ALCOSERI
no leída,26 oct 2008, 18:03:4426/10/08Iniciar sesión para responder al autor
Iniciar sesión para reenviar
No tienes permiso para eliminar mensajes de este grupo
Mostrar el mensaje original
Las direcciones de correo electrónico de este grupo son anónimas o necesitas el permiso para ver las direcciones de correo electrónico de los miembros para poder ver el mensaje original
a SECRETO MASONICO
EL PLAN DEL GRAN ARQUITECTO DEL UNIVERSO
El masón coopera a la expresión o realización del plan del Gran
Arquitecto, o Inteligencia
Creadora, cuyas obras aparecen doquiera en el Universo. Este plan es
la Evolución: la Evolución
Individual y la Evolución Universal de todos los seres, el progreso
incesante y la elevación de la
conciencia, en constante esfuerzo y en una superación igualmente
constante de las imitaciones,
constituidas por sus realizaciones anteriores.
El Plan del Gran Arquitecto obra automáticamente en la vida de los
seres inconscientes, que se
sienten empujados hacia delante, hasta el momento en que ellos mismos
alcanzan el plano o nivel
de la autoconciencia, que caracteriza el estado humano y diferencia al
hombre del animal, que no
tiene necesidad de darse cuenta de la razón de los impulsos que lo
dominan ni de las Fuerzas que lo
conducen.
Pero para los seres dotados de autoconciencia y de las facultades del
juicio y del libre albedrío (los
que comieron del simbólico fruto del Árbol del Bien y del Mal), el
progreso cesa de ser posible en
un estado de mera pasividad, y se necesita comprensión e inteligente
cooperación, en proporción
con el desarrollo de estas dos facultades.
En otras palabras, mientras la Naturaleza, por sus propios esfuerzos,
evoluciona como resultado de
una actividad de millones de años, a través de los reinos mineral,
vegetal y animal, hasta producir su
Obra Maestra, el hombre, cuyas posibilidades espirituales lo
distinguen por completo de los seres
inferiores; y para que pueda éste transformarse en un ser todavía más
elevado y perfecto, en un
Maestro, se necesita que el hombre coopere voluntariamente con la Obra
de la Naturaleza o Plan
del Gran Arquitecto.
El masón se distingue así del profano, en cuanto entiende y realiza
esta cooperación voluntaria y
consciente, convirtiéndose en un Obrero dócil y disciplinado de la
Inteligencia Creadora,
esforzándose en seguir el Sendero que conduce al Magisterio, o sea a
la perfección de la Magna
Obra del Dominio completo de sí mismo y de la redención o regeneración
individual.
Pero este Magisterio es para el Aprendiz un Ideal necesariamente
lejano: él se halla todavía en los
primeros pasos del sendero, en sus primeros esfuerzos de tal
cooperación voluntaria, con un Plan,
una Ley y un Principio Superior que lo conducirán a realizar las más
elevadas posibilidades de su
ser, y para ello las cualidades que ante todo debe adquirir son
precisamente docilidad y disciplina.
Es digno de nota que estas dos palabras vengan respectivamente de los
dos verbos latinos docere y
discere, que significan “enseñar” y “aprender”. Dócil es el adjetivo
que denota la disposición para
aprender, la actitud o capacidad necesaria para recibir la enseñanza.
Disciplina, en sus dos sentidos de “enseñanza” y “método de reglas a
los que uno se sujeta”, viene
de discípulo, término equivalente al de aprendiz. Por lo tanto, ser
disciplinado debe considerarse
como el requisito fundamental del Aprendizaje, que es la disciplina a
la cual el aprendiz o discípulo
naturalmente se somete para poder ser tal.
La disciplina es la parte que al aprendiz compete en el Plan del Gran
Arquitecto: la harmonización
de todo su ser y de todas sus facultades que lo hará progresar de
acuerdo con las Leyes Universales,
transformándolo de piedra bruta en piedra labrada, capaz de ocupar
dignamente su lugar y llenar el
papel y las obligaciones que le competen.
