Mexicanos, guadalupanos, corruptos y antiabortistas
Somos un país de corruptos. Corrupción casi genética que emana desde las altas esferas y que se desaparrama por todas las capas sociales. Ejemplos sobran: desde el hermano incómodo, pasando por los hijastros latosos, hasta llegar a los contratos para los amigos en el actual sexenio. No importan ideologías, siglas políticas, apellidos de empresarios empoderados o choferes de peseros que dan mordida. Corrupción, corrupción y más corrupción gracias a la impunidad.
Somos un país antiabortista gracias a los diputados locales en 16 estados de la República Mexicana; y en Veracruz, las mujeres que intenten abortar serán consideradas como: “locas, perturbadas e ignorantes”.
Misoginia en su pura expresión.
La reforma del congreso jarocho establece que: “A la mujer que se provoque o consienta que se le practique un aborto, se le impondrá tratamiento en libertad, consistente en la aplicación de medidas educativas y de salud, y multa de hasta 75 días de salario mínimo.”
Cambian la cárcel por tratamiento médico y las reincidentes irán a prisión.
¿Cuál es el pacto secreto que tiene la iglesia católica y el PRI para promover esos retrocesos ?
¿Con estos cambios la iglesia apoyará el regreso del PRI a la presidencia?
Porque la mayoría de estados donde se han dado los pasos de cangrejo son gobernados por el priísmo, dado que los panistas y la iglesia católica no necesita establecer ningún pacto.
¿Por qué no se someten a consulta ciudadana estos cambios?
¿Dónde están los derechos de la mujer?
En otros países más avanzados; por ejemplo: España. Donde la nueva ley de interrupción voluntaria del embarazo estará incluida dentro del Sistema Nacional de Salud, y será una prestación “pública y gratuita”. Y la edad establecida para poder recurrir a esa práctica fue fijada en 16 años, la misma establecida para las prestaciones sanitarias, y a partir de la cual las jóvenes no necesitarán el permiso paterno para interrumpir un embarazo.
¿Para dónde va México? Para un regreso al pasado donde la corrupción y lo más retrógrado de la sociedad van unidos de la mano rumbo al 2012
Tenemos que evitarlo.
En un artículo anterior nos referimos a la declaración del Papa sobre que la Iglesia católica “tiene la palabra decisiva en la interpretación de la Escritura”
(“Benedicto XVI, el Concilio de Trento y la Biblia”
, La Jornada, 4/11), criticamos el absolutista dicho porque el mismo implica regresarnos al Concilio de Trento cuyo objeto fue combatir las reformas protestantes del siglo XVI. Por otra parte, y en línea con la anterior aseveración papal, está el llamado a los obispos anglicanos en desacuerdo con la que juzgan dirección liberal que el arzobispo de Canterbury (Rowan Williams) le ha impreso al cuerpo eclesial para que abandonen éste y retornen a la Iglesia católica. Los obispos anglicanos, que representan unos 35 millones de feligreses (casi la mitad de los anglicanos del mundo), ya dijeron que no a la generosa oferta hecha desde Roma.
Al suceder en el papado a Juan Pablo II (abril de 2005), Joseph Ratzinger levantó algunas expectativas optimistas en quienes le reconocían una sólida trayectoria como teólogo y filósofo. Entonces, por nuestra parte, escribimos que esas expectativas carecían de base al cotejarlas con la trayectoria de Ratzinger durante el prolongado periodo de Karol Wojtyla al frente de la Iglesia católica. Benedicto XVI ha confirmado plenamente que lo suyo es el conservadurismo a ultranza y un restauracionismo nostálgico por la preponderancia medieval que tuvo la institución que encabeza.
