♣♥SEÑOR♥♣
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to SECRETO MASONICO
EL CUARTO CAMINO : Gurdjieff-Ouspensky Bennett
De: No☻Ser (Mensaje original) Enviado: 22/05/2008 07:08 p.m.
La persona de quien Gurdjieff «no hablaba» en esos años era, por
supuesto, Ouspensky. Él estaba excluido del paraíso gurdjieffiano, en
un permanente exilio de la felicidad que había atisbado en 1915
Gurdjieff para sus seguidores, Gurdjieff siempre pretendía alejar a
sus discípulos para que se valieran por sí mismos, y no dependieran
tanto de Él. Ouspensky prosperó en otros aspectos, a medida que
aumentaban sus seguidores en el período de entreguerras, pero su
melancolía aumentó con los años. Iniciaba grupos, fundaba casas en el
campo, daba conferencias, pero todo era lo mismo. Era el problema de
haber formulado un sistema: ¿qué puede hacerse sino repetirlo? Y
aunque ahora llevaba una vida cómoda, incluso lujosa, le faltaba el
elemento que proporcionaba Gurdjieff: el riesgo.
A Ouspensky ni a Gurdjieff les gustaban los franceses ni los ingleses.
En efecto, encarnaban su problema. Aunque, después de las calamidades
pasadas en Rusia y Turquía, gozaba de la vida fácil y ordenada de la
clase media inglesa, le parecía deprimente la vida muelle y la falta
de curiosidad intelectual. En uno de sus libros, Ouspensky observa que
el sentido de la vida estriba en la búsqueda de un propósito
verdadero, pero alejado de la dependencia de un guía, pero no en el
propósito en sí. Para él, la búsqueda se había terminado. Respondió al
fracaso con la aceptación agradecida de la indiferencia inglesa y
buscó en el alcohol al igual que Gurdjieff un alivio para la monotonía
de su vida.
Tampoco le ayudó su esposa. Aunque abandonó a Gurdjieff en 1929 para
reunirse con él en Inglaterra, a mediados de la década de 1930 hacían
vidas independientes y Madame Ouspensky ya era maestra por derecho
propio. Según muchos discípulos, era más parecida por su carácter a
Gurdjieff que a su marido: fuerte, de espíritu generoso y modales
dominantes. En el otoño de 1935, Sophia Grigorievna dejó Londres y se
estableció en una casa rural, Lyne Place, Virginia Water, que los
fines de semana se convertía en una especie de Prieuré, donde los
residentes se unían a los discípulos que venían de Londres los sábados
y trabaja-ban en la casa y el jardín bajo la dirección de una
castellana cuya lengua viperina era temida y obedecida.
Al principio, Ouspensky prefirió quedarse en la ciudad, aunque terminó
por acostumbrarse a vivir como un señor rural, porque Virginia Water.
En 1939, más de cien personas se reunían los fines de semana en Lyne
para asistir a conferencias y coloquios . Ouspensky pudo por fin
satisfacer su pasión por los animales, caballos y gatos en especial.
Pero, a pesar del régimen espartano de Madame Ouspensky, se fue
hundiendo cada vez más en la depresión. El aburrimiento era
ciertamente una de las causas, la bebida, otra; pero, como
demostrarían los acontecimientos posteriores, sólo eran los síntomas
de su enfermedad. El problema real era el sentimiento creciente de
confusión y fracaso, que la serena seguridad de su esposa sólo podía
exacerbar.
Porque Ouspensky siempre había vacilado entre el deseo apasionado de
creer en la enseñanza de Gurdjieff y el escepticismo inevitable acerca
de la misma. Había ocultado al público su indecisión tras la frialdad
de sus modales. Pero ahora sus dudas empezaban a extenderse. Se
preguntaba si el mismo Sistema, que durante tanto tiempo había sido su
base sólida, no era tan dudoso como su transmisor. Al principio no dio
a conocer sus dudas, pero proyectaron su sombra al final de su vida,
una sombra acentuada por su esposa. Después de tantos años de
reverenciar y resistirse simultáneamente a Gurdjieff, se encontraba en
una situación similar a Madame Ouspensky, difícilmente una compañera
agradable a su edad. Se pasaba mucho tiempo en la sala de estar, a
solas o con sus discípulos sentados en respetuoso silencio,
consumiendo cantidades increíbles de vino blanco y vodka, recordando
el pasado y criticando mordazmente los defectos de sus discípulos.
La relación de Ouspensky con sus discípulos repite irónicamente los
conflictos que tuvo con Gurdjieff y sirve para ilustrar los problemas
de la pedagogía espiritual. ¿Hasta qué extremo debe el maestro
instruir a los alumnos y en qué situaciones debe ponerlos, para que
desde ellas puedan aprender, en el supuesto de que tengan capacidad
para aprender? ¿Hasta qué extremo debieran los alumnos seguir o
siquiera imitar al maestro, y hasta qué extremo agradecen su enseñanza
mostrando su independencia? ¿Cómo reconocen lo que aprenden? Estas
preguntas nos recuerdan que la palabra «privacidad» tiene otro sentido
además del mero apartamiento de la vida pública. La sabiduría
esotérica u ocultista es, por definición, secreta, escondida, aparte.
Como vio Gurdjieff, su transmisión —que debe ser clara para el
buscador sincero, aunque oculta a la curiosa mirada profana— está, por
lo tanto, llena de dificultades. Quizá la peor de estas dificultades
sea el intento de convertir la enseñanza en una misión pública, un
intento que lo más probable es que se vea comprometido por
malentendidos y acusaciones de fraude. Nadie luchó más seriamente —o
más cómicamente— con este problema que el capitán J. G. Bennett,
antiguo miembro del Servicio Secreto británico, que luego combinó
estrafalariamente las funciones de maestro espiritual e ingeniero de
minas. La vida de Bennett encarna el principio de Gurdjieff de que el
hombre auténticamente espiritual no se retira del combate para sumirse
en la contemplación, sino que busca las oportunidades de
autoobservación y sufrimiento intencional en todas las circunstancias
que se le presentan. Pero, aunque Bennett llevó una vida que puede
considerarse pública en dos sentidos, llegando a ser una figura
prominente en los negocios y en la religión alternativa, y aunque era
encantador, educado y gregario en sus modales, él se tomaba a sí mismo
como una figura esencialmente privada e incluso torturada, para quien
los caminos paralelos de su vida encarnaban el doloroso dilema de
tener que elegir continuamente.
