Hay quienes recientemente parecen haberse caído del
guindo y comienzan a decir públicamente lo que yo era
sabido mucho tiempo atrás, que no es otra cosa que el
Partido Popular, con Aznar a la cabeza, ha venido
utilizando el terrorismo y las víctimas de éste para
sus propios fines y estrategias de partido.
Y eso es así, por muy duro que parezca. Algunos, aun
denunciando determinadas actuaciones y estrategias,
mantuvimos durante mucho tiempo, y en mi caso en sede
parlamentaria, un discurso prudente, desde la
convicción de que habiendo víctimas y tragedias
personales de por medio, se debía actuar con extrema
prudencia en estos temas. Y lo decíamos en tiempos en
los que militantes socialistas salían echando pestes
-en privado, claro- de determinadas efemérides y actos
conmemorativos en los que quedaba ya patente la manera
absolutamente impúdica en que el PP utilizaba la
política antiterrorista y lo que en principio no
deberían ser sino actos de recuerdo de víctimas para
sus propios fines. Una más que discutible forma de
entender la lealtad por parte del PSOE, que dejó
campar a sus anchas al PP, y nos dejó solos a muchos
en nuestra denuncia de la estrategia partidista del
PP.
Una estrategia que, conviene recordarlo, nace el mismo
día en que Mayor Oreja convence a Aznar de que
abandone la vía de negociar con ETA. Porque este Aznar
que dice ahora que no negoció -mandó por lo visto a
desayunar a su plana mayor a Zurich-, fue el que el 2
de Octubre de 1998 anunció en las escaleras del
Palacio de la Moncloa, con todos los micrófonos
delante, que estaba dispuesto a poner en marcha el
proceso de paz si ETA acreditaba de forma inequívoca
que su abandono de la violencia tenía carácter
definitivo. Una declaración seguida de otras de su
portavoz, el señor Piqué, en la misma línea, o de
Alvarez Cascos, pidiendo que ETA designase sus
interlocutores, añadiendo que «el Gobierno ya ha dicho
quién es el interlocutor: el propio Gobierno». El
Gobierno Aznar, como es público y notorio, habló de
todo esto, y de terceros grados, y de libertades
condicionales, y de indultos. Y el equipo mediático
habitual, que, dando cobertura de una manera
absolutamente amarillesca a la campaña del PP, carga
ahora contra quienes hablan de un posible proceso de
paz, daba entonces cobertura a Aznar. Se leía en
medios como ABC y El Mundo titulares como «Aznar mueve
ficha al autorizar que se abran contactos secretos»,
«el proceso no incluye la entrega de las armas, pero
sí el respeto a las reglas democráticas», «el Gobierno
exige a ETA desmantelar comandos e infraestructura
para abrir el proceso de paz». El propio El Mundo, el
4 de Noviembre de 1998, mes y medio después de la
declaración de tregua por parte de ETA, titulaba con
grueso tipo de letra en primera página: ‘‘Aznar abre
el diálogo con ETA’’, y añadía el subtítulo: ‘‘un
estrecho colaborador del jefe del gobierno iniciará
contactos secretos con el entorno de la banda para
comprobar el abandono de las armas y discutir el
futuro de los presos’’.
Los artículos de fondo y editoriales del equipo
mediático habitual tampoco dejaban de jabonear a Aznar
y a su valiente decisión: ‘‘Horizonte de esperanza’’
titulaba el editorial de ABC del mismo 4 de Noviembre,
diciendo cosas como «es hora de grandeza de miras. Es
hora también de consenso: el Gobierno debe implicar en
su propósito a todas las fuerzas políticas». Y El
Mundo, el mismo día, titulaba su editorial ‘‘Otro
valiente paso de Aznar hacia la paz’’, diciendo cosas
como que «habrá negociación: ¿cómo? ¿entre quiénes?
