En el antiguo Egipto, el
dios cuya muerte y resurrección se celebraba anualmente con duelos y alegrías
alternativas fue Osiris, el más popular de todos los dioses egipcios y del que
existen buenos fundamentos para clasificarle en uno de los aspectos
conjuntamente con Adonis y Átis, como personificación del gran cambio anual de
la naturaleza y, especialmente, dios de los cereales. Pero el inmenso favor que
obtuvo durante mucho tiempo indujo a sus adoradores entusiastas a acumular en
él los atributos y poderes de otros muchos dioses, por lo que no es fácil
despojarle, por decirlo así, de sus plumas prestadas, dejándole solamente las
propias. La leyenda de Osiris está contada en forma conexa solamente por Plutarco,
cuya narración ha sido confirmada y en algún modo amplificada en época moderna
por el testimonio de los monumentos. Osiris fue el vástago nacido de una
intriga amorosa entre un dios terrenal llamado Seb (Keb o Geb, según las
diversas transliteraciones) y la diosa celeste Nut. Los griegos identificaron a
estos dioses, padres de Osiris, con los suyos Cronos y Rhea. Cuando Ra, el dios
del Sol, se enteró de la infidelidad de su esposa Nut, decretó como maldición que
no podría parir a la criatura en ningún mes del año. Pero la diosa tenía otro
amante, el dios Thot o Hermes, como le denominaban los griegos; jugando una
partida de damas con la Luna, consiguió de ésta una 72a parte de cada día del año. con la que compuso
cinco días completos que añadió al año egipcio de 360 días. Esto fue el origen
mítico de los cinco días suplementarios que los egipcios colocaban a final del año
con objeto de establecer una armonía entre los tiempos lunar y solar. En estos
cinco días, considerados fuera del año de doce meses, la mal dición del dios del Sol no tenía efecto, y por esta razón Osiris nació en el
primero de ellos. A su nacimiento sonó una voz proclamando que el Señor de Todo
había llegado al mundo. Algunos dicen que un tal Pamyles oyó una voz en el
templo de Tebas, ordenándole que anunciase a gritos el nacimiento de un gran
rey, Osiris el Benéfico. Osiris no fue la única criatura que parió su madre; en
el segundo día suplementario dio a luz a Horus el Mayor; en el tercero, al dios
Set, que los griegos llamaban Tifón; en el cuarto, a la diosa Isis, y en el
quinto, a la diosa Neftys. Más tarde, Set desposó a su hermana Neftys y Osiris
a su hermana Isis. Rigiendo Osiris como un rey terrenal, redimió a los egipcios
del salvajismo, les promulgó leyes y les enseñó el culto de los dioses. Antes de
él, los egipcios eran caníbales, pero Isis, hermana y esposa de Osiris, descubrió
el trigo y la cebada, que crecían silvestres, y Osiris introdujo el cultivo de
estos cereales entre las gentes, que pronto se aficionaron a comerlos,
abandonando el canibalismo inmediatamente. Por otra parte, se cuenta que Osiris
fue el primero en recolectar los frutos de los árboles, emparrar las vides y
pisar la uva. Deseando comunicar estos descubrimientos beneficiosos a toda la
humanidad, entregó el gobierno de Egipto por entero a su mujer Isis y marchó
por el mundo difundiendo los beneficios de la agricultura y de la civilización
por dondequiera que pasaba. En los países donde, por ser el clima riguroso o el
suelo muy pobre, se imposibilitaba el cultivo de la vid, ideó consolar a sus
habitantes del deseo del vino, elaborando cerveza de la cebada. Colmado de riquezas
regaladas por las naciones agradecidas, volvió a Egipto y en consideración a
los beneficios que había otorgado a la humanidad fue exaltado y adorado como
una deidad. Mas su hermano Set (el que los griegos llaman Tifón), con otros
setenta y dos, conspiró contra él y tomando con astucia el mal hermano Tifón
las medidas del cuerpo de su buen hermano, construyeron un cofre lujoso y de su
tamaño exacto; en cierta ocasión en que se encontraban divirtiéndose y
bebiendo, trajo el cofre y bromeando prometió dárselo al que encajase
exactamente en él. Todos uno tras otro ensayaron, mas a ninguno cumplía. Por
fin Osiris se tumbó en su interior y los conspiradores cerraron prestamente la tapa,
