¿Es posible que, antes de que existiéramos los humanos, otra especie inteligente haya prosperado en la Tierra?

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Alcoseri Vicente

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Jun 17, 2024, 4:11:27 PM (12 days ago) Jun 17
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¿Es posible que, antes de que existiéramos los humanos,  otra especie inteligente haya prosperado     en la Tierra? ¿Seríamos capaces de descubrir  las huellas de su paso por nuestro planeta?   Si mañana mismo –esperemos que no–  se desencadenara una guerra nuclear     a escala global que extinguiera por completo a  la humanidad, nuestra especie, 'Homo sapiens',     habría pasado sobre la faz de la Tierra, más o  menos, los últimos 300.000 años. Las personas     adquirimos nuestro aspecto físico actual  hace unos 200.000 años y se estima que los     sapiens conductualmente modernos surgieron hace  70.000. Dejamos de agruparnos en bandas nómadas     de cazadores-recolectores hace apenas 10.000  años, gracias a la aparición de la agricultura,     lo que dio pie de manera sucesiva a los  primeros asentamientos estables, a las ciudades,     a las civilizaciones y, hace tan solo 300 años,  a la sociedad industrial, que en apenas tres     siglos habría desembocado en la autoextinción  de la humanidad, armas nucleares mediante.   Ahora, pongamos la cronología de nuestra  especie en perspectiva. La Tierra se formó     hace aproximadamente 4.550 millones de años; y el  primer ser vivo en nuestro planeta surgió en algún     momento de los siguientes mil millones, ya que  los primeros indicios de vida que conocemos se     remontan hasta hace 3.770 millones de años. Mucho  tiempo después, hace unos 540 millones de años,     tuvo lugar la denominada Explosión Cámbrica, un  periodo especialmente veloz en el desarrollo de     formas de vida que dio lugar a la aparición de  una increíble diversidad de animales, incluyendo     muchos de los principales grupos presentes en la  actualidad, como por ejemplo los cordados, entre     los que se encuentran los vertebrados, es decir,  los animales con espina dorsal, como nosotros.   ¿Cuál fue la causa de aquel estallido de vida  en el periodo Cámbrico? Los científicos siguen     debatiendo al respecto. Unos apuntan al  incremento del oxígeno en la atmósfera;     otros, a la competencia ecológica entre  organismos; también hay quienes destacan     como factor crucial la fragmentación del  supercontinente Pannotia... En cualquier caso,     lo cierto es que tampoco resulta  del todo apropiado hablar de una     “explosión” teniendo en cuenta que aquel  proceso de diversificación de las especies,     aunque fue relativamente veloz, se desarrolló  a lo largo de unos 40 millones de años.   Pero lo que realmente nos interesa en el vídeo  de hoy es que, desde la Explosión Cámbrica,     se han producido en nuestro planeta cinco  extinciones masivas que erradicaron grupos     enteros de especies. De hecho, a lo largo del  tiempo se han extinguido muchas más especies de     las que actualmente pueblan la Tierra. Las  cinco extinciones masivas tuvieron lugar,     respectivamente, hace 439 millones de años,  367, 251, 201 y 66 millones. Y en cada una     de ellas desaparecieron entre el 76 y el 96%  de las especies que había en el planeta. ¿Y     qué fue lo que provocó aquellas extinciones?  Diversos eventos letales de alcance global,     como erupciones volcánicas masivas, el ascenso  y descenso del nivel de los océanos a causa de     una glaciación, impactos de enormes  meteoritos... Incluso una supernova,     una explosión estelar que provocó un estallido  de rayos gamma capaces de eliminar la protección     del ozono atmosférico que nos protege  contra la radiación ultravioleta del Sol.   Habiéndose producido tantas extinciones masivas, y  teniendo en cuenta que a nosotros nos han bastado     300.000 años –desde que surgimos como especie–  para llegar al punto de expandirnos por todo el     planeta e incluso viajar fuera de este, ¿no es  posible que alguna otra especie inteligente haya     surgido y desaparecido en la inmensa horquilla  temporal que representan los más de 500 millones     de años transcurridos entre la Explosión  Cámbrica y la aparición del 'Homo sapiens'?   