Esta disciplina es voluntaria, y de ninguna manera pudiera ser
impuesta de afuera, o por otra parte
de otros: es la disciplina de la libertad que tiene en la libertad
individual su base indispensable, y es
al mismo tiempo la que otorga al hombre su más verdadera libertad y la
custodia. Y es una
disciplina libertadora, en cuanto libra a las Fuerzas Espirituales
latentes, al “Dios encadenado” que
vive y espera en el corazón de todo hombre, y es la fuente de sus más
íntimos anhelos, de sus más
nobles ideales, de sus más altas aspiraciones
USO DE LA PALABRA
La Palabra se hace efectiva por medio de su aplicación en oportunas
afirmaciones y negaciones
entendidas para conducir nuestro ser interno al reconocimiento o
percepción de la Verdad que la
misma Palabra quiere revelarnos. Muy explícitas y oportunas son sobre
este punto las palabras del
más grande Iniciado que conocemos: Si perseveráis en mi Palabra (o en
la Palabra) conoceréis la
Verdad y la Verdad os hará libres.
La Palabra debe, pues, afirmarse y repetirse con fidelidad y
perseverancia para que pueda
conducirnos a la conciencia de la Verdad que encierra. Entonces esta
Verdad se hará efectiva en
nuestra vida, convirtiéndose en verdadero poder que nos libertará del
error, del mal y de la ilusión.
Además todas nuestras palabras, indistintamente, tienen un poder
constructivo o destructivo sobre
nuestro ser, nuestro carácter, nuestra vida y nuestras relaciones: las
palabras positivas tienen un
poder constructivo, las negativas destructivo; las primeras unen y
atraen, las segundas desunen y
alejan. Es, pues, de importancia esencial que elijamos muy
cuidadosamente lo que pensamos y lo
que decimos, pues detrás de cada palabra o pensamiento está aquel
mismo Poder del Verbo que se
halla en el principio de toda cosa: Todas las cosas por él fueron
hechas, y sin él nada de lo que es
existiría.
Afirmar el Bien, negar el Mal; afirmar la Verdad, negar el Error;
afirmar la Realidad, negar la
Ilusión: he aquí en síntesis cómo debe usarse constructivamente la
Palabra. Como ejemplo damos
una afirmación característica que debe leerse y repetirse
individualmente, en íntimo secreto, y a
semejanza de la cual muchas otras pueden formularse.
Existe una sola Realidad y un solo Poder en el Universo: Dios, el
Principio, la Realidad y el Poder
del Bien, Omnipresente y Omnipotente.
En consecuencia, nada hay que temer fuera del mismo temor: como no
existe ningún Principio del
Mal, éste no tiene realidad y poder verdaderos, y es sólo una imagen
ilusoria que debe reconocerse
como tal para que desaparezca.
Existe una sola Realidad y un solo Poder en mi conciencia: Dios, el
Principio, la Realidad y el
Poder del Bien, la Omnipresencia, Omnisciencia y Omnipotencia del
Bien.
Por consiguiente, el mal no puede tener sobre mí y sobre mi vida poder
alguno, si yo mismo
(dándole vida o combatiéndolo) no le reconozco y confiero
temporalmente realidad y poder: es un
dios falso que se antepone al Verdadero Dios, que es Bien Infinito,
una sombra ilusoria que impide
que resplandezca la Luz de lo Real.
El Espíritu Divino es en mí, Vida Eterna, Perfección Inmortal,
Infinita Paz, Infinita Sabiduría,
Infinito Poder, Satisfacción de todo justo deseo, Providencia y
Manantial de todo lo que necesito y
se manifiesta en mi vida: mis ojos abiertos a la Luz de la Realidad
ven doquiera Armonía y Buena
Voluntad: el Principio Divino que se expresa en todo ser y en toda
cosa.
