La libertad de les perdedores

1 view
Skip to first unread message

joaquinregaderamartinez

unread,
Feb 14, 2018, 10:21:55 PM2/14/18
to Seminario Jacotot


No te doblegues a los ángeles,

ni cedas por entero a la muerte,

como no sea por la flaqueza

de tu debilitada voluntad.


La debilidad de la memoria. Bajo la cálida luz de la biblioteca de casa hemos grabado una lista de palabras sobre la pizarra de hielo en este orden sorteado al azar: rememorar, practicar, caracterizar, enrarecer, saber, embellecer, placer, cautivar, profundizar, cautelar, acorazar, advertir. Las nubes nos traen de vuelta a la realidad, recordándonos que estamos junto al lago, porque el cielo rompe a llover y corremos a cobijarnos en el tronco de un frondoso árbol. Me pego de espaldas al hueco del árbol y tú, también de espaldas, te pegas a mí. Las aves cantan acompañadas de sus altavoces bluetooth el tema latino La sandunguera de Nathy Peluso: “lo que menos me importa es tu banana, acércate que te enseño katana […] abre tu cerve o tu mente plana”, mientras tú perreas como Bad Gyal. El sufrimiento nos debilita a partir del momento en el que la resistencia pierde su fuerza placentera. Es a partir de aquí que sufrimos de verdad. Las aves cantan abriéndose camino en mi corazón con pasos musicales mientras perreas conmigo. Es el momento de fingir lo contrario del todo. Porque las últimas leyendas urbanas aconsejan no hacer las cosas de corazón junto a las ruinas del Río Manzanares, vestigio esculpido con impresiones de la saboreada realidad, fragmentos de la fatalidad dentro de los límites del todo, mas al margen, a 19 km de la pantalla del mundo exterior, el afuera, a las afueras de La ciudad de las palabras y de las fantasías, donde la escritura se sitúa en la mezcla con la extinción, con el rayo de la extinción, un rayo pasivo durante una crisis de indagación eléctrica y de confusión etérea. Los egipcios lo bordaron geométricamente. Sería en vano describir cómo se descarnaron con la tranquila soltura de su porte jeroglífico y con la extraordinaria seriedad elástica de su astronomía piramidal. Ni entraban ni salían de su asombro. Los egipcios construyeron el laberíntico umbral en los marcos de las puertas de su profundo gabinete astral. Los egipcios y Sócrates fueron a muerte con su puesta en escena ritual adulterada con veneno vegetal y picadura animal, dejando recaer sobre sus hombros el esplendor del mármol, adormeciéndose con las fantasías aéreas que revolotean alrededor de la luz de las bombillas de nuestros sueños paganos, en mágicas proporciones, rastreando los contornos ambiguos e irregulares de las palabras. Nuestras pieles están tan templadas como el marfil fundido de madera noble con aleación de cobre e hidruro de barrio acompañado con rizos de añejo roble.


Perreando refugiadas bajo el frondoso árbol repercutido por la lluvia y el cantar de las aves, nuestras aletas anfibias son armoniosamente curvas, nuestras bocas dulces, labios sinuosos, juguetones, expresivos colores, dientes brillantes, suaves mentones. En el valle de las gacelas, junto al lago, bajo el árbol, rodeadas por la lluvia tribal lejos de la oscura tierra velada por el sol, rayo cósmico que atrae a todos los astros del sistema solar hacia el aleteo de nuestras pestañas, atrincheradas contra el sonido de su expresión, en una noche sondeada con las pupilas del amor, viendo brillar las estrellas... o la hauntológica estela de su recuerdo. El tiempo circular, las cosechas junto al canal, una mariposa aterriza sobre una hoja de haya flotando en un veloz curso de agua. La mirada de un otro es siempre un meteoro o no es un otro. Escuchamos con sentimiento de cuerda la imagen de los pasajes de algunos libros vistos a través de un telescopio de arena, dando prueba de su existencia. La otredad, la intensidad de pensamiento, de acción, de palabra de un otro. Tu enorme voluntad para descubrir a un otro, plácida y tranquilamente, incluso cuando el otro actúa con la violencia de los tumultuosos buitres ante su carroña, modulados por salvajes energías pronunciadas como se profieren las palabras abstrusas. Tu naturaleza me atrae, tus conocimientos me asombran, y, por ello, en ocasiones me someto jugando a tu infinita superioridad con caótica confianza, entregándome activamente a una investigación metafísica de los sentidos. Porque los sentidos no mienten nunca, y es sólo por medio de su testimonio, de su relato, que introducimos la ficción, la mentira. Y tú, que no dejas de estudiar nuestra relación, nuestro experimento, te entregas conmigo aportándome tus deliciosas perspectivas con una lenta gradación de los instintos que ensalzan nuestra naturaleza, elogiando las huellas que dejamos en la senda tras de sí, camino de ninguna meta.


