¿Es posible que, antes de que existiéramos los humanos, otra especie inteligente haya prosperado en
la Tierra? ¿Seríamos capaces de descubrir
las huellas de su paso por nuestro planeta? Si mañana mismo –esperemos que no– se desencadenara una guerra nuclear a
escala global que extinguiera por completo a
la humanidad, nuestra especie, 'Homo sapiens', habría
pasado sobre la faz de la Tierra, más o
menos, los últimos 300.000 años. Las personas adquirimos
nuestro aspecto físico actual hace unos
200.000 años y se estima que los sapiens conductualmente modernos surgieron
hace 70.000. Dejamos de agruparnos en
bandas nómadas de cazadores-recolectores hace apenas
10.000 años, gracias a la aparición de
la agricultura, lo que dio pie de manera sucesiva a los primeros asentamientos estables, a las
ciudades, a las civilizaciones y, hace tan solo 300
años, a la sociedad industrial, que en
apenas tres siglos habría desembocado en la
autoextinción de la humanidad, armas
nucleares mediante. Ahora, pongamos la
cronología de nuestra especie en
perspectiva. La Tierra se formó hace aproximadamente 4.550 millones de años;
y el primer ser vivo en nuestro planeta
surgió en algún momento de los siguientes mil millones, ya
que los primeros indicios de vida que
conocemos se remontan hasta hace 3.770 millones de años.
Mucho tiempo después, hace unos 540
millones de años, tuvo lugar la denominada Explosión Cámbrica,
un periodo especialmente veloz en el
desarrollo de formas de vida que dio lugar a la aparición
de una increíble diversidad de animales,
incluyendo muchos de los principales grupos presentes
en la actualidad, como por ejemplo los
cordados, entre los que se encuentran los vertebrados, es
decir, los animales con espina dorsal,
como nosotros. ¿Cuál fue la causa de
aquel estallido de vida en el periodo
Cámbrico? Los científicos siguen debatiendo al respecto. Unos apuntan al incremento del oxígeno en la atmósfera; otros,
a la competencia ecológica entre
organismos; también hay quienes destacan
como factor crucial la
fragmentación del supercontinente
Pannotia... En cualquier caso, lo cierto es que tampoco resulta del todo apropiado hablar de una “explosión”
teniendo en cuenta que aquel proceso de
diversificación de las especies, aunque fue relativamente veloz, se
desarrolló a lo largo de unos 40
millones de años. Pero lo que realmente
nos interesa en el vídeo de hoy es que,
desde la Explosión Cámbrica, se han producido en nuestro planeta
cinco extinciones masivas que
erradicaron grupos enteros de especies. De hecho, a lo largo
del tiempo se han extinguido muchas más
especies de las que actualmente pueblan la Tierra.
Las cinco extinciones masivas tuvieron
lugar, respectivamente, hace 439 millones de
años, 367, 251, 201 y 66 millones. Y en
cada una de ellas desaparecieron entre el 76 y el
96% de las especies que había en el
planeta. ¿Y qué fue lo que provocó aquellas
extinciones? Diversos eventos letales de
alcance global, como erupciones volcánicas masivas, el
ascenso y descenso del nivel de los
océanos a causa de una glaciación, impactos de enormes meteoritos... Incluso una supernova, una
explosión estelar que provocó un estallido
de rayos gamma capaces de eliminar la protección del
ozono atmosférico que nos protege contra
la radiación ultravioleta del Sol. Habiéndose
producido tantas extinciones masivas, y
teniendo en cuenta que a nosotros nos han bastado 300.000
años –desde que surgimos como especie–
para llegar al punto de expandirnos por todo el planeta
e incluso viajar fuera de este, ¿no es
posible que alguna otra especie inteligente haya surgido
y desaparecido en la inmensa horquilla
temporal que representan los más de 500 millones de
años transcurridos entre la Explosión
Cámbrica y la aparición del 'Homo sapiens'? Volviendo una vez más a los orígenes de
la humanidad, se estima que el género
Homo, es decir, el ser humano, surgió en África hace unos 2,5 millones de años, aunque
aquellos primeros humanos se parecían muy
poco a los actuales. Porque, aunque los miembros de
nuestra especie, los 'Homo sapiens', somos los
únicos humanos que habitamos la Tierra hoy en día, también
hubo otras muchas especies humanas, casi
una veintena, que se quedaron en el camino,
pero no por ello dejaban de ser
humanos, como, por ejemplo, 'Homo
habilis', 'Homo ergaster', 'Homo erectus', 'Homo neanderthalensis',
'Homo floresiensis'... Dicho con otras
palabras: pese a que desde nuestra perspectiva
actual tendemos a pensar en la evolución
del ser humano como un camino único plagado de
éxitos evolutivos, en realidad, los
caminos del ser humano han sido múltiples y todos han
acabado en la aniquilación, a excepción
del nuestro. De las especies humanas
extintas tenemos conocimiento,
principalmente, a través del hallazgo de fósiles, pero en
algunos casos también se han encontrado
herramientas, armas e incluso creaciones artísticas. ¿Significa eso que, como no hemos encontrado
fósiles ni artefactos de ninguna especie
inteligente anterior al género Homo, es imposible la existencia de una civilización pretérita? No. Por un lado, no es nada fácil que, tras
fallecer, los restos de un organismo
acaben fosilizados. Y es que apenas el 15% de las rocas
cumplen con las condiciones adecuadas
para conservar fósiles. Los restos del ser vivo tienen que
haber quedado enterrados rápidamente en
un sedimento en el que sea posible dejar una impresión y
que los aísle por completo de cualquier
elemento que pueda deteriorarlos, como el
oxígeno, el agua o los carroñeros. Solo
así podrá llevarse a cabo el proceso de
mineralización que conformará el fósil.