EL PRINCIPIO DEL BIEN
La palabra reconoce implícitamente el Bien como único Principio,
Realidad y Poder, y
consecuentemente el Mal como pura ilusión y apariencia que no tiene
Realidad ni poder
verdaderos.
Esta es la enseñanza de todos los iniciados: de aquellos que han
llegado a penetrar y establecerse
con su conciencia por encima del dominio de lo aparente, en donde el
Bien y el Mal figuran como
poderes iguales, como pares de opuestos irreconciliables que luchan
constantemente uno contra
otro, y que se alternan como el día y la noche, la luz y las
tinieblas, la vida y la muerte.
El iniciado sabe que, detrás del mundo de la apariencia, existe una
sola y única Realidad, y que esta
Realidad es el Bien: Bien Infinito, Omnipresente y Omnipotente; que
fuera de esta única y sola
Realidad, nada existe y nada puede existir. Que lo que consideramos
mal es una sombra
inconsistente, una verdadera irrealidad, una pura y sencilla ilusión
de nuestros sentidos y de nuestra
imaginación, que debe ser superada en lo más íntimo de nuestra
conciencia para que pueda
desaparecer como concreción exterior.
La primera letra de la Palabra Sagrada, con la cual es costumbre
nombrar la Columna del Norte,
nos recuerda este Principio del Bien, en el cual debemos poner toda
nuestra confianza, la que nos
hará partícipes de sus beneficios, pues un Principio se hace operativo
únicamente en cuanto es
reconocido, y vive y reina en nuestra alma.
El hombre esclavo de la ilusión del mal, reconociéndolo como poder y
realidad, le da
preponderancia en su vida, y sus esfuerzos para combatirlo remachan
las cadenas de la esclavitud.
Únicamente cuando lo reconoce como ilusión, y cesa consecuentemente de
tener poder en su
conciencia, es cuando en realidad se libera de él.
LA PRIMERA COLUMNA
La Palabra Sagrada del Aprendiz es también el nombre de la primera de
las dos columnas que se
hallan a la entrada del simbólico Templo levantado por la iniciación:
el Templo de la Verdad y de la
Virtud.
Esto quiere decir que su reconocimiento es el Principio Básico (o
columna) que puede conducirnos
a atravesar la Puerta de dicho Templo: sin este reconocimiento nunca
podremos esperar ingresar en
él; su puerta permanecerá cerrada hasta que no reconozcamos esas dos
columnas, de las cuales
únicamente la primera compete al grado de Aprendiz.
Esta columna cerca de la cual el Aprendiz recibe su salario es pues la
Columna de la Fe, columna
que él mismo debe levantar en él y hacer de ella un punto de apoyo. Es
un principio del que nunca
debe separarse, en sus pensamientos , palabras y acciones, bajo cuya
sola condición podrá actuar de
una manera siempre segura y constructiva en todas las circunstancias
de su vida.
De cuanto ya hemos dicho se desprende con toda claridad la importancia
de la Palabra y de la
interpretación de su significado, por ser la inteligencia y el uso de
dicha Palabra lo que
verdaderamente hace al iniciado y al masón. Esta Palabra puede y debe
aplicarse indistintamente en
todas las condiciones de la existencia, estando en ella el Poder de
libertarnos del mal y
establecernos en el Bien.
Si, por lo tanto, aprendemos a permanecer fieles a esta Palabra o
íntimo reconocimiento, toda forma
de miedo o de temor cesará de dominarnos y de tener poder sobre
nosotros: si la Fuerza es en Él
(que es la Realidad y el Principio del Bien), toda apariencia del mal
es sólo una ilusión que tiene
poder sobre nosotros mientras nuestra mente reconoce esta ilusión como
“realidad”, pero que
desaparece tan pronto como cesamos de darle en nuestro fuero íntimo
realidad y poder.