Volviendo una vez más a los orígenes de la  humanidad, se estima que el género Homo,     es decir, el ser humano, surgió en  África hace unos 2,5 millones de años,     aunque aquellos primeros humanos se parecían muy  poco a los actuales. Porque, aunque los miembros     de nuestra especie, los 'Homo sapiens', somos los  únicos humanos que habitamos la Tierra hoy en día,     también hubo otras muchas especies humanas,  casi una veintena, que se quedaron en el camino,     pero no por ello dejaban de ser humanos, como,  por ejemplo, 'Homo habilis', 'Homo ergaster',     'Homo erectus', 'Homo neanderthalensis', 'Homo  floresiensis'... Dicho con otras palabras:     pese a que desde nuestra perspectiva actual  tendemos a pensar en la evolución del ser     humano como un camino único plagado de éxitos  evolutivos, en realidad, los caminos del ser     humano han sido múltiples y todos han acabado  en la aniquilación, a excepción del nuestro.   De las especies humanas extintas  tenemos conocimiento, principalmente,     a través del hallazgo de fósiles, pero en algunos  casos también se han encontrado herramientas,     armas e incluso creaciones artísticas.  ¿Significa eso que, como no hemos     encontrado fósiles ni artefactos de ninguna  especie inteligente anterior al género Homo,     es imposible la existencia de  una civilización pretérita? No.   Por un lado, no es nada fácil que, tras fallecer,  los restos de un organismo acaben fosilizados.     Y es que apenas el 15% de las rocas cumplen  con las condiciones adecuadas para conservar     fósiles. Los restos del ser vivo tienen que haber  quedado enterrados rápidamente en un sedimento en     el que sea posible dejar una impresión y que  los aísle por completo de cualquier elemento     que pueda deteriorarlos, como el oxígeno,  el agua o los carroñeros. Solo así podrá     llevarse a cabo el proceso de mineralización  que conformará el fósil. Si bien es cierto que,     además de los huesos, también se pueden fosilizar  plumas y algunas partes blandas del organismo,     la dificultad de que se den las condiciones  adecuadas para la fosilización es altísima:     se estima que la probabilidad de que un hueso  se fosilice es de una entre mil millones.   Es decir, que si actualmente en el mundo hay unos  8.000 millones de personas, a razón de 206 huesos     por cada una, si todos nos extinguiéramos de  golpe, dejaríamos apenas 1.650 huesos fósiles     repartidos por todo el planeta. Sí, de acuerdo,  los más detallistas diréis que el cálculo está     mal hecho porque los niños tienen más huesos,  ya que los bebés nacen con alrededor de 300 y     luego algunos de estos se van uniendo entre sí  y soldando conforme crecen hasta que el número     se reduce a 206; pero el cálculo que hemos hecho  es solo una estimación aproximada para ilustrar     la idea de que, si una hipotética civilización  anterior a la humana hubiese llegado a ser tan     numerosa como la nuestra, no habría dejado muchos  fósiles que encontrar. Por no hablar de que la     actividad geológica de la Tierra hace que las  capas más superficiales vayan quedando enterradas     más y más profundo conforme pasa el tiempo.  El desierto del Néguev, que cubre más de la     mitad de Israel, es la superficie inalterada más  antigua de la Tierra, y solo tiene 1,8 millones     de años. Es decir, que si queremos encontrar los  restos fósiles de una civilización anterior a la     humana que haya existido en esa horquilla de  500 millones de años de la que hablamos antes,     es muy probable que haga falta excavar, ya sea  en tierra, en hielo o en el fondo de los océanos.   Y podréis replicar: “Ya, pero hemos encontrado  fósiles de dinosaurios, ¿no?”. Sí, es cierto. En     los últimos dos siglos, desde que se identificaron  los primeros fósiles de dinosaurio en Inglaterra,     se han desenterrado casi 11.000 en todo  el mundo. E incluso tenemos fósiles de     cianobacterias de hace 3.500 millones de años.  No obstante, las condiciones especiales para el     proceso de fosilización que ya hemos descrito  genera grandes sesgos en el registro fósil;     por ejemplo, los seres que vivían en  entornos montañosos o selváticos rara     vez dejaban fósiles tras de sí. Los primeros,  a causa de los procesos geológicos de erosión;     los segundos, porque en las selvas hay abundancia  de carroñeros. En contraposición, el 99% de todos     los fósiles hallados pertenecen a criaturas  acuáticas, dado que el fondo de los océanos,     de los lagos y de los ríos, debido a la deposición  continua de sedimentos, son más proclives a cubrir     y proteger los restos orgánicos. En resumen: los  científicos estiman que solo hemos hallado fósiles     del 0,1% de las especies que en  algún momento han habitado la Tierra.   