♣♥SEÑOR♥♣
unread,Dec 7, 2008, 1:32:59 PM12/7/08Sign in to reply to author
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to SECRETO MASONICO
De: Ladino7941 (Mensaje original) Enviado: 27/03/2005 07:40 p.m.
A principios de 1912, Gurdjieff llega a Moscú, donde se establece como
co-merciante de alfombras y artículos del Asia Central. Entra en la
historia por pri-mera vez en la autobiografía del inglés Paul Dukes ,
y en un ensayo anónimo titulado «Atisbos de Verdad» . Dukes,
estudiante de música en el conservatorio de Moscú, que luego sería
agente secreto británico, había leído La doctrina secre-ta y asistido
a sesiones de espiritismo. Su profesor de piano lo introdujo en la teo-
sofía y, después de interesarse por varias sectas esotéricas, conoció
a Gurdjieff y se convirtió en su primer discípulo extranjero. Dukes y
el autor de «Atisbos de Verdad» describen encuentros parecidos con el
Maestro, el primero en una casa de campo en las afueras de Moscú, el
segundo en una calle gris cercana a la estación Nikolaevski de la
ciudad, donde fueron convocados secretamente.
Al llegar al lugar de la cita, fueron guiados por oscuros pasajes
hasta unas ha-bitaciones mal iluminadas adornadas con profusión de
alfombras y chales, con los techos entoldados como tiendas a la manera
oriental y con objetos del mismo origen en las paredes. El autor
anónimo describe una de las lámparas, con la pan-talla de cristal en
forma de flor de loto, y un armario con iconos y esculturas de marfil
de Moisés, Mahoma, Buda y Cristo: el panteón de los Maestros Ocultos.
Enfrente de la última puerta, mirando fijamente al visitante con ojos
penetrantes, pero amistosos, un hombre silencioso, de mediana edad,
estaba sentado con las piernas cruzadas en una otomana y fumando una
pipa de agua. Dukes encontró al Maestro jugando al ajedrez con un
misterioso huésped barbudo, de pómulos acu-sados y ojos oblicuos.
Gurdjieff hizo entonces un ejercicio de respiración y canto, entonando
la Plegaria del Señor, de tal modo que indujo una especie de suave co-
rriente eléctrica en Dukes.
El episodio sugiere un paralelismo con Thomas Lake Harris, que será
más no-table en años posteriores, cuando la ascendencia de Gurdjieff
sobre sus discípulos se hace absoluta, pero muchas de estas escenas
nos llevan directamente a Bulwer Lytton vía Blavatsky, y muestran
claramente que en este momento Gurdjieff cul-tiva la imagen
indiscriminada de un «misterioso» oriental, a la manera del Fu Manchú
de ficción y de la HPB real. Más adelante se deshará de los accesorios
teatrales y aprenderá a causar efecto mediante la fuerza de su
personalidad, aun-que conservará su debilidad por las alfombras. El
teatro fue importante en la vida de Gurdjieff en más de una manera.
Siempre estaba representando. Si esto provo-caba dudas en quienes
estaban con él, también era fuente de fascinación. Y a pesar del
diletantismo de su escenografía, la enseñanza de Gurdjieff ya tenía un
lado serio. Enseñó ejercicios de respiración y canto a Dukes, que
siguió tomando lec-ciones de él durante varios años.
El encuentro de Ouspensky con Gurdjieff fue menos prometedor. Cuando
re-gresó en 1914 de sus viajes a Moscú, poco después de iniciarse la
guerra, volvió a su trabajo de periodista. Al ver el anuncio de La
lucha de los Magos, lo incluyó como noticia en su periódico, pero
hasta la primavera siguiente no se conocieron, cuando los presentó un
amigo común, el escultor Mercourov (que quizá fuera primo de
Gurdjieff).