El temor es, pues, la única cadena que nos ata al mal y puede darle
algún dominio sobre nosotros; si
cesamos de temerle y, con pleno y profundo convencimiento de nuestra
conciencia, le negamos al
mal verdadera existencia y realidad, huirá de nosotros como huyen las
tinieblas al aparecer la Luz.
Esto explica cómo Daniel, verdadero iniciado y fiel a la Palabra, pudo
estar perfectamente tranquilo
en medio de los leones hambrientos, y cómo éstos no le hicieron ningún
daño.
Esta columna de Fe absoluta en el Principio o Realidad cuya existencia
y omnipotencia ha
reconocido en sí mismo, es la que el Iniciado debe levantar en su
interior para que le sirva de base
sobre la cual apoyar todos sus esfuerzos, lo mismo de baluarte que de
defensa en cualquier
circunstancia o peligro.
EL PRIMER MANDAMIENTO
La Palabra Sagrada del Aprendiz tiene un significado análogo al Primer
Mandamiento: Yo soy el
Señor tu Dios: no tendrás otro dios delante de mí. Aquí también vemos
el implícito reconocimiento
de una sola Realidad, la Realidad Espiritual de todo; de un solo
Principio, Poder y Fuerza: el
Principio de la vida, que es el Principio del Bien y el Poder y la
Fuerza que en Él únicamente
residen.
Y la segunda parte del mandamiento nos muestra cómo en este
reconocimiento debemos encontrar
el poder soberano que nos asiste y nos hace triunfar sobre toda
ilusión o creencia en el poder o en la
fuerza de las cosas exteriores. La confianza debe ponerse única y
exclusivamente en lo Real, en
aquella Realidad de la cual hemos adquirido (como resultado de la
iniciación) la conciencia y el
contacto interior, y que es por lo tanto nuestro “Padre o Señor”, ya
no en los falsos dioses de las
consideraciones triviales a los que tributan su adoración la mayoría
de los hombres.
Este Principio que vive en nosotros es nuestro Dios, o sea la Luz que
nos ha conducido fuera de
Egipto, la ilusión de los sentidos, el país de las tinieblas y de la
esclavitud. El éxodo de Israel es,
pues, una pintoresca imagen de la iniciación, del éxodo individual del
pueblo elegido de los
iniciados, fuera del dominio o país de la esclavitud, en donde reinan
los falsos dioses, o sea las
ilusiones de los sentidos, para llegar a la Tierra Prometida de la
libertad y de la independencia.
LA PALABRA
Así como el toque muestra que el masón debe esforzarse por penetrar en
la esencia profunda de las
cosas en vez de quedarse en la superficie, la Palabra muestra su acto
de fe y la actitud interior de su
conciencia.
La palabra Sagrada que el aprendiz consigue como premio final de sus
esfuerzos, después de
haberse sometido a las pruebas de la iniciación, muy lejos de ser una
palabra sin sentido, tiene un
significado profundo cuya comprensión y aplicación bien vale el
esfuerzo que ha sido menester para
conseguirla. Es una palabra que se da secretamente para que permanezca
en el secreto de la
conciencia, y el aprendiz haga de ella el uso fecundo que demuestra su
compensación.
La Palabra Sagrada significa: EN ÉL LA FUERZA, y es, por lo tanto, el
implícito reconocimiento
(consecuencia de la iluminación recibida, como resultado de sus
esfuerzos en los viajes del
Occidente al Oriente) de que la Fuerza Verdadera y Real no reside en
el mundo de la apariencia ni
en las cosas materiales, sino en el Mundo Trascendente en el cual se
halla el Principio Inmanente de
todo.
Este reconocimiento, cuando sea efectivo y profundo convencimiento del
alma, debe producir un
cambio completo en la actitud de un ser: el iniciado se distinguirá
así del profano, y, en vez de
poner como éste su confianza en las cosas y medios exteriores, la
pondrá únicamente en el principio
de la Vida, que es el Principio del Bien, cuya presencia y
omnipotencia ha reconocido dentro de su
propio ser.
