♣♥SEÑOR♥♣
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to SECRETO MASONICO
EL UNIVERSO INTERNO
De: ■YOD■ (Mensaje original) Enviado: 13/09/2006 10:41 p.m.
El Universo no es únicamente aquello que nos muestran los sentidos. No
únicamente la escena exterior. En realidad, jamás es únicamente la
escena exterior, sino que siempre constituye la combinación de uno
mismo con ella. No es la mera percepción de los sentidos, de este duro
mundo de la tierra, de aquel distante punto de luz en el espacio, sino
la percepción de ideas, la captación de verdades, el darse cuenta de
significados, el ver las cosas más familiares bajo una nueva luz, el
intuir su esencia, el experimentar sufrimiento y regocijo. Se nos da
como pan del cielo y como hecho terrenal. En su escala más grande yace
más allá del dominio de los sentidos y se le puede discernir tan sólo
interiormente, por medio de la comprensión. Puede, de pronto, abrirse
en el corazón o en la mente un reino de experiencia que no corresponde
al mundo exterior, pero que puede interpretarlo. Entonces nos baña la
luz de la comprensión. Luz sin violencia, experiencia pura,
luminosidad sin sombra en la que se desvanece la dureza del propio
ser. Y vemos con la autoridad que nos da el significado. Palpamos,
pero sin aquel sentido de separación que el contacto físico nos da
inevitablemente. Sentirnos en profundidad sin hablar con nosotros
mismos, libres del espejo de la personalidad superficial. Cada
experiencia de esa luz nos crea profundamente. Es luz creadora que
transforma el significado de todas las cosas y que el hombre ha
buscado desde el comienzo del tiempo. Luz que a nadie puede hacer
violencia. Significado que nos muestra lo que siempre hemos sabido,
pero que jamás hemos tenido la fuerza de recordarlo. No sólo nos
sentimos creados por cada experiencia de esa luz, sino que decimos que
ella es lo que hemos buscado siempre: este significado, esta realidad,
esta dicha mal interpretada al buscarla en mil direcciones físicas e
inútiles. Esto es lo que todos deseamos y que la luz externa del mundo
pretende ofrecemos, pero que jamás da. La unión que se percibe es, en
verdad, unión, la idea oculta tras nuestras extrañas vidas de
búsqueda, de nuestras vidas incompletas.
¿Cómo se obtiene esta luz? ¿Cómo lograr esa unión con el significado?
¿A través de qué brilla? ¿Dónde hemos de hundir el bisturí para
abrirle paso? Siempre se ha hablado de ella. Para hallarla, el hombre
ha de diseccionarse, lejos de sí mismo. Tal es, en resumen, la
substancia de cuanta enseñanza trata acerca de ella. Y el hombre no
podrá hacerlo, a menos que comience a verse directamente, como un
nuevo acontecimiento, como el suceso diario de sí mismo; sin
analizarse, sin criticarse, ni como motivo de palabrería. Esta calidad
de conciencia que conduce a la región por la que se recibe el
significado, no es la conciencia que de ordinario tenemos. Muchas son
las cosas que nos entorpecen el camino. Primero, la fuerza de la
imaginación. Imaginamos que ya la tenemos. La imaginación es el
material psíquico con el que puede fabricarse cualquier sustituto de
la realidad. Es la fuerza más poderosa de la vida. Luego, hemos de
practicar constantemente el proceso en que la conciencia se usa como
bisturí de disección. Y esto requiere un esfuerzo que no se precisa
para la vida en el mundo. Por eso olvidamos con facilidad y no
mantenemos vivo lo comenzado en la empresa.
Pero, antes de que semejante cosa nos sea posible, es preciso que se
sienta la realidad de un aspecto interno del Universo y que se sepa
que este aspecto se capta sólo a través de los sentidos internos. Es
preciso darse cuenta de que uno vive volcado hacia fuera, en un mundo
de efectos cuyas causas ocultas conducen a misterios más allá de la
capacidad humana de solucionarlos. También se ha de dar cuenta el
hombre de que lleva en sí mismo estados que le son desconocidos.
Cuando vive bajo el dominio de los sentidos, el hombre está al revés.
Piensa que el sentido precede a la mente. Y entonces nada de lo
interior puede pertenecerle porque ha invertido el orden natural. En
última instancia, tratará con todo por medio de la violencia. Pues si
se toma el objeto sensorio como la ubérrima y suprema realidad, se le
puede aplastar, dañar, violar o matar. Por este motivo es que,
psicológicamente, el materialismo es cosa tan peligrosa. No sólo
cierra la mente y su posible don de desarrollo, sino que todo lo da
vuelta al revés, al extremo de que explica la casa por los ladrillos,
el universo por sus átomos y su contenido, con una serie de
explicaciones de bajísima calidad.
