La Enigmática Historia de la Transmisión del Secreto Masónico
Esta historia se cuenta como verídica (o al menos así se cuenta en voz baja entre los Hermanos masones mexicanos) esta historia ocurrida en un pueblo cercano a Orizaba, Veracruz, México, hacia el año de 1895.
En las sombras de las logias, donde la luz de las velas apenas alcanza a disipar la penumbra, se susurra un Secreto que nunca ha sido escrito ni jamás se escribirá. Un Secreto que viaja de boca a oído, de Masón a Mason que ha demostrado ser apto y elegido por tanto a conocer el Secreto Masónico, ya desde los días de Hiram Abiff y el Rey Salomón hasta hoy. Un Secreto que, dicen los antiguos, otorga un Poder tan inmenso que puede fundar naciones (como hizo con los Masones Padres Fundadores de América) o derribarlas (como sucedió en la Revolución Francesa). Un Secreto que no es palabra, sino Llave; no es conocimiento, sino Presencia.
Y aquel que lo porta no puede morir sin transmitirlo, so pena de que su alma quede atrapada entre dos mundos, vagando como espectral por los templos hasta que otro digno lo reciba.
En 1895, en una fragua humeante a las faldas del Pico de Orizaba, vivía el Venerable Hermano Manuel Fabregat, herrero cubano de ochenta y tantos años, iniciado veinte años atrás en la Logia “Luz del Oriente”. Era un hombre de tez morena : su rostro curtido por el fuego de la fragua parecía tallado en mármol café , y sus ojos guardaban la calma terrible de quien ha visto más allá del velo.
Un Médico Hermano de logia que era el joven Plutarco Gálvez, grado recién exaltado al sublime grado de maestro masón , era un médico racionalista, materialista hasta la médula, enemigo jurado de toda superstición. Para él, el famoso “Secreto Masónico” no era más que una fábula de viejos de logias , todo para impresionar a los aprendices, y se decía : tal vez “el secreto es que no hay secreto” o alguna frase pomposa sobre la virtud, la fraternidad y el trabajo. Reía el Q:.H:. Gálvez en las tenidas cuando los ancianos masones bajaban la voz sólo al mencionar sobre este Secreto.
Cuando el masón Fabregat cayó en el Lecho del Dolor, víctima de la vejez más que de enfermedad, mandó llamar al único masón que consideraba digno: el Hermano Jesús Medina, Maestro Masón del Valle de México, residente en Toluca. Pero el viaje en diligencia y ferrocarril tomaba días, y la muerte acechaba, asi que todo apremiaba .
El rumor corrió como pólvora negra por las logias de Córdoba, Orizaba y Puebla: “El portador va a morir… ¿logrará transmitir el Secreto Masónico ?” Los profanos del pueblo, aterrorizados, decían que el viejo herrero era brujo, que en su fragua forjaba pactos con el Diablo, y nadie osaba acercarse a su casa cuando caía la noche.
El Masón Plutarco Gálvez, en su soberbia científica, vio la oportunidad perfecta para desenmascarar lo que él llamaba “la patraña masónica más grande de la historia”. Tramó un plan tenebroso, indigno de un masón y más aún de un médico: engañaría al moribundo, le haría creer que Medina no llegaría jamás, y así, en el último aliento, Fabregat le revelaría el Secreto Masónico a él. Después lo proclamaría en logia abierta: “¡Mirad, hermanos, aquí está la ridiculez del supuesto Secreto Masónico que tanto temíais”!
Con la complicidad de algunos jóvenes masones tan cínicos como él, falsificó un telegrama: “Jesús Medina retrasado quince días por inundaciones”. Se lo mostró al anciano con rostro compungido. Fabregat, pálido como la cera, apretó el papel con manos temblorosas. Sus ojos, antes serenos, se llenaron de un terror sagrado.
“Entonces… no llegaré a transmitirlo”, murmuró con voz quebrada.
Uno de los masones jubelones conspiradores, con sonrisa sádica, sugirió:
—Hermano Fabregat, el doctor Gálvez es hombre de ciencia y masón de honor. ¿Por qué no confiarle a él Secreto Masónico?
