El hombre que quiso ser rey- por elQ:.H:. Rudyard Kipling

31 views
Skip to first unread message

ALCOSERI

unread,
Oct 26, 2008, 2:17:18 PM10/26/08
to SECRETO MASONICO
El hombre que quiso ser rey- por elQ:.H:. Rudyard Kipling

De: No☻Ser (Mensaje original) Enviado: 23/08/2008 06:44 a.m.
El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
Hermano de un príncipe y amigo de un mendigo con tal de que sea digno
La Ley, como dice la cita, establece una justa norma de vida que no es
fácil de seguir. He sido muchas
veces amigo de un mendigo, en circunstancias que a ambos nos impedían
descubrir si el otro era digno. Todavía
me falta ser hermano de un príncipe, aunque en una ocasión conocí de
cerca a quien pudo haber sido
un verdadero rey, y me prometieron la posesión de un reino: un
ejército, un tribunal de justicia, rentas y
principios políticos, todo de una vez. Pero ahora mucho me temo que mi
rey esté muerto, y si quiero una
corona tengo que buscarla por mi cuenta.
Todo empezó en un tren que hacía el camino entre Ajmir y Mhow. Un
déficit de presupuesto me
obligaba a viajar no ya en segunda clase, que sólo cuesta la mitad que
la primera, sino en intermedia, que es
realmente espantosa. En clase intermedia no hay cojines y, o bien la
población es intermedia, es decir,
eurasiática o nativa, lo cual resulta horrible durante un largo viaje
nocturno, o bien se trata de una
población de vagos, que es divertida pero que siempre anda ebria. Los
de intermedia no compran nada en la
cantina del tren. Llevan su propia comida en hatillos y tarros, y les
compran dulces a los vendedores
nativos, y beben agua en los charcos del camino. Éste es el motivo de
que cuando llega el calor saquen a los
de intermedia muertos de los vagones, y de que en cualquier estación
la gente los mire por encima del
hombro.
Mi vagón de intermedia estuvo vacío hasta que llegamos a Nasirabad,
donde subió un caballero de
oscuras y pobladas cejas negras. Iba en mangas de camisa, y mató el
tiempo según la costumbre de los de
intermedia. Era un viajero errante, un vagabundo como yo mismo, pero
con una educada afición por el
whisky. Contó historias sobre cosas que había visto y hecho, remotos
rincones del Imperio en los que se
había internado" y aventuras en las que había arriesgado su vida por
la comida de unos pocos días.
-Si la India estuviera llena de hombres como usted y como yo, que no
saben mejor que los cuervos de
dónde van a sacar las raciones del día siguiente, la tierra no tendría
que dar setenta millones, sino
setecientos -dijo; y al mirarle la boca y el mentón me sentí inclinado
a estar de acuerdo con él.
Hablamos de política -la política de la vagancia, que ve el envés de
las cosas, donde nadie allana la
escayola- y hablamos de acuerdos postales, porque mi amigo quería
enviar un telegrama desde la siguiente
estación con destino a Ajmir, el lugar donde la línea de Bombay se
desvía hacia Mhow cuando uno viaja en
dirección oeste. Mi amigo no tenía más dinero que ocho annas, que
quería para comer, y yo no tenía dinero
en absoluto, debido a las dificultades de presupuesto antes
mencionadas. Más aún, iba hacia un desierto
donde, aunque debería seguir en contacto con la Tesorería, no había
oficinas de Telégrafos. Me veía, por lo
tanto, imposibilitado para ayudarle de una u otra manera.
-Podríamos amenazar a un jefe de estación para que mande un cable de
fiado -dijo mi amigo-, pero eso
significa preguntas para usted y para mí, y en estos momentos tengo un
montón de cosas entre manos.
¿Dijo usted que va a volver por esta misma línea en unos cuantos días?
-Dentro de diez días -contesté.
-¿No pueden ser ocho? -dijo él-. Este asunto es bastante urgente.
-Puedo enviar su telegrama dentro de diez días, si eso le sirve de
algo -dije.
-No puedo estar seguro de que lo reciba, ahora que lo pienso. Verá, el
sale de Delhì el 23 con dirección a
Bombay. Eso quiere decir que pasará por Ajmir durante la noche del 23.
-Pero yo voy al Desierto Indio -expliqué.
-Bien está -dijo él-. Usted cambiará en Marwar Junction para entrar en
el territorio dé Jodhpore, tiene que
hacerlo, y el llegará a Marwar Junction a primeras horas de la mañana
del 24 en el Correo de Bombay.
¿Puede estar en Marwar Junction para entonces? No será ningún
inconveniente, porque sé que de esos
Estados de India Central uno sólo saca desperdicios sin valor...
incluso aunque pretenda ser corresponsal
del Backwoodsman.
-¿Ha usado., ese truco alguna vez?
-Muchas veces, pero los residentes te descubren, y entonces te
escoltan hasta la frontera antes de que
digas esta boca es mía. Pero volvamos a mi amigo. Tengo que decirle de
palabra lo que me ha pasado o no
sabrá adónde ir. Sería más que amable de su parte si usted vuelve de
India Central a tiempo para alcanzarle
en Marwar Junction y decirle: «Se ha ido al sur a pasar la semana». Él
sabrá lo que quiero decir. Es un
hombre alto con una barba roja, y muy elegante. Le encontrará
durmiendo como un caballero, con todo su
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
equipaje alrededor, en un departamento de segunda clase. Pero no tema.
Baje la ventanilla y diga: «Se ha
ido al sur a pasar la semana», y él caerá en la cuenta. Sólo tendrá
usted que quedarse dos días menos en
aquellas tierras. Se lo pido como extranjero... que va al oeste -dijo
con énfasis.
-¿De dónde viene usted? -pregunté.
-Del este -contestó-; y espero que le dé el mensaje honradamente, por
la memoria de mi madre y de la
suya.
Los ingleses no se suelen ablandar cuando uno apela a la memoria de
sus madres, pero por ciertas
razones, que pronto serán evidentes, me pareció conveniente asentir.
-Es más importante de lo que parece -dijo él-, y por eso le pido que
lo haga... y ahora se que puedo
depender de usted. Un vagón de segunda clase en Marwar Junction, y un
hombre pelirrojo durmiendo
dentro. Seguro que se acuerda. Me bajo en la próxima estación, y allí
tengo que quedarme hasta que él
venga o me mande lo que quiero.
-Si le encuentro le daré el mensaje -dije-; y por la memoria de su
madre y de la mía le daré a usted un
consejo. No intente ir por los Estados de India Central en este
momento como corresponsal del
Backwoodsman. El de verdad anda por aquí, y eso puede causarle
problemas.
-Gracias -dijo simplemente-. ¿Y cuándo se irá ese cerdo? No puedo
morirme de hambre sólo porque él
me arruine el negocio. Quería ponerme en contacto con el rajah de
Degumber para hablarle de la viuda de
su padre y darle un buen susto.
-¿Qué le hizo a la viuda de su padre?
-La atiborró de pimienta roja, la colgó de una viga y la pegó con una
zapatilla hasta que murió. Lo
descubrí yo mismo, y soy el único hombre que se atrevería a entrar en
el Estado para vender su silencio por
dinero. Intentarán envenenarme, como hicieron en Chortumna cuando
quise hacer un poco de fortuna por
allí. ¿Le dará mi mensaje al hombre de Marwar junction?
Se bajó en una pequeña estación del camino, y yo reflexioné. Había
oído más de una cosa sobre hombres
que se hacían pasar por corresponsales de un periódico y sangraban a
los pequeños estados nativos
amenazando con revelar ciertos asuntos, pero nunca había conocido a un
miembro de tal casta. Llevaban
una vida muy dura, y por lo general morían de forma muy repentina. Los
Estados nativos sienten un sano
horror por los periódicos ingleses, que pueden arrojar luz sobre sus
peculiares métodos de gobierno, y
hacen lo que pueden para ahogar a sus corresponsales en champaña o
volverlos locos con un landó de
cuatro caballos. No entienden que a nadie le importa un rábano la
administración interna de los Estados
nativos, siempre que la opresión y el crimen se mantengan dentro de
unos límites decentes, y que el gobernador
no esté drogado, borracho o enfermo desde el primer día del año hasta
el último. Son los lugares
oscuros de la tierra, llenos de inimaginable crueldad, con un pie en
el ferrocarril y el telégrafo, y el otro en
los días de Harun-al-Raschid.
Cuando bajé del tren me dediqué a negociar con diversos reyes, y en
ocho días mi vida sufrió muchos
cambios. Unas veces vestía de etiqueta me codeaba con príncipes y
políticos, bebía en copas de cristal y
comía en vajilla de plata. En otras ocasiones me tumbaba en el suelo y
devoraba lo que podía conseguir en
un plato hecho de hojas, y bebía agua de los charcos, y dormía bajo la
misma manta que mi criado. Y ése
era todo el trabajo del día.
En la fecha exacta, como había prometido, me encaminé al Gran Desierto
Indio, y el Correo nocturno me
llevó hasta Marwar Junction, desde donde sale una pequeña, divertida y
despreocupada línea de ferrocarril,
dirigida por nativos, que va hacia Jodhpore. El Correo de Bombay que
viene de Delhi efectúa una corta
parada en Marwar. Llegó en el mismo momento que yo, y tuve el tiempo
justo para correr hasta el andén y
echar una ojeada a los vagones. Sólo había uno de segunda clase en
todo el tren. Bajé la ventanilla y
descubrí una flameante barba roja, medio oculta por una manta de
viaje. Aquél era mi hombre,
profundamente dormido, y le di un suave codazo en las costillas. Se
despertó con un gruñido, y vi su cara a
la luz de las farolas. Era una cara notable, magnífica.
-¿Otra vez los billetes? -preguntó.
-No -dije-. Estoy aquí para decirle que él se ha ido al sur a pasar la
semana. ¡Se ha ido al sur a pasar la
semana!
El tren había empezado a moverse. El hombre pelirrojo se frotó los
ojos.
-Se ha ido al sur a pasar la semana -repitió-. Bueno, vaya cara más
dura. ¿Dijo que yo le daría algo?
Porque no lo haré.
-No dijo nada -contesté. Me alejé y observé cómo morían en la
oscuridad las luces rojas. Hacía un frío
espantoso, porque el viento soplaba desde las arenas. Subí a mi propio
tren, esta vez a un buen vagón, y me
quedé dormido.
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
Si el hombre de la barba me hubiera dado una rupia, la habría guardado
como recuerdo de tan curiosa
aventura. Pero la conciencia de haber cumplido con mi deber era mi
única recompensa.
Algún tiempo más tarde pensé que dos caballeros como mis amigos no
podían hacer nada bueno
fingiendo ser corresponsales; y si chantajeaban a una de esas pequeñas
ratoneras que son los Estados de
India Central o del sur de Rajputana, podían verse en serios apuros.
Así que me tomé el trabajo de describírselos
tan fielmente como fui capaz de recordar a quienes estarían
interesados en deportarlos; y
conseguí, según me informaron más tarde, que los hicieran volver de
las fronteras de Degumber.
Pasó el tiempo y me convertí en una persona respetable, y regresé a
una oficina donde no había reyes, ni
más incidentes que los derivados de la diaria elaboración del
periódico. Una redacción parece atraer a
cualquier tipo concebible de persona, en detrimento de la disciplina.
Llega una dama de la misión de
Zenana y le ruega al editor que abandone inmediatamente todas sus
obligaciones para describir una
cristiana entrega de premios en algún tugurio de un pueblo
inaccesible; un coronel relevado del mando se
sienta y esboza las ideas para una serie de diez, doce o veinticuatro
artículos de primera plana sobre
antigüedad versus selección; un misionero quiere saber por qué no le
han permitido escapar de sus medios
habituales para permitirle insultar y abusar de un hermano misionero
en la sección editorial «Nosotros»;
una compañía teatral sin recursos se presenta en pleno para explicar
que en ese momento no puede pagar
sus anuncios, pero que lo hará, con intereses, en cuanto vuelva de
Nueva Zelanda o de Tahiti; un inventor
de máquinas para mover punkahs, de enganches para carruajes o de
espadas irrompibles llama con los
bolsillos llenos de presupuestos y horas a su disposición; entra una
compañía de te y redacta sus folletos de
propaganda con las plumas de la oficina; la secretaria de un comité de
danza clama por ver descritas con
más detalle las glorias de su último baile; aparece entre frufrú de
sedas una extraña dama y dice: «Quiero
que me imprima inmediatamente cien tarjetas de invitación, por favor»,
lo cual es, evidentemente, parte de
las obligaciones de un editor; y todos los rufianes disolutos que
hayan recorrido penosamente la Gran
Carretera -Principal alguna vez se empeñan en pedir trabajo como
correctores de pruebas. Y la campanilla
del teléfono no deja de sonar, enloquecida, y en el Continente
asesinan a un rey, y el Imperio dice: «Ahora
reinarás tú», y el señor Gladstone echa azufre sobre los Dominios
Británicos, y los pequeños copistas