El propósito de toda 'iglesia' ha sido siempre la salvación del
hombre. En sí mismo el hombre es la iglesia que se comunica con lo de
arriba y lo de abajo. Tiene un aspecto interno y uno externo. Las
grandes catedrales no son sino representaciones del hombre, bellas a
medias y no acabadas..
¡Considerad el conocimiento que las construyó en aquellos tiempos
obscuros, violentos, llenos de superstición! Considerad el tremendo
esfuerzo, la firme intención. Siempre ha existido algo que se mantuvo
vivo y que pasó de generación a generación, de iglesia a iglesia, de
religión a religión. Y esto es una idea acerca del hombre, acerca de
cada hombre. Una idea acerca de nosotros mismos. Se la expresó
asemejando al hombre a una semilla que no puede crecer únicamente por
medio de la luz natural, que no puede crecer tan sólo por medio de los
sentidos. Y la salvación del hombre, en que se ha insistido siempre
como una necesidad para la salud del mundo entero, es el crecimiento
de esta semilla. Pero no puede crecer mediante la influencia de una
mente que se encuentre del todo gobernada por los sentidos. Y así nos
hallamos de nuevo ante el peligro del materialismo con relación al
bienestar de la humanidad entera. Si hay una categoría superior en el
hombre, no serán las ideas ni las costumbres de una categoría inferior
las que le eleven. Tiene, ante todo, que aceptar la existencia de esta
categoría superior, e imitarla. De tal modo puede ser que logre
hallar, esparcidos entre los documentos históricos, trozos de cierta
literatura que trata de los medios y modos de alcanzar dicha condición
superior. Y por cierto que las ideas de esta literatura no serán del
mismo orden que las que pertenecen al nivel inferior o físico.
Nada es cierto hasta que se haya asimilado. La verdad sólo puede ser
una experiencia propia. No se la encuentra en los libros. Hay un
proceso muy íntimo de semi-pensar y de semi-imaginar. En parte, es
algo así como conversar consigo mismo, en parte es el propio ser, en
parte es verse y, en parte también, escucharse con los nuevos
significados que penetran. Es algo a medias activo y a medias pasivo;
y también algo que es puramente uno mismo, ni activo ni pasivo.
Rara vez podemos mantenernos invariables en pos de nuestro
pensamiento. Nos lo impide el tráfico de la mente. No conseguimos unir
de un modo individual una cosa a otra, ni vemos por cuenta propia la
verdad de cosa alguna. El desborde de las asociaciones, el continuo
reaccionar a la vida, todo resulta muy poderoso. Pocos son los que
pueden decir que hayan construido gran cosa interiormente. No hemos re-
creado el mundo, no lo hemos vuelto a representar; lo hemos dejado en
la forma de una confusa imagen sensoria.
Si nos observamos en el acto de leer, notaremos que son tres las
personas que se ocupan en ello. El lector, el que interiormente
escucha, y un juez. Cuando leemos, tenemos presentes estas tres
personas. La que escucha no puede oír lo que dicen los de fuera.
Escucha al lector y toma nota de lo que el Juez dice. Para poder re-
crear el mundo; es decir, para crear el mundo en uno mismo, para darle
un significado, una forma, una interpretación, orden y trascendencia,
ha de aprender el oyente, la persona que escucha. Uno toma las propias
ideas, sentimientos, el propio poder de la imaginación, y con ellos
trabaja interiormente. Y se da cuenta de que, sea lo que fuere lo que
otros saben, han dicho, escrito o hecho, en uno mismo no ha ocurrido
nada de un valor efectivo. No ha habido una asimilación personal de la
verdad; no se la ha descubierto íntimamente; no ha habido una creación
en sí. Si nuestra vida emotiva fuese un poco más despierta, la
unificación del pensamiento y la emoción aumentaría esta parte más
real y profunda de nosotros y sentiríamos la felicidad que proviene de
la conjugación del significado y la vida.
Nuestra conducta sería muy distinta. Veríamos las cosas con mayor
infinidad de diferencias. Estas diferencias no podemos captarlas en
tanto recibamos todo de una manera habitual. La vida no nos nutre
porque la vemos habitualmente. La vemos por medio de unos cuantos
hábitos del pensamiento. Nos limitamos a reconocer, y a muy poco más.