Después de dejar el servicio, Bennett pasó los primeros años de la
década de 1920 pidiendo la devolución de las extensas tierras de la
depuesta familia real osmanlí, incluidas las de las ocho viudas del
sultán, cuyas propiedades, confiscadas por el nuevo gobierno
republicano turco del francmasón Ataturk, cubrían grandes superficies
de la costa mediterránea . Gran parte de esta costa estaba ahora bajo
el control o la influencia de los británicos. Como antiguo
representante del gobierno británico y profundo conocedor del Oriente
Medio de la posguerra, donde los negocios estaban dominados por los
sobornos y la política por los agentes secretos, Bennett reunía las
condiciones idóneas para el trabajo. Lo persuadió para que se hiciera
cargo del asunto el dentista de la familia real, un apasionado
realista que lo tuvo una tarde de 1921 en el sillón de operaciones
durante casi dos horas, con el pretexto de sanarle un absceso,
mientras lo convencía para que ayudara a la numerosa familia del
sultán y del depuesto y corrupto príncipe a recuperar sus propiedades.
Bennett tomó como socio para esta empresa —que de tener éxito les
reportaría una gran fortuna— al financiero y hombre de negocios John
De Kay, amigo de la señora Beaumont y del príncipe Sabeheddin. El plan
era que Bennett se ocupara de las negociaciones políticas y De Kay de
la faceta económica. Dada la experiencia política de Bennett y los
cacareados conocimientos de negocios de su socio, la empresa parecía
prometedora. Había, sin embargo, dificultades.
De Kay, nacido en Dakota del Norte en 1872, poseía una personalidad
compleja: socialista apasionado, visionario y estafador, siempre lleno
de grandes planes y siempre traspasando las sutiles fronteras entre
los negocios, la política y el delito. De acuerdo con su propia
versión, hizo su fortuna con los periódicos. Empezó a la edad de doce
años como repartidor, fue periodista a los diecinueve, y a los
veintidós ya era propietario de tres periódicos de provincias. Tras
apoyar con sus periódicos la fracasada campaña presidencial de William
Jennings Bryan , los vendió y se trasladó a Monterrey México, donde
consiguió el apoyo del dictador Porfirio Díaz y se dedicó a los
negocios de la Fundición de Acero asociado a el español Adolfo Prieto.
Le fue bien hasta que eligió el bando equivocado en la guerra civil
que surgió en México después de la retirada de Díaz, lo que le obligó
a trasladarse a Europa, donde hizo de traficante de armas y vendió
bonos del gobierno mexicano para financiar sus negocios.
Entretanto, escribió una obra de teatro para Sarah Bernhart, tuvo la
obligada aventura con ella e intentó comprar el Cháteau de Coucy, en
el valle del Mame, al norte de París, afirmando que era descendiente
de sus constructores medievales, los Sieurs de Coucy. También tuvo una
relación con la futura esposa de Bennett, Winifred Beaumont, con quien
regresó a México. Hombre encantador, elocuente y teatral, le gustaba
vestir al estilo que Bennett llamaba del Medio Oeste, con un sombrero
de ala ancha y un revólver de seis tiros, que llevaba consigo a los
bancos y salas de juntas cuando buscaba dinero.
La guerra sorprendió a De Kay y a la señora Beaumont detrás del frente
alemán en Francia. Los combates los impresionaron tanto que De Kay
decidió renunciar al tráfico de armas y se hizo pacifista. Esto no fue
suficiente para mitigar el susto de la señora Beaumont cuando
descubrió que De Kay ya tenía dos hijos con una amiga de ambos. En
1919 lo dejó para irse con el príncipe Sabeheddin, prime-ro a Suiza y
luego a Constantinopla. Cuando le presentó a Bennett, De Kay vivía en
Berlín.
Es evidente que De Kay esperaba que su relación con Bennett y la casa
imperial turca le ayudaría a resolver otros negocios que no le iban
bien. Los dos hombres congeniaron bastante porque ambos habían hecho
el mismo trabajo. De Kay aparece en los archivos del espionaje de la
Primera Guerra Mundial como «jefe de la sección de sabotaje y
asesinatos del Servicio Secreto alemán» , aspecto que Bennett omite en
su relato de estos años. Y aunque Bennett menciona que De Kay fue
encarcelado en Londres al final de la guerra, acusado de comerciar con
bonos mexicanos falsos, añade cautelosa y equivocadamente que las
acusaciones no es-taban justificadas. La realidad es que casi todo lo
que De Kay le contó a Bennett era falso o tergiversado. Esta vez se
pudo librar por defectos de los tratados de extradición entre Londres,
Washington y México. Pero no siempre sería tan afortunado.
De Kay fundó inmediatamente una compañía para ocuparse de la
reclamación de los osmanlíes. Abdul Hamid Estates Incorporated,
registrada en Delaware, declaró un capital equivalente al valor de las
propiedades confiscadas, estimado por De Kay alrededor de los ciento
cincuenta millones de dólares. Como es lógico, el nuevo gobierno turco
se opuso enérgicamente a sus pretensiones, pero los dos hombres sabían
cómo emplear sus buenos contactos y creían que había una buena
posibilidad de recuperar al menos algo de la propiedad, lo cual, en
términos relativos, habría supuesto una cantidad enorme.
El asunto se prolongó durante 1922, 1923 y 1924 sin resultados
tangibles. En el verano de 1923, con la esperanza de acelerar el caso,
Bennett asistió a la Conferencia de Lausana, en la cual los Aliados
negociaron un nuevo tratado de paz con Turquía. Durante las largas
horas de espera entre sesiones, tomó lecciones de dan-za de una dama
rusa, en compañía de un noble japonés y del jefe turco Rabbi. Pero,
aunque aprendió danza, no sacó nada de la conferencia a favor de sus
clientes. Sin embargo, Bennett no perdió la confianza. Sabía que aun
en el mejor de los casos, las negociaciones de este tipo eran
complicadas, y ahora más que en tiempos del Imperio Otomano, donde
nada era sencillo, todos querían su parte y había que untar todas las
manos. Incluso bajo el nuevo régimen puritano existía todavía por
todas partes lo que los occidentales califican de corrupción.
