Y se acostó sobre él y la carne del niño se calentó. Luego volvió
y caminó de un lado a
otro de la casa y subió y se tendió sobre él y el niño estornudó siete
veces y abrió los ojos”.
He aquí el análisis zohárico, al respecto: “Él (Eliseo) trazó sobre le
niño el llamado místico, consistente de setenta y dos nombres. Pues
las letras alfabéticas que su padre había
primero grabado en él habían desaparecido cuando el niño murió; pero
cuando Eliseo lo
abrazó, grabo en él de nuevo todas esas letras de los setenta y dos
nombres. Ahora el número de esas letras llega a doscientas dieciséis y
todas fueron grabadas por el aliento de Eliseo sobre el niño como para
poner de nuevo en él el aliento de vida a través del poder de las
letras de los setenta y dos nombres. Y Eliseo lo llamó Habacuc, un
nombre de doble significación que en su sonido se refiere al doble
abrazo y en su valor numérico equivalente a doscientos dieciséis, el
número de las letras del Nombre Sagrado. Por las palabras le fue
restituido su espíritu y por las letras fueron reconstituí dos sus
órganos corporales”.
Doscientas dieciséis, a que hace referencia el Zohar, es el total de
letras que componen los
setenta y dos nombres. Este, también es el valor guemátrico de –
Habacuc (חֲבַקּוּק de jabaq abrazar) – .
Las doscientas dieciséis letras, subdivididas en setenta y dos
nombres, son los soportes de
la vida humana. Estos ternarios energéticos salen de la esencia misma
del Ser Supremo y
eso, precisamente, es lo que significa que fuimos creados a imagen de
Dios. Expresión esta
que no ha sido entendida en absoluto, como tantas otras cosas, fuera
de la Cábala. Lo indica el Génesis, I: 26: “...hagamos al hombre en
nuestra imagen...”. ‘Nuestra imagen’, tsalménu – בצלמנו כדמותנוbe-
Tsalmenu = en nuestra imagen kidmutenu = conforme a nuestra semejanza–
cuyo valor numérico es doscientos dieciséis lo que, por supuesto, es
muy explícito.