El conocimiento y el uso de la Palabra Sagrada es, pues, la base de la
verdadera libertad e
independencia: cesando de depender por completo de las cosas externas
y del capricho de los
hombres, el iniciado se libra de las consideraciones materiales, que
atan a todos los que todavía no
conocen en dónde se hallan la Fuerza y el Poder Verdaderos, y los
hacen más o menos esclavos de
estas cosas.
Así aprende el iniciado a no doblar nunca la rodilla ante los hombres,
por elevados que sean sus
puestos y los cargos que puedan tener en la sociedad, y se hace igual
a los reyes tratando a todos los
hombres sin orgullo ni arrogancia, e igualmente sin miedo y sin temor,
o sea simplemente como
hermanos.
Pero saber doblarla ante el eterno, reconociéndolo como la única
Realidad y el único Poder,
quitándose como Moisés, ante el zarzal ardiente, los zapatos de la
ignorancia y presunción, y
humillando delante de Él las asperezas de su personalidad, para poder
recibir Su Luz y hacerse
receptivo a Su Influencia, en íntima comunión, en el místico secreto
del alma.
EL TOQUE
También el toque tiene un sentido profundo, de lo que no se dan cuenta
la mayoría de los masones,
dado que significa, de una manera general, la capacidad de reconocer
la cualidad real que se
esconde bajo la apariencia exterior de una persona, y, por lo tanto,
implica un grado de
discernimiento proporcionado al grado de comprensión que hemos
individualmente alcanzado.
Mientras el hombre profano al conocimiento de la Verdad (que se
consigue por medio de la
iniciación) basa sus juicios y sus apreciaciones sobre consideraciones
puramente exteriores, el
iniciado se esfuerza en verlo todo a la Luz de lo Real y juzga de una
manera bien distinta, por haber
adquirido, en un grado proporcionado al de su iniciación, la facultad
de ver las cualidades reales,
íntimas y profundas de las cosas.
En vez de quedarse en la superficie, en la máscara que constituye la
personalidad, o sea la parte
más superficial e ilusoria del hombre, se esfuerza en ver su
individualidad, o la expresión
individualizada del Principio Divino en él, que constituye su
Espíritu, el Hombre-Real, Eterno e
Inmortal.
Los golpecitos son los toques simbólicos con los cuales la cualidad de
masón vibrará en respuesta
natural y espontáneamente manifestándose como tal. Este reconocimiento
prepara el abrazo
fraternal en el cual se comunica la Palabra, o sea el Verbo y el Ideal
más elevado que se halla
presente en sus corazones y que esconden celosamente para el mundo
profano de la crítica y de la
malevolencia, las “malas hierbas” que sofocarían e impedirían el
crecimiento de esos preciosos
gérmenes espirituales.
Cada golpe es un esfuerzo para penetrar debajo de la piel, o sea bajo
la ilusión de la apariencia,
hasta encontrar el Ser Real; es la búsqueda individual, para descubrir
el Misterio Final dentro de
uno mismo y de todas las cosas en las tres etapas que representan las
palabras evangélicas: Buscad y
encontraréis, pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, refiriéndose
a la Verdad, a la Luz y a la
Puerta del Templo.
Así pues, el toque manifiesta y reconoce la cualidad de iniciado en
los Misterios de la Construcción,
que se desarrollan en el individuo y en todo el Universo. Y expresa
también, como consecuencia
natural, la Solicitud fraternal que el iniciado manifestará en todas
sus relaciones con sus semejantes,
y particularmente con sus hermanos
PENSAMIENTO, PALABRA Y ACCIÓN
Pensar, hablar y obrar, según mejor podamos, de acuerdo con nuestros
más íntimos ideales y
profundas convicciones, es un trinomio que directamente nos concierne
en cada momento de
nuestra diaria existencia.
