En Armonía con el Gran Arquitecto del Universo
HIRAM ABIFF:
Aquél que cumple sus deberes sin apego a los frutos de sus acciones es un verdadero masón, un auténtico servidor de la obra. No se puede decir lo mismo del Masón que no enciende la chispa de la verdad en su interior ni ofrece sus obras como un sacrificio al ideal masónico. Porque el masón que renuncia a los deseos mundanos es, al mismo tiempo, el artífice de la acción pura. Sin embargo, mientras no se rinda la voluntad profana, nadie podrá considerarse un verdadero masón.
Cuando un iniciado masón alcanza los grados superiores de la Maestría Masónica , comprende que el camino a seguir es el de la acción desinteresada. Mas, al llegar a la meta, encuentra la calma y la paz interior, renunciando entonces a la acción por la contemplación serena. Sólo cuando entrega su voluntad alcanza las alturas de la Masonería, liberado de la actividad de sus sentidos y libre de las ataduras de las acciones profanas .
Así pues, ¡levántate, Tubalcain! Con la guía del Gran Arquitecto del Universo, eleva tu espíritu. No seas un alma caída, pues, así como la Mente puede ser tu aliado, también puede convertirse en tu adversaria si no dominas tu Mente. La Mente es un fiel amigo del masón sólo cuando ha sido conquistada por la voluntad superior del masón . Para aquel que aún no ha dominado su ser interior, la Mente puede volverse su propio enemigo. Sólo cuando el espíritu y la mente encuentran la paz, el masón estará en armonía: unido al Gran Arquitecto del Universo, permanecerá imperturbable ante el triunfo o la derrota, el placer o el dolor, la gloria o la desgracia.
Aquel que encuentra su felicidad en la luz interior del conocimiento masónico, con los sentidos dominados y el corazón gozoso por la experiencia de su vida interior, puede ser reconocido como un masón en armonía. En este estado, el oro no tiene más valor que las piedras de la tierra. Habiendo escalado las alturas de su espíritu, contempla con ecuanimidad a sus hermanos, amigos, compañeros, desconocidos, indiferentes e incluso a aquellos que le adversan, viéndolos a todos como iguales desde la serenidad de su paz interior.
El masón debe dedicarse con fervor a la introspección espiritual, retirándose en soledad a su templo interior, su lugar secreto. Con la mente bajo control, sin esperar ni desear nada, ha de encontrar un lugar puro y sereno, un espacio donde asentar su espíritu, ni demasiado elevado ni demasiado humilde, sobre un terreno firme, ya sea sobre el piso ajedrezado, una logia ni tan humilde y sucia, ni tan ostentosa. Preparado así su lugar de trabajo, en reposo ha de practicar la Masonería para la purificación de su espíritu, uniendo su mente con la fuerza vital que habita en él hasta alcanzar la paz interior. En este silencio, el alma se encuentra en presencia del Gran Arquitecto del Universo.
Con el cuerpo dominado, su cerebro y la cabeza en calma, sin moverse, reposando la mirada interior que divaga en múltiples direcciones y fijándola con serenidad entre las cejas, el masón debe mantenerse sereno, libre de temor, firme en su compromiso con los ideales de la fraternidad. Dejando a un lado todo pensamiento mundano, ha de descansar su espíritu en el Gran Arquitecto del Universo, su principio supremo.
El masón que controla su mente y vive en armonía con su inteligencia, unido constantemente a su yo superior, obtiene la paz del supremo ideal masónico que reside en el Gran Arquitecto. Sin embargo, la práctica de la Masonería, oh Tubalcain, es equilibrio; no da frutos a quienes se exceden en el comer o ayunan en demasía, ni a quienes apenas duermen o duermen demasiado. Este equilibrio debe encontrarse en la comida, el descanso, el sueño y la vigilia. La conciencia de perfección debe impregnar todos los actos del masón. Así, la Masonería se convierte en un bálsamo que trae paz en medio de cualquier sufrimiento.
Cuando la mente del masón está en silencio, en comunión con el espíritu, queda libre de los deseos insaciables. Sólo entonces goza de la unión con el Gran Arquitecto del Universo. El masón, recogido en sí mismo, absorto en la contemplación de la luz interior, convierte su espíritu en una lámpara cuya llama, al abrigo del viento, permanece inalterable. Cuando la mente descansa en la serena contemplación de la Masonería, por la gracia del Gran Arquitecto, el masón obtiene la visión del espíritu y experimenta una dicha plena.
