En el Umbral del Templo Masónico

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Alcoseri Vicente

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Dec 28, 2025, 10:58:47 PM (14 hours ago) Dec 28
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En el Umbral del Templo Masónico
La oscuridad representa la condición primordial, simbolizada en la Masonería por el «pase bajo la venda», que actúa como preludio a los viajes simbólicos de la ceremonia de iniciación de primer grado, también realizada con los ojos vendados, hasta el momento en que el candidato recupera la luz ante el delta luminoso.
Las explicaciones profanas que se ofrecen al candidato durante su audiencia en la logia —justificar la venda como un acto de discreción y prudencia, o como una forma de evitar distracciones visuales para centrarse en las respuestas— no revelan aún el profundo significado de la lucha entre la oscuridad y la luz. Este drama, escenificado en la noche de la iniciación, remite a una antigua tradición gnóstica. No obstante, antes de llegar a ese punto, el candidato debe haber llamado a la puerta del templo para que se le abra y haber solicitado ser iluminado, tal como prescriben las instrucciones del grado de Aprendiz.
El pase bajo la venda consiste en la presentación solemne del candidato ante la logia reunida. Por motivos de discreción y como parte esencial del método masónico, este encuentro se organiza de manera especial: el candidato entra con los ojos vendados y responde así a las preguntas que se le formulan. Una vez concluido el diálogo, la logia procede a la votación sobre su admisión. El voto es favorable si obtiene más de tres cuartas partes de los sufragios, lo cual ocurre en la inmensa mayoría de los casos. El candidato conserva en todo momento la libertad de no responder a alguna pregunta o de abandonar el proceso, pues la pertenencia a la Masonería es una decisión estrictamente personal y voluntaria.
Este rito forma parte de los usos y costumbres de la Masonería universal, que enseña que todo comienza en la oscuridad para avanzar hacia la Gran Luz.
La venda, al privarnos de la vista, cumple un papel fundamental tanto en el pase bajo la venda como en la iniciación propiamente dicha. Nos obliga a percibir con los demás sentidos y con la mente; elimina distracciones externas, permitiendo una concentración absoluta en la experiencia interior, y nos sumerge en la soledad reveladora de nuestra propia conciencia.
Es un instrumento más para desnudar el alma ante aquellos en quienes hemos decidido depositar nuestra confianza.
Desde la perspectiva de la logia, este acto complementa las aplomaciones —las entrevistas previas realizadas por tres Maestros—, ofreciendo a toda la asamblea la oportunidad de formular preguntas directas y obtener respuestas inmediatas. Así, se verifica una última vez que el aspirante es verdaderamente una persona libre y de buenas costumbres: libre en el sentido filosófico, es decir, no fanática ni esclava de sus ideas, capaz de pensar por sí misma y de reflexionar sobre sí misma; y de buenas costumbres, esto es, que traduce esa libertad interior en actos coherentes y respetuosos hacia los demás y la sociedad.
El profano que se acerca a la Masonería atraviesa una serie de pruebas que no buscan tanto examinarlo como ofrecerle instrumentos de autoevaluación y reflexión profunda. La Masonería es el arte de quienes se construyen a sí mismos, y esta enseñanza comienza incluso antes de incorporar a los nuevos miembros a sus columnas.
«No me buscarías si no me hubieras encontrado ya». Aunque esta frase atribuida a Cristo no aparece literalmente en la Biblia, resume una idea presente en Jeremías 29:13 y en reflexiones teológicas como las de Pascal: el deseo de buscar surge porque ya hemos sido tocados previamente. Resuena también la paradoja platónica del Menón: ¿cómo desear lo que no se conoce? Quien llama a la puerta del templo, sin haber visto su interior, al menos ha percibido su umbral. Algo —circunstancias, amistades, una inquietud profunda— lo ha llevado hasta allí. Ese primer paso es ya el primum movens. Lo impulsa lo que Louis Claude de Saint-Martin llamaba el «hombre de deseo»: la esperanza de dar dirección a su vida, de enderezarla como con una plomada, de compensar antiguas curvaturas, de dejar atrás al «hombre viejo».   sólo después de ser admitido descubrirá las intensas transformaciones —casi sísmicas— a las que deberá someterse, incluida la muerte simbólica del ego para renacer, despojado y renovado, como el Maestro Hiram emergiendo de su tumba.
¡Qué intensa angustia se experimenta bajo la venda al confrontar nuestras verdaderas motivaciones! ¿Y si la asamblea nos considera indignos? Aquella noche, bajo el torrente de preguntas —amables o incisivas—, sentí crecer aún más el deseo de acceder a los misterios masónicos. Una atracción magnética ya orientaba mi existencia. Mis padrinos me hicieron esperar largo rato antes de anunciarme que había sido aceptado. Las semanas previas transcurrieron entre alegría y ansiedad; el color de mi vida había cambiado, presentía una conmoción inminente.   sólo después comprendí que la ceremonia de la venda ya me había puesto en movimiento…
Reflexiones adicionales sobre las diferencias entre el pase bajo la venda y la iniciación propiamente dicha
Aunque ambos momentos comparten la venda como símbolo de oscuridad inicial, sus propósitos y atmósferas son notablemente distintos:
El pase bajo la venda es esencialmente profano y colectivo. Ocurre en el umbral, antes de cruzar definitivamente la puerta sagrada. El candidato aún es un «profano»; la logia lo evalúa como asamblea, en un ambiente de escrutinio racional y humano. La venda aquí sirve sobre todo para garantizar imparcialidad y concentración en las palabras, más que en las apariencias. Es un diálogo abierto, casi judicial, donde prima la libertad del candidato y el juicio de los hermanos.
La iniciación en el templo, en cambio, es sagrada y profundamente individual. Una vez admitido, la venda adquiere un carácter místico: representa el caos primordial, la noche del alma antes de la luz gnóstica. Los viajes simbólicos, las pruebas, el drama de la muerte y resurrección ya no buscan evaluar al candidato (eso ya está decidido), sino transformarlo. La venda ya no protege la discreción, sino que sumerge al recipiendario en una experiencia interior absoluta, donde los sentidos externos se apagan para que despierte la percepción simbólica y espiritual.
Asi el pase bajo la venda es la última mirada hacia fuera, hacia el mundo profano (la logia evalúa con el pase de la venda  al mundo exterior que llega), mientras que la iniciación con ojos vendados es la primera mirada hacia dentro (el candidato comienza a descubrirse a sí mismo en la oscuridad para renacer a la luz). Uno cierra la puerta al mundo profano; el otro la abre al mundo interior y fraternal. Ambos son necesarios, pero marcan dos fases irreconciliables del mismo camino: del juicio racional a la revelación simbólica.
Alcoseri
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