negros gimotean kaa pi chay-ha yeh (se busca material) como abejas
cansadas, y la mayor parte del papel
está tan vacio como el escudo de Mordred.
Pero ésta es la época divertida del año. Hay otros seis meses durante
los cuales nunca llama nadie, y el
termómetro sube, pulgada a pulgada, hasta lo alto del cristal, y en la
redacción sólo se deja entrar la luz
suficiente para leer, y las prensas, al tacto, están al rojo vivo, y
nadie escribe nada salvo necrologías o
alguna relación de diversiones en las estaciones de las colinas. El
teléfono, entonces, se convierte en un
tintineante horror, porque te informa de las súbitas muertes de
hombres y mujeres que conocías
íntimamente, y el sarpullido que causa el calor te cubre como una
prenda de vestir, y te sientas y escribes:
«Nos informan de un ligero incremento de la enfermedad en el distrito
de Khuda Janta Khan. La naturaleza
del brote es puramente esporádica, y gracias a los enérgicos esfuerzos
de las autoridades del distrito, ya está
desapareciendo. Empero, lamentamos dar parte de las muertes, etc.».
Luego la enfermedad se declara realmente, y cuantos menos informes y
registros haya, mejor, para la
tranquilidad de los suscriptores. Pero el Imperio y los reyes siguen
divirtiéndose con tanto egoísmo como
antes, y el presidente cree que un diario tiene que salir realmente
cada veinticuatro horas, y en las
estaciones de las colinas, en mitad de una fiesta, todo el mundo dice:
«¡Santo Cielo! ¿Por qué no está más
animado este diario? Están pasando tantas cosas aquí arriba...».
Ésta es la cara oculta de la luna, y, como dice el anuncio, «hay que
probarlo para apreciarlo».
Fue durante esta época, una estación francamente terrible, cuando el
diario empezó a tirar la última
edición de la semana los sábados por la noche, que es como decir los
domingos por la mañana, siguiendo la
costumbre de los diarios de Londres. Esto resultaba muy conveniente,
porque inmediatamente después de
que cerráramos la edición, el amanecer hacía que el termómetro bajase
de 36a 29° durante media hora, y
con semejante frío (no pueden tener ni idea del frío que suponen 29-
hasta que no hayan empezado a rezar
por ellos) un hombre muy cansado puede quedarse dormido antes de que
el calor le vuelva a despertar.
Un sábado por la noche me tuve que hacer cargo de la agradable tarea
de cerrar la edición solo. Un rey, o
un cortesano, o una cortesana, iba a morir, o una comunidad iba a
tener una nueva Constitución, o algo
importante iba a pasar al otro lado del mundo, y el diario tenía que
seguir abierto hasta el Ultimo minuto en
espera del telegrama.
Era una noche negra como boca de lobo, todo lo bochornosa que puede
ser una noche de junio, y el loo,
el viento ardiente del oeste, rugía entre los árboles secos como la
yesca, fingiendo que la lluvia le pisaba los
talones. De vez en cuando una gota de agua casi hirviendo caía en el
polvo con el pesado ruido de una rana,
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
pero todo nuestro agotado mundo sabía que sólo era un simulacro. La
habitación de las prensas estaba un
tanto más fresca que la redacción, así que me senté allí, mientras la
máquina de componer crujía y daba
chasquidos, y los chotacabras ululaban en las ventanas, y los
cajistas, casi desnudos, se secaban el sudor de
la frente y pedían agua. Lo que nos estaba retrasando, fuera lo que
fuese, no llegaba, aunque el loo
amainaba y el último tipo estaba en su sitio, y toda la tierra, con el
dedo sobre los labios, permanecía
inmóvil en aquel calor sofocante, en espera del acontecimiento.
Somnoliento, me preguntaba si el telégrafo
era una bendición, y si el hombre que agonizaba, o la gente que
luchaba, estarían enterados de las molestias
que el retraso estaba ocasionando. Aparte del calor y la preocupación
no había un motivo especial para
sentirse tenso, pero cuando las manecillas del reloj se acercaron
lentamente a las tres de la madrugada, e
hice girar dos o tres veces los volantes de las máquinas para
comprobar que todo estaba en orden antes de
decir la palabra que las pondría en funcionamiento, habría empezado a
dar gritos.
Luego, el rugido y traqueteo de las ruedas hizo añicos la calma. Me
levanté para irme, pero dos hombres
con trajes blancos estaban de pie frente a mí. El primero dijo: «¡Es
él!».
-¡Sí que lo es!, -dijo el segundo. Y los dos se echaron a reír casi
tan fuerte como el rugido de las
máquinas, y se enjugaron la frente.
-Vimos que había una luz encendida al otro lado de la calle, y
estábamos durmiendo en el suelo para
estar frescos, y yo le dije aquí a mi amigo: «La oficina está abierta.
Vamos allí y hablamos con el que nos
sacó del Estado de Degumber», -dijo el más bajo de los dos. Era el
hombre que había conocido en el tren de
Mhow, y su compañero era el barbudo pelirrojo de Marwar Junction. Las
cejas de uno y la barba del otro
eran inconfundibles:
No me alegré de verlos; quería dormir, no pelearme con un par de
vagos.
-¿Que quieren? -pregunté.
-Media hora de charla con usted, frescos y cómodos, en la oficina -
dijo el hombre de la barba roja-. Nos
gustaría beber algo... La Contrata no empieza todavía, Peachey, así
que no tienes por qué mirarme... pero lo
que de verdad queremos es consejo. No queremos dinero. Se lo pedimos
como un favor porque nos
enteramos de que nos jugó una mala pasada con lo del Estado de
Degumber.
Los llevé de la sala de prensas a la sofocante oficina con sus mapas
en las paredes, y el hombre pelirrojo
se frotó las manos.
-Esto si que está bien -dijo-. Es el sitio que estábamos buscando.
Ahora, señor, déjeme presentarle al
hermano Peachey Carnehan, ése es él, y al hermano Daniel Dravot, ése
soy yo, y -cuanto menos digamos
sobre nuestra profesión mejor, porque hemos hecho de casi todo en
nuestros tiempos. Soldados, marineros,
cajistas, fotógrafos, correctores de pruebas, predicadores callejeros
y corresponsales del Backwoodsman
cuando creímos que el periódico los necesitaba. Carnehan está sobrio,
y yo también. Mírenos primero para
asegurarse. Así no tendrá que interrumpirme. Vamos a coger uno de sus
cigarros por cabeza, y usted mira
cómo los encendemos.
Observé la prueba. Estaban completamente sobrios, así que les serví un
whisky tibio con soda a cada
uno.
-Bien está -dijo Carnehan, el de las cejas, limpiándose el bigote-.
Déjame hablar ahora, Dan. Hemos
estado por toda la India, casi siempre a pie. Hemos sido caldereros,
maquinistas, subcontratistas y todo eso,
y hemos decidido que la India no es lo bastante grande para gente como
nosotros.
Ciertamente, ellos eran demasiado grandes para la oficina. Mientras
estaban sentados a la mesa, la barba
de Dravot parecía llenar media habitación, y los hombros de Carnehan
la otra media.
-El país no está ni medio explotado -continuó Carnehan-, porque los
que gobiernan no te dejan tocarlo.
Pierden todo su bendito tiempo gobernándolo, y no puedes levantar una
pala, ni picar una roca, ni buscar
aceite, ni nada por el estilo, sin que todo el gobierno diga: «Déjalo
estar, y déjanos gobernar». Así pues, tal
y como son las cosas, lo dejaremos estar, y nos iremos a algún otro
sitio donde los hombres no estén
apiñados y puedan entrar en posesión de lo suyo. No somos unos
enclenques, y no hay nada que nos asuste
salvo beber, y hemos firmado una Contrata sobre eso. Así pues, nos
vamos de aquí para ser reyes. .
-Reyes por derecho propio -murmuró Dravot.
-Sí, por supuesto -dije yo-. Pero han estado andando demasiado tiempo
bajo el sol, y hace una noche muy
calurosa, y... ¿no seria mejor que lo consultaran con la almohada?
Vuelvan mañana.
-Ni borrachos ni con insolación -dijo Dravot-. Lo hemos consultado con
la almohada medio año, y hay
que ver libros y atlas, y hemos decidido que sólo hay un sitio ahora
en el mundo en donde dos hombres
fuertes puedan reinar como el rajah de Sarawhack. Lo llaman
Kafiristán. Mi opinión es que está en
Afganistán, arriba y a la derecha, a no más de trescientas millas de
Peshawar. Allí tienen treinta y dos
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
ídolos paganos, y nosotros seremos el treinta y tres y el treinta y
cuatro. Es un país montañoso, y las
mujeres del lugar son muy hermosas.
-Pero eso está prohibido en la Contrata -dijo Carnehan-. Ni mujeres ni
alcohol, Daniel.
-Y eso es todo lo que sabemos, excepto que nadie ha ido allí, y que
hay guerras, y un hombre que sabe
entrenar hombres siempre puede reinar en cualquier sitio donde haya
guerras. Iremos a esas tierras y le
diremos al primer rey que encontremos: «¿Quieres derrotar a tus
enemigos?». Y le enseñaremos a entrenar
hombres; porque de eso sabemos más que de ninguna otra cosa. Despues
subvertiremos a ese rey, nos
apoderaremos de su trono y haremos una dinastía.
-Les harán pedazos antes de que estén a cincuenta millas al otro lado
de la frontera -dije-. Tienen que
viajar a través de Afganistán para llegar a ese país. Es una masa de
montañas, picos y glaciares, y ningún
inglés la ha atravesado. Los habitantes son verdaderos animales
salvajes, y aunque los encontraran no
podrían hacer nada.
-Eso está muy bien -dijo Carnehan-. Si puede usted creernos un poquito
más locos estaremos más
contentos. Hemos venido a verle para saber de ese país, para leer un
libro sobre él, y para que nos enseñe
mapas. Queremos que nos diga que estamos locos y que nos enseñe libros
-y se volvió hacia las estanterías.
-¿Me están hablando en serio? -pregunté.
-Un poco -dijo Dravot amablemente-. El mapa más grande que tenga,
incluso si está en blanco en el sitio
de Kafiristán, y cualquier libro que tenga también. Podemos leer,
aunque no somos muy cultos.
Desenfundé el gran mapa de la India de una pulgada por treinta y dos
millas de escala, y dos pequeños
mapas fronterizos; bajé el volumen INF-KAN de la Encyclopedia
Britannica, y los hombres los
consultaron.
-¡Mire aquí! -dijo Dravot, con el pulgar sobre el mapa-. Hasta
Jagdallak, Peachey y yo conocemos el
camino. Estuvimos allí con el Ejército de Roberts. Tenemos que ir a la
derecha en Jagdallak, atravesando el
territorio Laghmann. Después pasamos entre las colinas... catorce mil
pies... quince mil... frío trabajito,
pero no parece tan lejos en el mapa.
Le alargué las Fuentes del Oxo, de Wood. Carnehan estaba absorto en la
Encyclopedia.
-Un lote surtido -dijo Dravot, pensativo-. Y saber los nombres de sus
tribus no nos ayudará. A más tribus
más guerras, y mejor para nosotros. De Jagdallak a Ashang. ¡Hmmm!
-Pero toda esta información sobre el país no puede ser más incompleta
y errónea -protesté-. En realidad,
nadie sabe nada. Aquí está la carpeta del United Services Institute.
Lea lo que dice Bellew.
-¡Al infierno Bellew! -dijo Carnehan-. Dan, son un apestoso montón de
bárbaros, pero aquí este libro
dice que creen que están emparentados con nosotros los ingleses.
Me dediqué a fumar mientras ellos estaban absortos en Raverty, Wood,
los mapas y la Encyclopedia.
-No vale la pena que espere -dijo Dravot cortésmente-. Ahora son cerca
de las cuatro. Si quiere dormir
nos iremos antes de las seis, y no vamos a robar ningún papel. No se
asuste. Somos dos lunáticos
inofensivos, y si viene mañana por la noche al Serai, le diremos
adiós.
-Son ustedes dos tontos -contesté-. Les harán volver cuando lleguen a
la frontera, o les cortarán en
pedacitos en el momento en que pongan el pie en Afganistán. ¿Quieren
un poco, de 'dinero, o una
recomendación para el sur? Puedo ayudarles a conseguir un trabajo la
próxima semana.
-La próxima semana ya estaremos trabajando duro, gracias -dijo
Dravot-. Ser un rey no es tan fácil como
parece. Cuando pongamos nuestro reino en orden se lo haremos saber, y
puede venir y ayudarnos a
gobernarlo.
-¿Harían dos lunáticos una Contrata como ésta? -dijo Carnehan con
templado orgullo, enseñándome una
grasienta media hoja de cuaderno de notas en la que estaba escrito lo
siguiente. Lo copié, allí y entonces,
como curiosidad:
Esta Contrata entre yo y tú poniendo a Dios por testigo... Amén y etc.
Uno Que yo y tú resolveremos este asunto juntos; i. e., ser reyes de
Kafiristán. Dos Que yo y tú, mientras
este asunto se resuelve, no tomaremos nada de Alcohol, ni a ninguna
Mujer negra, blanca o morena, y así
no nos mezclaremos nocivamente con el uno o la otra. Tres Que nos
conduciremos con Dignidad y Discreción,
y si uno de nosotros tiene problemas, podrá contar con el otro.
Firmado por mí y por ti en el día de hoy.
Peachey Taliaferro Carnehan.
Daniel Dravot.
Ambos caballeros sin domicilio establecido.
-



