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El Precio Incalculable de la Libertad Una Visión Masónica En el núcleo mismo de la filosofía masónica late un compromiso inquebrantable con la libertad en todas sus dimensiones: libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión política y religiosa, de ser uno mismo y de asumir plenamente la responsabilidad que esa autenticidad conlleva. Como reza uno de los textos litúrgicos fundamentales de la Masonería (el Ritual de Emulación), al recibir la luz el nuevo iniciado se le dice: «Que la libertad, la igualdad y la fraternidad sean los pilares de tu vida; que nunca permitas que la tiranía, bajo ninguna forma, oprima al género humano». Esta invocación no es mera retórica: es un llamado a la acción permanente. La Masonería no inventó la libertad —como bien sabía Voltaire, quien, siendo masón, escribió: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo». Así, desde el siglo XVIII la Masonería ha sido uno de los motores más potentes y organizados de la lucha por la libertad de expresión política y religiosa. Mozart, Mirabeau, Bolívar, San Martín, Garibaldi, Juárez, Martí, Washington, Franklin, Lafayette… la mayoría masones activos, llevaron esa lucha a los campos de batalla, a las constituciones y a los parlamentos. Pero la libertad masónica no es la mera ausencia de cadenas externas; es, sobre todo, la liberación interior. El Ritual del grado de Maestro Masón nos recuerda: «El hombre nace esclavo de sus pasiones; el Aprendiz aprende a dominarlas; el Compañero a comprenderlas; y sólo el Maestro alcanza la verdadera libertad: la de ser dueño absoluto de sí mismo». Y ahí radica la diferencia crucial entre la libertad profana y la libertad masónica. El mundo secular suele entender la libertad como «hacer lo que me da la gana». La Masonería la entiende como «hacer lo que debo, porque yo libremente he decidido que eso es lo correcto». Es la distinción que Alexander Hamilton expresó con precisión quirúrgica en El Federalista n.º 1: «Nada es más falaz que la idea de que la libertad consiste en la licencia; la verdadera libertad es la facultad de obrar según la razón y la justicia». Muchos prefieren huir de esa libertad. Erich Fromm lo explicó magistralmente en El miedo a la libertad, y yo, como Masón, no puedo sino coincidir: el ser humano del siglo XXI se ha convertido en ese tigre de zoológico al que le traen la comida, le curan las heridas y le dan techo. Ya no necesita cazar, ya no arriesga nada… y, paradójicamente, ya no es libre. Prefiere la jaula dorada a la selva incierta. Milton Friedman lo resumió con su habitual claridad: «Una sociedad que pone la igualdad por delante de la libertad terminará sin igualdad ni libertad». Y John Maynard Keynes, aunque desde otra orilla ideológica, reconoció algo parecido cuando escribió: «El problema difícil no es permitir que la gente haga lo que quiere, sino enseñarle a querer hacer lo que debe». En muchas logias masónicas contemporáneas se ha instalado un miedo paralizante y hasta esquizofrénico a hablar de política o religión, precisamente los dos grandes temas que los rituales masónicos tratan sin cesar de forma simbólica y directa. Se prohíbe «por respeto» lo que los Antiguos Landmarks ordenan debatir «con libertad, fraternidad y verdad». Ese silencio cobarde es la forma más refinada de escapar de la libertad: se evita la controversia para no asumir la responsabilidad de defender ideas propias. Como me dijo una vez un Venerable Maestro anciano y valiente: «Hermano, si en logia no podemos hablar con absoluta libertad de Dios y del César, ¿dónde demonios vamos a poder hacerlo?». Yo como masón, añadiría lo siguiente: hoy la tiranía ya no necesita cadenas ni calabozos. Le basta con redes sociales que premian el conformismo, algoritmos que nos encierran en burbujas de pensamiento idéntico, y una cultura que castiga la disidencia con la cancelación instantánea. El nuevo amo no lleva uniforme militar; lleva camiseta de marca y sonríe en TikTok mientras te dice qué puedes y qué no puedes pensar. Y la mayoría, aterrorizada ante la perspectiva de quedarse sola frente a sí misma, entrega gustosa su libertad a cambio de likes y aplausos colectivos. Ser verdaderamente libre —libre al estilo masónico— significa aceptar la soledad del que piensa por sí mismo, la incomodidad del que cuestiona lo incuestionable, el vértigo del que asume la plena responsabilidad de sus actos. Significa convertirse, como decía el Ritual escocés en el grado 18.º, en «Caballero Rosa-Cruz»: aquel que lleva la luz incluso allí donde todos prefieren la oscuridad porque la luz les obliga a verse tal como son». La libertad tiene un precio altísimo: la angustia de elegir, la soledad de ser diferente, la responsabilidad absoluta de las consecuencias. Por eso la mayoría prefiere la esclavitud cómoda del rebaño. Pero unos pocos —los que entienden que «preferiría morir de pie a vivir de rodillas» (atribuida a Emiliano Zapata)— eligen pagar ese precio. Y esos pocos, hermano lector, son los que cambian el mundo. Porque, como escribió Voltaire en su Carta a Helvétius: «He decidido ser libre. Los demás que hagan lo que quieran». Y en esa decisión, y sólo en esa decisión, reside la verdadera Grandeza del Maestro Mason Liberado. Alcoseri