"Padre del Mariel" rompe su silencio
FABIOLA SANTIAGO
The Miami Herald
Héctor Sanyústiz, en uniforme militar antes del suceso que provocó el
movimiento del Mariel, aparece en esta fotografía facilitada por su familia.
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Durante los últimos 18 años, Héctor Sanyústiz ha sido uno más entre los
anónimos refugiados del Mariel que luchan por adaptarse a la vida en Estados
Unidos tratando de encontrar un trabajo bien pagado y criando a un hijo.
Pero hubo un momento en la vida de Sanyústiz en la que todo estuvo fuera de
lo común. Sus acciones sumergieron a tres países en un caos diplomático,
cambiaron para siempre la vida de cientos de miles de cubanos y
estremecieron el sur de la Florida.
Sanyústiz, que se recupera ahora en la casa de su hermana en Opa-locka de
una operación a corazón abierto, fue el hombre que en 1980 irrumpió en la
embajada del Perú en La Habana, bajo una lluvia de balas disparadas por los
guardias cubanos.
LO QUE PASO CON LOS OTROS
Esto es lo que sucedió a las otras cinco personas que iban en el autobús:
Arturo Quevedo Martínez: Hijastro de Héctor Sanyústiz, de 17 años. Fue
arrestado cuando dejó la embajada para unirse a los barcos del Mariel.
Sentenciado a tres años de prisión. Ahora tiene 36 años. Su visa
estadounidense ha sido aprobada y está en espera de reunirse con su madre y
su padrastro.
Francisco Raúl Díaz Molina: Chofer del autobús de la Ruta 79. Le entregó el
timón a Sanyústiz antes de acercarse a la embajada. Vivió en la sede
diplomática del Perú durante cinco años y después se le permitió viajar a
Perú. Reside en Lima.
Radamés de la Caridad Gómez Fuentes: El mejor amigo de Sanyústiz.
Permaneció en la embajada durante casi cinco años, y después recibió una
amnistía que le permitió ir para su casa. Fue capturado tratando de irse de
Cuba en una balsa y fue sentenciado a tres años de prisión. Tras su
liberación, solicitó visa estadounidense como refugiado político. Llegó a la
Florida con su esposa en 1992. Gómez Fuentes conversó brevemente con The
Herald para confirmar el papel de Sanyústiz. Dijo que tenía demasiados
problemas para conceder una entrevista. Divorciado y sin dinero, fue
detenido por manejar en estado de embriaguez y tiene que pagar una
indemnización, expresó.
María Antonia ``Tonita'' Martínez González. Los hombres se reunieron en su
casa para planear la fuga. Ella pasó cinco años en la embajada y después
regresó a su casa. ``Ya no quiere irse del país'', dijo Sanyústiz.
Lázaro Vega Martínez: El hijo de 12 años de María Antonia. Pasó cinco años
con su madre en la embajada. Después de su regreso a casa, un hombre le
gritó a su madre ``¡Traidora!'', y Vega supuestamente lo atacó con un
cuchillo. Fue enviado a la cárcel.
Su dramática búsqueda de la libertad fue la llama que prendió el conflicto
diplomático que llevó a 10,000 cubanos a inundar la embajada en un fin de
semana, y echó a andar la estampida marítima del Mariel, que en tres meses
trajo al sur de la Florida 125,000 refugiados.
Hasta ahora, el paradero de Sanyústiz había sido un misterio.
``Yo no quería decirle a nadie quién yo era o hablar de lo que hice'', dijo
Sanyústiz, de 49 años. ``No soy del tipo de gente que anda por ahí diciendo
que es un héroe''.
Sanyústiz accedió a contarle a The Miami Herald su historia, porque
considera que ha pasado tiempo suficiente como para que el gobierno cubano
no emprenda más represalias contra la familia que dejó en Cuba. Un hijastro
que estaba con él en el autobús quedó en la isla y cumplió tres años de
prisión.
``No quiero morir sin contar mi historia'', dijo Sanyústiz. Desempleado, con
una salud frágil y con poco dinero, tiene la esperanza de que un cineasta
serio quiera comprar los derechos de su historia y lleve su vida al cine.
The Herald pudo verificar la identidad de Sanyústiz mediante los récords
estatales de la Florida; documentos federales; recuentos en los periódicos
estadounidenses y cubanos de los acontecimientos de 1980; documentos
personales de Sanyústiz y entrevistas con familiares y amigos.