Y, desde luego, aún no se han descubierto  fósiles de ninguna especie no humana     sospechosa de poseer una inteligencia  superior a la de los animales. O al menos,     no se han identificado como tales. Porque, ¿cómo  saber si una especie era inteligente o no? ¿Solo     por el tamaño de su cráneo en relación con el  cuerpo? Eso no basta. La verdadera señal de     que una especie era inteligente hasta el punto  de establecer una civilización sería hallar,     junto a los fósiles de sus cuerpos, los restos de  sus obras: herramientas, armas, construcciones,     pinturas, esculturas, escritos, etc. Como hasta  la fecha no se han encontrado restos de ningún     artefacto que no sea obra del ser humano,  solo podemos inferir que ninguna criatura     prehistórica alcanzó un grado de desarrollo  cognitivo equiparable al nuestro. Por cierto,     como vamos a mencionar la palabra artefacto varias  veces, conviene aclarar que la empleamos en su     primera y más amplia acepción: “Objeto construido  con una cierta técnica para un determinado fin”.   Por si os lo estáis preguntando... Sí. Todo lo que  hemos mencionado hasta ahora se podría aplicar,     no solo a las especies autóctonas de nuestro  planeta, sino también a una hipotética especie     alienígena que se hubiera establecido en la Tierra  hace millones de años y cuya civilización hubiese     quedado extinta por alguna razón. O hubiera  decidido abandonar este planeta, que es otra     posibilidad. Presumiendo que hubiesen llegado  hasta nuestro planeta por sus propios medios,     sin duda partirían de un nivel tecnológico  muy superior al de los humanos actuales.   Por otro lado, en el caso de que una  civilización prehumana hubiese sido     lo suficientemente avanzada  como para viajar al espacio,     sería más fácil encontrar sus rastros  en la Luna o en Marte que en la Tierra,     donde es mucho más probable que la erosión y  la actividad tectónica borren las evidencias.   Volvamos al tema de los artefactos. Una especie  inteligente prehumana que solo hubiese alcanzado     el nivel de desarrollo de las sociedades  nómadas de cazadores-recolectores apenas     nos habría dejado evidencias directas de su  existencia. Basta con pensar en todas las     especies del género Homo que se han extinguido  ya, como los neandertales. A pesar de que estos     últimos desaparecieron hace tan solo 40.000  años aproximadamente, y de que, por tanto,     coexistieron con el 'Homo sapiens', no son muchos  los artefactos neandertales que se han encontrado.     Las huellas de una especie de  cazadores-recolectores que hubiese     existido hace millones de años habrían quedado  borradas por los procesos biológicos y geológicos.   ¿Y si esa supuesta civilización hubiese llegado  a descubrir la agricultura y se hubiera asentado     en poblaciones estables? ¿No habría producido  muchos más artefactos? Si tomamos como referencia     al ser humano, la respuesta es que sí, sin duda.  Cuando nuestras sociedades se volvieron agrícolas     y sedentarias, desarrollamos herramientas más  complejas hechas con materiales más resistentes,     además de construir estructuras, tanto para  el alojamiento de las personas como para     otros usos. La generación de excedentes  alimentarios permitió el comercio y la     especialización de tareas, lo que a su vez  desembocó en el desarrollo de las artes,     las ciencias y los sistemas políticos.  El ser humano se organizó en ciudades,     en reinos y en imperios, y creó monumentos  tan duraderos como las pirámides de Egipto,     Stonehenge o la Gran Muralla china, obras cuyos  restos probablemente podrán ser detectados, aunque     muy deteriorados, dentro de cientos de miles de  años en el futuro. Extrapolando esas estimaciones,     sería razonable descartar que haya existido  una civilización prehumana con semejante grado     de desarrollo en el último millón de años.  Pero recordemos que la horquilla temporal     que manejamos es de 500 millones de años. Por  tanto, si hubiese existido una civilización hace,     por ejemplo, 300 millones de años, no  hallaríamos evidencias directas de ella.   Ahora imaginemos una sociedad industrializada  de hace millones de años. Para hacernos una     idea de cuánto tiempo perduraría  su huella en el registro geológico,     basta con pensar en la que dejaría el  ser humano actual si nos extinguiésemos.   A partir de esa idea, en 2018, el astrofísico  estadounidense Adam Frank, de la Universidad de     Rochester, y el director del Instituto Goddard de  la NASA, el climatólogo británico Gavin Schmidt,     publicaron un artículo en el que detallaban  cómo podríamos detectar una civilización     industrial anterior a la humana. Bautizaron a su  experimento mental como “la hipótesis siluriana”.     Pero no por el periodo Silúrico, que pertenece  a la Era Paleozoica, sino por los Silurianos,     también conocidos como reptiles terrestres, una  especie tecnológicamente avanzada que pobló la     Tierra antes que el ser humano... en la serie  televisiva de ciencia ficción 'Doctor Who'.   