la clavaron, la soldaron con plomo derretido y arrojaron el cofre al Nilo. Esto
sucedió el día 17 del mes Athyr, cuando el sol está en el signo de Escorpión,
durante el vigésimo octavo año del reinado o de la vida de Osiris. Cuando Isis
se enteró de lo sucedido, se cortó un mechón de pelo, y vistiéndose luto, erró
afligida por todos lados buscando el cadáver. Por aviso del dios de la
sabiduría, buscó refugio entre los papiros de las lagunas del Delta. Siete
escorpiones la acompañaron en su fuga. Una tarde que, estando fatigada, llegó a
la casa de una mujer, ésta se asustó de los escorpiones y cerró de golpe la
puerta. Entonces uno de los escorpiones, deslizándose por debajo de la puerta,
picó al niño de la mujer y le mató. Mas cuando Isis oyó las lamentaciones de la
madre, se 420 EL MITO DE OSIRIS compadeció y, tendiendo sus manos sobre la
criatura, pronunció sus poderosos conjuros; de esta manera el veneno salió del
niño, que resucitó. Tiempo después, Isis dio a luz un hijo en las lagunas. Le
había concebido mientras anduvo revoloteando en forma de halcón sobre el
cadáver de su marido. El infante fue Horus el Joven, que en su niñez llevó el nombre
de Harpócrates, esto es, Horus Niño. La diosa del norte, Buto ocultó al niño de
la rabia de su malvado tío, Set, pero no pudo guardarle de todas las desdichas;
un día que Isis vino a ver a su pequeñuelo en el escondrijo, le encontró tirado
en el suelo, rígido y sin vida, por haberle picado un escorpión. Isis imploró
la ayuda de Ra, dios del Sol que, atendiéndola, paró su barca en el cielo y
envió a Thot para que la enseñase el conjuro con que podría devolver la vida a
su hijo. Pronunció las palabras mágicas y el veneno inmediatamente fluyó del
cuerpo de Horus, el aire entró en su pecho y revivió. Entonces Thot ascendió a
los cielos, ocupó otra vez su puesto en la barca del sol y la brillante procesión
siguió jubilosa camino adelante. Entretanto el cofre que contenía el cuerpo de
Osiris fue flotando río abajo hasta internarse en el mar, quedando al fin
encallado en Biblos, costa de Siria, donde brotó súbitamente un árbol
"erica" que en su crecimiento incluyó la caja dentro del tronco. El
rey del país, admirado de aquel gran árbol, lo mandó cortar para que sirviera
de columna en su casa, ignorando que tuviera dentro el cofre que contenía a
Osiris muerto. La noticia de ello alcanzó a Isis, que viajó hasta Biblos, donde
se sentó junto a un pozo en humilde guisa y derramando lágrimas; a nadie habló
hasta que llegaron las sirvientas del rey, que saludó amablemente, trenzó sus
cabellos y exhaló sobre ellas el perfume maravilloso de su propio cuerpo
divino. Cuando la reina contempló las trenzas de pelo de sus doncellas y olió
el suave aroma que de ellas emanaba, envió a buscar a la extranjera y la
recibió en su casa, haciéndola nodriza de su criatura. Pero Isis dio al niño el
dedo a mamar en lugar de su pecho y por la noche incendió todo lo que en el
niño era mortal, mientras ella misma, en figura de golondrina, revoloteaba
alrededor del pilar que contenía a su hermano muerto, piando lastimeramente. La
reina, que espiaba sus acciones, empezó a dar gritos al ver a su hijo entre las
llamas, impidiendo así que éste llegase a alcanzar la inmortalidad. La diosa
entonces se manifestó como quien era y pidió la columna que sostenía el techo. Se
la dieron y abriéndola sacó el cofre de su interior y se arrojó abrazándose
sobre él y lamentándose en forma tal que el menor de los hijos del rey murió
del susto allí mismo. Envolvió el tronco del árbol en un lienzo fino y lo
ungió, devolviendo el leño a los reyes, que lo colocaron en un templo de Isis,
y fue adorado por el pueblo de Biblos hasta el día. Isis puso el cofre en una
embarcación y acompañándose del mayor de los hijos de los reyes, se alejó
navegando. En cuanto estuvieron solos, abrió el arcón, y tendiendo su cara
sobre la de su hermano, le beso y lloró. El niño, cautelosamente, se acercó por
detrás y vio lo que estaba haciendo; cuando ella se volvió de repente y le
miró, el niño no pudo soportar su encolerizada mirada y
murió. Alguien cree que esto no sucedió así, sino que cayó al mar, ahogándose.