Primer Anterior 2 a 4 de 4 Siguiente Último

Respuesta
Recomendar Mensaje 2 de 4 en la discusión

De: No☻Ser Enviado: 23/08/2008 06:45 a.m.
El último artículo no hacía falta -dijo Carnehan, enrojeciendo con
modestia-; pero así parece más serio.
Ahora ya sabe la clase de hombres que son los vagabundos... nosotros
somos vagabundos, Dan, hasta que
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
salgamos de la India... y, ¿cree que firmaríamos una Contrata como
ésta a menos que seamos sinceros? Nos
hemos apartado de las dos cosas que hacen que la vida valga la pena
vivirse.
-No disfrutarán de sus vidas durante mucho más tiempo si emprenden
esta estúpida aventura. No le
prendan fuego a la oficina -dije-, y váyanse antes de las nueve.
Los dejé otra vez absortos en los mapas, tomando notas en la parte
posterior de la Contrata. «Mañana en
el Serai, no falte» fueron sus palabras de despedida.
El Serai de Kumharsen es un cuadrado de cuatro metros de lado, el gran
albañal de la humanidad, donde
se atan y desatan las cuerdas de los camellos y caballos del norte.
Allí se ve gente de todos los pueblos del
Asia Central, y de la mayoría de los de la India. Allí, Balkh y
Bokhara se dan la mano con Bengala y
Bombay, y tratan de hincarse el diente. En el Serai de Kumharsen se
pueden comprar ponies, turquesas,
gatos persas, alforjas, ovejas de rabo grueso y almizcle, y conseguir
muchas cosas extrañas sin pagar nada.
Fui allí por la tarde, a ver si mis amigos tenían intención de
mantener su palabra o yacían borrachos en
alguna esquina.
Un sacerdote vestido con pedazos de cintas y jirones de tela se
dirigió con paso majestuoso hacia mí,
haciendo girar uno de esos molinetes de' papel con los que juegan los
niños. Tras él caminaba su criado,
doblado bajo el peso de un cajón de juguetes de arcilla. Ambos estaban
cargando dos camellos, y los
habitantes del Serai los miraban riéndose a carcajadas.
-El sacerdote está loco_-me dijo un chalán-. Va a Kabul, a venderle
juguetes al emir. O le tributarán
honores o le cortarán la cabeza. Llegó aquí esta mañana y ha estado
comportándose como un loco desde entonces.
-Dios protege a los tontos -tartamudeó un usbeg de mejillas planas en
un imperfecto hindi-. Predicen el
futuro.
-¡Podrían haber predicho que los shinwaris atacarían mi caravana
cuando estábamos a un tiro de piedra
del Paso! -gruñó el agente ausufzai de una casa de comercio de
Rajputana, cuyas mercancías se habían
repartido otros ladrones nada más pasar la frontera, y cuyas
desventuras -eran,. el hazmerreír del bazar-.
Oye, sacerdote, ¿de dónde vienes y adónde vas?
-¡De Roum he venido! -gritó el sacerdote, agitando el molinete-. ¡De
Roum, atravesando el mar en alas
del aliento de cien demonios! ¡Oh ladrones, embusteros, perjuros,
cerdos y perros benditos de Pir Kahn!
¿Quién llevará al norte al Protegido de Dios para que le venda al emir
amuletos que nunca se han visto
antes? Los camellos no flaquearán, los hijos no enfermarán y las
esposas seguirán fieles para los hombres
que me ofrezcan sitio en su caravana. ¿Quién me ayudará a azotar al
rey de Roos con el tacón de plata de
una zapatilla de oro? ¡Que Pir Kahn bendiga su trabajo! -se abrió los
faldones de la gabardina y empezó a
hacer piruetas entre las hileras de caballos atados.
-Hay una caravana que sale de Peshawar hacia Kabul dentro de veinte
días, Huzrut -dijo el comerciante
ausufzai-. Mis camellos van con ella. Ven tú también y tráenos buena
suerte.
-¡Yo saldré ahora mismo! -gritó el sacerdote-. ¡Montaré en mis
camellos alados, y estaré en Peshawar en
un día! ¡Eh! ¡Hazar Mir Khan! -le gritó a su criado-. ¡Saca a los
camellos, pero deja que monte primero el
mío!
Saltó a lomos de su animal, que se había arrodillado, y volviéndose
hacia mí gritó: -Acompáñanos un
trecho, sahib, y te venderé un amuleto... un amuleto que te convertirá
en rey de Kafiristán.
Entonces lo vi todo claro como el día, y seguí a los dos camellos
fuera del Serai, hasta que llegamos a
campo abierto y el sacerdote se detuvo.
-¿Qué le parece? -dijo en inglés-. Carnehan no habla su jerga, así que
lo he convertido en mi criado. Y es
un criado muy elegante. No por nada he pateado el país durante catorce
años. ¿Verdad que he hablado
bien? En Peshawar le pediremos a una caravana que nos lleve hasta
Jagdallak, y entonces veremos si nos
cambian los camellos por burros, y entraremos en Kafiristan.
¡Molinetes para el emir, oh Señor! Meta la
mano en las alforjas y dígame lo que toca.
Toqué la culata de un Martini, y de otro, y de otro más.
-Llevamos veinte -dijo Dravot placidamente-. Veinte, y la munición
correspondiente, debajo de los
molinetes y las muñecas de arcilla.
-¡Que el Cielo le ayude si le cogen con todo eso! -dije-. Para un
pathan, un Martini vale su peso en plata.
-Mil quinientas rupias de capital, todas las que pudimos mendigar, o
pedir prestadas, o robar, invertimos
en estos dos camellos -dijo Dravot-. No nos cogerán. Vamos a atravesar
el Khyber con una caravana
corriente. ¿Quién tocaría a un pobre sacerdote loco?
-¿Tienen todo lo que necesitan? -pregunté, pasmado de asombro.
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
-Todavía no, pero lo tendremos pronto. Dénos un recuerdo de su
amabilidad, hermano. Ayer me hizo un
favor, y otro aquella vez en Marwar. La mitad de mi reino será suya,
como dice el dicho.
Saqué un pequeño amuleto en forma de compás de la cadena de mi reloj y
se lo tendí al sacerdote.
-Adiós -dijo Dravot, estrechándome la mano con cautela-. Es la última
vez en mucho tiempo que le
damos la mano a un inglés. Dale la mano, Carnehan -gritó cuando el
segundo camello pasó junto 'a mí.
Carnehan se inclinó y me estrechó la mano. Después, los camellos se
alejaron por el polvoriento camino,
y me quedé solo y admirado. No pude detectar el menor fallo en los
disfraces. La escena en el Serai
probaba que a ojos de los nativos eran lo que parecían. Por lo tanto,
había una posibilidad de que Carnehan
y Dravot fuesen capaces de errar por Afganistán sin que los
descubrieran. Pero más allá encontrarían la
muerte... una muerte segura y espantosa.
Diez días más tarde, un corresponsal nativo que me comunicaba las
noticias del día en Peshawar concluía
su carta con estas palabras: «Mucho nos hemos reído por aquí a costa
de un sacerdote loco que, según dice,
va a venderle a Su Alteza el emir de Bokhara baratijas y chucherías
insignificantes a las que atribuye
grandes poderes. Pasó por Peshawar y se unió a la Segunda Caravana
Estival que va a Kabul. Los
mercaderes están contentos, porque son supersticiosos y creen que
semejante compañero loco trae buena
fortuna».
Por lo tanto, los dos habían cruzado la frontera. Habría rezado por
ellos, pero aquella noche murió en
Europa un rey de verdad, y tuve que redactar una necrológica.
La rueda del mundo pasa por las mismas fases una y otra vez. Se fue el
verano y tras el el invierno, y
llegaron y pasaron otra vez. El diario seguía apareciendo, y yo seguía
trabajando en él, y durante el tercer
verano tuvimos una noche calurosa, una edición nocturna y una tensa
espera por algo que debían telegrafiar
desde el otro lado del mundo, exactamente como había ocurrido la
primera vez. Unos cuantos hombres
importantes habían muerto en los dos años precedentes, las máquinas
trabajaban con mayor estruendo, y algunos
árboles del jardín de la oficina eran unos pocos pies más altos. Pero
ésa era toda la diferencia.
Entré en la sala de prensas, y viví una escena como la que ya he
descrito más arriba. La tensión nerviosa
era más fuerte que dos años antes, y yo sufría más a causa del calor.
A las tres grité: «¡Empiecen a
imprimir!», y me volví para salir de allí, cuando lo que quedaba de un
hombre se arrastró hacia mi silla. Iba
encorvado hasta el suelo, tenía la cabeza hundida entre los hombros, y
movía los pies como un oso. Apenas
podía estar seguro de si andaba o gateaba... y aquel quejumbroso y
harapiento lisiado se dirigió a mí
llamándome por mi nombre, gimoteando que había regresado.
-¿Puede darme un trago? -lloriqueó-. ¡Por el amor de Dios, déme un
trago!
Volví a la oficina, con aquel hombre gimiendo de dolor detrás, y
encendí la lámpara.
-¿No me conoce? -dijo con voz entrecortada, dejándose caer en una
silla, y volvió el ojeroso rostro,
coronado de greñas grises, hacia la luz.
Le miré fijamente. Ya una vez había visto unas cejas que se unían
sobre la nariz, formando una raya
negra de una pulgada de anchura, pero que me aspen si recordaba dónde.
-No, no le conozco -dije, tendiéndole el whisky-. ¿Qué puedo hacer por
usted?
Bebió un trago sin mezclarlo, y se estremeció a pesar del sofocante
calor.
-He -vuelto -repitió-; y fui rey de Kafiristán, yo y Dravot...
¡éramos, reyes coronados! En esta oficina lo
acordamos; usted sentado ahí y dándonos libros. Soy Peachey, Peachey
Taliaferro Carnehan, y usted ha
estado aquí sentado desde entonces... ¡Oh, Dios mío!
Sentí algo más que simple asombro, y expresé mis sentimientos en
consonancia.
-Es verdad -dijo Carnehan con una risa aguda y seca, meciendo unos
pies envueltos en harapos-. Tan
verdad como el Evangelio. Reyes fuimos, con coronas sobre la cabeza...
Dravot y yo... pobre Dan... ¡Oh,
pobre, pobre Dan, que nunca escuchó un consejo, ni aunque se lo
supliqué!
-Bébase el whisky -dije- y tómese el tiempo que necesite. Cuénteme
todo lo que recuerde de principio a
fin. Cruzaron la frontera con sus camellos, Dravot disfrazado de
sacerdote loco y usted de criado. ¿Se
acuerda de eso?
-No estoy loco... todavía, pero eso llegará. Claro que me acuerdo.
Siga mirándome, o todas mis palabras
se harán pedazos. Siga mirándome a los ojos y no diga nada.
Me incliné y le miré a la cara tan fijamente como pude. Dejó caer una
mano sobre la mesa y yo la cogí
por la muñeca. Estaba retorcida como la garra de un pájaro, y en el
dorso había una cicatriz roja e irregular
en formó de diamante.
-No, no mire eso. Míreme a mí -dijo Carnehan-. Eso viene luego, pero
por amor de Dios, no me distraiga.
Nos unimos a esa caravana, yo y Dravot haciendo toda clase de
bufonadas para divertir a la gente con la
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
que íbamos. Dravot solía hacernos reír por la noche, cuando todo el
mundo estaba preparando la cena...
preparando la cena, y... ¿qué hicieron después? Encendieron pequeñas
fogatas y las chispas volaban hacia
la barba de Dravot, y todos nos reíamos... nos moríamos de risa.
Pequeñas chispas rojas volando a la gran
barba roja de Dravot... es tan divertido...
Sus ojos se apartaron de los míos y sonrió tontamente.
-Después de encender las fogatas -dije al azar- fueron a Jagdallak con
esa caravana. A Jagdallak, donde
la abandonaron para intentar llegar a Kafiristán.
-No, no hicimos nada de eso. ¿De qué está hablando? Dejamos la
caravana antes de Jagdallak, porque
oímos que los caminos eran buenos. Pero no lo bastante buenos para
nuestros camellos, el mío y el de
Dravot. Cuando nos separamos de la caravana, Dravot se quitó toda la
ropa y también me quitó la mía, y
dijo que seríamos bárbaros, porque los kafir no consienten que los
mahometanos hablen con ellos. Así que
nos vestimos entre lo uno y lo otro, y todavía no he visto ni espero
volver a ver una visión como Daniel
Dravot. Se quemó media barba, y se echó una piel de oveja por los
hombros, y se rapó la cabeza formando
dibujos. También me rapó a mí, y me hizo ponerme unas cosas terribles
para parecer un bárbaro:' Era en un
territorio muy montañoso, y nuestros camellos ya no podían avanzar por
culpa de las montañas. Eran altas
y oscuras, y volviendo a casa las vi luchar como cabras salvajes...
hay montones de cabras en Kafiristán. Y
esas montañas nunca están quietas, igual que las cabras. Siempre están
luchando, y no te dejan dormir por
la noche.
-Beba un poco más de whisky -dije muy despacio-. ¿Qué hicieron usted y
Daniel Dravot cuando los
camellos no pudieron ir más lejos por culpa de los escarpados caminos
que llevan a Kafiristán?
-¿Qué hizo cuál? Había una parte interesada de nombre Peachey
Taliaferro Carnehan que estaba con
Dravot. ¿Quiere que le hable de ésa? Murió allí, en aquellas tierras
frías. De cabeza desde el puente cayó el
viejo Peachey, dando vueltas y vueltas en el aire como un molinete de
a penique de los que le venden al
emir... no; era tres medios peniques, los molinetes, o estoy muy
confundido y dolorido... Y entonces los
camellos no servían, y Peachey le dijo a Dravot: «Por el amor de Dios,
salgamos de aquí antes de que nos
corten la cabeza», y no teniendo nada en particular para comer,
mataron a los camellos allí entre las
montañas, pero primero les quitaron las cajas con los rifles y la
munición, hasta que aparecieron dos
hombres con cuatro mulas. Dravot va y baila delante de ellos,
cantando: «Vendedme cuatro mulas». Dice el
primer hombre: «Si eres lo bastante rico para comprar, eres lo
bastante rico para que te roben»; pero antes
de que pudiera echarle mano al cuchillo, Dravot le rompe el cuello
sobre la rodilla, y la otra parte
interesada sale corriendo. Así que Carnehan cargó las mulas con los
rifles que bajamos de los camellos, y
juntos seguimos adelante en aquellas tierras montañosas y con un frío
cortante, y nunca por un camino más
ancho que el dorso de la mano.
Hizo una pausa, y le pregunté si podía recordar la índole del país que
habían atravesado en su viaje.
-Se lo estoy contando tan claramente como puedo, pero mi cabeza no es
tan buena como debiera ser. Me
hundieron clavos en ella para que oyera morir mejor a Dravot. El país
era montañoso y las mulas eran de lo
más terco, y los habitantes vivían dispersos y solitarios. Subían y
subían, y bajaban y bajaban, y la otra
parte interesada, Carnehan, le imploraba a Dravot que no cantara ni
silbara tan alto, por miedo a
desencadenar tremendas avalanchas. Pero Dravot dice que si un rey no
puede cantar no vale la pena ser rey,
y golpeaba la grupa de las mulas, y nunca me hizo caso durante diez
fríos días. Llegamos a un valle grande
y llano entre las montañas, y las mulas estaban medio muertas, así
que, no teniendo nada en particular para
comer, ni nosotros ni ellas, las matamos. Seguidamente nos sentamos en
las cajas, y jugamos a pares y
nones con los cartuchos que se habían salido.

