Me gusta que no te escondas tras este texto, porque con esta carta sales fuera, sacas lo que llevas dentro, consiguiendo sorprenderme e impresionarme, generando una situación impactante e inesperada en mi vida. Con esto dejas una huella, marca o inscripción metafísica en mi cuerpo. Tocas mis fibras íntimas, deslumbrándome con este ritual epistolar en el que desarrollas un mundo de posibilidades físicas y visuales. Con esta carta golpeas mis sentimientos primarios mediante escenas violentas y chocantes que captan mi atención in yer face: violencia y sadismo. Valor estético. Trauma. Golpe emocional. La trama misma de un texto sin trama. El arte no siempre busca la belleza o comprensión del mundo. El arte puede ejercer una función de socialización del sufrimiento.
La belleza y el dolor son dos elementos antagónicos. Intentaré no rayar en el victimismo, sino aceptar lo sucedido, porque se supone que una vez aceptado este principio el miedo desaparece. La violencia ha sido siempre un problema más que he tenido asumido. Se trata del triunfo de la máquina discriminatoria sobre mi cuerpo y sobre otros cuerpos, para una mejor transmutación en la psique colectiva de la canibalesca liturgia del sometimiento, en la que consiste el ejercicio del poder del amor en nuestra sociedad. Es un conflicto para con el que hay que establecer un método, una hoja de ruta: acciones que construyan una humanidad mejor. La mayor de las violencias es la indiscriminada, la que busca hacer el mayor daño posible, independientemente de la edad o grado de indefensión. La expresión de la violencia ha dejado víctimas: vidas enteras han sido desestructuradas, destruidas. Es arriesgado proponer de repente la paz. En una situación de violencia, la paz es un cambio radical. Sentarnos con las personas que nos causan sufrimientos es arriesgado. Hay que poner fin a la violencia, no al amor. El amor ha de ser la herramienta de verificación del final de la violencia. Es el medio con el que manifestarla clara y nítidamente. Incluso si hay cierto chantaje, se debe de ceder hasta cierto punto en las negociaciones.
La presente manifestación es una propuesta de paz, la rama de un olivo que teme que los objetivos sean distintos a los del acuerdo. Sé tú misma, sé sincera, plantea las cosas con claridad. No prometas nunca aquello que no puedas cumplir. Tómate la ventaja de aprender las reglas del juego, de estar dentro del juego. Te gusten las reglas más o menos, quieras saltártelas o no, conócelas. No eres una mujer ansiosa, excéntrica, que transmita poca energía o poca intensidad. Por el contrario, irradias una fuente enorme de emoción e intelecto. Me atraes porque me gusta tu crueldad, tu prevención de un mal mayor. Hablemos en serio: dejemos de atentar la una contra la otra. Empecemos psicoanalizando nuestro pasado. Hagámonos comprender una visión de nuestras opresiones, de nuestras persecuciones, de nuestra Historia. Liberémonos por medio de la visión. Hablemos de nuestra situación actual para comprenderla, resolverla. Autodeterminación, amada: seamos firmes y determinadas. Démonos una tregua. Démonos un aviso, acordonemos una zona y dinamitémosla saliendo airosas, sin heridas. El factor humano es crucial. Aprovechemos las oportunidades y no dependamos de nadie que no queramos. Démonos una tregua permanente, indefinida. No nos representamos la una a la otra. Podríamos deshacernos la una de la otra, si las cosas no fuesen bien. No tenemos por qué someternos a ninguna presión que no queramos: no tenemos por qué pactar ninguna hoja de ruta porque en toda negociación hay dos partes que se acercan y dos extremos que se alejan. Tendamos un puente entre ambas. Y, mientras haya tregua, armémonos de valor hasta los dientes; preparémonos para la guerra, como si en todo pudiésemos ver un doble sentido. Negociemos luego el desarme mientras decidimos nuestro futuro. Decidámonos a ser felices, pasionales, a llegar hasta el final, en lugar de quedarnos a mitad de camino de la felicidad.