Para los muchos que recuerdan ``los 10,000 de La Habana'', como se conoció a
los refugiados en la embajada peruana, la revelación de que Sanyústiz logró
llegar a Estados Unidos en la estampida marítima del Mariel y que ha vivido
en este país todos estos años constituye una verdadera sorpresa.
``Es la única historia del Mariel que no ha sido contada'', dijo Wilfredo
Allen, un abogado de Miami que ayudó a reubicar a los refugiados durante el
éxodo. ``Este hombre es como el padre del Mariel''.
Muchos creen que Sanyústiz y las otras cinco personas que iban en el autobús
permanecieron en Cuba, viviendo bajo la protección diplomática de Perú a fin
de evitar ser encarcelados.
La historia de cómo Sanyústiz logró llegar a Estados Unidos es tan
espectacular como los propios acontecimientos que tuvieron lugar el martes
1o de abril de 1980.
Los antecedentes: Era casi imposible obtener una visa para salir de Cuba.
Los cubanos sólo tenían dos opciones: intentar un peligrosísimo cruce a
través de costas fuertemente custodiadas, o buscar asilo en una embajada
amiga bajo un acuerdo existente entre los países latinoamericanos.
Chofer de autobús desempleado, con 31 años de edad, Sanyústiz observó la
actividad en torno a las embajadas durante casi un año. Al final decidió que
la embajada del Perú era la más accesible.
Tramó el plan para aplastar la verja de la embajada junto con otros tres
amigos: Radamés Gómez; Francisco Díaz Molina, chofer de la Ruta 79, que
pasaba por la Quinta Avenida, frente a la embajada peruana, y María Antonia
Martínez, en cuya casa los tres hombres se entrevistaron secretamente.
La tarde del 1o de abril, Sanyústiz manejó el autobús No. 5054 de Díaz
Molina, fingiendo ser un aprendiz ``para acostumbrar a la gente a que me
viera allí'' y para adquirir práctica en la conducción del nuevo vehículo.
A últimas horas de la tarde, Díaz Molina se comunicó con sus jefes,
diciéndoles que una de sus gomas estaba peligrosamente desinflada y que iba
a regresar para repararla. Todo era mentira.
En su lugar, hizo que los pasajeros bajaran del autobús y más adelante se
detuvo para recoger a cuatro personas: Gómez; Martínez y su hijo de 12 años,
Lázaro Vega, y el hijastro de Sanyústiz, de 18 años de edad, Arturo Quevedo.
Antes de partir, Díaz Molina buscó una medalla de Nuestra Señora de la
Caridad del Cobre. Le pidió que rezaran a la santa patrona de Cuba pidiendo
su protección.
Uno por uno, todos besaron la dorada medalla.
A unas cinco millas de la embajada peruana, Díaz Molina le pasó el timón a
Sanyústiz. Gómez se sentó detrás de Sanyústiz, Díaz Molina en las escaleras.
Todos los demás se acostaron en el piso del autobús.
Cuando estaban ya cerca de la embajada, Sanyústiz hizo un giro brusco y se
estrelló contra una cerca. Pero había doblado demasiado pronto; esa no era
la entrada. Cuando se dio cuenta de su error, Sanyústiz retrocedió, avanzó
unas cuantas yardas más, proyectando el autobús a través de la verja de
entrada.
Los centinelas cubanos que custodiaban la embajada rociaron de balas el
autobús. Dos balas hicieron blanco en Sanyústiz, una en su pierna izquierda,
la otra en la nalga derecha. Gómez sufrió heridas superficiales en la cabeza
y la espalda.
Una bala mató a uno de los guardias, un policía del Ministerio del Interior,
de 27 años. El gobierno cubano culpó a los secuestradores. Los peruanos
declararon que un guardia accidentalmente le había disparado al otro.
Pero una vez dentro de la embajada, los cubanos estaban en territorio
peruano y libres de arresto.
Los peruanos llevaron urgentemente a Sanyústiz y a Gómez al Hospital Militar
Carlos J. Finlay para que les curaran las heridas. Los otros cuatro se
quedaron en la embajada, al tiempo que las relaciones entre ambos países se
iban deteriorando. Cuba quería que les entregaran a los asilados para su
procesamiento. Los peruanos rehusaron.