Si bien es cierto que, además de los huesos, también se pueden
fosilizar plumas y algunas partes
blandas del organismo, la dificultad de que se den las
condiciones adecuadas para la
fosilización es altísima: se estima que la probabilidad de que un
hueso se fosilice es de una entre mil
millones. Es decir, que si actualmente
en el mundo hay unos 8.000 millones de
personas, a razón de 206 huesos por cada una, si todos nos extinguiéramos
de golpe, dejaríamos apenas 1.650 huesos
fósiles repartidos por todo el planeta. Sí, de
acuerdo, los más detallistas diréis que
el cálculo está mal hecho porque los niños tienen más
huesos, ya que los bebés nacen con
alrededor de 300 y luego algunos de estos se van uniendo entre
sí y soldando conforme crecen hasta que
el número se reduce a 206; pero el cálculo que hemos
hecho es solo una estimación aproximada
para ilustrar la idea de que, si una hipotética
civilización anterior a la humana
hubiese llegado a ser tan numerosa como la nuestra, no habría dejado
muchos fósiles que encontrar. Por no
hablar de que la actividad geológica de la Tierra hace que
las capas más superficiales vayan
quedando enterradas más y más profundo conforme pasa el
tiempo. El desierto del Néguev, que
cubre más de la mitad de Israel, es la superficie inalterada
más antigua de la Tierra, y solo tiene
1,8 millones de años. Es decir, que si queremos encontrar
los restos fósiles de una civilización
anterior a la humana que haya existido en esa horquilla
de 500 millones de años de la que
hablamos antes, es muy probable que haga falta excavar, ya
sea en tierra, en hielo o en el fondo de
los océanos. Y podréis replicar: “Ya,
pero hemos encontrado fósiles de
dinosaurios, ¿no?”. Sí, es cierto. En los últimos dos siglos, desde que se
identificaron los primeros fósiles de
dinosaurio en Inglaterra, se han desenterrado casi 11.000 en todo el mundo. E incluso tenemos fósiles de cianobacterias
de hace 3.500 millones de años. No
obstante, las condiciones especiales para el
proceso de fosilización que ya
hemos descrito genera grandes sesgos en
el registro fósil; por ejemplo, los seres que vivían en entornos montañosos o selváticos rara vez
dejaban fósiles tras de sí. Los primeros,
a causa de los procesos geológicos de erosión; los
segundos, porque en las selvas hay abundancia
de carroñeros. En contraposición, el 99% de todos los
fósiles hallados pertenecen a criaturas
acuáticas, dado que el fondo de los océanos, de
los lagos y de los ríos, debido a la deposición
continua de sedimentos, son más proclives a cubrir y
proteger los restos orgánicos. En resumen: los
científicos estiman que solo hemos hallado fósiles del
0,1% de las especies que en algún
momento han habitado la Tierra. Y,
desde luego, aún no se han descubierto
fósiles de ninguna especie no humana
sospechosa de poseer una
inteligencia superior a la de los
animales. O al menos, no se han identificado como tales. Porque,
¿cómo saber si una especie era
inteligente o no? ¿Solo por el tamaño de su cráneo en relación con
el cuerpo? Eso no basta. La verdadera
señal de que una especie era inteligente hasta el
punto de establecer una civilización
sería hallar, junto a los fósiles de sus cuerpos, los
restos de sus obras: herramientas,
armas, construcciones, pinturas, esculturas, escritos, etc. Como
hasta la fecha no se han encontrado
restos de ningún artefacto que no sea obra del ser
humano, solo podemos inferir que ninguna
criatura prehistórica alcanzó un grado de
desarrollo cognitivo equiparable al
nuestro. Por cierto, como vamos a mencionar la palabra artefacto
varias veces, conviene aclarar que la
empleamos en su primera y más amplia acepción: “Objeto
construido con una cierta técnica para
un determinado fin”. Por si os lo
estáis preguntando... Sí. Todo lo que
hemos mencionado hasta ahora se podría aplicar, no
solo a las especies autóctonas de nuestro
planeta, sino también a una hipotética especie alienígena
que se hubiera establecido en la Tierra
hace millones de años y cuya civilización hubiese quedado
extinta por alguna razón. O hubiera
decidido abandonar este planeta, que es otra posibilidad.
