Artículo 1856-1857. Memoria y olvido, del historiador Juan Rafael Quesada

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Juan José Marín Hernández

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9 may 2006, 22:38:229/5/06
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1856-1857. Memoria y olvido

Juan Rafael Quesada Camacho

Historiador

“Soldados; brindo […] por la santa memoria de los que murieron por salvarnos y en fin, por vosotros mis queridos soldados, honor escudo de la patria. ¡Viva costa Rica!” Así se expresaba, Juan Rafael Mora, el 13 de mayo de 1857, en un banquete ofrecido en la Universidad de Santo Tomás, a las tropas costarricenses defensoras de la independencia, soberanía y nacionalidad costarricenses, vencedoras  de los filibusteros portadores de las ideas de la teoría del “Destino Manifiesto”.

 

En vista de que en este año se conmemora el sesquicentenario del inicio de la Campaña Nacional 1856-1857, nos interesa destacar que durante esa gesta heroica, los dirigentes del país visualizaron como una cuestión fundamental el hecho de que esa guerra defensiva debería consignarse  de manera que “jamás pereciera en la memoria”. En esa decisión encontramos  una voluntad consciente de edificar una política de memoria, es decir, utilizar todos los espacios físicos y simbólicos que pudieran servir para la preservación de la memoria.

 

            Así vemos como, Juan Rafael Mora dispuso que una embarcación de guerra llevara el nombre de Once de abril. Igualmente, poco después de la rendición de Walker [1 de mayo de 1857], el 15 de julio de 1857, el Gobierno dispuso que la bandera que “tremoló en el Castillo Viejo cuando fue sitiado por los filibusteros se guarde en una caja de caoba cubierta con lámina de vidrio con la lista de los jefes y oficiales que defendieron el Castillo, quedando la caja en la sala de banderas del cuartel principal mientras se creara el Museo Nacional”.

 

            Del mismo modo, el 7 de septiembre  de 1857, el “honorable representante” Juan Bonilla, apoyado  por otro diputado, propuso al Congreso de la República, que en vista de los servicios prestados al país por Juan Rafael Mora  y los generales  José Joaquín Mora y José María Cañas, y jefes oficiales y soldados, estos fueran objeto de un “significativo reconocimiento  y compensación” . También se pedía que en la Hacienda Santa Rosa se levantara “a costa de la Nación, un monumento que eternice la  memoria de aquella acción y la de las víctimas inmoladas allí”. La proposición contemplaba, asimismo, que el Poder Ejecutivo invitaría a los gobiernos de Centroamérica “para levantar otro monumento en la plaza de Rivas a fin de perpetuar la memoria de las acciones dadas allí…”

 

            En contestación a esa propuesta, el 26 de octubre de 1857, el Congreso de la Republica decidió conceder honores y premios a los “abnegados soldados que habían combatido a los hordas filibusteras” y construir un monumento que eternizara la memoria de los triunfos de Santa Rosa y San Juan. Determinó que “en recuerdo del triunfo completo de las armas de Centroamérica y de la rendición y expulsión de las fuerzas filibusteras, el día 1 de mayo será feriado y se celebrará en toda la República con la solemnidad posible, saludándose el Pabellón, en la aurora de dicho día, con veintiún cañonazos”.

 

            Ese acuerdo legislativo no se hizo realidad en los años inmediatamente posteriores al fin de la guerra contra los filibusteros. Esto se explica porque debido a las consecuencias económicas negativas de la guerra, la reconstrucción del país pasó a ser, sin ninguna duda, la primera prioridad. A esto debe agregarse el hecho de que el peligro filibustero no desapareció sino con el fusilamiento de Walker en 1860. Pero la clave del incumplimiento del decreto de 1857 radica en una deliberada política de olvido  ejecutada por los enemigos de Mora, pues éstos trataron, de disociar su nombre del recuerdo de la Campaña Nacional. Por eso, no fue sino en la década de 1890 que se inauguraría  el llamado Monumento Nacional, pero la parte del decreto que establecía  el 1 de mayo como lista nacional no se ha hecho realmente efectivo hasta hoy. La decisión del gobierno de Alfredo González Flores de “declarar a perpetuidad el 11 de abril día feriado y de fiesta nacional de la Republica”, hecho valioso en si mismo, contribuyó a afianzar ese olvido, pues desde entonces la atención de la población se ha centrado en el episodio del 11 de abril, perdiéndose así, la perspectiva de proceso.   

 

Lo relatado hasta aquí demuestra que “los gobiernos y los poderes públicos pueden ser importantes máquinas de memoria o de olvido institucionalizado, decretando el recuerdo, el olvido, la amnistía, la amnesia, la condena o el perdón” (Josefina Cuesta Bustillo). Por tanto, al conmemorar el sesquicentenario de la Campaña Nacional deberíamos proponernos como meta que las generaciones actuales comprendan que la soberanía no es un anacronismo. Si no lo hiciéramos así, estaríamos contribuyendo al olvido de aquellos miles de costarricenses laureados  y anónimos que perecieron- como decía José  Martí en “las trincheras de piedras” para legarnos el bien invaluable de la dignidad y el auto estima. Hagamos un acto colectivo de recuerdo para que el sacrificio de nuestros antepasados  no sea  vano; para que “jamás perezca en la memoria de los costarricenses”.

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