En su artículo, Frank y Schmidt concluían  que la probabilidad de encontrar evidencias     directas –como fósiles o artefactos– de la  existencia de civilizaciones industriales de     hace más de 4 millones de años serían pequeñas. Y  es que, aunque podamos tener la impresión de que,     por ejemplo, un gran núcleo urbano como Nueva  York o Ciudad de México dejará siempre algún     tipo de rastro, en realidad, una  vez extinguida la especie humana,     las ciudades tardarán pocas décadas  en ser devoradas por la naturaleza y,     en 4 millones de años, no quedarán evidencias  físicas de que alguna vez hayan existido.   Para detectar la existencia de una civilización  industrial de gran antigüedad en nuestro planeta,     los dos científicos proponen buscar pruebas  indirectas, como cambios rápidos en la     temperatura o el clima, ya que estos podrían  indicar un aprovechamiento de fuentes de     energía geotérmica. Otra posible señal sería la  detección de anomalías en las capas de sedimentos,     como una alteración en su composición química  que evidenciara un uso masivo de fertilizantes,     ya que estos desvían el flujo de  nitrógeno hacia el fondo del suelo.   El hallazgo de plásticos en los fondos  oceánicos también podría ser una evidencia     de actividad industrial detectable durante  millones de años, dado que los plásticos se     degradan principalmente por la radiación  ultravioleta solar y en el fondo marino,     donde esta no llega, las tasas de  degradación son mucho más lentas.   De igual modo, existen dos isótopos  radiactivos que serían detectables     durante una enorme cantidad de tiempo si se  depositaran en cantidades suficientes a raíz,     por ejemplo, de una guerra nuclear. Uno de  ellos es el plutonio-244, que tiene una vida     media de 80,8 millones de años. El segundo, el  curio-247, pervive durante 15 millones de años.   A pesar de todo esto, Frank y Schmidt reconocen  en su artículo que la mayoría de las cosas que     sucedieron hace más de 50 millones de años  seguirán siendo misteriosas para siempre. A     título personal, reconocen que ellos dudan mucho  que existiera alguna civilización industrial     anterior a la nuestra, pero consideran que vale  la pena hacer el ejercicio de preguntarse cómo     podría ser detectada de cara a la búsqueda  de vida inteligente en otros planetas.   Un detalle curioso es que, en su artículo,  que como dijimos fue publicado en 2018, ellos     empleaban el término Antropoceno, un nombre que  había sido propuesto a principios de este siglo     por parte de la comunidad científica para  suceder o reemplazar al Holoceno, la época     geológica actual. El Antropoceno, que para algunos  científicos tendría su inicio con la Revolución     Industrial, debe su nombre y su significado  al enorme impacto global que las actividades     humanas están teniendo sobre los ecosistemas  de la Tierra. Sin embargo, para convertirse     en el nombre oficial de una época geológica,  el Antropoceno requería de la aprobación de     la Comisión Internacional de Estratigrafía.  Y tanto esta como la Unión Internacional de     Ciencias Geológicas rechazaron formalmente la  propuesta en marzo de 2024. Una parte de los     detractores del nuevo término veían en él, más que  una decisión científica, una declaración política.   En la actualidad, el interés creciente por  descubrir posibles formas de vida extraterrestres     ha cristalizado en una disciplina científica: la  exobiología. Los exobiólogos poseen conocimientos     de biología, de astronomía, de física, de  química... y combinan todas esas ciencias     para estudiar las posibilidades de que exista vida  extraterrestre, así como los efectos que pueden     ejercer sobre los seres vivos las diferentes  condiciones ambientales que se dan en el universo.   Seguramente habréis escuchado  también el término astrobiología,     pero hay una pequeña diferencia entre esta y la  exobiología. Mientras que la astrobiología se     dedica a investigar la vida en todo el  universo –incluida también la Tierra–,     la exobiología solo estudia la vida  fuera de nuestro planeta. O sea,     que la exobiología puede considerarse  como una rama dentro de la astrobiología.   La tarea concreta de buscar rastros arqueológicos  de civilizaciones extraterrestres correspondería,     hipotéticamente, a la exoarqueología,  pero, como bien supondréis, aún no se     ha hallado ningún yacimiento, por lo que no hay  arqueólogos que se dediquen a ella. De hecho,     en el futuro lo más probable es que los  exoarqueólogos se dediquen antes a estudiar     los rastros que vayamos dejando los humanos a  lo largo de nuestra expansión por el Sistema     Solar conforme esta se haga más compleja  que a investigar ruinas alienígenas.   