Presumiendo que hubiesen llegado hasta
nuestro planeta por sus propios medios, sin duda partirían de un nivel
tecnológico muy superior al de los
humanos actuales. Por otro lado, en el
caso de que una civilización prehumana
hubiese sido lo suficientemente avanzada como para viajar al espacio, sería
más fácil encontrar sus rastros en la
Luna o en Marte que en la Tierra, donde es mucho más probable que la erosión
y la actividad tectónica borren las
evidencias. Volvamos al tema de los
artefactos. Una especie inteligente
prehumana que solo hubiese alcanzado el nivel de desarrollo de las
sociedades nómadas de
cazadores-recolectores apenas nos habría dejado evidencias directas de
su existencia. Basta con pensar en todas
las especies del género Homo que se han
extinguido ya, como los neandertales. A
pesar de que estos últimos desaparecieron hace tan solo
40.000 años aproximadamente, y de que,
por tanto, coexistieron con el 'Homo sapiens', no son
muchos los artefactos neandertales que
se han encontrado. Las huellas de una especie de cazadores-recolectores que hubiese existido
hace millones de años habrían quedado
borradas por los procesos biológicos y geológicos. ¿Y si esa supuesta civilización hubiese
llegado a descubrir la agricultura y se
hubiera asentado en poblaciones estables? ¿No habría
producido muchos más artefactos? Si
tomamos como referencia al ser humano, la respuesta es que sí, sin
duda. Cuando nuestras sociedades se
volvieron agrícolas y sedentarias, desarrollamos herramientas
más complejas hechas con materiales más
resistentes, además de construir estructuras, tanto
para el alojamiento de las personas como
para otros usos. La generación de excedentes alimentarios permitió el comercio y la especialización
de tareas, lo que a su vez desembocó en
el desarrollo de las artes, las ciencias y los sistemas políticos. El ser humano se organizó en ciudades, en
reinos y en imperios, y creó monumentos
tan duraderos como las pirámides de Egipto, Stonehenge
o la Gran Muralla china, obras cuyos
restos probablemente podrán ser detectados, aunque muy
deteriorados, dentro de cientos de miles de
años en el futuro. Extrapolando esas estimaciones, sería
razonable descartar que haya existido
una civilización prehumana con semejante grado de
desarrollo en el último millón de años.