Pensar bien es pensar rectamente, de acuerdo con la escuadra del
Juicio, orientando toda nuestra
actividad mental hacia lo que en sí sea bueno, bello y verdadero. El
pensamiento recto es
pensamiento positivo y constructivo, sentado sobre las fundaciones
inviolables de la Verdad y del
Bien: los pensamientos negativos y deprimentes y todos los
pensamientos inarmónicos que
descansan sobre la ilusión deben desecharse de la mente, así como
Jesús lo hizo simbólicamente
con los profanadores del Templo.
Esa misma escuadra debe apoyarse, según nos lo indica el signo de
Aprendiz, sobre la garganta,
para medir todas nuestras palabras, de conformidad con nuestros
ideales y sentimientos más
elevados, rechazando todas aquellas que no se conformen con esa
medida, de manera que nunca se
hagan ellas portavoces de nuestras tendencias más bajas y negativas,
de nuestros errores y juicios
superficiales, de nuestros resentimientos y pasiones mezquinas, o del
dominio que la ilusión puede
tener todavía sobre nosotros. Debemos, asimismo, evitar toda crítica
que no sea realmente
constructiva, y sobre todo nos permitirnos ninguna expresión que no
sea inspirada por una
verdadera benevolencia.
El dominio de las palabras es más fácil que el de los pensamientos, y,
en la medida de la sinceridad
individual, tiende a producirlo. Pero este último es, naturalmente, el
más importante dado que
nuestras palabras no pueden expresar sino aquello que “se encuentra en
nuestro corazón”. De aquí
cómo a la selección de las palabras deberá seguir la de los
pensamientos, según lo indica, como
veremos, el signo del Compañero.
De la misma manera, según dominemos nuestras palabras y pensamientos,
nos será posible dominar
también nuestras acciones. Y así llegaremos al tercer punto: obrar
bien, o sea acertadamente, y en
nivel con las leyes morales de equidad y justicia que gobiernan las
relaciones armónicas entre los
hombres, y en aplomo con nuestros mismos principios, ideales y
aspiraciones. Este es, pues, el
signo con el cual se hace universalmente conocer y reconocer el Masón.
EL IDEAL MASÓNICO
Los dos Vigilantes representan también, respectivamente, el nivel y la
plomada. Esta última
principalmente concierne al Aprendiz, en cuanto muestra la dirección
vertical de sus esfuerzos y de
sus aspiraciones, para realizar lo que hay de más elevado en su ser y
en sus potencialidades latentes.
Este esfuerzo, en sentido opuesto a la gravedad de los instintos, es
el que caracteriza al masón en su
deseo de mejoramiento. Su mira debe, pues, dirigirse constantemente
hacia el Ideal más elevado de
su alma, para realizarlo en cada pensamiento, palabra y acción.
Así como la planta crece y progresa por medio de sus esfuerzos
verticales, así también nosotros,
fijando nuestra mirada en el Ideal que nos revela la verdadera luz,
creceremos en su dirección y
llegaremos a encarnarlo, adelantándonos en la senda de nuestro
progreso individual.
Este es el uso que debemos hacer de la plomada para levantar el
simbólico Templo a la Gloria del
Gran Arquitecto, de que proceden nuestras más elevadas aspiraciones:
el Templo que construimos o
levantamos en nuestro interior con nuestra propia vida, la actividad
constructora que obra en
nosotros según los planes de la Inteligencia Creadora o Principio
Evolutivo del Universo, a la cual
tenemos el privilegio de cooperar conscientemente con nuestro
entendimiento y buena voluntad.
El Templo y la piedra cúbica son una misma cosa: el Ideal que debemos
realizar individualmente y
en nuestra vida esforzándonos en superar nuestros defectos y
debilidades, y en vencer y dominar
nuestros vicios, instintos y pasiones, que son las asperezas de la
piedra bruta que representa nuestro
estado de imperfección.
El perfeccionamiento de sí mismo: he aquí la parte esencial y
fundamental en la Obra del Aprendiz.