Lo que Bennett no sabía —o pretende que no sabía— es que su socio
estaba siendo investigado una vez más por las autoridades federales
norteamericanas, sospechoso de falsificar bonos mexicanos y otros
delitos fiscales. La ruina le vino en 1924, con la elección de un
gobierno laborista en Gran Bretaña, que hubiera debido serles
propicio. Tanto De Kay como Bennett conocían a destacados miembros del
gabinete. Bennett había hecho campaña en favor de Ramsay MacDonald y
De Kay esperaba que sus amigos, nuevamente poderosos, lo ayudaran en
las pretensiones de Abdul Hamid Estates Inc. sobre los territorios del
Oriente Próximo que habían formado parte del Imperio Turco y ahora
estaban bajo control británico. Pero fue demasiado tarde. La
combinación de fraude y socialismo no le granjeó las simpatías de la
administración conservadora norteamericana. Llegado a Inglaterra, fue
detenido y encarcelado a petición de las autoridades americanas y fue
extraditado a EE.UU. para ser juzgado. Aunque el caso acabó por ser
sobre-seído por falta de pruebas, De Kay se pasó muchos meses en
prisión y su socio no volvió a verlo. La reclamación del príncipe
quedó aplazada en espera de que Ben-nett pudiera encontrar nuevos
respaldos para formar otra compañía.
Esto fue sólo el principio de sus dificultades. Bennett estaba ahora
escaso de dinero, aún más que si nunca hubiera conocido a De Kay,
inclinado a hacer extra-vagantes promesas de apoyo ecónomico que luego
no cumplía. Siguió la reclama-ción de los herederos turcos en Grecia
(donde se casó con la señora Beaumont en 1925). Allí, convencido por
sus asociados de que obtendría un rápido reconoci-miento de las
pretensiones del príncipe si prometía desarrollar algunas zonas de las
tierras reclamadas, se unió a Nico Nicolopoulos, que ya había
trabajado para él y para Compton Mackenzie en el Servicio Secreto
británico. Nicolopoulos, un muchacho atractivo, dado a las mentiras,
las bravatas y actos de verdadero valor, se ofreció a ayudar reuniendo
las ampliamente dispersas escrituras de propiedad de la tierra, casi
toda ella repartida entre numerosos propietarios de parcelas.
Nicolopoulos no fue muy escrupuloso en sus métodos y sucedió lo
inevitable. En marzo de 1928, Bennett fue detenido y encarcelado,
acusado de falsificar las escrituras. Pudo arreglárselas para escapar
de la fétida celda donde fue encerrado con asesinos y prostitutas
tomando yodo para fingir apendicitis (Bennett cuenta que tuvo que
tomarlo dos veces, porque el médico de la prisión no lo advirtió la
primera vez). Nicolopoulos, que también fue encarcelado, murió en la
prisión, sin duda a causa de los malos tratos. Bennet fue sometido a
juicio, y aunque salió libre por falta de pruebas, la dilación sufrida
puso fin a su trabajo para Abdul Ha-mid Estates Inc.
Pero este absurdo episodio fue también el inicio de la larga carrera
minera de Bennett. Durante el juicio lo visitó un tal Dmitri
Diamandopoulos, un ingeniero que le explicó que él, Bennett, era
víctima de una conspiración política. Diaman-dopoulos, que había
quedado impresionado por la conducta de Bennett ante el tribunal, era
dueño de una mina de carbón bituminoso en las montañas, a un cen-tenar
de kilómetros al oeste de Salónica, pero no tenía el capital necesario
para explotarla. Le ofreció a Bennett el cincuenta por ciento de
participación a cambio de su ayuda financiera para extraer el carbón.
Bennett aceptó. Una vez salido de la cárcel regresó a Inglaterra y se
asoció con James Douglas Henry, ingeniero de minas. Decidieron
transformar el carbón bituminoso en carbón para uso doméstico en
Grecia y formaron una compañía con ese propósito.
Al principio, la compañía prosperó. Bennett encontró un método
rentable de transformación del carbón e incluso llegó a interesar al
primer ministro griego Venizelos, que visitó los talleres de la
empresa en Birmingham. Pero en 1931 el gobierno de Venizelos fue
sustituido por un gabinete antibritánico, que subió los impuestos del
carbón y el lignito. Coincidió con la detención del director de la
mina de Bennett, acusado de irregularidades financieras y éste fue el
final de la Grecian Mining Co. Ltd.
En 1932, aprovechando su experiencia griega, Bennett entró como
ingeniero en H. Tollemache, especialistas en carbón en polvo, y empezó
a investigar los posibles usos del polvo de carbón. Fue su primer paso
en una larga carrera de veinte años unida a la industria carbonífera
británica, ejerciendo cargos públicos y privados, participando en
comités gubernamentales y dirigiendo laboratorios de investigación.
Dos años más tarde, en 1934, fue director de Coalburning Applian-ce
Makers Association, que él ayudó a fundar, e inició la British Coal
Utilization Research Association (BCURA) con ayuda de lord Rutherford,
que era por enton-ces presidente del Consejo Asesor Científico del
gobierno británico. BCURA bus-có metodos para hacer más eficiente el
carbón de uso doméstico e investigó otros posibles usos energéticos.
En todo este tiempo, a partir de 1921, Bennett prosiguió sus
investigaciones espirituales. Poco antes de trabajar para las
reclamaciones osmanlíes experimentó un momento de iluminación mística
estando en un cementerio sobre el Bósforo, cuando se recuperaba de una
disentería provocada por comer queso búlgaro. Una voz desencarnada —la
primera de muchas— le dijo que disponía de siete años para preparar el
comienzo de su vida espiritual, y entonces emprendería una gran tarea
cuyo significado sólo se le revelaría al cumplir los sesenta años.
Se preparó para su gran tarea pasando varias semanas en el Prieuré
recién inaugurado en 1923, donde Gurdjieff le dijo, como era su
costumbre, que tenía demasiado Conocimiento y muy poco Ser, y Bennett
padeció una recaída de la disentería que había cogido en Asia Menor.
No por eso dejó de participar en los duros trabajos, se entregó a la
meditación y no es sorprendente que tuviera expe-riencias
extracorporales. Cuando la señora Beaumont acudió a su lado, quedó
horrorizada al ver su estado. Encontró antipático a Gurdjieff y no
supo decidir si era una buena persona o un malvado. Y aunque Ouspensky
le dijera más adelante que Gurdjieff era bueno, añadió que Bennett aún
no estaba preparado para la enseñanza del maestro. A la señora
Beaumont tampoco le agradaron las míseras condiciones del Prieuré,
donde las moscas eran dueñas de la cocina y el médico que trataba a
Bennett tenía las manos sucias. Después de cubrir la cocina con
papeles matamoscas, pensó que había que tomar medidas más enérgicas y
se llevó a su amigo a París para que se recuperara.