Se conocieron la primavera de 1915 en un café barato de Moscú, donde
Ous-pensky vio a
un hombre de aspecto oriental que había dejado atrás la juventud, de
bigote negro y ojos penetrantes, que me causó asombro porque parecía
que iba completamente dis-frazado… con la cara de un rajá indio o de
un jeque árabe…
Gurdjieff, que inmediatamente impresionó a Ouspensky como hombre que
«sabía todo y podía hacer cualquier cosa» , habló de modo cuidadoso,
preciso y con autoridad. No sólo le pareció ornniscente, sino aún más:
sabía lo que era im-portante y lo que no lo era. Cuando Gurdjieff
hablaba, las cosas también parecían estar conectadas; transmitía el
sentido de la totalidad de la creación; cada obser-vación implicaba un
sistema de pensamiento vasto, upificado y coherente, que a su vez
correspondía a la misma naturaleza de la realidad. Podía discutir de
los temas más profundos sin más, y Ouspensky mencionó inmediatamente
su obse-sión de encontrar una escuela esotérica. Gurdjieff le hizo ver
claramente que había encontrado al hombre que buscaba, que él,
Gurdjieff, estaba en contacto directo con la verdadera tradición
esotérica.
Pero aunque a Ouspensky le impresionó la autoridad personal de
Gurdjieff, le repelió un persistente indicio de fraude. Ésta sería su
actitud ordinaria en los años que siguieron. Cuando quiso explicarse
esta contradicción —pensando que su nuevo amigo era un actor que nunca
exteriorizaba su verdadero yo— Ouspensky quedó perplejo. La
representación de un papel normalmente produce una sensa-ción de
falsedad, pero en el caso de Gurdjieff lo que sugería era
autenticidad. El hombre poseía un aura de dignidad y poder innatos que
superaba el disgusto fasti-dioso de Ouspensky por lo que en otro
habría tomado por charlatanería: el modo teatralmente misterioso, las
alusiones a los poderes ocultistas, la jactancia. Pero le pareció
imposible distinguir las fuerzas de las flaquezas, y Ouspensky se
preguntó si la misma teatralidad del hombre no era una especie de
testimonio de su autenti-cidad, basándose en que ningún tramposo
medianamente inteligente caería en se-mejantes tonterías. Más tarde
llegó a la conclusión de que los criterios de juicio habituales no
podían aplicarse a Gurdjieff, que sus engaños formaban parte de una
estrategia deliberada y compleja para probar a los demás, y que la
fuente del poder de Gurdjieff descansaba en última instancia en su
naturalidad y sencillez.
Sin embargo, cuando abandonaron el café para conocer al pequeño grupo
de seguidores de Gurdjieff, que estaban en un deslucido piso encima de
una escuela municipal, Ouspensky quedó asombrado ante la disparidad
entre la grandiosa des-cripción que el maestro le había hecho de sus
importantes discípulos y la abatida banda de desesperados allí
reunida. Cuando Ouspensky preguntó a esta gente qué les enseñaba el
maestro, respondieron vagamente refiriéndose a un sistema de ideas, a
trabajos en grupo y a «trabajar en uno mismo», incapaces de responder
nada más. Gurdjieff también dejó claro que esperaba que los discípulos
pagaran bien por sus servicios (sin especificar qué servicios eran),
argumentando que quien no paga por algo no sabe valorarlo.
Esta escena deprimente aumentó las dudas de Ouspensky. Sabía muy bien
que Gurdjieff trataba de impresionarlo. Como periodista ducho,
familiarizado con el esoterismo y miembro de la intelectualidad
petersburguesa, sería una valiosa presa para el desconocido Gurdjieff.
También le pareció claro que aquellos discípulos no tenían el dinero
que andaba buscando Gurdjieff. Ouspensky se preguntó si no iba a ser
utilizado como señuelo. Pero, a pesar de sus recelos (¿es posible que
esta figura desaseada y jactanciosa, inclinada a los trucos baratos,
posea realmente las credenciales ocultistas que afirma?), aceptó a
Gurdjieff como maestro. Porque las reservas racionales de Ouspensky
fueron barridas por una sensación extraordina-ria: la presencia de
Gurdjieff hacía que este intelectual, habitualmente serio, nece-sitara
reír, gritar y cantar «como si hubiera escapado de la escuela o de
algún ex-traño encierro» . Pronto empezó a acudir diariamente para ser
instruido por Gurd-jieff.