Un perfeccionamiento que consiste en educar, o sea educir: sacar fuera
y manifestar a la Luz las
gloriosas posibilidades de nuestra Individualidad, despojándonos de
los defectos, errores, vicios e
ilusiones de la personalidad, el antifaz que esconde nuestra más
verdadera naturaleza.
Caminar y esforzarse hacia la Luz, buscar la Verdad y establecer en su
dominio el Reinado de la
Virtud, libertarse progresivamente de todas las sombras que oscurecen
y nos impiden la
manifestación de esta Luz Interior que debe brillar siempre más clara
y firmemente, esclareciendo y
destruyendo toda tiniebla, es, en síntesis, la noble tarea de todo
verdadero masón.
Una vez que hayamos abierto los ojos a este superior estado de
conciencia y que la hayamos
directamente reconocido, esta Luz que está en nosotros se manifestará
naturalmente alrededor de
nosotros en la vida toda, así como en nuestros pensamientos, palabras
y acciones
LOS INSTRUMENTOS DE LA OBRA
Ese trabajo de la piedra, que también históricamente es el primer
trabajo humano, necesita para su
perfección tres instrumentos característicos, que son el martillo, el
cincel y la escuadra. Esta nos
sirve de medida a fin de asegurarnos de que la obra más propiamente
activa de los dos primeros
procede con las normas o criterios ideales universalmente reconocidos
y aceptados; aquéllos son los
medios complementarios con los cuales la perfección concebida o
reconocida ha de hacerse
efectiva.
La escuadra representa fundamentalmente la facultad del juicio que nos
permite comprobar la
rectitud o falta de la misma, o sea la octogonalidad de las seis caras
que se trata de labrar, así como
de sus aristas y de los ocho ángulos triedros en que se unen, con
objeto de que la piedra sea
rectangular, como ha de serlo toda piedra destinada a formar parte de
un edificio.
Por medio de la escuadra es como nuestros esfuerzos para realizar el
ideal que nos hemos propuesto
pueden ser constantemente comprobados y rectificados. De manera que
estén realmente
encaminados en la dirección del ideal, según lo muestra la simbólica
marcha del Aprendiz, que nos
enseña la cuidadosa aplicación de ese precioso instrumento sobre cada
paso y en cada etapa de
nuestra diaria existencia.
En cuanto al martillo y el cincel, como instrumentos propiamente
activos, precisamente representan
los esfuerzos que, por medio de la Voluntad y de la Inteligencia,
necesitamos hacer para acercarnos
a la realización efectiva de esos Ideales, que representan y expresan
la perfección latente de nuestro
Ser Espiritual. El martillo, que utiliza la fuerza de gravedad de
nuestra naturaleza subconsciente, de
nuestros instintos, hábitos y tendencias, es, pues, emblemático de la
Voluntad, que constituye la
primera condición de todo progreso, y es al mismo tiempo el medio
indispensable para realizarlo.
Necesitamos querer antes de poder hacer, y también para hacer y poder
hacer, siendo la Voluntad la
fuerza primaria de la cual pueden considerarse derivadas todas las
demás fuerzas, y por lo tanto
aquella que a todas puede dominar, atraer y dirigir.
Debemos, sin embargo, precavernos de los excesos a los que pudiera
conducirnos el culto
exagerado de la facultad volitiva, dado que los resultados de esta
Fuerza soberana entre todas las
fuerzas cósmicas pueden también ser destructivos, cuando no se la
aplique y dirija
constructivamente por medio del discernimiento que se necesita para su
manifestación más
armónica, de acuerdo con la Unidad de todo lo existente. Pues así como
el martillo empleado sin el
auxilio del cincel, que concentra y dirige la fuerza de aquél en
armonía con los propósitos de la
obra, pudiera fácilmente destruir la piedra en lugar de acercarla a la
forma ideal para su destino, así
igualmente la Voluntad que no se acompaña con el claro discernimiento
de la Verdad no puede
nunca manifestar sus efectos más sutiles, benéficos y duraderos.
