El Viajero y el Espejo del Corazón
Orlando GalindoMasonería Altos GradosEn un pueblo olvidado por los mapas, donde el viento susurraba versos antiguos y el río cantaba himnos sin fin, vivía un joven llamado Amir. Era un buscador inquieto, con un corazón que ardía por conocer la verdad más allá de las sombras del mundo. Un día, al alba, cuando el cielo aún dudaba entre la noche y el día, Amir escuchó una voz en su interior que le dijo: "Busca el Espejo del Corazón, pues en él verás lo que siempre has sido".
Sin saber dónde hallarlo, Amir emprendió un viaje. Caminó por desiertos abrasadores, donde la arena le hablaba de paciencia; cruzó montañas que le enseñaron humildad; y navegó ríos que le susurraron sobre la fluidez del alma. En cada lugar, preguntaba a los sabios, a los poetas y a los mendigos: "¿Dónde está el Espejo del Corazón?". Pero todos respondían con enigmas: "Busca en lo que no ves", "Encuentra en lo que ya tienes", "Mira donde no miras".
Cansado y con el corazón lleno de preguntas, Amir llegó a una ciudad resplandeciente, donde las cúpulas parecían besarse con las estrellas. Allí, en un zoco lleno de colores y aromas, encontró a un anciano de mirada serena, sentado junto a un puesto de espejos rotos. Sus ojos brillaban como si contuvieran el universo entero.
"¡Oh, sabio!", exclamó Amir. "¿Sabes dónde está el Espejo del Corazón? Lo he buscado por tierras y mares, pero solo encuentro acertijos".
El anciano sonrió y, sin decir palabra, tomó un fragmento de espejo roto del suelo. Lo pulió con un paño suave, hasta que brilló como un diamante bajo el sol. Luego, se lo ofreció a Amir y dijo: "Mira".
Amir tomó el fragmento y lo acercó a su rostro, esperando ver su reflejo. Pero, para su asombro, no vio su cara. En el espejo apareció un cielo infinito, con galaxias danzando y ríos de luz fluyendo hacia un horizonte sin fin. Vio montañas que cantaban, árboles que oraban y mares que susurraban el Nombre de lo Divino. Y, en el centro de todo, vio su propio corazón, latiendo al ritmo del universo, como si él y la creación fueran uno solo.
"¿Qué es esto?", preguntó Amir, temblando. "¿Es este el Espejo del Corazón?"
El anciano respondió: "El Espejo no está fuera de ti, Amir. Es tu corazón mismo, pues en él se refleja la Unidad de todo lo que Es. Cada cosa en el universo es un signo de lo Divino, y tú eres su reflejo. Pero solo verás la verdad cuando limpies el polvo de la duda y el ego de tu corazón".
"¿Cómo lo limpio?", suplicó Amir.
"Con amor", dijo el anciano. "Ama el polvo que eres, porque es parte de la tierra que canta a su Creador. Ama la duda, porque te lleva a la certeza. Ama el viaje, porque es el espejo de tu alma. Y ama lo que no comprendes, porque en ello está el Rostro de lo Eterno".
Amir cerró los ojos y, por primera vez, sintió su corazón expandirse como un océano sin orillas. Comprendió que no había viajado a ninguna parte, porque todo el universo estaba dentro de él. Y cuando abrió los ojos, el anciano había desaparecido, pero el fragmento de espejo seguía en sus manos, reflejando ahora su rostro, que sonreía con la paz de quien ha encontrado su hogar.
Desde ese día, Amir regresó a su pueblo, pero ya no era el mismo. No buscaba respuestas, pues las llevaba en su corazón. Y cuando alguien le preguntaba por el Espejo del Corazón, simplemente sonreía y decía: "Mira dentro de ti, y verás el Todo".
Este cuento refleja las ideas centrales de Ibn Arabi, particularmente la Unidad del Ser (Wahdat al-Wujud), que postula que todo lo que existe es una manifestación de lo Divino, y que el ser humano, al conocerse a sí mismo, conoce a Dios. El "Espejo del Corazón" simboliza el corazón purificado del místico, que refleja la realidad divina, como Ibn Arabi describe en obras como Fusus al-Hikam (Los Engarces de la Sabiduría) y Futuhat al-Makkiyya (Las Iluminaciones de La Meca). El viaje de Amir representa el camino sufí hacia la autocomprensión, donde el ego se disuelve para revelar la conexión íntima entre el alma y lo Divino.
El anciano encarna al guía espiritual (el shaykh o maestro sufí), que no da respuestas directas, sino que señala el camino hacia la introspección. Las imágenes poéticas del cielo, las galaxias y los ríos reflejan la cosmovisión de Ibn Arabi, donde el universo es un reflejo de los Nombres y Atributos Divinos, y el ser humano es el microcosmos que los contiene todos.
Alcoseri