Tal es lo que los egipcios cantaban en sus banquetes bajo el nombre de Maneros.
Cuando Isis dejó el cofre para ir a ver a su hijo Horus en la ciudad de Buto,
Tifón lo encontró cuando cazaba un jabalí en noche de luna llena. Reconocido el
cadáver, acto continuo lo descuartizó en catorce dazos, que esparció por
distintos sitios. Isis, después, embarcada en una chalupa hecha de papiros,
buscó por todos lados los pedazos en la laguna. Ésta es la razón por la que,
cuando las gentes navegan en chalupas de papiros, no temen a los cocodrilos,
pues éstos respetan a la diosa. Y, además, también lo es de haber tantas tumbas
de Osiris en Egipto, pues ella iba sepultando los trozos en los mismos sitios
donde los encontraba. Otros mantienen la idea de que ella enterró una imagen de
él en cada ciudad fingiendo que era el cuerpo, con el objeto de que pudiese ser
adorado Osiris en muchos lugares y de que si Tifón buscaba la verdadera tumba,
no pudiese encontrarla. Sin embargo, como el miembro genital de Osiris había
sido devorado por los peces, Isis modeló una imagen de él en su lugar y esta
imagen es usada por los egipcios en sus funerales hasta el día. "Isis
—escribe el historiador Diodoro Sículo— recobró todas las partes del cuerpo
excepto las genitales, y como ella deseaba que la tumba de su marido fuese
desconocida y reverenciada por todos los moradores de la tierra egipcia,
recurrió al siguiente artificio: moldeó con cera y especias aromáticas unas
imágenes humanas de la hechura de Osiris y colocó dentro de cada una de ellas
uno de los pedazos del cadáver de éste. Después fue llamando a los sacerdotes
de los distintos grupos tomándoles juramento de que jamás revelarían a .nadie la
confianza que les dispensaba, y de este modo a cada uno de ellos dijo que le
confiaba el enterramiento del cadáver y que lo hiciera en su propio terreno,
exhortándole y recordándole los beneficios recibidos para que honrase a Osiris
como un dios. También les conjuró para que dedicasen a uno cualquiera de los
animales de su distrito y le venerasen en vida como lo hicieron primeramente
con Osiris y que cuando muriera el animal sagrado le hiciesen exequias
semejantes a las del dios. Y con el designio de estimular a los sacerdotes para
que confiriesen las precitadas honras teniendo en ello un interés personal, les
cedió un tercio del terreno usado en el servicio y culto de los dioses. De
acuerdo con esto, se decía que los sacerdotes, atentos a los beneficios de
Osiris, deseosos de agradar a la reina y movidos por la perspectiva de la
ganancia, ejecutaron todas las instrucciones de Isis. Por esto, y hasta hoy,
cada sacerdote imagina que Osiris está enterrado en su país y veneran a los
animales que consagraron al principio y cuando mueren, renuevan los sacerdotes
en el entierro de ellos el duelo por Osiris. Más aún, los bueyes sagrados, el
llamado Apis y el Mnevis, fueron dedicados a Osiris y se ordenó que fuesen
adorados como dioses por todos los egipcios, pues estos animales, sobre todos
los demás, fueron los que ayudaron a los descubridores de
las gramíneas en las siembras consiguiendo los beneficios universales de la
agricultura." Tal es el mito o leyenda de Osiris que cuentan los
escritores griegos y entresacado de los datos fragmentarios o alusiones de la
literatura egipcia. Una gran inscripción del templo de Denderah ha conservado
una lista de las tumbas del dios y otros textos mencionan las partes del cuerpo
que fueron atesoradas como reliquias sagradas en cada uno de los santuarios.