Bennett abandonó a Gurdjieff y empezó a asistir en Londres a las
reuniones de Ouspensky. Fue poco antes de que Ouspensky, en 1924,
dijera a sus discípulos que tenían que elegir entre él y Gurdjieff,
afirmando que, aunque Gurdjieff era un hombre extraordinario con
grandes posibilidades, estas posibilidades podían ser tanto para el
bien como para el mal. Parece que Ouspensky había cambiado de parecer
desde que hablara con la señora Beaumont unos meses antes, porque
ahora dijo a sus discípulos que los dos lados de Gurdjieff, el bueno y
el malo, estaban en guerra y que la batalla podía decidirse en
cualquiera de los dos sentidos. Mientras duraba, debían alejarse de
Gurdjieff.
Bennett siguió este consejo y fue un miembro muy destacado del grupo
de Ouspensky en la década de 1920. En West Kensington, se esforzó en
la conciencia objetiva, el autorrecuerdo y el trabajo en sí mismo, y
soñó con establecer un instituto propio que investigara la quinta
dimensión. Como hemos visto, fundar institutos era una epidemia. Bajo
la influencia de Bennett, hasta De Kay hablaba de establecer una
escuela llamada Intellectus et Labor en el Norte de México para
promover los ideales La persona de quien sobre todo «no hablaba»
Gurdjieff en estos años era, por supuesto, Ouspensky. También él
estaba excluido del paraíso, en permanente exi-lio de la felicidad que
había atisbado en 1915 . Prosperó en otros aspectos, a me-dida que
aumentaban sus seguidores en el período de entreguerras, pero su melan-
colía aumentó con los años. Iniciaba grupos, fundaba casas en el
campo, daba con-ferencias, pero todo era lo mismo. Era el problema de
haber formulado un siste-ma: ¿qué puede hacerse sino repetirlo? Y
aunque ahora llevaba una vida cómoda, incluso lujosa, le faltaba el
elemento que proporcionaba Gurdjieff: el riesgo.
A Ouspensky tampoco le gustaban los ingleses. En efecto, encarnaban su
pro-blema. Aunque, después de las calamidades pasadas en Rusia y
Turquía, gozaba de la vida fácil y ordenada de la clase media inglesa,
le parecía deprimente la vida muelle y la falta de curiosidad
intelectual. En uno de sus libros, Ouspensky obser-va que el sentido
de la vida estriba en la búsqueda de un propósito, no en el propó-sito
en sí. Para él, la búsqueda se había terminado. Respondió al fracaso
con la aceptación agradecida de la indiferencia inglesa y buscó en la
botella un alivio para la monotonía de su vida.
Tampoco le ayudó su esposa. Aunque abandonó a Gurdjieff en 1929 para
re-unirse con él en Inglaterra, a mediados de la década de 1930 hacían
vidas inde-pendientes y Madame Ouspensky ya era maestra por derecho
propio. Según mu-chos discípulos, era más parecida por su carácter a
Gurdjieff que a su marido: fuerte, de espíritu generoso y modales
dominantes. En el otoño de 1935, Sophia Grigorievna dejó Londres y se
estableció en una casa rural, Lyne Place, Virginia Water, que los
fines de semana se convertía en una especie de Prieuré, donde los
residentes se unían a los discípulos que venían de Londres los sábados
y trabaja-ban en la casa y el jardín bajo la dirección de una
castellana cuya lengua viperina era temida y obedecida.
Al principio, Ouspensky prefirió quedarse en la ciudad, aunque terminó
por acostumbrarse a vivir como un señor rural, porque Virginia Water
no era-todavía el suburbio que es hoy. En 1939, más de cien personas
se reunían los fines de se-mana en Lyne para asistir a conferencias y
coloquios . Ouspensky pudo por fin satisfacer su pasión por los
animales, caballos y gatos en especial. Pero, a pesar del régimen
espartano de Madame Ouspensky, se fue hundiendo cada vez más en la
depresión. El aburrimiento era ciertamente una de las causas, la
bebida, otra; pero, como demostrarían los acontecimientos posteriores,
sólo eran los síntomas de su enfermedad. El problema real era el
sentimiento creciente de confusión y fracaso, que la serena seguridad
de su esposa sólo podía exacerbar.
Porque Ouspensky siempre había vacilado entre el deseo apasionado de
creer en la enseñanza de Gurdjieff y el escepticismo inevitable acerca
de la misma. Ha-bía ocultado al público su indecisión tras la frialdad
de sus modales. Pero ahora sus dudas empezaban a extenderse. Se
preguntaba si el mismo Sistema, que duran-te tanto tiempo había sido
su base sólida, no era tan dudoso como su transmisor. Al principio no
dio a conocer sus dudas, pero proyectaron su sombra al final de su
vida, una sombra acentuada por su esposa. Después de tantos años de
reverenciar y resistirse simultáneamente a Gurdjieff, se encontraba en
una situación similar vis-úvis Madame Ouspensky, difícilmente una
compañera agradable a su edad. Se pasaba mucho tiempo en la sala de
estar, a solas o con sus discípulos sentados en respetuoso silencio,
consumiendo cantidades increíbles de vino blanco y vodka, recordando
el pasado y criticando mordazmente los defectos de sus discípulos.
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De: No☻Ser Enviado: 22/05/2008 07:09 p.m.
La relación de Ouspensky con sus discípulos repite irónicamente los
conflictos que tuvo con Gurdjieff y sirve para ilustrar los problemas
de la pedagogía espiri-tual. ¿Hasta qué extremo debe el maestro
instruir a los alumnos y en qué situacio-nes debe ponerlos, para que
desde ellas puedan aprender, en el supuesto de que tengan capacidad
para aprender? ¿Hasta qué extremo debieran los alumnos seguir o
siquiera imitar al maestro, y hasta qué extremo agradecen su enseñanza
mos-trando su independencia? ¿Cómo reconocen lo que aprenden? Estas
preguntas nos recuerdan que la palabra «privacidad» tiene otro sentido
además del mero aparta-miento de la vida pública. La sabiduría
esotérica u ocultista es, por definición, secreta, escondida, aparte.
