Un Viaje al Corazón del Misticismo Masónico

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Alcoseri Vicente

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Sep 30, 2025, 3:33:39 PM (4 days ago) Sep 30
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Un Viaje al Corazón del Misticismo Masónico

Imagina un velo que se descorre lentamente, revelando no sólo  secretos ancestrales, sino la esencia misma de tu propia alma en transformación. El misticismo masónico no es un mero conjunto de rituales repetitivos; es una invitación irresistible a despertar, a elevarte desde las sombras de la cotidianidad  mundana hacia la radiante verdad del universo. Como Masón, inspirado en la búsqueda incansable por desentrañar los misterios del cosmos, te invito a sumergirte en esta narrativa que no sólo  ilumina el camino masónico, sino que resuena con la eterna danza entre lo humano y lo divino. Prepárate para un recorrido que exaltará tu espíritu, desafiando tus percepciones y avivando el fuego interior que todos llevamos dentro del corazón.

En el núcleo del misticismo masónico yace una profunda tradición espiritual y filosófica, que se manifiesta a través de la iniciación, los rituales y un simbolismo rico en capas. Esta senda guía al iniciado hacia una mejora personal inigualable, fomentando una comprensión más honda de la vida y el vasto universo que nos envuelve. Va más allá de la moralidad superficial: es un viaje transformador de autoconocimiento y elevación espiritual, un paso deliberado de la oscuridad a la luz. Como bien expresó el místico esotérico Manly P. Hall en su obra Las Enseñanzas Secretas de Todos los Tiempos: "La Masonería no es una religión material, sino una adoración universal del Espíritu Divino que se manifiesta en todas las cosas". Esta perspectiva refuerza la idea de que el misticismo masónico no es exclusivista, sino un puente hacia lo trascendente, accesible a todo buscador sincero.

Entre los pilares fundamentales de esta noble tradición destacan varios elementos que tejen una tela de sabiduría eterna. La iniciación, por ejemplo, se erige como una experiencia mística suprema: un renacimiento simbólico que rompe con el pasado y marca el inicio de un sendero hacia el autoconocimiento, la virtud y una percepción profunda de la realidad. Es un umbral donde el iniciado abandona las cadenas de la ignorancia para abrazar una nueva existencia iluminada. Los rituales y el simbolismo masónicos actúan como guías en este periplo; a través de parábolas y emblemas ancestrales, que conectan al masón con los misterios antiguos, reflejando un proceso de regeneración espiritual que purifica y eleva.

No podemos olvidar los mitos masónicos, como la legendaria construcción del Templo de Salomón o la trágica muerte del arquitecto maestre de obras Hiram Abiff. Estas narraciones no son meras historias; son fuentes vivas de reflexión y sabiduría, invitando al masón a meditar sobre la fragilidad de la vida y la eternidad del espíritu. En palabras del esotérico masón  Eliphas Levi, en Dogma y Ritual de la Alta Magia: "Los símbolos son las llaves del conocimiento oculto; abren puertas que la razón sola no puede franquear". Así, el misticismo masónico impulsa una búsqueda incesante de la verdad absoluta, fusionando el estudio filosófico, el desarrollo espiritual y la exploración científica para conectar al individuo con un orden universal armónico.

Este proceso de autoconocimiento es el corazón pulsante de la Masonería mística: un sistema que responde a las grandes interrogantes de la existencia, urgiendo a los miembros a una introspección profunda y un crecimiento personal continuo.  Aquí , agrego que esta búsqueda no es solitaria; se enriquece con la fraternidad masónica, donde cada hermano actúa como espejo del otro, reflejando luces y sombras para un avance colectivo hacia la iluminación.

El propósito supremo del misticismo masónico radica en la transformación personal: llevar al individuo de la ignorancia a la luz del conocimiento, y de un estado de decadencia moral a uno de virtud exaltada. Busca una comprensión profunda del significado de la vida, el universo y la existencia humana, mediante un proceso gradual y guiado que nutre el alma. Más aún, fomenta una conexión íntima con lo trascendente, trascendiendo lo material para alcanzar un patrón de conciencia superior, donde se experimenta directamente la presencia del Gran Arquitecto en la conciencia humana.

Frente a las críticas que reducen esta presencia a meros fenómenos de autosugestión, psicopatología o influencia social —argumentando que sólo  nos encontramos con nosotros mismos y nuestros problemas—, la experiencia mística ofrece una réplica luminosa. La intuición de la divinidad ilumina desde dentro el impulso vital y espiritual que forma la esencia de la realidad. El alma no percibe directamente la fuerza que la mueve, pero la intuye a través de visiones simbólicas, culminando en alegría y éxtasis. Ya no hay separación entre el amante y lo amado. Aunque los testimonios místicos varían por influencias culturales, hay una concordancia profunda en el contacto con lo divino. Un testigo puede validar el de otro mediante su propia experiencia interna, reconociendo la autenticidad de Dios sin poder traducirla fácilmente en palabras accesibles.