El propósito inteligente que debe dirigir la acción de la voluntad es
lo que representa precisamente
el cincel, como instrumento complementario del martillo en la Obra
masónica. Esa facultad que
determina la línea de acción de nuestro potencial volitivo no es menos
importante que esto, dado
que de su justa aplicación, alumbrada por la Sabiduría que se
manifiesta como discernimiento y
visión ideal, dependen enteramente la cualidad y bondad intrínsecas
del resultado: una hermosa
obra de arte sobre la cual se ha de cernir la admiración de los
siglos, o bien la obra tosca y mal
formada que revela una imaginación enferma y un discernimiento todavía
rudimental.
Para que la acción combinada de ambos instrumentos sea realmente
masónica, esto es, útil y
benéfica para el propósito de la evolución individual y cósmica, tiene
que ser constantemente
comprobada y dirigida por la Escuadra de la Ley o norma de rectitud,
cuyo ángulo recto representa
la rectitud de nuestra visión, que nos pone en armonía con todos
nuestros semejantes y nos hace
progresar rectamente en la Senda del Bien.
Esta función eminentemente directora de la Escuadra, que representa y
expresa la Sabiduría, hace
de la misma el símbolo más apropiado del Ven.’.M.’., así como el
martillo, emblema de la Fuerza,
puede atribuirse al Primer Vigilante, y el cincel, productor de la
Belleza, al Segundo. Y así como la
actividad combinada de los tres instrumentos es indispensable para la
obra masónica, así igualmente
la cooperación más completa de las tres Luces de la Logia es
indispensable para que ésta pueda
desarrollar una labor realmente fecunda
TRABAJO DEL APRENDIZ
Desbastar la piedra bruta, acercándola a una forma en relación con su
destino: he aquí la tarea o
trabajo simbólico al que tiene que dedicarse todo Aprendiz para llegar
a ser el obrero que posee
enteramente su Arte.
En este trabajo simbólico, el Aprendiz es a la vez obrero, materia
prima e instrumento. Él mismo es
la piedra bruta, emblemática de su actualmente todavía muy imperfecto
desarrollo, a la que tiene
que convertir en una forma, o perfección interior, que se halla en
estado latente dentro de esa
imperfección evidente, de manera que pueda tomar y ocupar el lugar que
le corresponde, de
acuerdo con el Plan, en el edificio al que está destinada.
Dado que la Perfección es infinita, y en su estado absoluto
inasequible, únicamente podemos
esperar acercarnos a la perfección ideal que nos es dado concebir, en
el estado o etapa de progreso
en que actualmente nos encontramos. Nuestro progreso se desarrolla,
pues, a través de grados
sucesivos de perfección relativa, y el propio reconocimiento de
nuestra imperfección por un lado (la
piedra bruta), y el de un ideal que anhelamos, por el otro, son las
primeras condiciones
indispensables, para que pueda haber un tal esfuerzo o trabajo.
El trabajo mismo consiste en despojar a la piedra de sus asperezas,
poniendo primero en evidencia
las caras ocultas en el estado de rudeza de la piedra; luego,
rectificando esas caras, alisándolas y
quitándoles todas aquellas protuberancias que la alejan de una forma
armoniosa como la que es
preciso lograr.
Es importante notar que no se trata de acercar la piedra a la forma de
un determinado modelo
exterior, si bien esto puede servir de incitación e inspiración, sino
que el modelo o perfección ideal
ha de buscarse dentro de la misma piedra, de cuyo fuero íntimo ha de
ser manifestada o educida la
forma propia que a cada piedra idealmente le pertenece. O sea,
saliéndonos de la metáfora, se trata
de reconocer y manifestar la perfección innata del Ser Intimo, de la
Idea Divina que mora en cada
uno de nosotros, cuya expresión relativa y progresiva es el objeto
constante de la existencia.