»Entonces diez hombres con arcos y flechas corrieron valle abajo,
persiguiendo a veinte hombres con
arcos y flechas, y la pelea era espantosa. Había hombres blancos, más
blancos que usted y que yo, con el
pelo amarillo y notablemente corpulentos. Y dice Dravot, sacando los
rifles: "Aquí empieza el negocio.
Lucharemos con los diez hombres", y al decirlo dispara dos rifles
sobre los veinte hombres, y derriba a uno
de ellos a doscientas yardas desde la roca en que estaba sentado. El
otro hombre echa a correr, pero
Carnehan y Dravot se sientan en las cajas, matando uno tras otro más
cerca o más lejos, valle arriba o valle
abajo. Luego nos acercamos a los diez hombres que también habían
echado a correr por la nieve, y nos
lanzan una flechita de nada. Dravot dispara sobre sus cabezas, y todos
se echan de bruces al suelo. Luego
camina entre ellos y les da patadas, y los levanta y les estrecha la
mano a todos para volverlos amistosos.
Los llama y les da las cajas para que las lleven, y agita la mano como
si ya fuera rey a ojos del mundo entero.
Ellos los llevan a él y a las cajas a través del valle y colina arriba
hasta un bosque de pinos en la cumbre,
donde había media docena de grandes ídolos de piedra. Dravot se acerca
al más grande, uno que llaman
Imbra, y coloca a sus pies un rifle y un cartucho, frotando
repetuosamente la nariz contra su nariz, dándole
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
palmaditas en la cabeza y saludando delante de el. Se vuelve en
redondo hacia los hombres, asiente y dice:
"Muy bien. Yo también estoy en el secreto, y todas estas viejas
pesadillas son mis amigos". Después abre la
boca y la señala, y cuando el primer hombre le trae comida dice "Sí"
con mucha altanería, y come despacio.
Así fue como llegamos a nuestro primer poblado, sin ningún problema,
como si hubiéramos caído del cielo.
Pero caímos de uno de esos malditos puentes de cuerda, ¿sabe?, y... no
puede esperar que un hombre se ría
mucho después de eso...
-Beba un poco más de whisky y continúe -dije-. Ése fue el primer
poblado que encontraron. ¿Cómo llegó
a ser rey?
-Yo no fui rey -dijo Carnehan-. Dravot era el rey, y muy distinguido
que parecía con la corona de oro en
la cabeza y todo eso. Él y la otra parte interesada se quedaron en
aquel poblado, y todas las mañanas Dravot
se sentaba al lado del viejo Imbra, y la gente venía y lo adoraba. Era
orden de Dravot. Después un montón
de hombres entraron en el valle, y Carnehan y Dravot les disparan con
los rifles antes de que supieran
dónde estaban, y los dos corren valle abajo y luego valle arriba y
encuentran otro poblado, igual que el
primero, y Dravot dice: "¿Qué problema hay entre los dos poblados?" y
la gente señala a una mujer, tan
blanca como usted o yo, que llevaban a rastras, y Dravot la lleva de
vuelta al primer poblado y cuenta los
muertos... ocho habían. Por cada hombre muerto Dravot derrama un poco
de leche sobre la tierra y agita los
brazos como un molinete, y dice: "Está bien". Luego el y Carnehan
cogen del brazo al gran jefe de cada
poblado y bajan al valle, y les enseñan a cavar una zanja con una
lanza a lo largo del valle, y les da a cada
uno un terrón de tierra de ambos lados de la zanja. Luego todo el
mundo baja y gritan como demonios y
todo eso, y Dravot dice: "Id y labrad la tierra, y sed provechosos y
multiplicaos". Cosa que hicieron, aunque
no entendieron nada. Luego preguntamos los nombres de las cosas en su
jerga, pan, agua, fuego, ídolos y
todo eso, y Dravot lleva junto al ídolo al sacerdote de cada poblado,
y dice que él tiene que sentarse allí y
juzgar a la gente, y que si algo sale mal pueden matarle de un tiro.
»A la semana siguiente todos andaban revolviendo la tierra del valle
tan tranquilos como abejas y mucho
más hermosos, y los sacerdotes escucharon todas las quejas y le
contaron a Dravot con gestos de qué trataban.
"Esto es el principio -dice Dravot-. Creen que somos dioses." El y
Carnehan eligen veinte hombres
útiles y les enseñan a disparar un rifle, y a formar a cuatro, y a
avanzar en línea, y ellos estaban muy
contentos, y lo entendían todo muy deprisa. Luego él saca su pipa y su
bolsa de tabaco, y deja la una en un
poblado, y la otra en el otro, y allá vamos los dos a ver qué hay -por
hacer en el siguiente valle. Era todo de
rocas, y había un poblado pequeño, y Carnehan dice: "Mándalos al otro
valle a plantar la tierra", y los lleva
allí, y les da tierra que no era de nadie. Eran muy pobres, y los
ungimos con la sangre de un cabritillo antes
de dejarlos entrar en el nuevo reino. Eso era para impresionarlos, y
después se establecieron tranquilamente,
y Carnehan volvió con Oravot, que había ido a otro valle, todo nieve y
hielo y muy montañoso.
Allí no había gente y el Ejército tuvo miedo, así que Dravot mata a
uno de un tiro, y sigue hasta que
encuentra gente en un poblado, y el Ejército explica que a menos que
la gente quiera que la maten es mejor
que no disparen sus pequeños mosquetes, porque tenían mosquetes de
mecha. Nos hacemos amigos del
sacerdote, y yo me quedo allí solo con dos del Ejército, enseñando
instrucción a los hombres, y un jefe imponente
de grande se acerca a través de la nieve tañendo timbales y cuernos,
porque ha oído que había un
nuevo dios por los alrededores. Carnehan apunta a bulto desde una
media milla y roza a uno de los
hombres. Luego envía un mensaje al jefe, que a menos que quiera que lo
maten, debe acercarse y estrecharme
la mano y dejar sus armas detrás. Primero se acerca el jefe solo, y
Carnehan le da la mano y agita
los brazos, como Dravot hacía, y muy sorprendido que se quedó aquel
jefe, y me acaricia las cejas. Después
Carnehan se acerca solo al jefe, y le pregunta con gestos si tenía
algún enemigo que odiase. "Lo tengo" dice
el jefe. Así que Carnehan elige a los mejores hombres, y manda a los
dos del Ejército a enseñarles
instrucción, y al cabo de dos semanas los hombres maniobran tan bien
como un cuerpo de voluntarios. Así
que marcha con el jefe hacia una gran meseta en lo alto de una
montaña, y los hombres del jefe atacan y
toman un poblado, con nuestros tres Martinis disparando a bulto contra
el enemigo. Así que también
tomamos aquel poblado, y le doy al jefe un jirón de mi abrigo y le
digo: "Ocúpalo hasta que vuelva", lo
cual es de la Biblia. A modo de advertencia, cuando yo y el Ejército
estábamos a unas mil ochocientas
yardas, dejo caer una bala a su lado, de pie en la nieve, y todo el
mundo se tira al suelo de bruces. Luego
mando una carta a Dravot donde quiera que esté, tierra o mar.
A riesgo de hacer que aquella criatura perdiese el hilo, le
interrumpí:
-¿Cómo podía escribir una carta desde allí?
-¿La carta? ¡Oh, la carta! Siga mirándome entre los ojos, por favor.
Era una carta de cuerda parlante, que
habíamos aprendido de un mendigo ciego en el Punjab.
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
Recuerdo que una vez vino a la redacción un hombre ciego con un palito
nudoso y un trozo de cuerda
que enrollaba en torno al palito según un código propio. Tras un lapso
de horas o de días, podía repetir la
frase que le había enrollado. El hombre había reducido el alfabeto a
once sonidos elementales, y trató de
enseñarme su método, pero no pude entenderlo.
-Le mandé esa carta a Dravot -dijo Carnehan-, y le dije que volviera
porque su reino estaba creciendo
demasiado como para que yo lo controlara, y luego me dirigí al primer
valle, para ver cómo trabajaban los
sacerdotes. El poblado que tomamos con el jefe lo llamaban Bashkai, y
el primer poblado, Er-Heb. Los
sacerdotes de Er-Heb lo estaban haciendo muy bien, pero tenían que
enseñarme un montón de casos
pendientes sobre las tierras, y algunos hombres de otro poblado habían
estado disparando flechas por la
noche. Busqué ese poblado, y disparé cuatro tiros desde unas mil
yardas. Con eso gasté todos los cartuchos
que quería gastar, y esperé a Dravot, que había estado fuera tres o
cuatro meses, y mantuve a mi gente
tranquila.