Como vio Blavatsky, su transmisión —que debe ser inteligible para el
acólito, aunque oculta a la mirada profana— está, por lo tanto, llena
de dificultades. Quizá la peor de estas dificultades sea el intento de
convertir la enseñanza ocultista en una misión pública, un intento que
lo más probable es que se vea comprometido por malentendidos y
acusaciones de fraude. Nadie luchó más seriamente —o más cómicamente—
con este problema que el capitán J. G. Bennett, antiguo miembro del
Servicio Secreto británico, que luego combinó es-trafalariamente las
funciones de maestro espiritual e ingeniero de minas. La vida de
Bennett encarna el principio de Gurdjieff de que el hombre
auténticamente espiritual no se retira del combate para sumirse en la
contemplación, sino que bus-ca las oportunidades de autoobservación y
sufrimiento intencional en todas las circunstancias que se le
presentan. Pero, aunque Bennett llevó una vida que puede considerarse
pública en dos sentidos, llegando a ser una figura prominente en los
negocios y en la religión alternativa, y aunque era encantador,
educado y gregario en sus modales, él se tomaba a sí mismo como una
figura esencialmente privada e incluso torturada, para quien los
caminos paralelos de su vida encarnaban el dolo-roso dilema de tener
que elegir continuamente.
Después de dejar el servicio, Bennett pasó los primeros años de la
década de 1920 pidiendo la devolución de las extensas tierras de la
depuesta familia real osmanlí, incluidas las de las ocho viudas del
sultán, cuyas propiedades, confisca-das por el nuevo gobierno
republicano turco, cubrían grandes superficies de la costa
mediterránea . Gran parte de esta costa estaba ahora bajo el control o
la in-fluencia de los británicos. Como antiguo representante del
gobierno británico y profundo conocedor del Oriente Medio de la
posguerra, donde los negocios esta-ban dominados por los sobornos y la
política por los agentes secretos, Bennett reunía las condiciones
idóneas para el trabajo. Lo persuadió para que se hiciera cargo del
asunto el dentista de la familia real, un apasionado realista que lo
tuvo una tarde de 1921 en el sillón de operaciones durante casi dos
horas, con el pretex-to de sanarle un absceso, mientras lo convencía
para que ayudara a la numerosa familia del sultán y del depuesto y
corrupto príncipe a recuperar sus propiedades.
Bennett tomó como socio para esta empresa —que de tener éxito les
reportaría una gran fortuna— al financiero y hombre de negocios John
De Kay, amigo de la señora Beaumont y del príncipe Sabeheddin. El plan
era que Bennett se ocupara de las negociaciones políticas y De Kay de
la faceta económica. Dada la experien-cia política de Bennett y los
cacareados conocimientos de negocios de su socio, la empresa parecía
prometedora. Había, sin embargo, dificultades.
De Kay, nacido en Dakota del Norte en 1872, poseía una personalidad
comple-ja: socialista apasionado, visionario y estafador, siempre
lleno de grandes planes y siempre traspasando las sutiles fronteras
entre los negocios, la política y el delito. De acuerdo con su propia
versión, hizo su fortuna con los periódicos. Empezó a la edad de doce
años como repartidor, fue periodista a los diecinueve, y a los veinti-
dós ya era propietario de tres periódicos de provincias. Tras apoyar
con sus perió-dicos la fracasada campaña presidencial de William
Jennings Bryan , los vendió y se trasladó a México, donde consiguió el
apoyo del dictador Porfirio Díaz y se dedicó a los negocios de la
carne enlatada. Le fue bien hasta que eligió el bando equivocado en la
guerra civil que surgió en México después de la retirada de Díaz, lo
que le obligó a trasladarse a Europa, donde hizo de traficante de
armas y vendió bonos del gobierno mexicano para financiar sus
negocios.
Entretanto, escribió una obra de teatro para Sarah Bernhart, tuvo la
obligada aventura con ella e intentó comprar el Cháteau de Coucy, en
el valle del Mame, al norte de París, afirmando que era descendiente
de sus constructores medievales, los Sieurs de Coucy. También tuvo una
relación con la futura esposa de Bennett, Winifred Beaumont, con quien
regresó a México. Hombre encantador, elocuente y teatral, le gustaba
vestir al estilo que Bennett llamaba del Medio Oeste, con un sombrero
de ala ancha y un revólver de seis tiros, que llevaba consigo a los
bancos y salas de juntas cuando buscaba dinero.
La guerra sorprendió a De Kay y a la señora Beaumont detrás del frente
ale-mán en Francia. Los combates los impresionaron tanto que De Kay
decidió renun-ciar al tráfico de armas y se hizo pacifista. Esto no
fue suficiente para mitigar el susto de la señora Beaumont cuando
descubrió que De Kay ya tenía dos hijos con una amiga de ambos. En
1919 lo dejó para irse con el príncipe Sabeheddin, prime-ro a Suiza y
luego a Constantinopla. Cuando le presentó a Bennett, De Kay vivía en
Berlín.
Es evidente que De Kay esperaba que su relación con Bennett y la casa
impe-rial turca le ayudaría a resolver otros negocios que no le iban
bien. Los dos hom-bres congeniaron bastante porque ambos habían hecho
el mismo trabajo. De Kay aparece en los archivos del espionaje de la
Primera Guerra Mundial como «jefe de la sección de sabotaje y
asesinatos del Servicio Secreto alemán» , aspecto que Bennett omite en
su relato de estos años. Y aunque Bennett menciona que De Kay fue
encarcelado en Londres al final de la guerra, acusado de comerciar con
bonos mexicanos falsos, añade cautelosa y equivocadamente que las
acusaciones no es-taban justificadas. La realidad es que casi todo lo
que De Kay le contó a Bennett era falso o tergiversado. Esta vez se
pudo librar por defectos de los tratados de extradición entre Londres,
Washington y México. Pero no siempre sería tan afor-tunado.
De Kay fundó inmediatamente una compañía para ocuparse de la
reclamación de los osmanlíes. Abdul Hamid Estates Incorporated,
registrada en Delaware, de-claró un capital equivalente al valor de
las propiedades confiscadas, estimado por De Kay alrededor de los
ciento cincuenta millones de dólares. Como es lógico, el nuevo
gobierno turco se opuso enérgicamente a sus pretensiones, pero los dos
hombres sabían cómo emplear sus buenos contactos y creían que había
una buena posibilidad de recuperar al menos algo de la propiedad, lo
cual, en términos relati-vos, habría supuesto una cantidad enorme.
