El conflicto de Venezuela es de carácter geopolítico: un país bisagra entre dos subcontinentes con abundantes riquezas de hidrocarburos y minerales. Es la Siria de América Latina.
Es necesario que los movimientos populares tomen partido porque son la llave a lo deseable. Los gobiernos de izquierdas desde 1999 son producto indirecto de estos movimientos porque sirvieron de apoyo antes de que formar gobierno. Lo que no resulta adecuado es quitarle legitimidad cuando toman caminos que no se comparten. Se trata de explicar las razones por las cuales hacen lo que hacen, en lugar de sentenciar que se convirtieron en agentes del imperio.
El camino a explorar sería el propio de los movimientos autónomos: que no pasa por la estrategia estatal ni se subordina a ésta [socialismo libertario, anarquía]. Supone la constitución de sujetos colectivo sólidos capaces de crear y sostener una cultura política propia: zapatismo, los sin tierra de Brasil…
La pugna estratégica entre EEUU y China está fracturando América Latina. Sudamérica volcada hacia China, y Centroamérica y el Caribe hacia EEUU, en función del comercio exterior y endeudamiento. El epicentro de la fractura es Venezuela.
Se trata de potencias que disputan hegemonías y no de fuerzas emancipatorias. Son opresoras, no liberadoras. La pelea entre potencias sólo puede abrir espacios a las luchas de los de afuera (los de abajo).
Tras seis décadas de guerra en Colombia, en Venezuela se está configurando una guerra interna más que una invasión, aunque los paramilitares operan desde Colombia. Una tormenta, en el lenguaje zapatista.
El empoderamiento a través del consumo no es una conquista social porque no es un cambio estructural, como la reforma agraria o urbana, sino una mejora puntual.
Las mayorías pobres que son el 60% siguen ocupando los mismos lugares en la estructura social, cultural y productiva. Es el resultado de la hegemonía, y lo más grave es que se difundió una ideología que hace creer que el mundo deseable se basa en el reparto y no en el trabajo, abriendo las puertas a las corrupción, inherente a la acumulación por despojo.
Es una lucha a muerte entre una clase dominante y una clase emergente. Una clase en decadencia y otra ascendente que necesitaba el poder estatal para consolidar su riqueza, que era producto de la apropiación violenta de la tierra. Ambos sectores apelan al pueblo para inclinar la balanza a su favor, pero en cuanto venzan les darán la espalda.
La derrota electoral del gobierno de Cristina Kirchner en Argentina y la caída de Dilma Rousseff en Brasil son manifestaciones del fin de ciclo de un tipo de gobernabilidad tejida con base en los elevados precios de las exportaciones y una paz social lubricada con alzas sostenidas de salarios y prestaciones sociales, posibles por esos precios altos del petróleo, el gas, los minerales y la soja.
El fin del ciclo supone el triunfo de las derechas en el corto plazo y un período de ingobernabilidad. Las clases medias se han hecho muy conservadoras. Los sectores populares despiertan de la siesta progresista para defender sus derechos. La economía sigue su caída libre en un clima de confusión política.
A mediano plazo se abre un nuevo período para los movimientos, con la posibilidad de zafar de la tutela que significaron la izquierda y el progresismo. Pero la mayoría de movimientos seguirán prisioneros de la vieja cultura política que coloca a los caudillos en un lugar central y el acceso al Estado como clave de bóveda de los cambios. Sólo les jóvenes y las mujeres rehuyen la perspectiva electoral.
La mayor pujanza se encuentra en los movimientos comunitarios: zapatismo, mapuches, movimientos locales urbanos en Ciudad de México y en el estado de Lara (Venezuela). Los movimientos indígenas siguen siendo los más avanzados, aunque en los últimos años ganaron fuerza los movimientos negros en Brasil y Colombia, bajo una constante persecución policial y estatal.
El zapatismo es una inmensa escuela de ética. Se despegaron de la agenda estatal-partidaria y fueron silenciados por los medios, lo que les ha permitido crear una agenda propia, mayor rasgo de su autonomía.
Les jóvenes luchan con armas como la música, la danza, el teatro y los conocimientos científicos. La clave es la creación, símbolo de un mundo nuevo. “Bajar y no subir”, en contra de la izquierda, que busca ventajas incluso individuales dentro sistema y del Estado.
El narcotráfico cumple funciones sociales y culturales. Sus principales víctimas son les jóvenes de los sectores populares. El narco es el control social en la zona del no-ser (Frantz Fanon). Deleuze plantea que las sociedades disciplinarias dieron paso a las sociedades de control: del encierro al control a cielo abierto. El principal modo de control es el endeudamiento, que funciona en las zonas del ser (donde la humanidad de los seres es respetada), pero en las zonas del no-ser (donde la dominación se ejerce por la violencia) no hay capacidad de endeudarse. Aquí la masacre, los paramilitares, el narco y los feminicidios aparecen como modos de control de los sectores no integrables. De lo contrario, les jóvenes se levantarían contra un sistema que les condena a la marginación y les cierra todo futuro: el capitalismo.
Lenin Moreno tomó distancias de Rafael Correa y en el horizonte se puede ver una crisis que afectará de lleno al gabinete y al partido que sostiene al gobierno, Alianza País. Moreno busca conciliar con los movimientos y no confrontarlos, por eso le cedió a la CONAIE la sede que le corresponde. Pero también tiende a conciliar con los empresarios y la derecha, de modo que su gobierno es más moderado en una situación de crisis económica aguda y de déficit que hereda el gobierno anterior.
Ser militante es una exigencia ética, de rigor y de compromiso. El rigor se relaciona con decir la verdad en todo momento, aunque sea incómoda.