El alma en nosotros, el principio psíquico ha
comenzado ya a tomar forma secretamente: crea y desarrolla una
personalidad psíquica, un ser psíquico diferenciado para representarla.
Este
ser psíquico permanece todavía detrás del velo en la parte subliminal de
nuestro ser, como la mente verdadera, el vital verdadero o como el ser físico verdadero
o sutil; pero, como ellos, actúa sobre la vida de superficie por las
influencias y las insinuaciones que hace brotar hasta allí.
Éstas vienen a
añadirse al conglomerado de la superficie que es el producto de la acumulación
de influencias y de eclosiones interiores, cuyo conjunto configura la formación o
superestructura que generalmente sentimos y creemos ser nosotros mismos.
Sobre
esta superficie ignorante percibimos vagamente algo que se puede
llamar un alma y que es distinta de la mente, de la vida y del cuerpo; y esta
alma la sentimos no solamente como la idea mental o el vago instinto
que nosotros tenemos de nosotros mismos, sino como una influencia perceptible
en nuestra vida, nuestro carácter y nuestra acción.
Una cierta sensibilidad para
todo lo que es verdadero, bueno y bello, delicado, puro y noble, una
receptividad a estas cosas, una necesidad de estas cosas, una presión sobre la
mente y la vida para que ellas las acepten y las formulen en nuestros
pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra conducta, nuestro carácter; tales
son los signos más habitualmente reconocidos –si bien ellos no sean los
únicos–, los signos más generales y más característicos de la influencia de la
psique.
Del hombre que no tiene este elemento en él o que no responde
completamente a estas incitaciones, nosotros decimos que no tiene alma. Porque
es esta influencia la que nosotros podemos reconocer más fácilmente como la
parte más noble o incluso divina en nosotros, y también la más poderosa para
orientar lentamente nuestra naturaleza hacia alguna perfección.
Sri Aurobindo
Cortesía del Centro Sri Aurobindo Barcelona
(Continuará)