Y es a esto a lo que damos el nombre de saber; a veces hasta le
llamamos la verdad.
No cabe duda de que poseemos poderes de percepción muchísimo más finos
que los que ordinariamente empleamos. A veces hasta nos damos cuenta
de tenerlos. Y si tratásemos de definir el posible significado del
propio desarrollo, podríamos decir que consiste en una recepción harto
más consciente de la vida diaria mediante el empleo de esos poderes;
una percepción muchísimo más fina y cuyo sentido es tanto interno como
externo. Esto significaría hacerse a un lado de los hábitos de la
mente y de los sentimientos, por medio de un continuo reconocimiento.
Es decir segregamos de nosotros mismos. Tales como son los hechos,
dejamos que nuestras vidas no pasen de ser una repetición monótona de
todo. Y no vemos la causa de esto en nosotros mismos, sino en las
circunstancias externas.
No se puede compartir el ser consciente. Vuestra conciencia es
vuestra, la mía es mía. Y puesto que la conciencia no puede
compartirse, la dirección de la propia vida debería encaminamos
totalmente a experimentar todas las cosas por sí mismo, a ser
consciente de sí ante sí, a ver por sí mismo y a poder obrar por sí
mismo. Esta es la única forma en que se puede crear algo en sí mismo;
una vez creado, es propio, permanente y real.
Entonces todo es fresco, nuevo, virgen e inmaculado. No lo han tocado
otros exploradores.
Toda persona se encuentra en cierto estadio o etapa de pensamiento y
sentimiento. Es imposible tomar la verdad de prestado a fin de
adelantar y hacerse de significado. El que a uno le digan
dogmáticamente lo que es la verdad, es como aceptar una verdad
populachera. La verdad sólo puede ser una experiencia propia, según el
grado de desarrollo propio. Nadie puede saborear una manzana en lugar
de uno. Y una descripción de su sabor es asunto harto inútil. Del
mismo modo, en todo lo que realmente tiene importancia, nadie puede
ayudar a nadie. Únicamente puede ayudarnos nuestra propia capacidad
para ver la verdad de cualquier cosa. Pero es justamente este el poder
del que tratamos de deshacernos con la esperanza de hallar algo más
fácil. Si pudiésemos penetrar a la necesaria profundidad de nosotros
mismos, si pudiésemos alejamos de nuestras reacciones habituales,
sabríamos qué hacer en cualquier situación o problema, pues haríamos
luz sobre un significado completamente nuevo. Veríamos la situación
transformada.
El primer acto voluntario para marchar hada la intimidad del espíritu
es la afirmación. Esta es una voluntad a mantenerse durante toda la
vida. Sólo mediante este acto todo lo externo y muerto se conecta con
lo intimo y lo vivo. De todos los actos psicológicos, es el más
importante. Constituye no solamente el paso preliminar, sino que ha de
renovarse constantemente. Por medio de esta afirmación empieza la
psicología en su más profundo sentido, como ciencia de la evolución
personal. Aunque muy distante, su finalidad es la unidad de uno mismo.
El hombre se va uniendo gradualmente a si mismo a través de sí mismo.
Y no con lo que la casualidad hizo de él ni con lo que cree ser. Pero
la afirmación no ocurre por medio de la disputa, sino por medio del
entendimiento. La negación conduce siempre a una destitución interna
y, por lo mismo, a una superfluidad cada vez mayor, a la impaciencia,
a la pérdida del significado y a la violencia. Siempre se puede negar.
¿Habrá algo más fácil? Siempre podemos seguir el camino de la negación
al esquivar todos los actos del entendimiento, calificándolos de
sentimentalismos o considerándolos carentes de valor científico o
comercial.
Sin embargo, sabemos mucho más de lo que discutimos. Sabemos más de lo
que creemos saber. Pero en el momento en que se comienza a recorrer el
camino de la negación con malicia, como muchos lo hacen en estos
tiempos, se encuentran por doquier las pruebas y la corroboración
necesarias para negar. ¡Considerad el efecto que en este sentido
produce la sospecha! El resultado es una mentira, y lo sabemos muy
bien.
Los efectos psicológicos de la afirmación van en sentido completamente
opuesto. Para creer es preciso afirmar. Como finalidad en sí, la
negación es violenta, coercitiva, destructiva. No puede forzarse aquel
lado oculto que todos llevamos dentro, aunque lo sentimos únicamente a
medias. Por eso los sentidos no nos proporcionan una prueba clara, una
afirmación inequívoca, una inteligencia o un significado tras de las
cosas o por sobre ellas.