Así, el verdadero buscador conoce la felicidad eterna que trasciende los sentidos. Permanece en esa verdad y no se aparta de ella. Esta visión interior está más allá de la razón. En esta unión suprema, el masón experimenta la verdad y la dicha, un estado tan valioso que ni el mayor dolor podría hacerlo vacilar. La libertad se alcanza en esta unión masónica: la liberación de la esclavitud y del sufrimiento. Para tener éxito en esta práctica, se requiere fe y una fuerte determinación en el corazón.
Rechazando con firmeza todo anhelo nacido de la fantasía y controlando los sentidos y los órganos de la acción, el masón, con voluntad firme, alcanza poco a poco la paz del espíritu, disolviendo sus pensamientos en el silencio interior. Cada vez que la mente divague, debe traerla de vuelta y reposarla en el Gran Arquitecto. Sólo así el masón alcanza el gozo supremo que habita en su corazón cuando está en calma, libre de pasiones, puro de toda falta y en unión absoluta con el Gran Arquitecto del Universo.
Consagrándose sin pausa a la unión interior con el Gran Arquitecto, el masón obtiene con certeza el infinito goce de la comunión con lo divino. Reconoce en su corazón que su esencia es común a la de todos los seres, y que la vida que mora en todas las criaturas habita también en él. Esta es la conciencia del masón iluminado: una visión de unidad total. Cuando ve al Gran Arquitecto en todo y todo en el Gran Arquitecto, nunca es abandonado por Él, ni él lo abandona. Aquel que, en su amor universal, ama al Gran Arquitecto en todo lo que ve, vive constantemente en Él, sea cual fuere la condición de su vida. Quien reconoce la unidad universal del ser, viendo con imparcialidad la misma esencia en todos los seres y solidarizándose con ellos en lo placentero y lo doloroso, es, en verdad, el más grande de los masones.
Tubalcain:
Siendo la mente tan voluble e indomable, debido a su incesante actividad, no encuentro paz. Me has hablado de la Masonería, de la unidad constante, pero, HIRAM ABIFF, la mente es inconstante. La mente nunca se detiene, es impetuosa, obstinada, difícil de domar. Controlar mi mente me parece tan arduo como apaciguar los vientos más poderosos de un Huracán.
HIRAM ABIFF:
¡Oh, Tubalcain! Ciertamente, la mente es inagotable y difícil de contener. Pero con práctica constante y desapego de las pasiones, la mente puede ser dominada. Mientras la mente no esté en armonía, esta unión con el Gran Arquitecto es difícil de alcanzar. Pero aquel que ha recibido el conocimiento masónico y lo practica con regularidad y determinación logra controlar su mente y alcanzar la unidad.
Tubalcain:
¡Oh, HIRAM ABIFF! Si un Masón se esfuerza con firmeza y no alcanza la meta de la Masonería porque no ha recibido plenamente el conocimiento, pero aun así tiene fe en sus ideales masónicos, ¿qué destino le espera? Privado del cielo y de la tierra, vagando sin rumbo, ¿se perdería como una nube que se disipa en el aire por no haber encontrado el camino del Gran Arquitecto? Aclara mi mente confusa, oh HIRAM ABIFF, disipa con tu luz la oscuridad de mi ignorancia. Sé mi guía, ¿quién más podría resolver mi duda?
HIRAM ABIFF:
Ni en este mundo ni en el venidero puede perderse un hombre tal. Porque aquel que obra el bien, oh hermano mío, nunca conocerá el sendero de la perdición. Alcanzará los reinos donde moran los justos masones en el “Eterno Oriente” y allí permanecerá meditando por largos años. Luego, aquel que no obtuvo plenamente el conocimiento del espíritu renacerá en un hogar venturoso donde habite la virtud. Incluso podría nacer en una familia de masones, donde la sabiduría de la Masonería ya brille, aunque tal nacimiento es raro en este mundo.
Comenzará su nueva vida recobrando el nivel de sabiduría alcanzado en su existencia anterior, y desde ese punto continuará esforzándose hacia la perfección. Su antiguo anhelo y su búsqueda vehemente lo impulsarán siempre hacia adelante. Aquel que desea conocer la Masonería trasciende las palabras de los libros. Así, el masón, esforzándose sin prisa pero sin pausa, con su espíritu limpio de toda falta, tras muchas vidas alcanza la perfección, el fin supremo.
¡Oh, Tubalcain, sé un masón! Porque el auténtico masón supera a aquellos que sólo siguen el camino de la austeridad, la mera sabiduría o la mera acción. Y el más grande de todos los masones es aquel que tiene una fe incondicional y, con todo su ser, ama al Gran Arquitecto del Universo.
Alcoseri