Hemos de convencernos de que se trata de dirigirse a una misma en esta tregua nuestra en la que las discusiones pueden ser intensas. El hecho de que no controlemos determinados aparatos no significa que estemos jugando de mala fe sino más bien todo lo contrario, por mucha tensión que nos genere en ciertas ocasiones. Podríamos exigirnos el cese de las actividades amorosas que hay en nuestras vidas, si nos preguntásemos cuáles son: aquellas que son independientes de nuestra autodeterminación. La autodeterminación es una cuestión de responsabilidad. Por ello, irresponsabilicémonos del amor, sin boicotear el proceso de paz. Ocupémonos de la acción de la propia inercia amorosa. Que éste sea el principio del fin. Declaremos el cese de la violencia impulsando un proceso de comprensión y entendimiento mutuo. Cumplamos nuestros acuerdos: busquemos una salida que no rompa con lo que hemos constituido, salvo que tengamos que salir rompiendo lo constituido para reconocer nuestra existencia, nuestra autodeterminación, evitando que el conflicto vuelva a surgir. Conformemos un marco de unión más allá de los marcos cognitivos impuestos por la sociedad. Autoconstruyámonos. Convezcámonos para seguir avanzando. Reconozcámonos. El esfuerzo lo merecerá porque nos permitirá alcanzar ser quienes somos. Sintamos el vértigo cada vez que demos un paso que suponga un nuevo principio del fin, sin traicionar nuestras propias causas. Busquemos un arma, si fuese posible el diálogo con violencia más allá de la legalidad. Hagámonos cómplices la una de la otra. Será duro para nosotras, mas somos en realidad más duras de lo que parecemos. Lo somos, porque sabemos encajar los golpes y luego mandarnos a la mierda templadamente. Técnicamente, estamos viviendo un momento fascinante de nuestras vidas porque estamos cambiando las cuestiones amorosas con un escepticismo razonable. No es una catástrofe. Así que empecemos a romper con todo lo que no nos gusta. Procedamos sin atentar contra nosotras mismas. Desarticulemos los comandos innecesarios.
Nuestro deber es intentar superarnos, aunque en ocasiones tengamos que ser capaces de distanciarnos de las emociones. El objetivo final es más grande que la tragedia del momento. Declarémonos en contra de la violencia: una tregua por el fin de la lucha. Seamos duras, busquemos soluciones. Reunámonos con nuevas propuestas. Conquistemos la complejidad de nuestro derecho de autodeterminación. Reformémonos para compartirnos. Firmemos la propuesta que queramos. Hagámoslo, ¿recuerdas? Hagamos esfuerzos para influir la una en la otra, hagámoslo con éxito. Lo más difícil en este proceso es decirnos a nosotras mismas que vamos a terminar con el amor romántico. Seamos conscientes de la dificultad de nuestro papel: tenemos más responsabilidad que poder, porque no podemos conseguir todo lo que queremos, que es de naturaleza diferente a lo que el otro pretende. Sintámonos molestas por ello cuando proceda que así sea. Practiquemos la producción de una subjetividad que no nos lleve al desastre. Porque o nos convencemos de todo esto o nos separamos radical y fehacientemente. Por ende, construyamos una línea de pensamiento que renuncie a legitimar la violencia como instrumento para conseguir nuestros objetivos. Tenemos el tiempo contado para hacer este trabajo. Pongámonos en marcha con buenos resultados.
En lugar de vengarnos, pactemos, progresemos; en lugar de llorar, organicémonos, salgamos de la pena. La responsabilidad de nuestra relación es como mínimo cosa de dos. Incluso si tuviésemos una visión romántica de nuestra forma de organizarnos, de relacionarnos. A pesar de que en ocasiones lleguemos tarde, reconozcamos nuestros errores de cálculo en el valor. Y, cambiemos, si no tuviésemos más remedio, porque la realidad hace que cambiemos: nuestros hechos se modifican al contacto con la realidad. Hagamos algo más valioso que condenar y condenarnos: resolvamos parte del problema; saquemos de la ecuación la violencia, lo injusto. Reconozcamos el final. Reconozcámoslo, de todo corazón.