El asunto se prolongó durante 1922, 1923 y 1924 sin resultados
tangibles. En el verano de 1923, con la esperanza de acelerar el caso,
Bennett asistió a la Conferencia de Lausana, en la cual los Aliados
negociaron un nuevo tratado de paz con Turquía. Durante las largas
horas de espera entre sesiones, tomó lecciones de dan-za de una dama
rusa, en compañía de un noble japonés y del jefe turco Rabbi. Pero,
aunque aprendió danza, no sacó nada de la conferencia a favor de sus
clientes. Sin embargo, Bennett no perdió la confianza. Sabía que aun
en el mejor de los casos, las negociaciones de este tipo eran
complicadas, y ahora más que en tiempos del Imperio Otomano, donde
nada era sencillo, todos querían su parte y había que untar todas las
manos. Incluso bajo el nuevo régimen puritano existía todavía por
todas partes lo que los occidentales califican de corrupción.
Lo que Bennett no sabía —o pretende que no sabía— es que su socio
estaba siendo investigado una vez más por las autoridades federales
norteamericanas, sospechoso de falsificar bonos mexicanos y otros
delitos fiscales. La ruina le vino en 1924, con la elección de un
gobierno laborista en Gran Bretaña, que hubiera debido serles
propicio. Tanto De Kay como Bennett conocían a destacados miembros del
gabinete. Bennett había hecho campaña en favor de Ramsay MacDonald y
De Kay esperaba que sus amigos, nuevamente poderosos, lo ayudaran en
las pretensiones de Abdul Hamid Estates Inc. sobre los territorios del
Oriente Próximo que habían formado parte del Imperio Turco y ahora
estaban bajo control británico. Pero fue demasiado tarde. La
combinación de fraude y socialismo no le granjeó las simpatías de la
administración conservadora norteamericana. Llegado a Inglaterra, fue
detenido y encarcelado a petición de las autoridades americanas y fue
extraditado a EE.UU. para ser juzgado. Aunque el caso acabó por ser
sobreseído por falta de pruebas, De Kay se pasó muchos meses en
prisión y su socio no volvió a verlo. La reclamación del príncipe
quedó aplazada en espera de que Bennett pudiera encontrar nuevos
respaldos para formar otra compañía.
Esto fue sólo el principio de sus dificultades. Bennett estaba ahora
escaso de dinero, aún más que si nunca hubiera conocido a De Kay,
inclinado a hacer extravagantes promesas de apoyo ecónomico que luego
no cumplía. Siguió la reclamación de los herederos turcos en Grecia
(donde se casó con la señora Beaumont en 1925). Allí, convencido por
sus asociados de que obtendría un rápido reconocimiento de las
pretensiones del príncipe si prometía desarrollar algunas zonas de las
tierras reclamadas, se unió a Nico Nicolopoulos, que ya había
trabajado para él y para Compton Mackenzie en el Servicio Secreto
británico. Nicolopoulos, un muchacho atractivo, dado a las mentiras,
las bravatas y actos de verdadero valor, se ofreció a ayudar reuniendo
las ampliamente dispersas escrituras de propiedad de la tierra, casi
toda ella repartida entre numerosos propietarios de parcelas.
Nicolopoulos no fue muy escrupuloso en sus métodos y sucedió lo
inevitable. En marzo de 1928, Bennett fue detenido y encarcelado,
acusado de falsificar las escrituras. Pudo arreglárselas para escapar
de la fétida celda donde fue encerrado con asesinos y prostitutas
tomando yodo para fingir apendicitis (Bennett cuenta que tuvo que
tomarlo dos veces, porque el médico de la prisión no lo advirtió la
primera vez). Nicolopoulos, que también fue encarcelado, murió en la
prisión, sin duda a causa de los malos tratos. Bennet fue sometido a
juicio, y aunque salió libre por falta de pruebas, la dilación sufrida
puso fin a su trabajo para Abdul Ha-mid Estates Inc.
Pero este absurdo episodio fue también el inicio de la larga carrera
minera de Bennett. Durante el juicio lo visitó un tal Dmitri
Diamandopoulos, un ingeniero que le explicó que él, Bennett, era
víctima de una conspiración política. Diaman-dopoulos, que había
quedado impresionado por la conducta de Bennett ante el tribunal, era
dueño de una mina de carbón bituminoso en las montañas, a un centenar
de kilómetros al oeste de Salónica, pero no tenía el capital necesario
para explotarla. Le ofreció a Bennett el cincuenta por ciento de
participación a cambio de su ayuda financiera para extraer el carbón.
Bennett aceptó. Una vez salido de la cárcel regresó a Inglaterra y se
asoció con James Douglas Henry, ingeniero de minas. Decidieron
transformar el carbón bituminoso en carbón para uso doméstico en
Grecia y formaron una compañía con ese propósito.
Al principio, la compañía prosperó. Bennett encontró un método
rentable de transformación del carbón e incluso llegó a interesar al
primer ministro griego Venizelos, que visitó los talleres de la
empresa en Birmingham. Pero en 1931 el gobierno de Venizelos fue
sustituido por un gabinete antibritánico, que subió los impuestos del
carbón y el lignito. Coincidió con la detención del director de la
mina de Bennett, acusado de irregularidades financieras y éste fue el
final de la Grecian Mining Co. Ltd.
En 1932, aprovechando su experiencia griega, Bennett entró como
ingeniero en H. Tollemache, especialistas en carbón en polvo, y empezó
a investigar los posibles usos del polvo de carbón. Fue su primer paso
en una larga carrera de veinte años unida a la industria carbonífera
británica, ejerciendo cargos públicos y privados, participando en
comités gubernamentales y dirigiendo laboratorios de investigación.
Dos años más tarde, en 1934, fue director de Coalburning Applian-ce
Makers Association, que él ayudó a fundar, e inició la British Coal
Utilization Research Association (BCURA) con ayuda de lord Rutherford,
que era por enton-ces presidente del Consejo Asesor Científico del
gobierno británico. BCURA bus-có metodos para hacer más eficiente el
carbón de uso doméstico e investigó otros posibles usos energéticos.
En todo este tiempo, a partir de 1921, Bennett prosiguió sus
investigaciones espirituales. Poco antes de trabajar para las
reclamaciones osmanlíes experimentó un momento de iluminación mística
estando en un cementerio sobre el Bósforo, cuando se recuperaba de una
disentería provocada por comer queso búlgaro. Una voz desencarnada —la
primera de muchas— le dijo que disponía de siete años para preparar el
comienzo de su vida espiritual, y entonces emprendería una gran tarea
cuyo significado sólo se le revelaría al cumplir los sesenta años.