Así, su corazón estaba en Athribis, su columna vertebral en Busiris, el cuello
en Letópolis y la cabeza en Menfis, Como suele acontecer en estos casos,
algunos de sus miembros estaban multiplicados milagrosamente; su cabeza, por
ejemplo, estaba en Abydos así como también en Menfis, y sus piernas,
notablemente numerosas, podrían haber bastado para varios mortales corrientes.
En este respecto, sin embargo, Osiris queda achicado por San Dionisio, del que
existen no menos de siete cabezas todas igualmente auténticas.1 Según los
relatos egipcios que complementan el de Plutarco, cuando Isis encontró el
cadáver de su marido Osiris, ella y su hermana Neftys se sentaron junto a él y
rompieron en lamentos que en épocas posteriores fueron el tipo de todas las
lamentaciones egipcias por los muertos. "Vuelve a tu casa —gemían—, vuelve
a tu casa, tú que no tienes enemigos. ¡Oh, bello joven!, vuelve a tu casa para
que puedas verme. Soy tu hermana, la que amabas; no te apartarás ya de mí, ¡oh
bello muchacho! Vuelve a tu casa. No te veo y, sin embargo, mi corazón te adora
y mis ojos te desean. Vuelve a la que te ama, a la que amas, Unnefer el
Bendito. Vuelve a tu hermana, vuelve a tu mujer, a tu mujer cuyo corazón está
muerto. Vuelve a la mujer de tu casa. Soy tu hermana de la misma madre y tú no
te alejarás más de mí. Los dioses y los hombres han vuelto su cara hacia ti y
todos te lloran. Te llamo y lloro y mis plañidos son oídos en el cielo, pero tú
no oyes mi voz; mas soy tu hermana, la que amaste en la tierra; tú no amaste a
nadie sino a mí. ¡Hermano mío, hermano mío!" Esta imploración por el bello
joven, truncada su vida en lo mejor, nos recuerda las lamentaciones por Adonis.
El título de Unnefer o el Bueno que se le concede acentúa la bondad que la
tradición universal adscribe a Osiris; fue su título más corriente y uno de sus
nombres reales. Las llorosas quejas de las dos apenadas hermanas no fueron en vano;
apiadado por sus lágrimas, el dios Sol, Ra, envió desde el cielo al dios cabeza
de chacal, Anubis, el que, con la ayuda de Isis y Neftys, de Thot y de Horus,
reunió pedazo tras pedazo del cuerpo destrozado del dios muerto, le envolvió en
vendas de lino y ejecutó todos los demás ritos que los egipcios solían cumplir
en los cuerpos de los difuntos. Des1 Con
esto de las reliquias pasa lo que cuenta Eça de Queiroz de Teodorico, que vendía
clavos de la cruz, coronas de espinas, herraduras del asnillo en que la Virgen huyó
con el Niño Jesús a Egipto, al sacristán de la catedral, hasta que un día éste
le dio el alto: "¿No le parece que treinta y dos herraduras del burrito en
que la Virgen huyó con el Niño Jesús a Egipto son bastantes herraduras para
Portugal?" pues, Isis abanicó la fría arcilla con
sus alas, Osiris revivió y desde entonces gobernó entre los muertos como rey en
el otro mundo. Allí gozaba de los títulos de Señor del Mundo Subterráneo, Señor
de la Eternidad y Rey de los Muertos. Allí también, en el gran salón de Las Dos
Verdades, asistido por cuarenta y dos asesores, uno por cada uno de los distritos
principales de Egipto, presidía como juez en el juicio de las almas de los
difuntos, que hacían su confesión solemne ante él, y cuando habían sido pesados
sus corazones en la balanza de la justicia, recibían el premio de la virtud en
una vida eterna o el castigo apropiado de sus pecados. En la resurrección de
Osiris los egipcios vieron la promesa de una vida eterna para ellos mismos más