En mayo de 1990 salió a la luz la Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, documento redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por Joseph Ratzinger. Allí se habla de la necesidad de que los teólogos católicos desarrollen su función reflexiva y docente en comunión con el Magisterio de la Iglesia, aunque en realidad el escrito aboga por la subordinación de aquellos a los pastores de la Iglesia que son “sucesores de los apóstoles”
. A los teólogos se les niega el libre examen como valor bajo el cual puedan proteger su misión, ya que antes, desde la óptica de Ratzinger, está la autoridad eclesiástica a la que se deben someter los pensadores.
Una vez que la institución católica romana ha dejado plasmada una enseñanza, y su debida correlación moral, a los teólogos no les queda más que guardar y defender la postura oficial.
Bajo la presidencia de Ratzinger (1999) una comisión especial produjo el documento La Iglesia y las culpas del pasado, donde supuestamente la Iglesia católica reconocía sus faltas en la historia. Uno de esos capítulos, al que se refiere la declaración, tiene que ver con la división de los cristianos en el siglo XI y el siglo XVI. El primer caso es el de la ruptura entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente. Para los ortodoxos quien rompió la unidad fue la pretensión católico-romana de la primacía del obispo de Roma, su anhelo de ser autoridad sobre los demás obispados surgidos entre los siglos II y III. De esto el escrito aludido no dice nada, solamente reivindica el argumento, insostenible desde mi punto de vista, de que en Roma se localiza la verdadera sucesión apostólica, ambición que surgió tardíamente y sin bases en la Iglesia primitiva y siglos posteriores. En lo que respecta a los acontecimientos del siglo XVI, la Reforma, nada más menciona que hubo controversia en campos como los de la “revelación y de la doctrina”
. Para nada hay alusión a los excesos de Roma y su torpe manejo de la disidencia de Lutero.
La Congregación para la Doctrina de la Fe emitió en agosto de 2000 la Declaración Dominus Iesus (Señor Jesús). Para que no quepa duda de su ortodoxia católica romana, Ratzinger se refiere a la institución, de la que ahora es Papa, en los siguientes términos: “Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica –radicada en la sucesión apostólica– entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”. De aquí que los diálogos con otras confesiones cristianas, ortodoxas y protestantes no tomen a los otros como interlocutores en plano de igualdad, sino que les tengan por remisos cuya única posibilidad de redención es someterse a los dictados de Roma.
Muchos más ejemplos pueden citarse para exponer la trayectoria divergente del Concilio Vaticano II que ha caracterizado a Benedicto XVI. Él es un decidido adversario de la laicidad del Estado, quiere que éste sea un contribuyente para la restauración de principios éticos sostenidos por la Iglesia católica.
La diversidad, dentro y fuera de sus dominios, le causa franca molestia y anhela el regreso a épocas doradas del pasado. Doradas desde su perspectiva, pero oscurantistas para quienes padecieron la maquinaria represora eclesiástica que buscaba mantenerlos en el redil.
“agente fascista”Trotsky, creador del Ejército Rojo, fue excluido del club.
Demasiado tarde. Cuatro años después, Hitler, Mussolini y Franco pusieron la cereza sobre el pastel español. Pero quien revise las actas de aquel congreso también encontrará en ellas el auto de fe de los movimientos antimperialistas. En la lucha de clases de la historia universal, los pueblos coloniales y semicoloniales debían sacar turno.
El caso argentino fue emblemático. Spruille Braden, embajador de Washington en Buenos Aires y “hombre sensiblemente democrático”
(según Codovilla), impulsó la Unión Democrática contra Juan Domingo y Eva Perón. Besos entre comunistas, conservadores, socialistas y demoliberales. ¿No le había dicho Stalin a Churchill que él sabría encargarse del “fascista sudamericano”
? (1945)
Por su lado, los trabajadores argentinos intuyeron aquello de que lo externo condiciona, y lo interno determina. El gobierno de Perón nacionalizó los enclaves económicos angloyanquis, expidió proyectos de ley que dormían en los cajones de la izquierda parlamentaria, y planteó la integración latinoamericana como necesidad estratégica (1953).