Se preparó para su gran tarea pasando varias semanas en el Prieuré
recién in-augurado en 1923, donde Gurdjieff le dijo, como era su
costumbre, que tenía de-masiado Conocimiento y muy poco Ser, y Bennett
padeció una recaída de la di-sentería que había cogido en Asia Menor.
No por eso dejó de participar en los duros trabajos, se entregó a la
meditación y no es sorprendente que tuviera expe-riencias
extracorporales. Cuando la señora Beaumont acudió a su lado, quedó ho-
rrorizada al ver su estado. Encontró antipático a Gurdjieff y no supo
decidir si era una buena persona o un malvado. Y aunque Ouspensky le
dijera más adelante que Gurdjieff era bueno, añadió que Bennett aún no
estaba preparado para la enseñan-za del maestro. A la señora Beaumont
tampoco le agradaron las míseras condicio-nes del Prieuré, donde las
moscas eran dueñas de la cocina y el médico que trataba a Bennett
tenía las manos sucias. Después de cubrir la cocina con papeles mata-
moscas, pensó que había que tomar medidas más enérgicas y se llevó a
su amigo a París para que se recuperara.
Bennett abandonó a Gurdjieff y empezó a asistir en Londres a las
reuniones de Ouspensky. Fue poco antes de que Ouspensky, en 1924,
dijera a sus discípulos que tenían que elegir entre él y Gurdjieff,
afirmando que, aunque Gurdjieff era un hombre extraordinario con
grandes posibilidades, estas posibilidades podían ser tanto para el
bien como para el mal. Parece que Ouspensky había cambiado de parecer
desde que hablara con la señora Beaumont unos meses antes, porque aho-
ra dijo a sus discípulos que los dos lados de Gurdjieff, el bueno y el
malo, estaban en guerra y que la batalla podía decidirse en cualquiera
de los dos sentidos. Mien-tras duraba, debían alejarse de Gurdjieff.
Bennett siguió este consejo y fue un miembro muy destacado del grupo
de Ouspensky en la década de 1920. En West Kensington, se esforzó en
la conciencia objetiva, el autorrecuerdo y el trabajo en sí mismo, y
soñó con establecer un instituto propio que investigara la quinta
dimensión. Como hemos visto, fundar institu-tos era una epidemia. Bajo
la influencia de Bennett, hasta De Kay hablaba de establecer una
escuela en el Norte de México llamada Intellectus et Labor para
promover los ideales de Bennett (y, presumiblemente, los servicios
secretos alemanes). El polifacético Bennett, que nunca hacía las cosas
a medias, estudió también sánscrito y recibió lecciones de pali, el
idioma de las escrituras budistas, de la esposa de un distinguido
erudito oriental, una tal señora Rhys Davies, que decía ser la
reencarnación de una monja budista.
Los negocios afectaron su vida espiritual cuando descubrió, al
regresar a Lon-dres, después del juicio de 1929 en Grecia, que
Ouspensky había roto sus relacio-nes con él. La causa fue un telegrama
que Ouspensky le envió mientras esperaba el juicio, que decía
«Simpatía para Bennett bajo las 96 leyes», refiriéndose a la teoría de
Gurdjieff sobre las limitaciones planetarias bajo las cuales viven los
hombres. La policía griega encontró este mensaje siniestro cuando
registró la casa de Bennett y, sabedora sin duda de su trabajo en el
servicio secreto, lo entregaron, junto con otros papeles, a la
embajada británica. El resultado fue que el Foreign Office llamó a
Ouspensky y lo sometió a un interrogatorio sobre su posible simpa-tía
por los socialistas británicos y los bolcheviques rusos, que para
muchos del Foreign Office eran lo mismo. Desconcertado y furioso,
excomulgó inmediata-mente al ausente Bennett. Y no sería la última
vez.
A pesar de los constantes rechazos de Ouspensky y Sophia Grigorievna,
que le reprendía por lo que ella llamaba su «mecanicidad», su falta de
espiritualidad, su torpeza y su ineptitud en general, Bennett
perseveró en su búsqueda espiritual. Pero, maltrecho por la aplicación
del método crítico gurdjieffiano, decidió formar un grupo por su
cuenta. Los primeros miembros fueron un hombre que su esposa había
conocido en el tren, y una mujer junto a la cual se sentó ella en el
autobús número 16. Un comienzo apropiado, dado el papel que los viajes
rápidos jugarían en la vida de Bennett (de un sitio a otro, de una
idea a otra, de una fe a otra). Más tarde el grupo adquiriría un cariz
familiar, cuando se unieron la hermana de la señora Bennett y dos
amigas de aquélla, llegando así a siete el número de miembros.
Bennett enviaba regularmente los informes de sus reuniones a
Ouspensky, quien los ignoraba habitualmente. Cuando finalmente hizo
caso de estas comunicaciones, Ouspensky siguió el ejemplo de Gurdjieff
y absorbió a Bennett y a su grupo en el suyo propio. Después de eso,
Bennett se convirtió rápidamente en uno de los principales
lugartenientes de Ouspensky, buscando discípulos, preparando reuniones
y bebiendo con su maestro hasta horas avanzadas. En una ocasión di-ron
cuenta de cinco botellas de clarete, lo cual seguramente tuvo algo que
ver con las sensaciones extracorporales que Bennett experimentó
aquella noche.
Cuando Madame Ouspensky se mudó a Lyne en 1935, Bennett empezó a
trabajar allí con ella los fines de semana, cayendo cada vez más bajo
su influencia al final de la década. Su esposa, sin embargo, y por
causas no explicadas, no fue bien recibida en la casa durante tres
años. Como Gurdjieff, los Ouspensky insistían a menudo en separar a
los esposos o creaban conflictos entre ellos. Pero Bennett, que creía
en la incuestionable obediencia al maestro espiritual, aceptó la
situación, por más que significara alejarse de su esposa en la única
ocasión de la semana en que hubieran podido estar juntos. Deseosa de
no interferir en el camino espiritual de su marido, Winifred Bennett
le ofreció la separación.
