la oropéndola quiere volar

1 view
Skip to first unread message

joaquinregaderamartinez

unread,
Feb 11, 2018, 9:21:50 PM2/11/18
to Seminario Jacotot
🕊

Odiaré tus caricias -pensaste. La casita del parque a la cual nos hemos atrevido a entrar para no pasar la noche en la intemperie, es una construcción que mezcla la melancolía y la grandeza de las casitas de juguete. En ella alzamos la perfección cejijunta; la imaginación cejijunta, en la casita amarilla de tejado rojo en Arlés, una casita merodeada por feroces gatos cazadores. Estamos tan apartadas del centro que el celeste decorado nocturno brilla cósmicamente. La casita del parque nos estaba esperando, perennemente. Nos instalamos a la izquierda, sentadas en el banco circular alrededor de la mesa del salón principal, rodeadas por un tenebrario, una araña candelera (candelabro), tapices de alto lizo en los que se cazan unicornios y cisnes, un póster de The Handsome Family enmarcado con un arabesco de orfebrería, y el sonido de El momento, canción de La casa azul que propone dejar de lado la fascinación, no empezar proyectos inauditos ni vivir al borde del abismo, cambiar flores por discusiones, tener otra vida (morfogénesis mental). Dejamos de reírnos de la vida -continúa la canción- y fuimos a la deriva.

Hemos venido aquí para hacer un taller de pintura -recuerdas. Hace mucho tiempo que no pintas con acrílico y te gustaría ver nuevos cuadros emplazados a lo largo de las paredes y de los diferentes recovecos que la arquitectura de la casita proporciona. Pintar despierta profundamente nuestro interés, quizá a causa de nuestros incipientes delirios o locuciones sin respuesta o de respuesta privada. Me ordenas, por tanto, que abra las pesadas persianas del salón principal -para ventilar la estancia y dejar que al amanecer comience a entrar la fantasmagórica luz del nuevo día-, que encienda las mechas del tenebrario situado sobre la mesa del comedor y descorra de par en par las orladas cortinas de terciopelo bermellón que envuelven la sala. Al hacerlo deseamos entregarnos, si no a la inspiración, por lo menos a la alternada elaboración fabril de unas pinturas que no me detendré en describir. Nuestro taller es como una fábrica y en cuestión de semanas hacemos una veintena de obras para luego dejar que la calle entre a nuestra casita de las musas, a nuestro museo, diseñado para el placer visual de una élite plebeya, como nosotras, democratizando la cultura, favoreciendo que la democracia esté por venir, en un proceso abierto, crítico y arriesgado que permite definir quiénes somos nosotres y quiénes son les ciudadanes, dirigiéndonos a un público que no existe para transformar al público local. Por esta vía, cabe esperar que algún día encontremos sobre la almohada un pequeño volumen que contendrá una crítica de nuestras obras. Mucho, mucho de ti... e intensa, intensamente. Rápidas y brillantes vuelan las horas contigo, hasta llegar el profundo amanecer.

Apagamos el candelabro. Algunos gatos entran al salón.

La luz de la mañana cae directamente sobre nuestros lienzos proyectando a su paso sombras de colores y un vivo cromatismo acrílico. El amanecer trae un cambio, produciendo un efecto por completo inesperado. Los rayos del sol dan en un nido colgante tejido con hierbas y fibras de plantas, suspendido de uno de los brazos de la araña candelera, que un ángulo muerto de nuestra psique había mantenido hasta ese momento en la más profunda sombra. Podemos ver así, vívidamente, una oropéndola americana que nos había pasado inadvertida. Es una oropéndola a punto de abandonar el nido, una oropéndola en aras de volar. La miramos presurosamente, e iniciamos un baile absurdo. Al principio no comprendemos por qué lo hacemos. Pero mientras nuestros pies se mueven al compás simétrico de una música imaginaria, cruza por nuestra mente la razón de nuestra conducta. Nos movemos impulsivamente a fin de pensar con los músculos, con el cuerpo, cuidándonos así del sometimiento al que nos pueden llegar a exponer las fantasías que no tocan tierra rítmicamente con los pies ni con cierto desconcierto. Instantes después volvemos a mirar fijamente la oropéndola, disipando la soñolienta modorra que pesa sobre nuestros sentidos, volviendo al punto de la vigilia. La oropéndola quiere extender el radiante plumaje negro brillante de sus alas más allá del nido colgante. La oropéndola quiere volar. Y nada podría ser más admirable en este momento súbito y vehemente de acrílica belleza inmortal acechada por gatos dispuestos a cazar.


La realidad nos arranca de las fantasías del sueño. La vida se modifica al contacto con la realidad. La realidad es aquello que cambia nuestra forma de vivir, de pensar, de hablar y de movernos. Si no cambiásemos sería por una falta de contacto con la realidad, como le sucede a las personas conservadoras aisladas, tal vez una hora, en un algún remoto punto del pasado, a medias sentadas, a medias reclinadas, con los ojos fijos en el sueño cerrado, ante el 11º mandamiento: no escribirás relatos de mierda titulados La oropéndola quiere volar. Contrariamente, el presente tendría que titularse El verdadero secreto del efecto del sueño eterno: la muerte de un ruiseñor que no quiso [en pasado] volar, porque así es más largo y esas cosas...

La oropéndola se deja caer hacia atrás en su nido extasiada. Una absoluta posibilidad de vida nos hechiza. Voy a esterilizarme -proyecto. Para celebrar la fiesta de la paz en un estado de confusión fingida, bajo la araña candelera y su honda agitación lumínica mientras las velas están apagadas por la claridad del día que a la mañana cantaría. Piando y triando la oropéndola se mezcla con la singularidad de una hermosura tan encantadora como alegre. Aciaga la hora en la que combustione espontáneamente, y de forma apasionada, estudiada, austera y artística o contradictoria. Como quien es feliz contradiciendo la infelicidad colindante con imágenes y sonrisas traviesas cual cervatillas pillas. Amor y mimos, odiando tan solo al Arte, nuestro rival; aceptando la pataleta, los pinceles y los talleres de pintura de acción contemplativa. La oropéndola vuela sobre el lienzo en algunos brochazos, humildes y obedientes al impulso de la performance pictórica, oscura, semienterrada, arraigada en la tierra desde la que cae la luz sobre la pálida tela, una profundidad mayor enterrada. La oropéndola se gloria de su vuelo ensombreciendo el desconcierto de los gatos hambrientos. Avanza hora a hora y día a día surcando el suelo aéreo, violenta y taciturnamente, perdiéndose en sus ensueños, donde la luz entra lívida, solitaria, marchita, viva, consumida, visible, suya. Sonriendo, sin exhalar queja alguna, la oropéndola vuela con un placer fervoroso y ardiente, bregando noche y día, desanimada, débil, contemplativa, hablando en voz baja, asombrada, maravillada, en un vuelo insuperable, concluso, exaltado, repitiendo palabras como ardiente, tela y rostro rostro desencajado. Nuestros pómulos son como dos mezclas acrílicas de las que tomamos con el pincel. Pasaron muchas semanas y la oropéndola volaba cada vez con más seguridad en la oscuridad del salón principal, poniéndose el pincel en la boca, matizando nuestros brochazos, de manera oscilante, vacilante, en trance frente a la obra cumplida, viva y muerta, perpetuando el hambre de los gatos, durante una hora seca.

Reply all
Reply to author
Forward
0 new messages