Respuesta
Recomendar Mensaje 3 de 4 en la discusión

De: No☻Ser Enviado: 23/08/2008 06:46 a.m.
»Una mañana oí un ruido del diablo, tambores y cuernos, y Dan Dravot
baja la colina con su Ejército y
una cola de cientos de hombres y, lo más asombroso de todo, una enorme
corona de oro en la cabeza. "Dios
mío, Carnehan -dice Daniel-, este negocio es estupendo, y tenemos todo
el país que vale la pena tener. ¡Soy
el hijo de Alejandro y de la reina Semíramis, y tú eres mi hermano
pequeño y también un dios! Es la cosa
más grande que jamás hemos visto. He marchado al combate durante seis
semanas con el Ejército, y cada
insignificante aldea en cincuenta millas a la redonda se ha unido a él
encantada; y todavía más, ¡tengo la
clave de todo el espectáculo, como verás, y una corona para ti! Les
dije que hicieran dos en un sitio llamado
Shu, donde hay tanto oro en las rocas como sebo en la carne de
cordero. Oro he visto, y turquesas he
tirado de lo alto de los precipicios, y hay granates en las arenas del
río, y aquí tienes un trozo de ámbar que
un hombre me trajo. Llama a todos los sacerdotes y toma, coge tu
corona."
»Uno de los hombres abre una bolsa de pelo negro, y saco la corona.
Era demasiado pequeña y pesada,
pero me la puse por aquello de la gloria. De oro batido era... cinco
libras de peso, como el aro de un barril.
»-Peachey -dijo Dravot-, no nos hace falta seguir luchando. ¡El truco
es la Orden, así que ayúdame! Y
empuja hacia adelante a ese mismo jefe que yo dejé en Bashkai...-
Billy Fish lo llamamos luego, de tanto
como se parecía a Billy Fish, que conducía la locomotora en Mach-on-
the-Bolan en los viejos tiempos.
"Dale la mano", dice Dravot, y yo le di la mano y casi me fui al
suelo, porque Billy Fish me dio el Apretón.
No dije nada, pero usé el Apretón del Hermano en la Orden. Contesta
perfectamente, y le di el Apretón de
Maestre, pero no respondió. "¡Es un Hermano en la Orden! -le digo a
Dan-. ¿Sabe la palabra?" "La sabe -
dice Dan-, y todos los sacerdotes la conocen. ¡Es un milagro! Los
jefes y los sacerdotes forman una Logia
de Hermanos muy parecida a la nuestra, y han hecho las marcas en las
rocas, pero no conocen el Tercer
Grado, y han venido a aprenderlo. Tan verdad como la palabra de Dios.
Durante todos estos largos años
sabía que los afganos conocían el Grado de Hermanos en la Orden, pero
esto es un milagro. Un Dios soy y
un Gran Maestre en la Orden, y voy a formar una Logia de Tercer Grado,
y ascenderemos a los sacerdotes
y los jefes de los poblados."
»-Va contra todas las leyes -digo-, formar una Logia sin autorización
de nadie; y tú sabes que nunca
hemos oficiado en ninguna Logia.
»-Es una jugada política maestra -dice Dravot-. Significa gobernar el
pais con tanta facilidad como va un
carro de cuatro ruedas cuesta abajo. Ahora no podemos pararnos en
preguntas, o se volverán contra
nosotros. Tengo cuarenta jefes pisándome los talones, y según sus
méritos van a ingresar y ascender. Aloja
a estos hombres en los poblados y vamos a organizar algún tipo de
Logia. El templo de Imbra servirá de
Sala de Reuniones. Tienes que enseñar a las mujeres a hacer mandiles.
Daré una recepción para los jefes
esta noche y mañana habrá Logia.
»Yo tenia mucho que hacer, pero no era tan tonto como para no ver la
ventaja que nos daba este asunto
de la Hermandad. Enseñé a las familias de los sacerdotes a hacer
mandiles, pero en el de Dravot la orla azul
y las marcas estaban hechas de trozos de turquesa sobre cuero blanco y
no tela. La silla del Maestre era una
enorme piedra cuadrada del templo, y había piedras más pequeñas para
los oficiantes, y pintamos el negro
empedrado con cuadrados blancos, e hicimos lo que pudimos para que
todo fuera correcto.
»En el consejo que se celebró esa noche en la ladera de la colina, con
grandes hogueras, Dravot anuncia
que él y yo éramos dioses e hijos de Alejandro, y Grandes Maestres del
Pasado en la Hermandad, y que
había venido a hacer de Kafiristán un país donde todo hombre pudiera
comer en paz, beber tranquilo y,
especialmente, obedecernos. Luego los jefes se acercaron a darnos la
ruano, y eran tan velludos y blancos y
rubios que era como estrechar las manos de unos viejos amigos. Les
dimos nombres según cuánto se
parecían a hombres que habíamos conocido en la India: Billy Fish,
Holly Dilworth, Pikky Kergan, éste era
dueño de un bazar cuando yo estuve en Mhow, y etc., etc.
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
»Los milagros más asombrosos fueron en la Logia a la noche siguiente.
Uno de los sacerdotes viejos no
dejaba de mirarnos, y me sentí incómodo, porque sabía que teníamos que
improvisar el ritual, y no sabía
cuánto sabían los hombres. El sacerdote viejo era un extraño llegado
de más allá del pueblo de Bashkai. En
el momento en que Dravot se puso el mandil de Maestre que las
muchachas habían hecho para él, el
sacerdote se pone a chillar y a dar alaridos, y trata de volcar la
piedra en la que Dravot estaba sentado. "Se
acabó -digo-. ¡Esto nos pasa por entrometernos en la Hermandad sin
autorización!" Dravot no pestañea, ni
siquiera cuando los sacerdotes vuelcan la silla del Gran Maestre... o
sea, la piedra de Imbra. El sacerdote
empieza a frotar la base para limpiarla de manchas negras, y luego les
enseña a todos los demás sacerdotes
la Marca del Maestre, la misma que estaba en el mandil de Dravot,
grabada en la piedra. Ni siquiera los
sacerdotes del templo de Imbra sabían que estaba allí. El viejo se
echa de bruces a los pies de Dravot y los
besa. "Suerte otra vez -me dice Dravot sobre las cabezas de la Logia-;
dicen que es la Marca Perdida de la
que nadie entendía el porqué. Ahora estamos más que a salvo." Entonces
da un golpe con la culata de su
rifle como si fuera un mazo presidencial y dice: "¡En virtud de la
autoridad que me ha sido conferida por mi
propia mano derecha y la ayuda de Peachey, me declaro Gran Maestre de
toda la francmasonería de Kafiristán
en esta Logia Madre del país, y rey de Kafiristan junto con Peachey!"
Y al decir esto se pone su
corona y me pone la mía, yo estaba haciendo de Guardián Mayor, e
inauguramos la Logia de la manera más
liberal. ¡Fue un milagro asombroso! Los sacerdotes pasaron por los dos
primeros grados sin apenas darse
cuenta, como si empezaran a recordarlo todo. Después de eso, Peachey y
Dravot ascendieron a los que
valían la pena... sumos sacerdotes y jefes de los poblados lejanos.
Billy Fish fue el primero, y puedo
asegurarle que casi le hicimos morir de miedo. No tenía nada que ver
con el Ritual, pero servía a nuestros
propósitos. No ascendimos más que a diez de los hombres más
importantes, porque no queríamos que el
Grado se conviertiera * en algo común y corriente. Y ellos clamaban
por el ascenso.
»-Dentro de seis meses -dice Dravot- tendremos otra Comunicación, y
veremos cómo estáis trabajando. -
Entonces les pregunta por sus poblados, y se entera de que estaban
luchando los unos contra los otros, y
estaban hartos y cansados. Y cuando no, luchaban con los mahometanos.
»-Podéis luchar con ellos cuando vengan a nuestro país -dice Dravot-.
Enviad al décimo hombre de
vuestras tribus como guardián de frontera, y mandad doscientos a este
valle para que los entrenemos. No
volverán a matar de un tiro a nadie, ni a ensartarlo con una lanza,
mientras lo haga bien, 'y se que no me
traicionaréis, porque sois hombres blancos, hijos de Alejandro, y no
ordinarios mahometanos negros. Sois
mi pueblo -dice, volviendo al inglés al final-, ¡y por Dios que haré
de vosotros una nación condenadamente
magnífica, o moriré en el intento!
»No puedo hablar de todo lo que hicimos en los seis meses siguientes,
porque Dravot hizo un montón de
cosas que no entendí, y aprendió su jerga como yo nunca pude
aprenderla. Mi trabajo era ayudar a la gente
a arar la tierra, y de vez en cuando salir con parte del Ejército y
ver qué hacían los otros poblados, y
enseñarles a tender puentes de cuerda sobre los barrancos que dividen
el país de un modo terrible. Dravot
era muy amable conmigo, pero cuando caminaba arriba y abajo por el
bosque de pinos mesando a dos
manos esa maldita barba roja suya, sabia que estaba pensando en cosas
sobre las que yo no podía darle
consejos, y simplemente esperaba sus ordenes.
»Pero Dravot nunca me faltó al respeto delante de la gente. Tenían
miedo de mí y del Ejército, pero
adoraban a Dan. Era de lo más amigo de los sacerdotes y los jefes,
pero cualquiera podía venir desde las
colinas con una queja, y Dravot la escuchaba con imparcialidad, y
reunía a cuatro sacerdotes y decía lo que
había que hacer. Solía llamar a Billy Fish de Bashkai, y a Pikky
Kergan de Shu, y a un viejo jefe al que
llamábamos Kafuzelum, lo cual se parecía bastante a su verdadero
nombre, y celebrábamos consejos con
ellos cuando había que librar un combate en algún poblado. Esto era su
Consejo de Guerra, y los cuatro
sacerdotes de Bashkai, Khu, Khawak y Madora eran su Consejo -Privado.
Entre todos ellos me mandaron,