Finalmente, en 1937, fue aceptada en la casa, pero sólo después de que
hubiera intentado matarse. En los tres días de coma que siguieron a su
suicidio frustrado, Winifred subió al cielo y estuvo delante de Jesús,
hasta que Bennett, egoístamente, le pidió que regresara. Después de
este episodio, Ouspensky la recibió en Lyne, donde pasaba el tiempo
haciendo cortinas acolchadas y contándole al maestro su viaje
celestial, lo cual provocaba en Ouspensky el llanto, frustrado en su
anhelo de visitar las regiones celestiales y sabiendo que nunca podría
hacerlo.
En esta época, Bennett ya se había alejado de Ouspensky, atraído a la
órbita de Sophia Grigorievna. Sin embargo, le impresionó mucho el
trato que Ouspensky dispensó a Winifred, prueba de la sensibilidad de
su antiguo maestro que contras-taba con su propia torpeza, que él
achacaba a la premura y grosería de los deseos físicos que se
revelaban en la impureza psíquica. Había llegado a convencerse de que
había una relación entre la experiencia mística y la «función sexual»,
aunque no sabía explicar esa relación. Según la señora Bennett, parte
del problema era la «actitud negativa de su esposo ante el sexo» , lo
cual le impedía entender a las mujeres y, presumiblemente, las formas
más profundas de la experiencia mística. A juzgar por las historias
que conocemos de Bennett, ella podría haber dicho que, en el caso de
su esposo, la actitud negativa significaba un apetito demasiado posi-
tivo. (y, presumiblemente, los servicios secretos alemanes). El
polifacético Bennett, que nunca hacía las cosas a medias, estudió
también sánscrito y recibió lecciones de pali, el idioma de las
escrituras budistas, de la esposa de un distinguido erudito oriental,
una tal señora Rhys Davies, que decía ser la reencarnación de una
monja budista.
Los negocios afectaron su vida espiritual cuando descubrió, al
regresar a Londres, después del juicio de 1929 en Grecia, que
Ouspensky había roto sus relaciones con él. La causa fue un telegrama
que Ouspensky le envió mientras esperaba el juicio, que decía
«Simpatía para Bennett bajo las 96 leyes», refiriéndose a la teoría de
Gurdjieff sobre las limitaciones planetarias bajo las cuales viven los
hombres. La policía griega encontró este mensaje siniestro cuando
registró la casa de Bennett y, sabedora sin duda de su trabajo en el
servicio secreto, lo entregaron, junto con otros papeles, a la
embajada británica. El resultado fue que el Foreign Office llamó a
Ouspensky y lo sometió a un interrogatorio sobre su posible simpa-tía
por los socialistas británicos y los bolcheviques rusos, que para
muchos del Foreign Office eran lo mismo. Desconcertado y furioso,
excomulgó inmediata-mente al ausente Bennett. Y no sería la última
vez.
A pesar de los constantes rechazos de Ouspensky y Sophia Grigorievna,
que le reprendía por lo que ella llamaba su «mecanicidad», su falta de
espiritualidad, su torpeza y su ineptitud en general, Bennett
perseveró en su búsqueda espiritual. Pero, maltrecho por la aplicación
del método crítico gurdjieffiano, decidió formar un grupo por su
cuenta. Los primeros miembros fueron un hombre que su esposa había
conocido en el tren, y una mujer junto a la cual se sentó ella en el
autobús número 16. Un comienzo apropiado, dado el papel que los viajes
rápidos jugarían en la vida de Bennett (de un sitio a otro, de una
idea a otra, de una fe a otra). Más tarde el grupo adquiriría un cariz
familiar, cuando se unieron la hermana de la señora Bennett y dos
amigas de aquélla, llegando así a siete el número de miembros.
Bennett enviaba regularmente los informes de sus reuniones a
Ouspensky, quien los ignoraba habitualmente. Cuando finalmente hizo
caso de estas comunicaciones, Ouspensky siguió el ejemplo de Gurdjieff
y absorbió a Bennett y a su grupo en el suyo propio. Después de eso,
Bennett se convirtió rápidamente en uno de los principales
lugartenientes de Ouspensky, buscando discípulos, preparando reuniones
y bebiendo con su maestro hasta horas avanzadas. En una ocasión dieron
cuenta de cinco botellas de clarete, lo cual seguramente tuvo algo que
ver con las sensaciones extracorporales que Bennett experimentó
aquella noche.
Cuando Madame Ouspensky se mudó a Lyne en 1935, Bennett empezó a tra-
bajar allí con ella los fines de semana, cayendo cada vez más bajo su
influencia al final de la década. Su esposa, sin embargo, y por causas
no explicadas, no fue bien recibida en la casa durante tres años. Como
Gurdjieff, los Ouspensky insistían a menudo en separar a los esposos o
creaban conflictos entre ellos. Pero Bennett, que creía en la
incuestionable obediencia al maestro espiritual, aceptó la situación,
por más que significara alejarse de su esposa en la única ocasión de
la semana en que hubieran podido estar juntos. Deseosa de no
interferir en el camino espiritual de su marido, Winifred Bennett le
ofreció la separación.
Finalmente, en 1937, fue aceptada en la casa, pero sólo después de que
hubiera intentado matarse. En los tres días de coma que siguieron a su
suicidio frustrado, Winifred subió al cielo y estuvo delante de Jesús,
hasta que Bennett, egoístamen-te, le pidió que regresara. Después de
este episodio, Ouspensky la recibió en Lyne, donde pasaba el tiempo
haciendo cortinas acolchadas y contándole al maestro su viaje
celestial, lo cual provocaba en Ouspensky el llanto, frustrado en su
anhelo de visitar las regiones celestiales y sabiendo que nunca podría
hacerlo.
En esta época, Bennett ya se había alejado de Ouspensky, atraído a la
órbita de Sophia Grigorievna. Sin embargo, le impresionó mucho el
trato que Ouspensky dispensó a Winifred, prueba de la sensibilidad de
su antiguo maestro que contrastaba con su propia torpeza, que él
achacaba a la premura y grosería de los deseos físicos que se
revelaban en la impureza psíquica. Había llegado a convencerse de que
había una relación entre la experiencia mística y la «función sexual»,
aunque no sabía explicar esa relación. Según la señora Bennett, parte
del problema era la «actitud negativa de su esposo ante el sexo» , lo
cual le impedía entender a las mujeres y, presumiblemente, las formas
más profundas de la experiencia mística. A juzgar por las historias
que conocemos de Bennett, ella podría haber dicho que, en el caso de
su esposo, la actitud negativa significaba un apetito demasiado
positivo