Desde entonces, los politólogos y la sociología funcionalista a modo califican el peronismo de bonapartista, reformista burgués, conservador populista, democrático neoliberal, desarrollista posneoliberal, etcétera, carrusel conceptualizador de conceptos que en lugar de un trabalenguas parece un trabasesos.
A Brasil le fue mejor. Como Vargas había enviado tropas para luchar junto con los aliados, su gobierno no era fascista sino lo que no era: democrático. Mambo ideológico que en el decenio de 1960 ensayó otros pasos. Moscú acusó a los chinos de socialfascistas, y el cumplido fue devuelto: socialimperialistas.
En el decenio de 1970, algunos sociólogos marxistas estimaron que las dictaduras latinoamericanas obedecían a una suerte de fascismo militar “dependiente”
. Ahora, la opción sería fascismo o socialismo. Simultáneamente, desde Moscú, los expertos en América Latina explicaban que el continente se dividía en regímenes fascistas, dictaduras terroristas y regímenes no fascistas.
Como Argentina era fuerte exportadora de granos a la ex Unión Soviética figuraba entre los últimos. ¡Qué complejo! En 1978, el filósofo Bernard-Henri Lévy entrevistó para la revista española Cambio 16 a Roberto Vallarino, miembro del comité central del Partido Comunista Argentino.
–¿A quiénes considera usted elementos progresistas de la junta militar?
–Si usted quiere nombres, yo se los nombro: Videla, Massera, Agosti, Suárez Mason…
–¿Y las violaciones a los derechos humanos, no le preocupan a usted?
–Sí, naturalmente. Nosotros tenemos incluso 71 militantes del partido que están desaparecidos.
En el decenio siguiente, los llamados “nuevos filósofos”
(estructuralistas, posmodernistas, posestructuralistas) inventaron términos como “biopoder”
y “fascismo de izquierda”
, dando oxígeno al desgarrado nihilismo barrial de los espíritus cosmopolitas. Así nació la “izquierda moderna”
.
Los Pactos de la Moncloa entre franquistas y socialistas bien peinados (Madrid, 1977) hicieron escuela en Chile. En México se quiso emularlos, pero no prosperaron porque México, cómo le digo… es México. Y en Argentina, una corriente gramsciana reciclada del guevarismo, redescubrió el liberalismo avant la lettre: con la democracia se come, se educa, etcétera.
En tanto, el capitalismo salvaje desmantelaba el Estado. Y los desempleados se llamaron “nuevos pobres”
o “informales”
. La democracia pasó a ser cosa de la “sociedad civil”
y los organismos “no gubernamentales”
crecieron como hongos. Sólo que la caza y pesca de ayuda externa dependía del uso de la amigable palabra “gente”
, menos sudorosa que la palabra “pueblo”
, sospechosa de fascista o comunista.
Si decir “fascismo de derecha”
equivale a tautología, resta por ver si toda forma de violencia estatal, discriminación racial, sexual, religiosa, es igual a fascismo. Porque en dado caso, quedaría probada la ley de Godwin.
Investigador de las analogías del lenguaje, Mike Godwin sostiene que a medida que una discusión se alarga, la mención de Hitler y el fascismo tiende al cien por ciento. Con lo que el debate se interrumpe. Godwin asegura que la tendencia a la simplificación y el panfleto se ha convertido en una vertiente naturalizada de la comunicación de masas.
Ahora, la opción sería socialismo o barbarie. Basta. En Colombia, la contrainsurgencia global se ha puesto en marcha y, aferrados a los retazos de legalidad que restan, los pueblos perciben que la incitación al suicidio no sólo rondaba en la cabeza de los intelectuales que vivían “detrás del muro”
.
En días pasados, con motivo del gran show en Berlín, un millar de anarquistas y antifascistas desfilaron por la avenida Under Der Linden. Sus pancartas rezaban una hermosa consigna: contra la dominación de la falsa libertad.
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