Una prueba sensoria, clara e indiscutible seria coercionarnos en la
mente; seria obligar a la mente, forzarla. Esto sucedería en el caso,
digamos, de un Dios visible en el cielo. Cuando brota de la propia
comprensión, el convencimiento de que tiene que haber algo, las
reflexiones íntimas no fuerzan a nadie. Todo ello abre la mente en un
sentido de vital importancia. El aspecto de la vida visible puede
arrastramos a sus profundidades con todos sus horrores, injusticia y
sufrimiento. Si tomamos la vida únicamente por los sentidos, tal cual
la vemos, no podrá conducirnos a parte alguna. Pero esto bien puede
ser una parte de la trama de la comedia.
Por nacimiento, el hombre lleva en sí algo superior a los sentidos y a
sus derivados. La evolución mecánica no puede explicar el aspecto que
el hombre no usa ó que usa muy raras veces. Y si la trama de la
comedia es el desarrollo en el campo de la conciencia, si cada ser
humano constituye un caso único de desarrollo latente con el empleo de
poderes que le son inherentes (y que siempre le son particulares),
entonces jamás podría esperarse que la vida, tal cual la vemos y se
nos da, fuera de tal naturaleza que no produjese en el hombre un hondo
problema y una lucha de toda la existencia. Antes, cabría esperar que
le contradijera. El desarrollo ha de significar esfuerzo. Y si la vida
fuese toda dulzura y belleza, carente de dolor y de miseria, no habría
en ella nada que incitase a una creación propia; no habría lucha en
virtud de la cual pudiésemos llegar a reconocer los ingredientes más
finos que poseemos, ni los separaríamos de los groseros. Poco a poco
vamos aprendiendo que en toda situación lo fino y lo grosero van
mezclados. Tenemos en nuestra constitución física instrumentos
nerviosos de fino ajuste que rechazan los malos alimentos. También
poseemos una máquina digestiva que asimila lo fino y elimina lo
grosero. Pero en el reino de la vivencia íntima no contamos con una
máquina correspondiente. Precisamos crearla; y al crearla ella nos
crea a nosotros. Este es el motivo de que en cada época precisemos una
enseñanza de un tipo especial. Por ejemplo, ¿cuál puede ser el íntimo
sentido de las parábolas del Evangelio, sino una indicación de cómo
crear tal máquina selectiva para, de este modo, llegar a ser hombres?
He ahí, en los Evangelios, un método para crearse a sí mismo cuando se
entienden las ideas y se las aplica. Puede decirse que sólo entonces
el hombre empieza a existir. Comienza a existir cuando, de pronto, se
da cuenta de lo que significa vivir conscientemente. Deja de ser una
criatura a quien las circunstancias llevan de acá para allá; ya no le
arrastra la última moda, ni la más reciente sensación del día. Ya no
es tan esclavo de aquella terrible maquinaria de la vida en la que
todos dan vueltas y más vueltas. Ya no piensa en términos de una vida
que es el engendro de los sentidos. Lleva, otro sistema dentro de sí.
Y por medio de este sistema encuentra una nueva relación hacia todo lo
que experimenta. Comienzan a penetrarle ideas diferentes de las que
adquirió en la vida bruta. Y estas son las ideas que le despiertan la
mente. Al escucharlas, su significado despliega grado a grado su
entendimiento. Pone en movimiento la primera etapa de un desarrollo de
todo su ser. Y cuando conversa en lo íntimo consigo mismo, hablará de
una nueva manera. El oyente interior le oirá y comenzará a
despabilarse.
Los hechos de la vida no nos penetran hondamente. Siempre desvían al
oyente. Pero hay ciertas ideas que pueden penetrar a profundidades no
conocidas y allí agitan energías que jamás habíamos experimentado.
El problema de toda enseñanza esotérica es conectar un nivel superior
de, entendimiento con uno inferior. El ejemplo supremo es Jesucristo,
nacido de una madre humana y que, sin embargo, fue hijo de Dios.