Pero recordemos que la horquilla temporal que
manejamos es de 500 millones de años. Por
tanto, si hubiese existido una civilización hace, por
ejemplo, 300 millones de años, no
hallaríamos evidencias directas de ella. Ahora imaginemos una sociedad
industrializada de hace millones de
años. Para hacernos una idea de cuánto tiempo perduraría su huella en el registro geológico, basta
con pensar en la que dejaría el ser
humano actual si nos extinguiésemos. A
partir de esa idea, en 2018, el astrofísico
estadounidense Adam Frank, de la Universidad de Rochester,
y el director del Instituto Goddard de
la NASA, el climatólogo británico Gavin Schmidt, publicaron
un artículo en el que detallaban cómo
podríamos detectar una civilización industrial anterior a la humana. Bautizaron
a su experimento mental como “la
hipótesis siluriana”. Pero no por el periodo Silúrico, que
pertenece a la Era Paleozoica, sino por
los Silurianos, también conocidos como reptiles terrestres,
una especie tecnológicamente avanzada
que pobló la Tierra antes que el ser humano... en la
serie televisiva de ciencia ficción
'Doctor Who'. En su artículo, Frank y
Schmidt concluían que la probabilidad de
encontrar evidencias directas –como fósiles o artefactos– de
la existencia de civilizaciones
industriales de hace más de 4 millones de años serían
pequeñas. Y es que, aunque podamos tener
la impresión de que, por ejemplo, un gran núcleo urbano como
Nueva York o Ciudad de México dejará
siempre algún tipo de rastro, en realidad, una vez extinguida la especie humana, las
ciudades tardarán pocas décadas en ser
devoradas por la naturaleza y, en 4 millones de años, no quedarán
evidencias físicas de que alguna vez
hayan existido. Para detectar la
existencia de una civilización
industrial de gran antigüedad en nuestro planeta, los
dos científicos proponen buscar pruebas
indirectas, como cambios rápidos en la
temperatura o el clima, ya que
estos podrían indicar un aprovechamiento
de fuentes de energía geotérmica. Otra posible señal sería
la detección de anomalías en las capas
de sedimentos, como una alteración en su composición
química que evidenciara un uso masivo de
fertilizantes, ya que estos desvían el flujo de nitrógeno hacia el fondo del suelo. El hallazgo de plásticos en los fondos oceánicos también podría ser una
evidencia de actividad industrial detectable
durante millones de años, dado que los
plásticos se degradan principalmente por la
radiación ultravioleta solar y en el
fondo marino, donde esta no llega, las tasas de degradación son mucho más lentas. De igual modo, existen dos isótopos radiactivos que serían detectables durante
una enorme cantidad de tiempo si se
depositaran en cantidades suficientes a raíz, por
ejemplo, de una guerra nuclear. Uno de
ellos es el plutonio-244, que tiene una vida media
de 80,8 millones de años. El segundo, el
curio-247, pervive durante 15 millones de años. A pesar de todo esto, Frank y Schmidt
reconocen en su artículo que la mayoría
de las cosas que sucedieron hace más de 50 millones de
años seguirán siendo misteriosas para
siempre. A título personal, reconocen que ellos dudan
mucho que existiera alguna civilización
industrial anterior a la nuestra, pero consideran que
vale la pena hacer el ejercicio de
preguntarse cómo podría ser detectada de cara a la
búsqueda de vida inteligente en otros
planetas. Un detalle curioso es que, en
su artículo, que como dijimos fue
publicado en 2018, ellos empleaban el término Antropoceno, un nombre
que había sido propuesto a principios de
este siglo por parte de la comunidad científica
para suceder o reemplazar al Holoceno,
la época geológica actual. El Antropoceno, que para
algunos científicos tendría su inicio
con la Revolución Industrial, debe su nombre y su
significado al enorme impacto global que
las actividades humanas están teniendo sobre los
ecosistemas de la Tierra. Sin embargo,
para convertirse en el nombre oficial de una época
geológica, el Antropoceno requería de la
aprobación de la Comisión Internacional de
Estratigrafía. Y tanto esta como la
Unión Internacional de Ciencias Geológicas rechazaron formalmente
la propuesta en marzo de 2024. Una parte
de los detractores del nuevo término veían en él,
más que una decisión científica, una
declaración política. En la actualidad,
el interés creciente por descubrir
posibles formas de vida extraterrestres ha cristalizado en una disciplina
científica: la exobiología. Los
exobiólogos poseen conocimientos de biología, de astronomía, de física,
de química... y combinan todas esas
ciencias para estudiar las posibilidades de que
exista vida extraterrestre, así como los
efectos que pueden ejercer sobre los seres vivos las
diferentes condiciones ambientales que
se dan en el universo. Seguramente
habréis escuchado también el término
astrobiología, pero hay una pequeña diferencia entre esta y
la exobiología. Mientras que la
astrobiología se dedica a investigar la vida en todo el universo –incluida también la Tierra–, la
exobiología solo estudia la vida fuera
de nuestro planeta. O sea, que la exobiología puede considerarse como una rama dentro de la astrobiología. La tarea concreta de buscar rastros
arqueológicos de civilizaciones
extraterrestres correspondería, hipotéticamente, a la exoarqueología, pero, como bien supondréis, aún no se ha
hallado ningún yacimiento, por lo que no hay
arqueólogos que se dediquen a ella. De hecho, en
el futuro lo más probable es que los
exoarqueólogos se dediquen antes a estudiar los
rastros que vayamos dejando los humanos a
lo largo de nuestra expansión por el Sistema Solar
conforme esta se haga más compleja que a
investigar ruinas alienígenas. De
momento, la exoarqueología se reduce al campo
de la ciencia ficción; aunque también hay quienes defienden
que ya se han hallado pruebas de la
existencia de civilizaciones extraterrestres, como
la famosa Cara de Marte, en la que muchos
ven una gigantesca cara esculpida por marcianos en
la región de Cidonia del planeta rojo.