En estas reuniones vio claramente que «trabajar en uno mismo» era
mucho más que aprender el «sistema» de Gurdjieff, el cual, de todas
formas, era imposi-ble que pudiera entenderlo Ouspensky: cada vez que
creía dominarlo, siempre había más. El mismo Gurdjieff decía que esto
era deliberado, que sería un error rebajar el valor del entendimiento
haciéndolo más fácil. También exigía y obtenía una sumisión absoluta
de sus discípulos, y mientras más abyectamente obedecían, con mayor
agresividad y arbitrariedad los trataba. Ouspensky descubrió lo que
esto significaba cuando fue a San Petersburgo en el invierno de 1915
con el pro-pósito de formar un grupo que pusiera en práctica los
principios de Gurdjieff. Su maestro acudía a la ciudad desde Moscú
para dar charlas cada quince días, dejan-do que Ouspensky organizara
la asistencia y el lugar de reunión, muchas veces en el último minuto,
mientras él bebía en un café u organizaba una venta de alfom-bras. A
veces dejaba en suspenso a su atribulado lugarteniente, no desvelando
hasta el último momento si iba a dar o no la charla. Para el
disciplinado Ouspens-ky aquello debió ser un tormento. A pesar de
todo, gracias a sus relaciones, consi-guió poco a poco un grupo de
entre treinta y cuarenta discípulos. Algunos se en-tregaron
inmediatamente a Gurdjieff, otros fueron aves de paso.
Pero, ¿qué hacían estos discípulos? Casi todo el tiempo lo pasaban
escuchando a Gurdjieff, que exponía la cosmología y la psicología
descritas por Ouspensky en su libro sobre estos años, En busca de lo
milagroso. El sistema de Gurdjieff im-presionó a su nuevo alumno por
las cualidades que él mismo había estado buscan-do: detalle,
extensión, conexión y totalidad. Parecía como si Gurdjieff tuviera
lite-ralmente una explicación para cada cosa y pudiera demostrar
siempre cómo una cosa se relacionaba con otra. Pero aún más importante
fue la formación práctica que ofrecía. Para explicar a Ouspensky por
qué no había podido encontrar seme-jante enseñanza en otro sitio,
Gurdjieff le dijo que desde la apitigüedad, los indios habían tenido
el monopolio de la filosofía espiritual, los egipcios el de la teoría
espiritual y los persas y mesopotámicos el de la práctica espiritual.
La región del «Turquestán», de la cual se proclamaba hijo, era por
consiguiente la patria de la práctica espiritual, y el mismo Gurdjieff
el heredero de la tradición .
Para probarlo, empezó a asignar tareas a los discípulos. Estas tareas —
que comprendían el «trabajo en uno mismo» del que ya habían hablado a
Ouspens-ky— incluían los ejercicios de canto y respiración descritos
por Dukes y una serie de movimientos destinados a coordinar las
aptitudes mentales, espirituales y físi-cas. Los ejercicios serían
vitales en la enseñanza de Gurdjieff y marcan la ruptura
diferenciadora con la teosofía. El núcleo de la doctrina de Gurdjieff
se ocupa de la integración de todas las fuerzas vitales con el fin de
establecer la armonía entre ellas y con el orden cósmico, de modo que
cada individuo pueda aprender a Ser. Esta idea atrajo poderosamente al
intelectual Ouspensky, que hasta entonces había buscado el ideal
teosófico del conocimiento esotérico como camino de la ilumina-ción
espiritual. Pero el verdadero conocimiento, de acuerdo con Gurdjieff,
es una función del ser. Lo que el hombre conoce está en relación
directa con su ser. Dis-tinguiendo entre el ser esencial y la
identidad superficial o personalidad, Gurdjieff preparaba sus
ejercicios para debilitar el poder represivo de las características ad-
quiridas y restaurar así el sentido fundamental del ser, bloqueado u
oscurecido por esas características.
