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Recientemente la editorial Txalaparta solicitó al Ayuntamiento de Pamplona
la sala de la Escuela de Idiomas de la calle Calderería, para un día del
mes de febrero, con la finalidad de dar una conferencia pública presentando
el libro El jarrón roto. La transición en Navarra, a cargo de su autor
Floren Aoiz.
Para nuestra sorpresa, la presentación ha sido denegada por
"tratarse de una solicitud formulada por una empresa privada que pretende
presentar un producto comercial que no de difusión gratuita, sin entrar a
valorar que el carácter político del libro y de la actividad a realizar
pudieran verse afectadas por decisiones judiciales firmes". Literal.
La respuesta de la alcaldesa, firmada por la secretaria técnica
María del Mar Caballero, parece copiada de aquellos oficios que nos
llegaban en el franquismo y tiene un descarado tufo inquisidor. Empezaremos
por el final, ya que, aunque "no entra a valorar", el párrafo lo explica
todo: es evidente que para el Torquemada municipal, presentar este libro
sobre la Transición puede verse afectado "por decisiones judiciales
firmes". ¿Y por qué? ¿Por el tema? ¿Por el autor? ¿Por la editorial? ¿Acaso
lo han leído? ¿No ven que es un libro normal, con su ISBN y depósito legal?
¿Qué mentes tan retorcidas se esconden tras ese epígrafe que para más inri
reza "Área de Participación Ciudadana"?.
Si la intencionalidad política de la negativa es descarada, la razón
principal esgrimida no se sostiene: En primer lugar no hay ordenanza alguna
que señale que en dicha sala no se pueden presentar libros ni ninguna otra
cosa. Simplemente se menciona que hay que pagar una tasa y punto. La
decisión por eso ha sido totalmente arbitraria, sin respaldo de norma
municipal alguna.
En segundo lugar, como a los malos estudiantes, a nuestros
responsables municipales hay que volver a repetirles lo que todo el mundo
sabe y lo que todos los organismos culturales han asumido como
incontestable: que el libro, aunque sea un producto de mercado, es
fundamentalmente un bien cultural, y como tal se debe considerar y
proteger, mucho más por los organismos públicos. La presentación pública de
un libro, en el que el autor, sea quien fuere, va a exponer la obra y las
tesis a las que ha dedicado sus esfuerzos, es un acto cultural de
primerísima categoría que ojalá en Navarra se repitiera con más frecuencia.
La presentación se hará de todas formas, en HUTSARTE (calle Curia 17-19
bajo) el próximo jueves día 16 a las 7,30 de la tarde. Y como dijo el
Quijote, que no hay libro que no dé algo de provecho, éste ya nos ha dado
algo antes de su presentación: ha puesto en evidencia en qué manos estamos
y bajo qué cerebros. Vivan los libros. Abajo los tiranos.
El jarrón roto
Floren Aoiz
ISBN: 84-8136-329-4
Hizkuntza: castellano
Orrialde kopurua: 419
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Los archivos de BASQUE pueden ser consultados en:
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El único precedente cercano existente en nuestro
ámbito es el de la extinción "biológica" del
franquismo y su peculiar transición a la democracia
tutelada de finales de los años 70 y parte de los 80.
Se habla mucho de la "generosidad" de quienes
"renunciamos" a que la justicia se hiciera efectiva
sobre los asesinos de nuestros familiares, asesinos
perfectamente conocidos en muchos de los casos
(falangistas, requetés, etc.,).
Es bueno que los más jóvenes sepan que no fue
realmente así: no fuimos generosos de motu propio,
sino que se nos obligó a serlo mediante el expeditivo
método de amenazarnos con otro baño de sangre
(movimiento en los cuarteles, ruido de sables, golpes
de estado) si persistíamos en nuestra demanda de
justicia.
Tuvimos que tragarnos el odio y además poner buena
cara, no sea que los militares y los llamados poderes
"fácticos" se acabaran enfadando otra vez.