La lluvia cesa y las aves parten en vuelo abandonando el árbol con la esperanza de desaparecer a tientas en la oscuridad nublada. Vivimos inmersas en los misterios de la presencia trascendental. Desprovista del radiante brillo, leve y dorado, del opaco plomo, la transparencia cerúlea de nuestras pieles anuncia la muerte. Sin embargo, no oponemos resistencia a las sombras, ni implementamos de manera permanente, contra los apetitos oscuros, la luz diurna de la razón, porque no hay que ser claras y lúcidas a cualquier precio. No toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce hacia abajo, dado que profundizar es volver a la superficie, a los sentidos. Negarlo supone un autoengaño. Un lamentable espectáculo. Gemimos de angustia cuando se va contra los instintos, contra la naturaleza, contra el espíritu. En la intensidad de nuestro salvaje deseo de vivir, la razón se colma de locura. Indómitas, nos conmueve la placidez de una suave voz, y escuchamos, fascinadas, la melodía del significado de las palabras con conjeturas sobrehumanas. Si no podemos dudar del amor, tampoco podemos conocerlo. Así medimos la fuerza de nuestro afecto. Comprendiéndonos, durante largas horas, con el tacto de nuestras manos y de los ángeles alados, sus velos, sus teatros, en lágrimas bañados. La contemplación del drama orquesta la esperanza, indefinida, como la música de las esferas. Mimos, gruñidos; mascullamos. Escenario informe. Desplegamos las vastas alas, invisibles, fantasmas. Alcanzamos el perseguido círculo del eterno retorno: lo primitivo. Desnudas, nos retorcemos en la intriga. Destilamos mimos y tormentas de ideas. Cae el telón como nuestros suaves brazos. Brota el gracioso murmullo de nuestros labios. Acercamos nuestro oídos y nos escuchamos, nos manifestamos. Distinguimos con atención cada una de las cortinas de palabras articuladas a lo largo de la mota de las ruinas del Manzanares, donde vagabundeamos, sin rumbo, hasta simplemente poner en el mapa un dedo que señala el Centro Social Okupado Autogestionado Arabesco. Elegimos así nuestro destino porque sabemos que toda inteligencia es artificial. Hacer o decir cualquier cosa inteligente conlleva un artificio por espontáneo que parezca. Así es como salen los estilos de cada género: no todas las aves de un mismo género cantan con un mismo estilo. La variación está en la vacilación. Si todos los aspersores de un mismo diseño pulverizan igual, es porque su artificio es menor en términos de inteligencia o complejidad adaptativa. Si la máquina es el vínculo, por ejemplo, entre la sed y el zumo, el exprimidor, las máquinas más simples son aquellas incapaces de decir No al (auto)sometimiento, incapaces de vacilar; y, sólo en la medida que vacilan, hacen su artificio, su arte de vivir.


Entramos en las instalaciones del CSOA Arabesco próximo a las madrileñas ruinas del Manzanares. La colorida y plurivérsica vastedad del edificio, el aspecto casi salvaje del espacio, los numerosos recuerdos de su trayectoria, venerables vínculos con el mundo en común con los sentimientos, el cuidado humano que salva a los cimientos del huraño deterioro del abandono, mustio, ruinoso e invadido de musgo, hacen una red o tejido social fantástico más que perverso. Aquí no es débil la esperanza de aliviar el dolor. En el interior de la extravagancia residen suntuosos murales, divertidas esculturas, extraños moblajes e impresionantes paisajes caseros. Los esclavos vienen aquí para desencadenarse. Herrería 24/7, donde nuestros planes conquistan la cromodinámica complejidad de nuestros sueños, más allá de aquella maldita sociedad que en un momento de enajenación se condujo a sí misma al trabajo asalariado, sucediendo la inolvidable vida práctica libertaria, de sedosos cabellos y ojos amados. Hay numerosos grafitis en la arquitectura del edificio que se nos van presentando ante nuestras boquiabiertas miradas como quien ve por vez primera los adornos de un armonioso corazón. La fantasía se impone a la memoria. Subimos a uno de los talleres pentagonales de maíz y de vastas dimensiones. Okupa todo el ala norte, y las imágenes del mundo entran por un tremendo ventanal compuesto por dos vidrieras modernistas de matices rebeldes que llenan toda una pared, con la suerte de que los rayos del sol y de la luna, al atraversar el efecto prismático, caen con realismo mágico sobre los objetos mecánicos. En lo alto de la inmensa vidriera de dos piezas se extiende una selvática red de hiedras, campanillas, pasionarias, buganvillas blancas y rosas y madreselvas que trepan por los macizos muros del significante Arabesco, el altísimo CSOA madrileño próximo a las ruinas del Río Manzanares, cobijado por las sombras de los robles y el calor humano y del espacio veterinario donde mantienen viva la llama y la alpaca. Del centro mismo de la colorida bóveda cuelgan numerosas telas aéreas en las que un dispar de acróbatas circenses realizan espectaculares piruetas con las que performan una batalla de serpientes tan elásticas como el bambú con continuas contorsiones entre llamaradas multicolores lanzadas por varios tragafuegos durante el ensayo general de una obra que próximamente estrenarán: La libertad de les perdedores.