con cuarenta hombres y veinte rifles y sesenta hombres cargando
turquesas, al país de Ghorband, a comprar
rifles Martini hechos a mano que salen de los talleres del emir en
Kabul, a comprárselos a los soldados de
uno de los regimientos Herati del emir, que habrían vendido sus
propios dientes por turquesas.
Me quedé un mes en Ghorband, y al gobernador le di lo mejor de mi
cargamento por callar, y soborné
con un poco más al coronel del regimiento, y entre los dos y la gente
de las tribus conseguimos más de cien
Martinis hechos a mano, cien buenos Kohat Jezail que disparaban a una
distancia de seiscientas yardas, y
cuarenta hombres cargados con una munición muy mala para los rifles.
Volví con lo que tenía y lo repartí
entre los hombres que los jefes me mandaron para que les enseñara
instrucción. Dravot estaba demasiado
ocupado para atender esas cosas, pero el viejo Ejército, el primero
que hicimos, me ayudó, y formamos a
quinientos hombres que podían enseñar instrucción, y a doscientos que
sabían manejar un arma bastante
bien. Incluso aquellas armas hechas a mano, que parecían sacacorchos,
eran un milagro para ellos. Dravot
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
no paraba de hablar de fábricas y tiendas de pólvora, y caminaba
arriba y abajo por el bosque de pinos
mientras llegaba el invierno.
»-No voy a hacer de ellos una nación -dice-. ¡Voy a hacer un imperio!
Estos hombres no son negros, ¡son
ingleses! Mira sus ojos, mira sus bocas. Mira la forma en que se
tienen de pie. Y se sientan en sillas en sus
propias casas. Son las Tribus Perdidas, o algo por el estilo, y han
nacido para ser ingleses. En primavera
voy a hacer un censo, si los sacerdotes no se asustan. Deben de haber
sus buenos dos millones en estas
colinas. Los poblados están llenos de niños. Dos millones de
hombres... doscientos cincuenta mil guerreros...
¡y todos ingleses! Sólo necesitan rifles y un poco de entrenamiento.
¡Doscientos cincuenta mil
hombres, listos para hacer picadillo el flanco derecho de Rusia cuando
intente atacar la India! Peachey,
amigo -dice, mascando mechones de barba- seremos emperadores.
¡Emperadores de la Tierra! El rajah
Brocke será un niño de pecho a nuestro lado. Trataré con el virrey en
términos de igual. Le pediré que me
mande a doce ingleses elegidos con mucho cuidado, que yo haya oído
hablar de ellos, para que nos ayuden
a gobernar un poco. Está Mackray, sargento pensionista en Segowli...,
me ha pagado sus buenas cenas, y su
mujer un par de pantalones; está Donkin, el carcelero de la prisión de
Tounghoo; hay cientos por los que
pondría la mano en el fuego si estuviera en la India. El virrey lo
hará por mí. Mandaré a un hombre a
buscarlos cuando llegue la primavera, y escribiré a la Gran Logia
pidiendo una dispensa por lo que he
hecho como Gran Maestre. Sí, y todos los Snider que tiren a la basura
cuando las tropas nativas de la India
empiecen a usar Martinis. Estarán muy usados, pero servirán para
luchar en estas colinas. Doce ingleses,
cien mil Snider cruzando las tierras del emir por adarmes, yo me
conformaría con veinte mil en un año, y
cuando todo estuviera bajo control me arrodillaría y le ofrecería mi
corona, esta que llevo ahora, a la reina
Victoria, y ella diría: "Levantaos, sir Daniel Dravot". ¡Oh, es una
gran cosa! ¡Te digo que es grande! Pero
hay tanto que hacer en todos sitios... Bashkai, Khawak, Shu y todos
los demás poblados.
»-¿Hacer qué? -digo-. Este otoño no vendrán más hombres para la
instrucción. Mira esos nubarrones
negros. Traen nieve.
»"No es eso -dice Daniel, cogiéndome del hombro con mucha fuerza-, y
no quiero decir nada contra ti,
porque ningún otro hombre en la tierra me habría seguido ni habría
hecho de mí lo que soy como tú lo has
hecho. Eres un comandante en jefe de primera clase, y el pueblo te
conoce; pero... éste es un país grande,
Peachey, y tu no puedes ayudarme como necesito que me ayuden.
»-Entonces acude a tus malditos sacerdotes! -digo, y lo sentí cuando
lo dije, pero me ofendió mucho que
Daniel se pusiera tan superior cuando yo había entrenado a todos los
hombres, y hecho todo lo que me
decía.
»-No nos peleemos, Peachey -dice Daniel sin maldecir-. Tú también eres
un rey, y la mitad de este reino
es tuya; ¿pero no ves, Peachey, que ahora necesitamos hombres. más
listos que nosotros?... tres o cuatro
para desparramarlos aquí y allá como representantes nuestros. Es un
Estado tremendamente grande, y no
siempre sé lo que debo hacer, y no tengo tiempo para todo lo que
quiero hacer, y el invierno se nos echa
encima de golpe.Se metió en la boca media barba, tan roja como el oro
de su corona.
»-Lo siento, Daniel -digo yo-. He hecho todo lo que podía. He
entrenado a los hombres y le he enseñado
a la gente a amontonar mejor la avena; y he traído de Ghorband esos
rifles de plomo... pero sé lo que
quieres decir. Supongo que los reyes siempre sienten esa angustia.
»-Hay una cosa más -dice Dravot, andando de un lado a otro-. Va a
empezar el invierno y esta gente no
va a dar muchos problemas, y si los dan no podemos movernos. Quiero
una esposa.
»-¡Por el amor de Dios, deja en paz a las mujeres! -digo-. Los dos
tenemos todo el trabajo que podemos
hacer, aunque yo soy un imbécil. Recuerda la Contrata, y déjate de
mujeres.
»-La Contrata sólo duraba hasta que fuéramos reyes; y reyes hemos sido
todos estos meses -dice Dravot,
sopesando en la mano su corona-. Tú también tienes que elegir una
esposa, Peachey... una chica buena,
fuerte y rolliza, que te de calor en invierno. Son más bonitas que las
chicas inglesas, y podemos elegir las
mejores. Las hervimos una o dos veces en agua caliente y saldrán como
pollo y jamón.
»-¡No me tientes! -digo-. No tendré ningún trato con mujeres hasta que
no estemos condenadamente más
establecidos que ahora. He estado haciendo el trabajo de dos hombres,
y tú el trabajo de tres. Vamos a
descansar un poco, y a ver si podemos conseguir mejor tabaco de tierra
afgana, y traer un poco de alcohol
del bueno, pero nada de mujeres.
»-¿Quién está hablando de mujeres? -dice Dravot-. He dicho esposa...
una reina que engendre un hijo del
rey. Una reina de la tribu más fuerte, que los convierta en nuestros
hermanos de sangre, y que se acueste a
tu lado y te cuente todo lo que la gente piensa de ti y de tus
asuntos. Eso es lo que quiero.
»-¿Te acuerdas de aquella mujer bengalí que yo tenía en Mogul Serai,
cuando era obrero del ferrocarril? -
digo-. No me sirvió de nada. Me enseñó su jerga y una o dos cosas más;
¿y qué pasó? Se escapó con el criaLibrodot.
com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
do del jefe de estación y la mitad de mi paga del mes. Luego apareció
en Dadur Junction remolcando a un
mestizo, y tuvo la frescura de decir que yo era su marido... iy encima
en la caseta de control, delante de
todos los maquinistas!
»-Eso es agua pasada -dice Dravot-. Estas mujeres son más blancas que
tú y que yo, y he de tener una
reina para los meses de invierno.
—Por última vez te lo pido, Daniel, no lo hagas -digo-. Sólo nos
traerá desgracias. La Biblia dice que los
reyes no deben malgastar sus fuerzas con mujeres, especialmente cuando
tienen un reino nuevo y virgen
ante ellos.
»-Por última vez te contesto que lo haré -dice Dravot, y se alejó
entre los pinos como un gran diablo rojo,
con el sol dándole en la corona y en la barba y todo eso.
»Pero conseguir una esposa no era tan fácil como Dan creía. Lo expuso
en el Consejo, y no hubo
respuesta hasta que Billy Fish dijo que mejor preguntara a las
muchachas. Dravot los maldijo a todos.
"¿Qué tengo de malo? -grita, de pie junto al ídolo Imbra-. ¿Acaso soy
un perro, o es que no soy demasiado
hombre para vuestras mujeres? ¿No he extendido la sombra de mi brazo
sobre este país? ¿Quién detuvo la
última incursión afgana?" En realidad fui yo, pero Dravot estaba
demasiado enojado para recordarlo.
"¿Quién os compró los rifles? ¿Quién reparó los puentes? ¿Quién es el
Gran Maestre del signo grabado en
la piedra?", dice, y con la mano golpea el bloque de piedra donde
acostumbraba a sentarse en las Logias, y
en los Consejos, que siempre se abrían como las Logias. Billy Fish no
dijo nada y tampoco los demás. "No
pierdas la cabeza, Dan -digo-; y pregunta a las muchachas. Así lo
hacen en nuestro país, y esta gente es
muy inglesa."
»-El matrimonio de un rey es una cuestión de Estado -dice Dan, rojo de
rabia, porque se daba cuenta,
creo, de que iba contra el sentido común. Salió de la sala del
Consejo, y los demás se quedaron sentados,
mirando al suelo.
»-Billy Fish -le digo al jefe de Bashkai-. ¿Cuál es el problema? Una
respuesta sincera para un amigo de
verdad.
»-Tú lo sabes -dice Billy Fish-. ¿Cómo puedo contarle algo, a quien lo
sabe todo? ¿Cómo pueden casarse
con dioses o diablos las hijas de los hombres? No es correcto.
»Recordé que en la Biblia había algo parecido; pero si después dé
habernos visto durante tanto tiempo
todavía creían que éramos dioses, no era cosa mía sacarlos de su
error.