No .podremos entender nada del drama cristiano a menos, que entendamos
que, en. cierto modo, era dos cosas a la vez; hijo del hombre e hijo
de Dios. Esto quiere decir que estaba en contacto con un nivel
inferior y, de alguna manera, también con un nivel superior. Hablando
en términos generales, el problema de la enseñanza esotérica que se
siembra en el mundo con intervalos precisos es el de mantener un
contacto con un, nivel superior de ser. Cuando se pierde el contacto
entre lo de arriba y lo de abajo, lo de abajo inevitablemente perece,
enloquece y termina violentamente. Cristo llegó como mediador entre el
nivel superior y el inferior. En su condición de simple ser humano,
expuesto a toda suerte de tentaciones, su tarea fue la de sobreponerse
a todo lo que corresponde a un nivel inferior, al nivel de lo humano,
y unir este nivel humano con el divino. Dios descendió a la tierra
como un ser humano, pero en esta condición no podía utilizar, lo
divino. A nuestro mezquino modo podemos entender que, de otra manera,
su tarea hubiese sido fácil, Y. a menudo nos preguntamos por qué no
fue una tarea fácil, siendo de suyo divino, como que ya llevaba lo
divino en sí mismo al ser Hijo de Dios. A menos que podamos entender
esto, no podremos darnos cuenta de la razón de que estuviera sometido
a tan tremendas tentaciones hasta el último momento. Nuestra
discusión es más ,o menos así: Si fue el hijo de Dios, ¿por qué se le
tentó? ¿Por que hubo de padecer tales agonías? ¿Por qué todo le .fue
tan difícil? ¿Por qué no pudo, sencillamente, mostrar sus poderes a
las gentes? ¿Por qué no convirtió las piedras en pan? Pero está
cuestión es infinitamente más extraña y sutil. En la época histórica
de' la aparición de Cristo, la raza humana estaba ante el tremendo
peligro de perder todo contacto con un grado superior de comprensión.
El mundo entero se consumía en la violencia y en la materialidad.
Desaparecían todos los valores y algunos ya habían desaparecido del
todo. Se había' perdido toda la comprensión de que el hombre es un ser
espiritual y no sólo una criatura de la carne. En semejantes
circunstancias, alguien tenía que establecer él' contacto entre el
nivel de la tierra y el del cielo. Pero cualquiera puede echar de'
ver' que si un hombre dotado del poder superior —o del cielo, como se
dice en los Evangelios—; mejor dicho, si un hombre que pudiera usar
esos poderes en la tierra, los usara, no hubiese podido dar el ejemplo
de un ser humano que se eleva mediante una lucha interna, a través de
dudas muy íntimas y frente a tanta tentación humana. Si se escudriñan
los Evangelios se verá que Jesús no sufrió sólo muchas tentaciones,
sino hartas dudas también. Aun en la cruz exclamó: "Dios mío. Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?"
Si comprendemos que la misión de Cristo fue la de conectar lo humano
con lo divino, al Hijo del Hombre con el Hijo de Dios, y que por este
motivo tuvo que 'sufrir cuanto un ser humano ha de sufrir al ascender
en la escala de la evolución interior, podemos entender con más
claridad el significado central de los Evangelios. Podemos entender
por qué hubo de sobreponerse a su madre, como se muestra en muchas
parábolas y milagros. La madre representa el aspecto humano. Al
sobreponerse a lo humano, al llevar a cabo su misión, Cristo
restableció el contacto entre el nivel superior y el inferior, entre
lo espiritual y lo natural. Por esta razón tuvo que someterse a todos
los sufrimientos de su existencia y a la muerte de un criminal, sin
recibir un ápice de ayuda. Pero, al salvar el vacío entre lo humano y
lo divino, restableció el contacto, puso las cosas en orden una vez
más e hizo posible que la especie humana volviese a recibir el influjo
de lo espiritual.
Jesucristo era, pues, dos cosas a la vez y su tarea fue la de
conectarlas. Por este motivo todo lo que acerca de él leemos es para
dójico y requiere una suerte de entendimiento que resulta muy poco
lógico para el sentido corriente. Descendió, y eventualmente ascendió.
Mas este ascenso se debió a su propio esfuerzo. Habiendo partido de su
nacimiento en la tierra, y de su madre, hubo de sobreponerse a ambos
y renacer. Por este motivo los Evangelios están llenos de la idea de
un renacimiento. Cuan a menudo dice Jesús:
'Tenéis que nacer de nuevo'. Y qué difícil es entender lo que ello
significa. Mas, si logramos siquiera un destello de lo que puede
llamarse la idea de Cristo y todo el drama de su muerte y resu
rrección, podremos entender el motivo por el cual en la extraor
dinaria parábola o milagro de 'Las Bodas de Cana', cuando convierte
el agua en vino, dice a su madre: '¿Qué tengo yo contigo, mujer?'