Ni siquiera hoy somos ayudados a recuperar la memoria
histórica y mientras nuestras instituciones colaboran
económicamente a la extracción de osarios en Bosnia,
Argentina y otros lugares del mundo, aquí siguen
floreciendo las amapolas en esos cementerios
extraoficiales que fueron las cunetas de la España
franquista.
Desenterrarlos es calificado, todavía, como
"desestabilizador" en muchas localidades del Estado y
se deniegan permisos de excavación alegando peregrinas
razones "urbanísticas".
Para nuestros muertos no hubo ni justicia, ni
reparación, ni mucho menos arrepentimiento. No hubo
cumplimiento, ni parcial ni íntegro de pena alguna, ni
excarcelaciones prematuras, ni alejamientos, ni
compensaciones económicas.
Se amnistió a los asesinos sin justicia previa y se
les agradeció públicamente que nos "permitieran" vivir
en libertad tras 40 años de dictadura. Es necesario
recordar nuestro pasado reciente, no sea que se nos
nuble el entendimiento a la hora de entender las
claves del momento actual.
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Podemos estar de acuerdo en que esta violencia
siempre, de derechas o de izquierdas, nacional o
nacionalista, es una patología grave que se fortalece
y desarrolla en los ámbitos donde la democracia no
llega. Y según los politólogos internacionales ése es
el caso del conflicto secular de una gran mayoría de
vascos, abertzales e históricos, con el Estado
nacional español.
Dados los tiempos que corren, no merecería la pena
enzarzarse en estas cuestiones de semántica sino
resultara de todo ello que unos son terroristas o
asesinos y los otros víctimas de la democracia que
merecen todo nuestro afecto y respeto. Hay muchos
ciudadanos vascos, cientos de miles diría yo, que
detrás de esa parafernálica y mediática lente
hipócrita, ven y sienten las cosas totalmente
distorsionadas de las realidades oficiales y no
precisamente porque detrás de cada una de las víctimas
no haya habido un terrible y espantoso drama humano.
A casi todos los representantes de las víctimas del
terrorismo, no sólo les vemos instrumentalización
política a favor de la España nacional como miembros
que muchos, aunque por supuesto no todos, fueron de
ella, con las banderas sobre sus féretros, sus
panegíricos rojigualdos o constitucionalistas de
conveniencia, o aquel sonado «dos a uno» del ministro
Martín Villa cuando los «suyos» se habían cargado a
uno de los «nuestros».
Ultimamente también vemos que llegan hasta querer
imitar en las formas y en las poses, como si de un
casting ensayado se tratara, a la portavoz de la
dignidad de las víctimas del 11-M, aquella mujer de
entereza sin igual que les puso a ellos firmes y a
nosotros con el corazón en un puño.
Quizás es que, en la sinrazón de querer impedir un
proceso de paz y reconciliación, ya no les quedan más
que las poses y las formas.
Pero los discursos de ambas víctimas difieren en el
tuétano. Una no reclamaba para nada venganza, ni
compensaciones interesadas, ni azuzaba a los políticos
para que aquellos islamistas se pudrieran eternamente
en cárceles y mazmorras o para que los soldados
españoles continuaran en Irak, porque a parte de
irradiar dignidad y humanidad, ya sabía que los
muertos de Atocha no sólo eran las víctimas de unos
terroristas despiadados sino de la indignidad de un
gobierno que no llevaba razón. Es decir, las víctimas
de una guerra, en la que además España había entrado
haciendo caso omiso a su opinión pública y a su
adorada Constitución.
Quien reclama castigo eterno para los verdugos o se
vale de absurdas triquiñuelas jurídicas para
enterrarlos vivos, aunque tuviera toda la fuerza de la
razón democrática, tiene la misma dignidad y humanidad
que los terroristas a los que desprecia. Su razón sólo
es normal por su inclinación nacional política y, les
guste o no, esa normalidad es fruto de una imposición
histórica de la cual ellos también son víctimas. Con
todo el dolor y el respeto de los que también hemos
sido víctimas.
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