¿cuándo?, ¿dónde? El Gobierno no quiere entrar en
detalles, y se entiende». Y añadía más: «Lo más
probable es que la tarea acabe subdividiéndose: habrá
diálogo directo con ETA, de un lado, para evaluar el
problema de los presos -aunque no sólo-, y habrá por
otro lado conversaciones más específicamente
políticas, en las que todas las fuerzas parlamentarias
habrán de tener participación». Ni el redactor de la
Declaración de Batasuna en Anoeta lo hubiera hecho
mejor...
Viene todo esto a cuenta de la bronca que ha montado
el PP por la posibilidad de la puesta en marcha de un
proceso de paz en Euskadi, y de la declaración del
Congreso de Diputados español, hace ya unos meses, en
la línea de autorizar contactos Ejecutivo español-ETA,
si ésta anunciara el abandono de las armas. Cuando
Aznar dijo lo que dijo e hizo lo que hizo, nadie
recurrió a los insultos que se oyen ahora por parte
del PP, ni la AVT convocó manifestación alguna. Hasta
el inefable Jiménez Losantos estaba por la labor, y lo
único que criticaba a Aznar era que no hubiera
mantenido suficientemente informados a resto de los
partidos. Copio literalmente lo que escribía el látigo
de las ondas episcopales, por si acaso: «Que el
gobierno español debe dirigir el proceso de
pacificación es evidente. Que no entienda que tal
dirección implica la permanente atención informativa y
la eventual consulta al resto de partidos democráticos
es una posibilidad preocupante».
En estos días, sin embargo, el señor Aznar y sus
huestes pretenden, no ya manifestar su oposición a un
proceso de paz que incluiría muchos de los
ingredientes que ellos mismos manejaron, cosa que
puede hacer legítimamente; lo que pretenden es
insultar, coaccionar, descalificar, anatemizar -es la
inercia del aznarato- a todo el que no comparta sus
tesis, a la vez que pretenden que la sociedad entera,
en un improbable ejercicio de desmemoria colectiva,
ignore que lo que hoy se está diciendo y haciendo se
parece muchísimo a lo que el Gobierno Aznar, con el
aplauso de todos, decía y hacía, y que la prensa
afecta, entonces y ahora, a la derecha y ultraderecha
española, valoraba entonces muy positivamente y hoy no
solamente desaprueba, sino que lo utiliza para ahondar
en la división social más irresponsable.
Aquél invierno del 98, Mayor Oreja, que repetía
obsesivamente tras la Declaración de Lizarra aquello
de «menos ETA, más nacionalismo» (se entiende que
quisiera la vuelta de ETA al escenario, ¿no?),
convenció a Aznar de lo equivocado que estaba y
consiguió que ralentizara al máximo los posibles
contactos con ETA, hasta que los detractores de la
tregua ganaron su lucha interna. Se cerraba así un
capítulo esperanzador para la sociedad vasca y se
abría la negra época que sucedió a la vuelta a las
acciones criminales por parte de ETA. Aquella
confluencia entre los halcones de ETA y Mayor Oreja se
vería refrendada cuando la propia ETA llegaba a decir
que Mayor Oreja tenía razón en awurllo de lo de la
‘‘tregua trampa’’.
Acaso sea hora de prevenir y denunciar una posible
repetición, aun cambiando las formas, de un esquema de
boicot a la solución negociada del conflicto vasco;
acaso sea también la hora de reclamar de todas las
partes implicadas no solamente más valentía, sino la
dejación de estrategias partidistas. Y, finalmente
-last but not least- también de pedir que todos se
tomen en serio la socialización del proceso de paz,
antes de que la sociedad que tanto espera pero que
lamentablemente tanto desespera, se resigne a vivir de
espaldas a tanta baratura política y -ojalá que no
suceda- se resigne también a que pueda rebrotar la
violencia más descarnada en nuestro País, ya sea por
los oscuros intereses de unos o la ineficacia de
otros. Como diría Lluis Llach: «que no nos rebajen el
sueño».
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