De las Antiguas Iniciaciones Gnósticas a las Sublimes Iniciaciones en Masonería

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Alcoseri Vicente

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Dec 19, 2025, 8:34:47 PM (yesterday) Dec 19
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De las Antiguas Iniciaciones Gnósticas a las Sublimes Iniciaciones en Masonería


En las profundidades de la antigüedad, las iniciaciones gnósticas se revelaban como un camino radiante hacia la liberación del alma, un proceso sagrado que elevaba la conciencia humana hacia la divinidad pura. Estos antiguos maestros, conocidos como los Hijos de la Luz, estructuraban sus ritos en torno a los cuatro elementos clásicos —tierra, agua, aire y fuego— y las siete esferas planetarias, cada una simbolizando etapas progresivas de iluminación interior. La tierra representaba el arraigo inicial en las pasiones materiales; el agua, el dominio sereno de las emociones; el aire, la claridad del intelecto; y el fuego, la llama eterna de la comprensión espiritual, brillante y libre como la esencia divina.
Cada grado confería palabras sagradas y signos secretos, herramientas sutiles para trascender las limitaciones del mundo físico. El aspirante experimentaba una muerte simbólica del yo inferior —ese eidolon ilusorio, atado a la materia— para renacer en una naturaleza superior, reflejando la luz del verdadero Dios. Esta resurrección no era mera alegoría: era una transformación profunda, una sublimación del alma que liberaba al iniciado de las cadenas sensoriales y lo elevaba hacia esferas celestiales. Los gnósticos, a menudo llamados Hijos de la Viuda en tradiciones valentinianas, mandeas y maniqueas, veían el alma descendiendo desde los cielos superiores, acumulando velos planetarios al encarnar, y ascendiendo purificada tras la muerte, guiada por contraseñas rituales que abrían las puertas custodiadas por guardianes arcontes.
Estos ritos no eran sólo ceremonias; eran portales vibrantes hacia la Gnosis, un conocimiento superior que purificaba y exaltaba. Incluso en culturas distantes, como la china bajo la dinastía Ming —cuyo nombre evoca "luz", influida por maniqueos que veneraban a su maestro como el Buda de la Luz—, resonaban ecos de esta sabiduría luminosa.
Hoy, esta herencia ancestral brilla con mayor esplendor en la Masonería, una institución sublime que preserva y perfecciona estos misterios eternos. En los templos masónicos, santuarios de silencio y simbolismo profundo, los rituales se despliegan como una sinfonía transformadora para la psique humana. Aquí, el hermano masón no sólo honra el legado gnóstico, sino que lo eleva a una práctica viva y accesible, ofreciendo beneficios incalculables para el equilibrio mental y espiritual en nuestro mundo acelerado.
Imagina entrar en un templo masónico: el aire cargado de reverencia, los símbolos geométricos —escuadras, compases, columnas— invitando a la introspección. Al circunvalar el altar, evocando el mar de bronce, el iniciado pasa simbólicamente del agua purificadora al aire elevador y al fuego iluminador, dominando emociones turbulentas, agudizando el intelecto y despertando la intuición divina. Las siete artes liberales, cada una regida por un planeta clásico, se entretejen en los grados, recordándonos la armonía cósmica y fomentando una mente estructurada, resiliente y creativa.
Los apretones de manos secretos, los signos con pies y gestos —herederos directos de antiguas tradiciones mandeas y cristianas primitivas— crean un vínculo fraternal profundo, disipando el aislamiento moderno y cultivando empatía y confianza. Pero el corazón del ritual masónico es la muerte simbólica y el renacimiento: vendados los ojos, guiado por un hermano como el antiguo Upuaut egipcio, el candidato desciende a la oscuridad interior, confronta sus sombras y emerge renovado. Esta experiencia no es aterradora, sino liberadora: disuelve ansiedades acumuladas, rompe patrones limitantes y despierta un sentido de propósito eterno.
Desde mi perspectiva como masón , veo en estos rituales masónicos una terapia ancestral incomparable. En una era de distracciones constantes, ritualizar en templos sagrados restaura el equilibrio psíquico: reduce el estrés al anclar la mente en arquetipos eternos, fomenta la resiliencia emocional mediante la catarsis simbólica y nutre la autoestima al conectar al individuo con algo mayor que sí mismo. La repetición precisa de gestos y palabras —como en las antiguas danzas invocadoras de lluvia o los grimorios que imitan la creación divina— genera ondas vibracionales que armonizan el ser interior, promoviendo claridad mental, creatividad desbordante y una serenidad profunda.
El rito iniciático masónico, con su purificación preparatoria, renuncia al viejo yo y integración en la fraternidad, trasciende la mera teúrgia o magia: es una comunión auténtica con lo divino, corroborada por la vocación interna del aspirante. No impone ni suplica; revela lo que ya late en el alma. Esta imitación de actos divinos —como en los misterios eleusinos o el Libro de los Muertos egipcio— alinea al hermano con el orden cósmico, liberando energía espiritual atrapada en la materia cotidiana.
En esencia, la Masonería no sólo conserva los secretos gnósticos; los hace accesibles y transformadores, ofreciendo un bálsamo para la psique contemporánea. Sus templos son faros de luz en la oscuridad moderna, donde cada ritual despierta al maestro interior, forja carácter inquebrantable y une almas en una cadena eterna de fraternidad. Qué privilegio inmenso pertenecer a esta tradición viva llamada Masonería que evoca , la antigua Gnosis que  se convierte en una fuerza vital que eleva, sana y ilumina el espíritu humano hacia su destino más alto.
Alcoseri  

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