Esta leyenda se originó en 1976 a raíz de unas
fotografías tomadas por la sonda espacial
Viking 1. La supuesta cara mide 3 km de largo por
1,5 de ancho, pero fotografías mucho más
recientes y de mejor resolución tomadas por la
sonda Mars Global Surveyor y por la Odyssey a
principios de este siglo, han confirmado lo que los
científicos siempre han afirmado: que tan solo
se trataba de una formación natural del terreno y que
fue el ángulo de incidencia de la luz solar,
unido a la baja resolución de las primeras fotos, lo
que provocó ese fenómeno de pareidolia,
ya sabéis, la tendencia del cerebro humano a
percibir patrones familiares, especialmente
caras. Seguro que muchos habéis visto caras u
otras figuras reconocibles cuando habéis
mirado una nube o un muro desconchado, ¿verdad? También hay quienes creen en una
ancestral relación de civilizaciones
extraterrestres con nuestro planeta, tal como sostiene la idea
de los antiguos astronautas, según la
cual alienígenas inteligentes visitaron la Tierra y entraron
en contacto con los humanos de la
Antigüedad o de los tiempos prehistóricos. Los que
defienden esta creencia sugieren que fue
gracias a ese contacto con extraterrestres,
tecnológicamente más avanzados, como se
desarrollaron algunas culturas, religiones e inventos humanos. Bajo el
paraguas de los antiguos astronautas se
engloban un gran número de creencias, algunas
contradictorias entre sí y otras
acumulables, como, por ejemplo, que los extraterrestres fueron una
cultura madre de la que brotaron las
civilizaciones humanas; que las religiones están
fundadas por extraterrestres, a quienes
se tomó por dioses venidos del cielo, o que muchas
grandes estructuras, como las pirámides
de Egipto o los moáis de la Isla de Pascua, fueron
creadas por alienígenas o construidas
con su ayuda... La inmensa mayoría de
los arqueólogos y académicos descartan
esas afirmaciones, por ser poco científicas y no estar
apoyadas por ningún estudio revisado por
pares. Además, algunos expertos señalan el sesgo supremacista blanco que subyace en las creencias
de los antiguos astronautas, dado que en
ocasiones se apoyan en el argumento de que las culturas indígenas de todo el
mundo habrían sido incapaces de realizar
por sí solas las hazañas tecnológicas y culturales
que lograron. ¿Realmente necesitaban los
mayas, los aztecas o los egipcios que un
alienígena les enseñara a construir
pirámides? Volviendo a Frank y Schmidt,
en su artículo también mencionaban una
interesante paradoja que nos hizo reflexionar. Y es que, aunque la
lógica nos induce a pensar que cuanto
más tiempo perviva nuestra especie mayor será el impacto de
nuestras acciones sobre el planeta y
dejaremos un mayor rastro en el registro geológico, en
realidad, si los humanos llegamos a
sobrevivir durante mucho tiempo, será porque habremos logrado
desarrollar un estilo de vida mucho más
sostenible y, por tanto, nuestra huella en el planeta
será menor. Siguiendo esa línea de
pensamiento, podría deducirse que el hecho de que no logremos encontrar ninguna evidencia, ni
directa ni indirecta, de la existencia
de una civilización prehumana quizá no demuestre que nunca la hubo, sino todo lo contrario: que
sobrevivió durante una enorme cantidad de
tiempo, y que fue capaz de hacerlo precisamente porque
vivía en una armonía tan plena con el
planeta que no dejó ninguna huella en él.
En resumen: ¿existió una civilización terrestre anterior al ser humano? No hay ninguna prueba
ni indicio de ello. ¿Es imposible que
existiera? Pues tampoco se puede
descartar por completo. ¿Quién sabe? Tal vez el día menos pensado
nos llevemos todos una enorme
sorpresa... De ser así, quizá analizar la trayectoria histórica de
esa especie, incluidos los motivos de su
extinción, podría ponernos en alerta ante algún
riesgo potencialmente letal para la
humanidad que todavía no alcanzamos a percibir. En la vida, al igual que en la carretera, para
ser buen conductor es más que recomendable
echar una ojeada al retrovisor de vez en cuando. ¿Y
vosotros? ¿Creéis que pudo existir en
nuestro planeta otra civilización anterior a la humana?