El viejo masón herrero, atrapado entre la muerte y el deber ancestral, miró al joven médico como quien mira al abismo. Luego, con un estremecimiento sobrenatural recorrió la habitación: las velas se inclinaron sin viento, las sombras se alargaron como dedos espectrales. Fabregat, con fuerza que no parecía humana, agarró a Plutarco del hombro derecho, lo atrajo hasta su oído izquierdo y le reveló el Secreto Masónico.
Lo que ocurrió a continuación aún hiela la sangre de quienes lo escucharon de testigos presenciales.
Los ojos de Plutarco Gálvez al saber del Secreto Masónico se abrieron hasta casi salirse de sus órbitas. Su rostro se volvió blanco como el mármol de los templos. Un grito gutural, no humano, brotó de su garganta. Apartó al anciano con violencia, derribando la mesa y las medicinas, y salió corriendo de la casa como si lo persiguieran todos los demonios del infierno.
Los hermanos intentaron detenerlo, pero una fuerza sobrehumana impulsaba al médico a salir de aquella habitación . Cruzó el pueblo a la carrera, tropezando, gritando palabras sin sentido, hasta perderse entre los cafetales. Veinte minutos después, los masones llegaron a su casa.
Allí estaba la escena que aún se recuerda con espanto: el Masón Plutarco Gálvez yacía en el suelo del pequeño consultorio médico montado a lado de su casa, el revólver aún humeante en su mano derecha, un agujero en la sien. Su esposa e hijos gritaban abrazados en un rincón. En la pared, sin explicarse cómo , si la herida mortal no le permitiría hacerlo , estaba escrito con propia sangre que habría brotado de su propia herida, había trazado un único símbolo: el Signo del Maestro Asesinado, el mismo que Hiram dibujó con su sangre en el Templo de Salomón.
Minutos después llegó Jesús Medina a la casa de Fabregat. El anciano masón cubano yacía muerto, pero su rostro mostraba una paz celestial, casi luminosa. Medina, sereno, envuelto en una extraña aura de luz dorada, saludó a los hermanos y dijo con voz tranquila:
—En el camino me topé con el Hermano Plutarco Gálvez . Venía corriendo como alma que lleva el diablo… y antes que todo , me alcanzó y me transmitió lo que debía trasmitirme . El Secreto ya está a salvo ahora.
Los presentes estaban estupefactos, le explicaron a Medina que luego de decirle el Secreto Masónico , el masón Gálvez se había quitado la vida . Lo comprendieron, ya era demasiado tarde, sabían que habían jugado con fuego y les había salido todo mal .
Moraleja Masónica (que sólo deben leer aquellos masones que hayan sido exaltados ):
El Secreto Masónico no es una frase, ni un dogma, ni una fórmula moral.
Es una Presencia viva.
Es la Chispa Divina que Hiram llevó en su corazón y que fue arrancada con violencia.
Quien la recibe sin estar preparado no sólo muere: su alma se quema desde dentro, porque la Luz se convierte en Fuego Devorador para el profano interior que aún lleve dentro.
Por eso la Cadena de Unión nunca se rompe: cada eslabón debe estar forjado en pureza absoluta.
Revelar el Arcano a un corazón no purificado es asesinar al propio Hiram otra vez.
Y el Gran Arquitecto no perdona la segunda profanación del Templo.
Esta historia recuerda, en su atmósfera y fatalidad, a la película The Ninth Gate (1999) de Roman Polanski: un hombre racional y cínico busca un libro prohibido libro de magia negra que promete poder absoluto… y al encontrarlo, la verdad lo destruye porque su alma no estaba preparada para contenerla.
O, más aún, a El Nombre de la Rosa de Umberto Eco: el conocimiento oculto guardado en la biblioteca prohibida termina matando a quienes lo buscan por soberbia y no por humildad.
Que la Luz os guíe, Hermanos…
pero recordad: hay puertas que sólo deben abrirse cuando el Templo interior esté completamente construido.
Alcoseri
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