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Los cepillamos...

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Beti Bezala

unread,
Apr 19, 2006, 4:46:27 AM4/19/06
to
No se trata de saber si el huevo precedió a la gallina o ésta al huevo. Se
trata de saber, cuestión mucho fácil de dilucidar, de si se tuvo en cuenta
al plasmar la ley, o se forjó la ley sin considerar el Derecho. Ante una u
otra formulación, los resultados no son los mismos.
Siempre me sorprendió la grandeza sublimal que los medios de enseñanza y
educación española dieron a la frase Cesariana de hace 2.000 años: “Llegué,
vi y vencí”. Cortas palabras que señalan la subsiguiente aplicación de la
justicia del vencedor.
Tras la victoria militar, los vencidos pasaron a pagar la paz del vencedor:
Habían perdido el derecho a la ley, y se les ponía el precio de la derrota:
la “Ley del Derecho”, pero derecho del vencedor.
No lo pasaron mejor los vascones que fueron sometidos por Suintilla el año
621: “humilló... a los vascones”. Volvió pues a imponerse la Ley del
vencedor al vencido, contra el Derecho del nativo.
Si hemos de situarnos en tiempos más cercanos, es fácil de entender las
leyes que preparó el rey católico que ocupó Navarra y el precio de la paz
que pagaron los sometidos, sólo con conocer la frase de su general en jefe,
el duque de Alba: “No dan leyes los vencidos, sino los vencedores”.
No me detendré en los siglos XVII y XVIII, donde la interpretación de los
derechos jerárquicos se lleva a la enseñanza. Pero sí reseñaré el llamado
abrazo de Bergara. La condición del vencedor fue hacer aceptar la
Constitución, que anulaba los derechos del vencido. Una Constitución no
eterna; ya la habían precedido la de Cádiz (1812) y un “Estatuto Real”
(1833), pero sí modificable a tenor del poder establecido.
Desde entonces, ha habido una decena de Códigos y Leyes Fundamentales, y
todos reservaron a la jurisdicción estatal el Derecho a legislar, su
exclusividad en el gobierno, en el arbitrio de juzgar y en la
interpretación judicial. Al unísono, la creación de leyes, el dictado de
normas y reglamentos sujetos a ellas y su uniformidad en todo el territorio
del Estado, ha sido y es una máxima de sus gobernantes. En todo momento el
fundamento de legislar no ha sido para defender derechos, sino para
mantener la ley del poder establecido. La Ley sobre el Derecho ciudadano.
Es expresiva al respecto la frase de Canovas del Castillo, siendo
presidente del gobierno español en la segunda mitad del siglo XIX, de cómo
se impone la ley bajo la amenaza: “Cuando la fuerza crea el Estado, la
fuerza constituye el derecho”.
Aún fue más directo el invicto Caudillo cuando marcó el precio a pagar por
la paz, allí donde más le costó imponer la ley del vencedor: Gipuzkoa y
Bizkaia fueron declaradas “provincias traidoras”. Otra vez la ley frente al
Derecho.
Ningún gobernante del Estado ha denunciado el “consenso” forzado para
delimitar el texto Constitucional de 1978, ni renegado de las consecuencias
del golpe de Tejero en 1981, ni de los retrocesos legislativos que
posteriormente se han ido sucediendo. Está claro que todos los gobernantes
del Estado “democrático” se han mantenido en el poder con leyes hechas
frente al derecho. Hacer respetar las “Reglas” y “Leyes” calificándolas de
“Derecho” es falsear los términos, puesto que las leyes, normas y
reglamentos actuales tienen por objeto mantener el poder y el sistema
existente.
Mentiría, pues, si ahora digo que me ha sorprendido el nuevo ministro del
Interior cuando ha puesto en su discurso la prioridad de hacer respetar la
“Ley y el Estado de derecho” por este orden. Todavía está reciente cuando
al ministro Corcuera le acusaban de que sus muchachos abrieran las puertas
a patadas. Y hoy ya nadie se extraña de que lo hagan con nocturnidad,
alevosía y explosivos. No me extraña que los “agentes del orden” vayan
enmascarados. Hace falta cara para defender que dicho trabajo sea conforme
a Derecho.
Eso sí, ahora se suaviza el lenguaje, se guardan las maneras, y se apela
incluso al derecho. Porque no es ley de Derecho cuando la Ley defiende
logros del pasado (y me refiero a las leyes consensuadas del franquismo,
frente a una ruptura con la dictadura), por mucho que se la encuadre en un
marco llamado Constitución.
El social-nacionalista español Alfonso Guerra ha señalado en un reciente
mitin, ante sus adictos del país vasco, cómo y dónde se impone el precio a
la paz. Con el gracejo andaluz para quienes lo gozan o el sentido fascista
para quienes lo sufren, ahí queda la frase: “Los cepillamos... los
cepillaremos”.
En resumen, para hacer leyes es el Derecho lo que hay que considerar
previo, base y razón, y no buscar la plasmación del Derecho en atención a
lo contenido en las leyes anteriores. Esto último es imponer la ley por
encima del Derecho. Mas grave aún, es poner la ley como precio por la paz.
Es más o menos actuar solapadamente, uniendo el cinismo del gobernante a la
fuerza que marca la imposición a un pueblo.
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