Podemos advertir que el significado de este hecho, que constituye el
segundo capítulo del Evangelio de Juan, se refiere a una etapa que
Jesús había alcanzado en sí mismo; se trata de que se había
sobrepuesto ya a su naturaleza humana y había dado un paso preciso en
su propia evolución interior. Estaba en poder de otro grado de
comprensión en el largo camino de retomo a su naturaleza divina. Por
el momento ha dejado de tener que ver con el aspecto de si que la
madre representa. Sin embargo, anuncia a su madre que ella terminará
por crucificarle: '¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha venido mi
hora.' Podemos vagamente advertir que esto significa que no se ha
sobrepuesto a lo humano de una manera completa y que el sobreponerse
definitivamente significa que habrá de morir en la cruz. Su cuerpo
había nacido de la madre y también tenía que triunfar sobre él, y
hasta transformarlo, de modo que aun después de su muerte pudiese
usarlo como un cuerpo físico vivo pero cuyo sustento ya no lo recibía
de la vida, sino de fuerzas que están enteramente fuera de ella. Esto
configuró la perfecta unión de lo humano con lo divino, de lo inferior
con lo superior.
Empero, semejante transmutación total no había ocurrido aún en la
época en que Jesús alcanzó el grado interno de ser en el que pudo
convertir el agua en vino. A la transmutación completa la precedió una
transformación psicológica que se representa mediante el poder de
convertir el agua en vino. Según Juan, este fue el principio de
señales que dio Jesús. El milagro fue una consecuencia de la señal.
Juan no le llama un milagro, sino una señal. O sea que esto señala,
indica, que Jesús había logrado cierto grado de poder interior que
podía comunicar a objetos representativos, como el agua. En el antiguo
idioma representativo de las parábolas, 'agua' quiere decir 'verdad'.
Convertir el agua en vino significa convertir la verdad en algo que
no es puramente la verdad, sino en algo que es de una categoría
superior a la verdad misma. Cuando se capta la verdad de LA VERDAD y
sus valores, la verdad ya no es simplemente la verdad, sino que se
hinche de significados. Lo que antes era la verdad en virtud de la fe,
empieza a multiplicarse en un significado infinito, de modo que deja
de ser la verdad escueta y se convierte en una continua fuente de
significados capaces de embriagar a uno como el vino. Se ha producido
una unión, una boda, entre la verdad y algo más que la verdad.
Podemos llamarla el significado de la verdad o el bien que en ella hay
y que nos llega con la verdad como su recipiente. Jesús llama a los
sirvientes a quienes la madre ha ordenado que obedezcan sus órdenes, y
les manda henchir las tinajuelas hasta arriba; entonces convierte el
agua en vino. Esto quiere decir que Jesús puede transformar toda la
verdad que ha adquirido, hasta darle todo su verdadero significado.
Por experiencia propia solemos, de pronto, ver la conexión que hay
entre un número de cosas que antes creíamos separadas e inconexas.
Entonces comprendemos con mayor amplitud, de la misma manera que
cuando las letras separadas del alfabeto que aprendimos de niños se
transforman, como por arte de magia, en palabras y hasta frases. Así
penetramos a otros niveles de significado.
Repasemos ahora el final de la parábola, cuando Jesús ya ha convertido
el agua en vino. Lo presentan al maestresala, quien hace un comentario
extraño. Dice que de ordinario, en la vida corriente (pues el
maestresala representa la vida corriente y sus métodos) se pone
primero el buen vino. Según el texto: Todo hombre pone primero el buen
vino, y cuando están satisfechos, entonces lo que es peor; pero tú has
guardado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo
Jesús en Cana de Galilea y manifestó su gloria; y sus discípulos
creyeron en él.' Tomemos nota de que se emplea la palabra 'bueno'.
Algunas enseñanzas esotéricas usan las palabras verdad y bueno, o
buena, y hablan de que es posible enlazarlas en una boda tal que el
hombre advierta lo bueno de la verdad que ha conocido y de este modo
le gobierna lo bueno de la verdad y no la verdad escueta. Tomemos nota
también de que el bien, o lo bueno, viene después, al final, a la
inversa de lo que ocurre en la vida y como lo acentúa el maestresala.
En la vida corriente siempre tendemos a tomar lo bueno primero y lo
malo después. Con relación a esta idea, puede decirse que para poder
ascender en la escala del propio desarrollo hemos de pagar por
anticipado