Según recorremos los pasadizos subterráneos del CSOA, vamos encontrándonos con formas orientales esculpidas en ébano macizo, un gigantesco mapa de los mil seiscientos dialectos de India y un sarcófago de granito negro con un relieve inmemorial. Y, en los pisos de arriba, hay espesas alfombras por las que las gentes caminan descalzas sin zapatos de ningún tipo y sin salirse de los márgenes del tapiz hasta la madrugada, guardándose así de que sus pasos sean perceptibles durante las horas de descanso. Del techo cuelgan aquí móviles musicales hechos con discretas campanillas, caracolas marinas y tubos metálicos. Las inmensas cortinas negro azabache están recogidas en lugar de velar los grandes ventanales, profundizando la amplitud espacial de estas salas donde sólo se camina meditativamente de un lado a otro del interior de cada alfombra en silencio. Para las personas que entramos en la habitación ajenas a este uso de las alfombras, estos seres reflexivos tienen la apariencia de simples monstruos, en función de cuán lejos estemos de ver y comprender que se trata de seres pensantes, porque resulta que nadie se toma el tiempo de caminar si no es conducido por el afán de ir a alguna parte, por el deseo de que sus pasos no estén librados al azar, que los acontecimientos tengan una razón y los actos un destino, como en la ilusión del querer vivir schopenhaueriano, donde importan en primer lugar el comienzo y el fin, el lugar de donde se parte y el lugar al que se llega. No obstante, al acercarnos a estos seres, su apariencia monstruosa desaparece gradualmente y, paso a paso, a medida que nos cambiamos de posición en la habitación, nos vemos rodeados por una infinita serie de imágenes que desbordan energía vital más allá de cualquier forma de superstición terrorífica. La culpa es el sueño de los monjes. El efecto abstracto es grandemente intensificado por una continúa corriente de aire que se abre paso a través de un cristal roto y da una inquietante animación al conjunto de móviles musicales. Lo que no me resulta inquietante es nuestra relación, al menos no demasiado. Sé que no temes mi carácter porque no es hosco, que no me huyes ni me amas poco. Sé que nos causamos más placer que sufrimiento, que nuestro objetivo es la belleza de la compresión y que el desterramiento del dolor es en muchas ocasiones una consecuencia de entender bien las situaciones. El dolor vuelve siempre en 36 formas distintas según las circunstancias de la vida. Amar conlleva sufrimiento y vivir es amar. Cuanto más se ama, más se vive, y cuanto más se vive, más se sufre. Sin embargo, como dices tú, la vida es una lucha individual más que colectiva porque hemos dejado atrás la manada y la comunidad es ya meramente residual. Y lo más patético es que no luchamos hoy en día por la corona sino por su escoria. Por ello te propongo que nos amemos con buenos motivos, que hagamos altos en el camino para que nuestros pies paren de sufrir, que alternemos la lucha con la disidencia y que estemos juntas hasta la muerte por una buena vida, a pesar de que el planeta se haga trizas.