Respuesta
Recomendar Mensaje 4 de 4 en la discusión

De: No☻Ser Enviado: 23/08/2008 06:47 a.m.
»-Un dios lo puede todo -digo-. Si el rey ama a una muchacha no la
dejará morir. »-Tendrá que morir -
dice Billy Fish-. Hay toda clase de dioses y de diablos en estas
montañas, y de vez en cuando una muchacha
se casa con uno de ellos y nunca más es vista. Además, vosotros dos
conocéis la marca grabada en
la piedra. Sólo los dioses la conocen. Creíamos que erais hombres
hasta que vimos el signo del Maestre.
»Entonces deseé haberles explicado desde el principio que no
conocíamos los genuinos secretos de un
Maestre masón; pero no dije nada. Durante toda la noche sonaron los
cuernos en un templo pequeño y
oscuro a medio camino de la cima de la colina, y oí a una muchacha que
lloraba como si la estuvieran
matando. Uno de los sacerdotes nos contó que la estaban preparando
para casarse con el rey.
»-No voy a aguantar tonterías como ésas -dice Dan-. No quiero
interferir en vuestras costumbres, pero
voy a tomar mujer. —Está un poco asustada -dice el sacerdote-. Cree
que va a morir, y le están infundiendo
ánimos en el templo.
»-Animadla con mucha ternura, entonces -dice Dan-, u os animaré yo a
vosotros con la culata de un rifle
hasta que no queráis que os animen nunca mas.
»Se pasó la lengua por los labios, quiero decir Dan, y estuvo andando
más de media noche, pensando en
la esposa que tendría por la mañana. Yo no estaba nada tranquilo,
porque sabía que tratar con una mujer en
tierras extrañas, aunque uno sea un rey veinte veces coronado, era
inevitablemente peligroso. Me levanté
muy temprano por la mañana, mientras Dravot seguía dormido, y vi a los
sacerdotes que hablaban en
susurros, y a los jefes también, y me miraron de reojo.
»-¿Qué pasa, Fish? -le digo al hombre de Bashkai, que estaba
completamente envuelto en sus pieles y era
una espléndida visión.
»-No estoy seguro -dice el-; pero si puedes lograr que el rey olvide
toda esta locura nos harás un gran
favor, a él y a mí.
»-Eso lo creo -digo-. Pero tú que has luchado contra y con nosotros,
Billy, sabes tan bien como yo que el
rey y yo no somos otra cosa que dos de los mejores hombres que Dios
Todopoderoso hizo jamás. Y eso es
todo, te lo aseguro.
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
»-Puede ser -dice Billy Fish-, y sin embargo lo sentiría si así fuera.
-Deja caer la cabeza sobre sus pieles
durante un minuto y piensa-. Rey -dice-, seas hombre o dios o diablo,
voy a apoyarte hoy. Veinte de mis
hombres están conmigo, y me seguirán. Iremos a Bashkai hasta que pase
la tormenta.
»Por la noche había caído un poco de nieve, y todo estaba blanco
excepto los mugrientos nubarrones que
avanzaban desde el norte. Dravot salió con su corona en la cabeza,
balanceando los brazos y pisando fuerte,
y con cara de estar como unas pascuas.
»-Por última vez, déjalo, Dan -le digo en un susurro-. Billy Fish dice
que habrá jaleo.
»-¿Entre mi gente? -dice Dravot-. Ni hablar. Peachey, eres tonto por
no tomar una esposa tú también.
¿Dónde está la muchacha? -dice en voz tan alta como el rebuzno de un
burro-. Llamad a todos los jefes y
sacerdotes, y dejad que el emperador vea si su esposa le conviene.
»No hubo que llamar a nadie. Todos estaban allí, apoyados en los
rifles y lanzas, entorno al claro en el
centro del bosque de pinos. Un montón de sacerdotes bajaron al templo
para traer a la chica, y los cuernos
sonaron como si fuera para despertar a los muertos. Billy Fish se
adelanta despacio, y se colocó tan cerca
como pudo de Daniel, y detrás sus veinte hombres, armados con
mosquetes. Ninguno medía menos de seis
pies. Yo estaba junto a Dravot, y detrás de mí había veinte hombres
del Ejército regular. Y aquí llega la
chica, y muy robusta que era, cubierta de plata y turquesas, pero
blanca como la muerte; y volviendo la
cabeza a cada momento para mirar a los sacerdotes.
»-Me parece bien -dice Dan, mirándola de arriba abajo-. ¿De qué tienes
miedo, chiquilla? Ven y dame un
beso. -La rodea con los brazos. Ella cierra los ojos, lanza un breve
chillido y hunde la cabeza en un lado de
la flameante barba de Dan.
-¡La muy puerca me ha mordido! -dice él, dándose una palmada en el
cuello, y claro, la retiró roja de
sangre. Billy Fish y dos de sus hombres cogen a Dan por los hombros y
le arrastran entre los de Bashkai,
mientras los sacerdotes aúllan en su jerga "¡Ni dios ni diablo, sino
hombre!" Tuve que retroceder, porque
un sacerdote me atacó de frente, y el Ejército, desde atrás, empezó a
disparar contra los hombres de
Bashkai.
»-¡Dios Todopoderoso! -dice Dan-. ¿Qué significa esto?
»-¡Vuelve! ¡Ven con nosotros! -dice Billy Fish-. Rebelión y ruina es
lo que significa. Nos abriremos paso
hasta Bashkai, si es que podemos.
»Intenté dar algunas órdenes a mis hombres, los hombres del Ejército
regular, pero no sirvió de nada, así
que apunté a sus cuerpos con un Martini inglés y derribé a tres en una
fila. El valle estaba lleno de criaturas
dando gritos y alaridos, y no había un alma que no chillara "¡Ni dios
ni diablo, sino hombre!" Las tropas de
Bashkai lucharon junto a Billy Fish lo mejor que podían, pero sus
mosquetes no eran ni la mitad de buenos
que los cargadores de recámara de Kabul, y cuatro hombres cayeron. Dan
bramaba como un toro, porque
estaba lleno de rabia; y a Billy Fish le costó mucho impedirle que se
lanzara contra la muchedumbre.
»-No podemos resistir -dice Billy Fish-. ¡Corred valle abajo! Todos
están contra nosotros.
»Los hombres de los mosquetes corrieron, y bajamos el valle a pesar de
Dravot, que juraba de un modo
espantoso y gritaba que era un rey. Los sacerdotes hicieron rodar
grandes rocas hacia nosotros, y el Ejército
regular no dejaba de disparar, y sólo seis hombres, sin contar a Dan,
a Billy Fish y a mí, llegaron vivos al
fondo del valle.
»Entonces dejaron de disparar, y los cuernos resonaron otra vez en el
templo.
»-¡Huyamos de aquí, por el amor de Dios, huyamos! -dice Billy Fish-.
Enviarán corredores a todos los
poblados antes de que lleguemos a Bashkai. Puedo protegeros allí, pero
ahora no puedo hacer nada.
»Yo opino que Dan empezó a volverse loco en ese momento. Miraba arriba
y abajo como si lo hubieran
clavado al suelo. Luego se empeñó en volver solo y matar a los
sacerdotes con sus propias manos; y podía
haberlo hecho.
»-Soy un emperador -dice Daniel-, y el año que viene seré un caballero
de la reina.
»-Sí, Dan -digo yo-, pero ven ahora, mientras hay tiempo.
»-Es culpa tuya -dice él-, por no cuidar mejor de tu Ejército. Se
preparaba una rebelión, y tú no lo
sabías... ¡Tú, condenado maquinista, obrero de mierda, sabueso de
misionario! -Se sentó en una roca y me
llamó todos los sucios nombres que le venían a la cabeza. Yo estaba
demasiado harto para que me
importara, aunque fueron todas sus necedades las que provocaron la
crisis.
»-Lo siento, Dan -digo-, pero nadie sabe mucho sobre los nativos. Este
asunto es nuestro Cincuenta y
Siete. Quizás todavía podamos hacer algo, cuando lleguemos a Bashkai:
»-Entonces vamos a Bashkai -dice Dan-. ¡Y por Dios que cuando vuelva
aquí barreré este valle hasta que
no quede ni una chinche en una manta!
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
»Caminamos durante todo el día, y durante toda la noche Dan paseó
pesadamente por la nieve, arriba y
abajo, mascando su barba y murmurando para sí.
»--No hay esperanzas de escapar -dice Billy Fish-. Los sacerdotes
habtan enviado corredores a los
poblados para decir que no sois más que hombres. ¿Por qué no
seguisteis haciéndoos pasar por dioses hasta
que las cosas estuvieran más tranquilas? Soy hombre muerto -dice Billy
Fish, y se echa de bruces en la
nieve y empieza a rezar a sus dioses.
»A la mañana siguiente llegamos a unas tierras crueles: todo subir y
bajar, nada de llanuras, y ni sombra
de comida. Los seis hombres de Bashkai miraron hambrientos a Billy
Fish como si quisieran preguntar
algo, pero no dijeron una palabra. A mediodía vimos la cima de una
montaña chata y completamente
cubierta de nieve, y cuando trepamos por ella, ¿qué pasó? ¡Pues que a
medio camino esperaba un Ejército
en posición!
»-Los corredores han sido muy rápidos -dice Billy Fish, dejando
