Desde La Oscuridad Partí En La Búsqueda De La Luz Eterna.

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Alcoseri Vicente

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Desde La Oscuridad Partí En La Búsqueda De La Luz Eterna.
«De las tinieblas a la Luz»: he aquí la frase ancestral que late en el corazón de la Masonería, el eco de un deseo silencioso pero desesperado  que resuena en las cámaras ocultas del alma. No es mera frase; es el soplo divino que impulsa el viaje iniciático, el hilo de oro que teje el tapiz de nuestra búsqueda.
La Oscuridad, vasto océano sin orillas, es el reino de la ignorancia dormida, el caos primordial donde yacen encadenadas las almas profanas, sumidas en el sueño de las pasiones. La Luz, en cambio, es el rayo fulminante del despertar: sabiduría que disipa las sombras, verdad que quema las ilusiones, virtud que eleva al espíritu hacia las alturas invisibles.
Gurdjieff, maestro de los posibles despertares de la consciencia, advertía: «El hombre vive en sueños;   sólo un choque violento puede romper la hipnosis de la vida ordinaria». La iniciación masónica es ese choque sagrado: la venda que cae, el golpe de mallete que resuena como trueno interior, el instante en que el Delta flameante se revela y el universo entero se inclina ante el ojo que todo lo ve.
Ouspensky, guardián fiel de la enseñanza, susurraba: «Despertar es recordarse a sí mismo». Y en ese recuerdo, en la cámara de reflexión donde enfrentamos nuestra propia muerte simbólica, renacemos. Descendemos al negro suelo alquímico, como la semilla que Cecilia Lattari evoca en sus visiones botánicas: «La planta debe pudrirse en la oscuridad de la tierra para que brote hacia el sol;   sólo en la noche subterránea germina la fuerza de la luz». Así nosotros: morimos a lo viejo para florecer en lo eterno.
El sendero masónico no es camino trazado en mapas mortales, sino vereda que se forja con cada latido del alma. Cada paso es plegaria, cada silencio es revelación, cada herramienta empuñada es voto de transmutación. El peregrino no avanza simplemente: invoca el camino, lo sueña, lo hace carne de su carne.
En los rituales antiguos del Rito Escocés, en las palabras susurradas del Aprendiz, del Compañero y del Maestro, redescubrimos que la iniciación no es un rito fugaz, sino un río subterráneo de metamorfosis. Es el momento sagrado de cruzar el umbral del Templo con los ojos vendados, y es también la lenta destilación en el atanor del espíritu, donde el plomo de nuestras sombras se convierte en oro solar.
En el grado primero, cuando las pruebas de los elementos nos purifican, cuando la Luz irrumpe como aurora inesperada, sentimos el éxtasis místico: el Delta radiante no es   sólo signo; es ojo vivo del Gran Arquitecto que nos mira y nos invita a mirarlo, a unir nuestra chispa con la Llama infinita.
En este mundo aún envuelto en velos de sombra, el masón no busca la Luz para encerrarla en su pecho como avaro. La busca para convertirse en lámpara viviente, en antorcha que tiemble al viento de la fraternidad. Cada juramento renovado, cada símbolo contemplado, cada mano tendida en la cadena de unión, no engrandece al yo, sino que diluye al yo en el Todo.
Porque la Luz verdadera no se posee: se derrama. Se multiplica en el acto de darla, como estrella que alumbra otras estrellas sin perder su fulgor.
Y hoy 27 de diciembre de 2025, en el silencio de mi corazón, me pregunto: ¿Cuántas tinieblas de mis egos estoy dispuesto a transfigurar  en luz con el fuego que me ha sido confiado? ¿Seré faro vanidoso que busca ser contemplado, o tea humilde que guía al hermano perdido en la noche?
Y tú, alma errante que lees estas palabras en la penumbra de tu propio misterio: ¿sientes ya el llamado? ¿Escuchas el latido de esa Luz que te busca desde lo más hondo de tu oscuridad?
El viaje no ha hecho más que comenzar.
La noche no es fin: es umbral.
Atraviésalo.
La Luz te espera, y tú eres ya parte de Ella.
Alcoseri 

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