Los ejercicios no se viéron favorecidos por la inquietud creciente que
vivía Rusia. Las dificultades hogareñas, la manifiesta incompetencia
de las autoridades civiles y militares y la horrible matanza de la
guerra provocaron revueltas en Moscú. La débil confianza en el
gobierno terminó por derrumbarse. En efecto, parecía extraordinario
que en aquellas circunstancias alguien pudiera interesarse por la
actividad esotérica, cuando sólo permanecer vivo y asegurarse el
propio futuro era más peligroso cada día. Pero fue precisamente este
peligro el que des-pertó el interés por la enseñanza de Gurdjieff.
Porque había alguien que podía explicar el terrible caos en el que la
vida se precipitaba y —quizá más importan-te— alguien que podía
elevarse por encima de él.
Gurdjieff, como Steiner, atribuía la guerra a poderes ocultos —más
específi-camente a la hostil influencia planetaria— pero también decía
que, como eran fuerzas ocultas, no había nada que pudieran hacer los
individuos, fueran campesi-nos o ministros del gobierno, para arreglar
la situación. Las cosas ocurren . En la mayoría de los casos, los
hombres se comportan como máquinas o sonámbulos, corriendo ciegamente
hacia el desastre. Dadas las circunstancias, la manera lógica de vivir
es ignorar el caos y no tratar de salvarse como si hubiera un orden
esta-blecido. Sólo liberándose uno del curso arbitrario de los
acontecimientos se puede tener alguna esperanza de desarrollarse
espiritualmente mediante la experiencia de ser o de afectar esos
acontecimientos. Para apoyar esta doctrina consoladora (y fatalista)
invitaba a sus discípulos a depositar toda la confianza en él. Su
conducta podía parecer a veces arbitraria, pero era sólo porque su
lógica estaba oculta a sus ojos. Dada la completa ausencia de otro
apoyo al que acudir, no había razón para que no confiaran en
Gurdjieff.
Aunque profundamente comprometido, Ouspensky seguía siendo escéptico.
Pasaban los meses y los métodos del maestro no parecían dar resultado.
Además, los métodos eran sumamente extravagantes. Cuando el grupo
creció en 1916, Gurdjieff complementó sus charlas con terapias
intensivas de grupo. A los discí-pulos que acudían para recibir
instrucción sobre ocultismo y misticismo les decía que todas aquellas
ideas no tenían sentido, que sus talentos profesionales y perso-nales
eran basura, y que el único camino para seguir adelante era
desprenderse de todo lo que les era familiar con la esperanza de
descubrir sus verdaderas identida-des. Para conseguir esto no
necesitaban el estudio y la meditación, sino vivir y trabajar juntos,
en grupo, haciendo las tareas serviles que les encomendaba el maestro.
También los instruía en los movimientos que decía haber aprendido en
remotos monasterios mientras viajaba por Asia Central y los sometía a
ejercicios mentales y físicos cada vez más penosos. A medida que la
situación política em-peoraba, el régimen de Gurdjieff se hacía más
tiránico. Reñía constantemente a los discípulos por sus fallos, a
veces en privado, pero casi siempre en presencia de los demás,
exigiendo la confesión pública de sus faltas e insultando con especial
du-reza a quienes más se esforzaban por complacerlo. Llegó incluso a
alentar las ren-cillas entre los discípulos, una manera de romper con
la conducta habitual que forma parte de la personalidad bloqueada del
individuo.
El propósito de estos métodos era promover la autoobservación y el
«recuerdo de uno mismo», de modo que los discípulos empezaran a
despertar de su profundo letargo y fueran conscientes de sus
verdaderas identidades. Sólo entonces dejarían de ser máquinas
humanas. La distinción de Gurdjieff entre ser —o esencia— y
personalidad superficial, adquirida por la herencia y el entorno,
depende de que casi todos nosotros, casi todo el tiempo, nos ide4ti-
ficamos con la vida superficial, que está sometida por entero a las
influencias externas. Antes de poder desarro-llarnos espiritualmente,
debemos descubrir nuestra auténtica identidad. Y nunca puede ser un
proceso cómodo o placentero. La angustia, el dolor, la tensión y el
conflicto son necesarios para favorecerlo. El régimen de Gurdjieff,
por lo tanto, era entera y literalmente un curso de terapia de choque.