Epílogo

Así aprendemos a volar con la intensidad de la nostalgia amorosa, del pensamiento como memoria. Así desenterramos la belleza y nos embriagamos con los recuerdos de nuestra pureza exaltada, de nuestras bromas pesadas, de nuestra naturaleza enérgicamente expresada, etérea, pasionalmente enamorada. Antes estábamos aherrojadas por grilletes fantasmales. Contrariamente, nuestros corazones arden ahora plena y libremente, aventurándonos a ser consumidas entre gritos y silencios, expuestas a ser devoradas de noche y de día, a la sombra de los fresnos, navegando en barca por el lago, descubriendo sendas abandonadas o explorando retirados valles salvajes. Sueños e imaginación, sonidos y movimientos. Se trata de reponernos del todo, por muy débil que haya sido siempre nuestra constitución. Nuestro mal es alarmante y hemos de recurrir a desafiarlo con el conocimiento del esfuerzo. Estamos invadidas por lo crónico, irritadas por el miedo y nerviosas por causas cuasi triviales. Hablemos, insistamos, colguémonos de estas telas aéreas. Dejemos de ser penosas y busquemos soluciones para despertar de este sueño inquieto, ansioso, descarnado y de terror vago. Incorporémonos, aunque sea a medias, y hablemos, en susurros, como el viento corre por el cristal roto del ventanal. Articulemos nuestros suspiros, seamos fructuosas, bebamos de lo apolíneo y dionisíaco, dejémonos embaucar por los tragafuegos, por las sombras pensantes proyectadas sobre las alfombras, por lo palpable de lo invisible, dejemos que la atmósfera surta efecto, vacilemos al tiempo, contemplemos nuestros cuerpos, arrojemos luz sobre el misterio, mantengámonos vivas. La noche avanza y el pecho se me llena de amargos sentimientos, porque todo contigo es más intenso y la resistencia al amor sabe a berenjena. Así como a un vecino se le quiere en el barrio y a un compañero en el equipo de trabajo, a un amigo, a un hijo y a un amante se les ama, porque querer y amar son dos hechos mundialmente distintos. Y, así como se puede amar a más de dos amigos y a más de dos hijos, se puede amar también a más de dos amantes. Entonces, ¿por qué resistirse amargamente al amor?


Aunque hemos perdido la conciencia del tiempo, calculamos que ha de ser media noche. Como sujetos, hay ocasiones en las que no nos separamos del objeto, en las que no ponemos límite, y la significación fálica no canaliza el goce, haciéndonos presas del goce del otro, como goce de lo que lo hemos sido para el otro: un cuerpo, un objeto de goce. Para solucionarlo basta con no convertirse en ese objeto que condensa el goce, porque más allá de la significación fálica, hemos de ser nosotras quienes demos nuestro sentido al mundo. Por tanto, más allá del goce, la solución no es sino aprender a desear. Quizá sea más temprano que tarde, cuando un sollozo sofocado, suave, pero muy claro, nos saca repentinamente de nuestro ensueño. Sentimos que viene de lejos. Prestamos atención, pero el sonido no se repite. Esforzamos la vista para descubrir algún movimiento mas no advertimos nada. Sin embargo, no podemos habernos equivocado. Hemos oído el ruido, aunque débil, y estamos despiertas. Mantenemos con decisión, con perseverancia, la atención. Transcurren minutos sin que ningún hecho arroje luz sobre el misterio. Nuestros corazones dejan de latir y es el sentimiento del deber el que nos devuelve la presencia de ánimo. Aún vivimos. Luchamos, pues, en nuestro intento de volver a la vida aún vacilantes. Pero recaemos, desaparecen los colores, contraemos los labios, un frío repulsivo cubre rápidamente la superficie de nuestros cuerpos y la rigidez cadavérica nos sobreviene de inmediato. Nos desplomamos y nos entregamos a las apasionadas visiones de nuestra vida. Advertimos por segunda vez un vago sonido procedente de lejos. Prestamos atención en el colmo del horror. El sonido se repite: es un suspiro. Nuestra vista se oscurece, nuestra razón se extravía. Nos tendemos las manos la una a la otra y nos las frotamos. Pero en vano. La imagen torna incolora, las pulsaciones cesan y nuestros cuerpos se hielan mientras se consumen. Nos sumimos en las visiones de nuestra vida, y de nuevo llega a nuestros oídos un sollozo ahogado que viene de lejos. Se acerca el momento del alba gris. El día resucita como un enemigo invisible y nosotras somos sus presas indefensas en un torbellino de violentas emociones devoradoras. Somos cadáveres que se mueven ahora con más fuerza que antes. Los colores de la vida cubren con energía nuestros semblantes, nuestros miembros se relajan, despegamos los párpados y sacudimos por completo las cadenas de la muerte. Nos levantamos, a tientas, con pequeños pasos, extraviadas en un sueño, avanzando osadamente. Gobierna un loco desorden en nuestros pensamientos, un tumulto incontenible. Dudamos de que realmente estemos vivas en la plenitud de nuestras vidas. Es una duda inenarrable. Una invasión secreta. Saltamos la una hacia la otra. Nos estremecemos, nos tocamos, dejamos caer nuestras ropas, la atmósfera nos sacude y nos desplomamos porque no hemos conseguido resistirnos: el amor nos ha vencido. Así, Nathy Peluso y Bad Gyal estarían orgullosas de nosotras, si fuésemos sus primas de 15 años decimonónicas. Perreando con el Destino -La fuerza del perreo. Perreo Records. 2018.

Reply all
Reply to author
Forward
0 new messages