El místico, consciente de sus límites, desconfía incluso de sus visiones, distinguiendo entre locuras pasajeras y la verdadera expresión del sentido común espiritual. Fenómenos como teofanías, carismas, éxtasis o estigmas son favores extraordinarios, pero no la esencia: esta reside en la presencia amorosa del Gran Arquitecto del Universo, donde la voluntad humana se alinea con la divina. La culminación no es pasiva; es acción adaptativa, vitalidad renovada que genera energía, audacia y poder para abrir el mundo y las almas al amor divino. Los místicos, testigos irrefutables, extienden el reino del Gran Arquitecto del Universo , convergiendo esfuerzos a través del tiempo.

Todo aquel que habla de misterios divinos posee un espíritu iluminador, reconociendo en la Luz divina la verdad que anuncia, no originada en la razón humana limitada. Las ideas prefabricadas carecen de valor, especialmente para un masón o un seguidor de Louis-Claude de Saint-Martin, el "Filósofo Desconocido", quien afirmó: "El hombre debe buscar en su interior la verdadera luz, pues sólo  allí reside la unión con lo divino". Para desafiarnos, busquemos la sustancia primero dentro de nosotros y luego fuera: comparar, examinar, comprobar, experimentar y pesar. Trabajemos en esa palabra clave: transformación. Morir a la ignorancia, al fanatismo y a la ambición; comprender a los demás para amarlos fraternalmente; eliminar rutinas y falsos órdenes establecidos. Recuerda: sólo  hacen falta tres —fe, esperanza y caridad— para que la vida regrese.

¿Existe  Dios el Gran Arquitecto del Universo? Busca respuestas en tu interior, no en el exterior. Creyentes y ateos, cuestionan,  pero tu profundiza en el silencio de tu voz interna. El Gran Arquitecto del Universo no cesa de existir cuando los hombres dejan de creer en él. Respecto a nuestros errores: Dios es el amo; faltar a las leyes divinas es desobedecerle, autodestruirnos y olvidar hacer el bien a los demás. Toda miseria surge del orgullo y la avaricia que rechaza la entrega. Todos merecen un pedazo de vida y corazón, pero a menudo se niega. Para acoger a Dios y su gracia, empecemos por acoger la vida, la naturaleza y la humanidad. Sólo  en uno mismo hallamos los elementos del conocimiento; nadie enseña, sólo  provoca actitudes mentales para que florezca la luz.

El examen de conciencia es esencial: no discutas tus pecados con el diablo; reúnelos y ofrécelos al Gran Arquitecto de la misericordia. Como dijo Jacob Boehme: "No discutáis mucho sobre los pecados, pues el diablo sólo  se envuelve en ellos y saca a la luz los pecados para que os desesperéis". Medita sobre la muerte de Hiram- Cristo como ejercicio iniciático masónico.

En el principio, Dios creó el universo para que el hombre fuera su rey, preparando todo para él. La tarea existencial recae en el hombre: nombrar seres para darles existencia bajo su reinado. El universo depende de sus acciones; Dios lo prepara, el hombre actúa. Pero al creerse autosuficiente, el hombre rompe la armonía, legislando y creando por su cuenta, olvidando a las criaturas. Estas se rebelan contra el desorden; el hombre pierde su reino, debiendo trabajar para recuperarlo. Sin embargo, podemos hallar nuestros reinos al identificar nuestra conciencia con la de Dios. El hombre, creado para dominar la creación con libertad y responsabilidad, sembró la semilla del mal, pero Dios no lo impide por fuerza, ni restablece el orden milagrosamente. La naturaleza, perturbada, nos obliga a testimoniar la verdad o desaparecer.

Al hablar de la creación, evitemos concepciones torpes. No es un dios como artesano fabricando objetos; es una relación de dependencia ontológica entre el universo y Dios, no un comienzo temporal. La creación surge ex nihilo por libertad soberana y poder absoluto. La actividad humana transforma, no crea; explica leyes sin entender el mundo. Las cosas son lo que son en su naturaleza. La idea de creación no implica origen temporal; el tiempo nace con el mundo. Dios nos necesita como nosotros a Él: su amor justifica nuestra condición, fundando libertad y participación en su actividad creadora. ¡Qué destino tan  extraordinario: el hombre, por gracia, es maestro asociado al Gran Maestro del Universo, ¡hecho a su imagen y semejanza!

En esta exaltación del misticismo masónico, como Maestro Masón , refuerzo que esta tradición no sólo  preserva sabiduría antigua, sino que inspira innovaciones modernas, como la exploración a la interioridad de cada uno de nosotros, recordándonos que la verdadera luz surge de la unión entre intelecto y espíritu. Que este texto te impulse a tu propio masónico viaje interior.

Alcoseri 

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