De momento, la exoarqueología se reduce al campo  de la ciencia ficción; aunque también hay quienes     defienden que ya se han hallado pruebas de la  existencia de civilizaciones extraterrestres,     como la famosa Cara de Marte, en la que muchos  ven una gigantesca cara esculpida por marcianos     en la región de Cidonia del planeta rojo.  Esta leyenda se originó en 1976 a raíz de     unas fotografías tomadas por la sonda espacial  Viking 1. La supuesta cara mide 3 km de largo     por 1,5 de ancho, pero fotografías mucho más  recientes y de mejor resolución tomadas por     la sonda Mars Global Surveyor y por la Odyssey a  principios de este siglo, han confirmado lo que     los científicos siempre han afirmado: que tan solo  se trataba de una formación natural del terreno y     que fue el ángulo de incidencia de la luz solar,  unido a la baja resolución de las primeras fotos,     lo que provocó ese fenómeno de pareidolia,  ya sabéis, la tendencia del cerebro humano     a percibir patrones familiares, especialmente  caras. Seguro que muchos habéis visto caras     u otras figuras reconocibles cuando habéis  mirado una nube o un muro desconchado, ¿verdad?   También hay quienes creen en una ancestral  relación de civilizaciones extraterrestres con     nuestro planeta, tal como sostiene la idea de los  antiguos astronautas, según la cual alienígenas     inteligentes visitaron la Tierra y entraron en  contacto con los humanos de la Antigüedad o de     los tiempos prehistóricos. Los que defienden  esta creencia sugieren que fue gracias a ese     contacto con extraterrestres, tecnológicamente más  avanzados, como se desarrollaron algunas culturas,     religiones e inventos humanos. Bajo el paraguas  de los antiguos astronautas se engloban un gran     número de creencias, algunas contradictorias  entre sí y otras acumulables, como, por ejemplo,     que los extraterrestres fueron una cultura  madre de la que brotaron las civilizaciones     humanas; que las religiones están fundadas  por extraterrestres, a quienes se tomó por     dioses venidos del cielo, o que muchas grandes  estructuras, como las pirámides de Egipto o     los moáis de la Isla de Pascua, fueron creadas  por alienígenas o construidas con su ayuda...   La inmensa mayoría de los arqueólogos y  académicos descartan esas afirmaciones,     por ser poco científicas y no estar apoyadas  por ningún estudio revisado por pares. Además,     algunos expertos señalan el sesgo  supremacista blanco que subyace en las     creencias de los antiguos astronautas, dado  que en ocasiones se apoyan en el argumento     de que las culturas indígenas de todo el mundo  habrían sido incapaces de realizar por sí solas     las hazañas tecnológicas y culturales que  lograron. ¿Realmente necesitaban los mayas,     los aztecas o los egipcios que un alienígena  les enseñara a construir pirámides?   Volviendo a Frank y Schmidt, en su artículo  también mencionaban una interesante paradoja que     nos hizo reflexionar. Y es que, aunque la lógica  nos induce a pensar que cuanto más tiempo perviva     nuestra especie mayor será el impacto de nuestras  acciones sobre el planeta y dejaremos un mayor     rastro en el registro geológico, en realidad, si  los humanos llegamos a sobrevivir durante mucho     tiempo, será porque habremos logrado desarrollar  un estilo de vida mucho más sostenible y,     por tanto, nuestra huella en el planeta será  menor. Siguiendo esa línea de pensamiento,     podría deducirse que el hecho de que no  logremos encontrar ninguna evidencia,     ni directa ni indirecta, de la  existencia de una civilización prehumana     quizá no demuestre que nunca la  hubo, sino todo lo contrario:     que sobrevivió durante una enorme cantidad de  tiempo, y que fue capaz de hacerlo precisamente     porque vivía en una armonía tan plena con  el planeta que no dejó ninguna huella en él.   En resumen: ¿existió una civilización terrestre  anterior al ser humano? No hay ninguna prueba ni     indicio de ello. ¿Es imposible que existiera?  Pues tampoco se puede descartar por completo.     ¿Quién sabe? Tal vez el día menos pensado nos  llevemos todos una enorme sorpresa... De ser así,     quizá analizar la trayectoria histórica de esa  especie, incluidos los motivos de su extinción,     podría ponernos en alerta ante algún riesgo  potencialmente letal para la humanidad que     todavía no alcanzamos a percibir. En  la vida, al igual que en la carretera,     para ser buen conductor es más que recomendable  echar una ojeada al retrovisor de vez en cuando.     ¿Y vosotros? ¿Creéis que pudo  existir en nuestro planeta otra     civilización anterior a la humana?    
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