Los discípulos estaban perplejos. Era algo muy alejado de la pasión
por el ocultismo o del consuelo de la teosofía, con los cuales casi
todos estaban familia-rizados. Muchos abandonaron a su nuevo maestro.
Otros aceptaron su punto de vista, que los discípulos deben obedecer
sin rechistar al Maestro, por más irracio-nal que pueda parecer si es
para conseguir un avance espiritual. Semejante entre-ga, proclamaba
Gurdjieff, era en sí misma un obstáculo esencial que había que superar
y un signo de que el acólito era digno del trabajo. Ouspensky fue uno
de los que aceptaron esta premisa, aunque nunca pudo liberarse de las
dudas residua-les de intelectual y aceptar la autoridad sin
cuestionársela.
En el verano de 1916, los miembros principales del grupo se retiraron
para un período de estudio intensivo a una casa de campo finlandesa
que pertenecía a uno de los miembros. En esta época, los principales
discípulos de Gurdjieff eran el matemático A. A. Zaharoff; el doctor
Stjoernval, especialista en enfermedades mentales, convertido (según
su esposa) en esclavo devoto del Maestro; uno de los pacientes de
Stjoernval; Sophia Grigorievna, amiga de Ouspensky, y Madame
Ostrowska, una prostituta polaca, convertida en amante de Gurdjieff.
La atmósfera en Finlandia fue tensa. El grupito de Gurdjieff sufrió el
chismo-rreo, la histeria y la claustrofobia que suelen afligir a tales
grupos, incluso en tiempos normales, sobre todo cuando se está bajo el
liderazgo de una figura ca-rismática que puede o no puede saber lo que
está haciendo. La guerra, que iba muy mal para Rusia, sólo podía
empeorar las cosas. Había escasez de comida y viajar era cada vez más
difícil. Pero fueron precisamente estas condiciones las que sirvieron
para concentrar las mentes de los discípulos de Gurdjieff, sobre todo
de quienes, como Ouspensky, estaban dispuestos a ayunar y practicar
los ejercicios de concienciación prescritos por el maestro. El
resultado fue que todos se volvie-ron muy sugestionables y el mismo
Ouspensky se encontró en contacto mental directo con su maestro, oía
la voz de Gurdjieff dentro de su cuerpo y contestaba en voz alta a las
preguntas que los demás discípulos no habían oído formular a Gurd-
jieff.
Según cuenta el propio Ouspensky, Gurdjieff le hizo saber por este
medio que su mejor discípulo tenía ahora que rendirse o marcharse. No
podía seguir por más tiempo ligeramente apartado de la obra. Desafiar
e incluso expulsar a los discípu-los iba a convertirse en una de las
estratagemas habituales de Gurdjieff, en fre-cuente y repetida
secuencia, lo cual constituiría uno de los aspectos más siniestros de
su trato. Empezaba por seducir a sus seguidores, luego los subordinaba
y, fi-nalmente, los expulsaba, a menudo sin razón aparente. Muchos,
incapaces de vivir sin apoyarse en Gurdjieff, suplicaban regresar, lo
cual permitía a algunos por bre-ve tiempo, pero, al final, el propio
Gurdjieff se libraba de todos los discípulos im-portantes o creaba una
situación insostenible para que ellos mismos se fueran. En esta
ocasión, Ouspensky se fue de Finlandia y regresó a San Petersburgo,
donde continuó durante varias semanas en comunicación telepática con
Gurdjieff o, al menos, eso es lo que creyó. El episodio, sin entrar en
su naturaleza y circunstan-cias, marcó la completa sumisión de
Ouspensky a su maestro.