El gobierno cubano, furioso, retiró a sus guardias de la embajada de Perú el
Viernes Santo. Cuando la noticia se diseminó por toda La Habana, la gente
comenzó a dirigirse por montones hacia la embajada. El sábado, los
buscadores de asilo llegaban a más de 300. Ya al anochecer se contaban
miles. El Domingo de Pascua, más de 10,000 personas se apretujaban en los
terrenos pidiendo asilo político.
Al aumentar la presión, Cuba respondió anunciando la apertura del puerto de
Mariel para quienes quisieran irse. En Miami los cubanos reaccionaron
montando manifestaciones masivas en apoyo de los buscadores de asilo,
alquilando todos los barcos disponibles y saliendo para recoger a los
familiares.
A lo largo de La Habana, las turbas que apoyaban al gobierno tiraban piedras
y huevos a los que querían irse, gritándoles insultos: ``¡Escoria!''. El
tabloide Verde Olivo exhibía grandes titulares: ``Dejen que todos se vayan,
¡pero ellos no! ¡Ellos nunca se irán!'', decía refiriéndose a Sanyústiz y a
los otros en el autobús.
También había turbas gritando ``¡Paredón... paredón!'' frente a la ventana
de Sanyústiz en el hospital. ``Yo pensé que era seguro que moriría, o al
menos que fuera a la cárcel por mucho tiempo'', recuerda Sanyústiz.
Para su sorpresa, representantes de los gobiernos cubano y peruano le
hicieron una oferta de que se fuera calladamente a través del puerto de
Mariel.
Sanyústiz pensó que era una trampa para quitarle su protección diplomática.
Repetidas veces rehusó la oferta, hasta que su escolta peruano lo convenció
de que era verdadera. Entonces les dijo que sólo se iría si su esposa Lucía
y su hijo de cinco años, Héctor, también se iban.
El funcionario cubano que negociaba con él y con los peruanos aceptó, pero
con una condición: Sanyústiz no le podía decir a nadie quién era.
En la noche tormentosa del 16 de mayo, Sanyústiz y su familia fueron
llevados al Puerto del Mariel y montados a bordo del camaronero Gulf Star,
rumbo a Cayo Hueso. Pero el hijo de Lucía, Arturo Quevedo, fue arrestado
cuando trataba de salir de la embajada pretendiendo ser otro refugiado más,
camino al Mariel.
``Hasta la fecha no sé cómo estoy aquí... por qué me dejaron salir'', dijo
Héctor Sanyústiz.
Sólo reveló su identidad al FBI, que le aconsejó mantener una actitud
discreta.
Al principio, la familia vivió con otros refugiados de Mariel en hoteles de
Miami Beach, pagados por organizaciones de relocalización. Sanyústiz y su
esposa pudieron encontrar trabajos de mantenimiento.
Pero Sanyústiz dice que sus heridas, que eran recientes y todavía dolorosas,
le impidieron hacer ciertas labores. Mientras limpiaba las escaleras en un
hotel, se cayó y la escoba que llevaba le volvió a abrir la herida de la
pierna. El propietario del hotel le dio $800 (casi el sueldo de un mes) y lo
despidió.
Con el dinero se compró un Oldsmobile de 1972 y salió a buscar otro trabajo.
El y su esposa habían oído hablar de un lugar en Hialeah que compraba latas
de aluminio, por lo que se pasaron varias noches recogiendo latas por todo
Miami Beach.
Regresaron a Hialeah para descubrir que todo ese trabajo duro iba a
producirles solamente $8.
Los trabajadores sociales lo relocalizaron en Chicago, y luego en Houston,
para probar su suerte. Pero la promesa de un buen trabajo se evaporó.
La suerte de la familia cambió cuando se mudó a la próspera área de Orlando,
donde el matrimonio encontró trabajo fijo: ella en un vivero de plantas, él
manejando un camión de construcción. En 1987 habían ahorrado suficiente
dinero para el pago de entrada de una casa de $52,000 en Winter Garden. Hace
dos meses, Héctor Sanyústiz vino a Miami para quedarse con su hermana gemela
y buscar trabajo. Pero sufrió un ataque cardiaco. Lo llevaron urgentemente
al Hospital Jackson Memorial, donde se sometió a una cirugía de desvío
coronario para reparar tres arterias tupidas.
A pesar de las vicisitudes, dice que no lamenta nada.
``Me cansé de la opresión, de no ser nadie'', expresó Sanyústiz. ``Todos
tienen el derecho a vivir como seres humanos''.
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