escapar una risita-. Nos están esperando.
»Tres o cuatro hombres empezaron a disparar desde las filas del
enemigo, y una bala perdida alcanzó a
Daniel en la pantorrilla. Eso le devolvió el juicio. Mira sobre la
nieve hacia el Ejército, y ve los rifles que
habíamos metido en el país.
»-Esto es el final -dice-. Esa gente es inglesa... y es mi maldita
estupidez la que lo ha causado todo.
Vuelve, Billy Fish, y llévate a tus hombres; has hecho lo que podías,
y ahora tienes que irte. Carnehan -
dice-, dame la mano y vete con Billy. Puede que no te maten. Yo iré
solo a su encuentro. Fui yo el que hizo
esto. ¡Yo, el rey!
»-¡Irme! -digo-. ¡Vete tú al infierno, Dan! Yo estoy contigo. Billy
Fish, huye, y nosotros nos
enfrentaremos a esa gente.
»-Soy un jefe -dice Billy Fish, con mucha calma-. Me quedo con
vosotros. Mis hombres pueden irse.
»No tuvo que decirlo dos veces; los de Bashkai echaron a correr, y Dan
y yo y Billy Fish avanzamos
hacia donde tocaban los tambores y los cuernos. Hacía frío... un frío
terrible. Tengo ese frío metido en la
nuca. Sí, aquí tengo un pedazo de frío.
Los coolies encargados del punkah se habían ido a dormir. Dos lámparas
de queroseno brillaban en la
oficina: el sudor me corría por la frente, y salpicó el secante cuando
me incliné. Carnehan estaba
temblando, y temí que su mente mblara también. Me sequé la cara, cogí
aq .ellas manos lastimosamente
destrozadas y dile:
-¿Qué pasó después?
El momentáneo movimiento de mis ojos había roto la clara corriente.
-¿Qué quiere decir? -gimió Carnehan-. Los cogieron sin hacer el menor
ruido. Ni un solo susurro en toda
aquella nieve, ni aunque el rey derribó al primer hombre que le puso
las manos encima... ni aunque el viejo
Peachey disparó su último cartucho contra ellos. Aquellos puercos no
hicieron el menor de los ruidos.
Simplemente nos cercaron cada vez más, y le aseguro que sus pieles
apestaban. Había un hombre llamado
Billy Fish, un buen amigo nuestro, y le cortaron el cuello, señor,
entonces y allí mismo, como a un cerdo; y
el rey le da una patada a la sangrienta nieve y dice: «Buen premio
recibimos por nuestros esfuerzos. ¿Y
ahora qué?» Pero Peachey, Peachey Taliaferro, se lo digo en confianza,
señor, como entre dos amigos,
perdió la cabeza, señor. No, no es eso. El rey perdió la cabeza, así
que el también la perdió, en uno de esos
ingeniosos puentes de cuerda. Por favor, déjeme coger el abrecartas,
señor. Se inclinaba hacia este lado. Le
hicieron caminar una milla por la nieve hacia un puente de cuerda
sobre un barranco, con un río allá al
fondo. Puede que usted haya visto alguno así. Le aguijonearon como a
un buey para que avanzara.
»-¡Malditos seáis! --dice el rey-. ¿Creéis que no puedo morir como un
caballero? -Se vuelve hacia
Peachey... Peachey, que estaba llorando como un niño-. Yo te he
arrastrado a esto, Peachey -dice-. Hice
que dejaras una vida feliz para que te maten en Kafiristán, siendo
excomandante en jefe de las fuerzas del
emperador. Di que me perdonas, Peachey.
»-Te perdono -dice Peachey-. De todo corazón y libremente te perdono,
Dan.
»-Dame la mano, Peachey -dice él-. Tengo que irme.
»Y empieza a andar, sin mirar a derecha ni a izquierda, y cuando
estaba justo en el centro de aquellas
vertiginosas cuerdas que no dejaban de bailar, grita:
»-¡Cortad, piojosos!
»Y ellos cortan, y el viejo Dan cae, dando vueltas y vueltas y más
vueltas, veinte mil millas, porque tardó
media hora en caer hasta que se estrelló contra las aguas, y vi su
cuerpo tendido en una roca con la corona
de oro muy cerca de él.
»¿Pero sabe lo que le hicieron a Peachey entre dos pinos? Lo
crucificaron, señor, como las manos de
Peachey demostrarán. Usaron estacas de madera en sus pies y sus manos;
y él no murió. Se quedó allí
Librodot.com El hombre que quiso ser rey Rudyard Kipling
colgado y gritando, y lo bajaron al día siguiente, y dijeron que era
un milagro que no estuviera muerto. Lo
bajaron... pobre y viejo Peachey, que no les había hecho ningún
daño... que no les había hecho ningún...
Se meció hacia delante y atrás y lloró amargamente, secándose los ojos
con el dorso de aquellas manos
marcadas y lamentándose como un niño durante cerca de diez minutos.
-Fueron lo bastante crueles como para darle de comer en el templo,
porque dijeron que era más dios que
el viejo Daniel, que sólo era un hombre. Después le sacaron a la nieve
y le dijeron que se fuera a su casa, y
Peachey volvió a su casa al cabo de un año, mendigando a salvo por los
caminos; porque Daniel Dravot
caminaba delante de él y le decía: «Venga, Peachey. Lo estamos
haciendo muy bien». Las montañas
bailaban por la noche, y las montañas intentaban caer sobre la cabeza
de Peachey, pero Dan le llevaba de la
mano, y Peachey avanzaba encorvado. Nunca soltó la mano de Dan, ni
soltó la cabeza de Dan. Se la dieron
de regalo en el templo, para recordarle que no volviera, y aunque la
corona era de oro puro, y Peachey se
moría de hambre, Peachey nunca la vendió. ¡Usted conoció a Dravot,
señor! ¡Conoció a Su Alteza el
Hermano Dravot! ¡Mírelo ahora!
Hurgó entre el montón de harapos que le rodeaban la doblada cintura;
sacó una bolsa negra de pelo de
caballo, bordada con hilo de plata, y la sacudió hasta que algo cayó
sobre la mesa... ¡La seca y marchita
cabeza de Daniel Dravot! El sol de la mañana, que llevaba un buen rato
haciendo palidecer las lámparas, se
reflejó en la barba roja y en los ojos ciegos y hundidos; se reflejó,
también, en un pesado círculo de oro
tachonado de turquesas sin pulir, que Carnehan colocó tiernamente
sobre las magulladas sienes.
-Fíjese en esto -dijo Carnehan-. El emperador tal y como era cuando
vivía... El rey de Kafiristan con su
corona en la cabeza. ¡Pobre y viejo Daniel, que llegó a ser monarca!
Me estremecí, porque a pesar de lo desfigurada que estaba, reconocía
la cabeza del hombre de Marwar
Junction. Carnehan se levantó para irse. Intenté detenerle. No estaba
en condiciones de salir a la calle.
-Déjeme llevarme el whisky, y déme un poco de dinero -dijo con voz
entrecortada-. Una vez fui rey. Iré a
ver al subcomisario y le pediré que me meta en un asilo para pobres
hasta que recobre la salud. No, gracias,
no puedo esperar a que me pida un coche. Tengo asuntos privados muy
urgentes, en el sur, en Marwar.
Salió de la oficina arrastrando los pies y se dirigió a la casa del
subcomisario. A mediodía, con un calor
cegador, tuve que bajar por el paseo, y vi a un hombre encorvado
arrastrándose por el blanco polvo de la
calle, con el sombrero en la mano, cantando con voz trémula y dolorida
como uno de esos cantores
callejeros de nuestro país. No había ni un alma a la vista, y hubiera
sido imposible que le oyeran desde las
casas. Y cantaba con voz nasal, volviendo la cabeza de derecha a
izquierda:
«El Hijo del Hombre se marcha a la guerra
Para ganar una corona de oro;
Su bandera, roja como la sangre, ondea a lo lejos...
¿Quién le sigue los pasos?»
No esperé a oír más; metí al pobre diablo en mi coche y le llevé a
casa del misionero más cercano, para
que lo trasladaran definitivamente al asilo. Mientras estaba conmigo,
sin reconocerme en absoluto, cantó su
canción otras dos veces, y le dejé cantándosela al misionero.
Dos días más tarde le pregunté por el al encargado del asilo.
-Cuando llegó padecía una insolación. Murió ayer por la mañana
temprano -dijo el encargado-. ¿Es cierto
que estuvo durante media hora con la cabeza descubierta al sol del
mediodía?
-Sí -dije-. ¿Por casualidad llevaba algo consigo cuando murió?
-No que yo sepa -dijo el encargado. Y así quedaron las cosas.



Señor Alcoseri- Orlando Galindo

unread,
Apr 8, 2019, 5:39:42 PM4/8/19
to SECRETO MASONICO
En Logia Masónica cuando estás más atento a los errores que cometen los demás francmasones; es porque evades ver los tuyos muy propios 

Frases que he escuchado durante los Ágapes Masónicos
Comentarios
  • Carlos Herrera Cierto, en los grupos de WhatsApp hasta mandan imágenes de superación y buenos días pero luego organízalos para ayudar y se hacen como que le habla la virgen
  • Pawa Pawa claro no aplica la auto observacion,si el individuo cambia la sociedad.
...
Reply all
Reply to author
Forward
0 new messages