allá de la tumba. Creyeron que todos los hambres vivirían sempiternamente en el
otro mundo si los amigos supervivientes ejecutaban en su cadáver lo que los
dioses hicieron con el de Osiris. Por esto, las ceremonias funerales eran
copias de lo ejecutado con el dios muerto. "En cada funeral se
representaba el misterio divino efectuado de antiguo sobre Osiris, cuando su
hijo, sus hermanos y amigos se congregaron alrededor de sus destrozados restos
y con sus conjuros y manipulaciones consiguieron convertir su cuerpo roto
primeramente en momia, reanimándola y proveyéndola después de los medios para
ingresar en una nueva vida individual más allá de la muerte. La momia del que fallecía
era el propio Osiris; las lloronas profesionales o plañideras eran las dos
hermanas Isis y Neftys; Anubis, Horus, todos los dioses de la leyenda osiriana,
estaban allí reunidos ante el cadáver." De esta guisa, todos los egipcios
muertos se identificaban con Osiris y así se les denominaba. Desde el Imperio
Medio en adelante fue costumbre nombrar al difunto como "Osiris fulano de
tal" y le añadían el relevante título de Veraz en razón de ser
característico de Osiris hablar en verdad. Los millares de tumbas esgrafiadas y
pintadas que han sido abiertas en el valle del Nilo prueban que el misterio de
la resurrección actuaba en beneficio de todo los egipcios que morían; como
Osiris, muerto y resucitado de entre los muertos, del mismo modo esperaban
todos rescatarse de la muerte a una vida eterna. Según lo que parece haber sido
la tradición general nativa, Osiris fue un rey egipcio bienquisto y amado que
sufrió muerte violenta, pero que se libertó de la muerte y fue así adorado como
una deidad. En armonía con esta tradición, los escultores y pintores le
representan en general con forma real y humana, como un rey muerto, vendado con
las envolturas de una momia, llevando sobre la cabeza una corona real y
agarrando con una de sus manos, libertada de las vendas, un cetro regio. Dos
ciudades, sobre todas las demás, se asociaron con su mito o recuerdo. Una de
ellas fue Busiris, en el Bajo Egipto, que proclamaba tener su columna
vertebral; la otra ciudad, Abydos, en el Alto Egipto, se gloriaba con la
posesión de su cabeza. Aureolada por la santidad del dios muerto y resucitado,
la ignorada aldea de Abydos llegó a ser, hacia finales del Imperio Antiguo, el
lugar más santo de Egipto; creemos que su tumba allí
fue para los egipcios lo que la Iglesia del Santo Sepulcro es para los
cristianos. El deseo de todos los hombres piadosos era que su cadáver
descansara en la tierra santa cercana a la tumba del glorificado Osiris. Pocos
en verdad fueron lo bastante ricos para gozar de este privilegio inestimable,
pues aparte del costo de una tumba en la ciudad sagrada, solamente el
transporte de las momias desde tan grandes distancias era difícil y costoso.
Aun así, fueron muchos los ávidos de absorber ya muertos la influencia bendita
que irradiaba el santo sepulcro por lo que compelían a sus supervivientes a
conducir sus restos mortales a Abydos, dejándolos permanecer algún tiempo allí para
después volverlos por el río a su lugar nativo y enterrarlos en la tumba que
les estaba preparada. Otros construían cenotafios o lápidas sepulcrales,
erigidas anteriormente por ellos mismos cerca de la tumba de su señor muerto y
resucitado, y así podían gozar en su compañía la bienaventuranza de una
resurrección feliz.