El comienzo de la verdadera educación esotérica de Ouspensky coincidió
con el fin de su antigua vida en Rusia. En octubre de 1916 fue llamado
por breve tiempo al servicio militar, en el cuerpo de zapadores. Casi
en las mismas fechas empezó a compartir su apartamento con Sophia
Grigorievna y su hija, aunque nunca se casaron. Los discípulos
siguieron engrosando el grupo, pero la situación en la capital rusa se
hizo insostenible. A los seis meses del viaje a Finlandia, la crisis
política se agravó y el país empezó a colapsarse. En febrero,
Gurdjieff se fue a Moscú. Una semana después abdicó el zar, dando paso
a un gobierno provisio-nal. El 16 de abril, otro hombre poderoso,
Lenin, llegaba a la estación Finlandia de la capital y empezaba la
revolución propiamente dicha.
De: ♣♥SEÑOR♥♣ Enviado: 28/03/2005 10:42 p.m.
Sobre Gurdjieff se ha escrito mucho, creo para mi gusto que demasiado,
muchos han abusado y se han llenado de fama y fortuna, inclusive han
pretendido mostrar a la enseñanza de Gurdjieff, como una invención
personal, y de esta manera quedar en ridículo ante el mundo.
Biografías sobre Gurdjieff hay cientos, pero ninguna es lo
suficientemente buena para hacernos una idea clara de lo que él
realmente fue. Gurdjieff era un escritor realmente pésimo, pero un
notable orador, o mejor dicho un impresionante transmisor de ideas,
por la vía oral. Personalmente creo que él sabía perfectamente que era
un mal escritor, y por eso busco a alguien que lo ayudara, y
providencialmente se cruzó en la vida con Ouspensky, pero Ouspensky no
detalló con precisión lo que él nos pretendía decir. Y fue así que
Gurdjieff siguió buscando quien transmitiese su enseñanza de forma
escrita, al cabo de un tiempo; se dio cuenta que era imposible que
alguien lo hiciera por él, y se dio a la tarea de escribir. Así se dio
a la luz, su obra <Relatos de Belcebú a su Nieto>, este monumental
libro, que más parecía ser más bien su autobiografía cósmica, no logro
su cometido. Relatos fue un mal logrado Relato, con un lenguaje
obtuso, absurdo y rebuscado; los gurdjieffianos que llegamos a
comentarlo, nos obligamos a decir sobre éste, que es un libro muy
interesante, para luego hacer un comentario obligado y positivo sobre
Relatos de Belcebú, para no vernos ignorantes; algo parecido al cuento
del Rey que se mando hacer un traje cuya tela sólo podía ser vista por
alguien puro de corazón, hasta que el Rey salió con su costoso traje,
para que todos lo admiraran, pero no faltaron los niños puros de
corazón que rieron de su desnudes del tonto Rey.
Gurdjieff cayo en lo que el tanto temía, en poner en palabras
complejas un mensaje que debiera ser comprensible para todos, pues, es
sencillo comprender que estamos en un estado de sueño y que este
ensueño es perjudicial para nosotros, eso es sencillo, lo complejo, lo
realmente difícil es: que nosotros nos determinemos a hacer algo para
ayudarnos a salir de ese sueño en el que vivimos inmersos.
la historia del Gurdjieff y su entorno, bien pudiera ser paralela a
muchos de nosotros , debido a que todos encajamos en lo que el fue, un
buscador de la verdad. Su legitimidad como hombre, no debo juzgarla,
porque si lo hiciera seguro caería en lo que el pretendía que
hiciéramos, eso es muy evidente. Fue un maestro que seguro nadie
comprendió o conocerlo, porque nuestra tarea no era comprenderlo. La
tarea que el nos dejo, fue más bien comprendernos y conocernos a
nosotros mismos.
En el libro ¿Quién es usted Señor Gurdjieff? de Rene Zuber se dice:
“Señor ¿Quién es usted entonces? ¿Un verdadero o falso maestro? Yo no
me enbarcaría jamás en una nave sin estar totalmente seguro de la
duración del viaje y de la identidad del Capitán”. A esta pregunta no
me respondió. Me hizo volver a mí mismo, “Y tú, quién eres tú?” con
tanta fuerza que nunca lo olvidaré. Fue un verdadero golpe maestro