EL DESARROLLO DE LA LUZ

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Heqa†R

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Mar 23, 2010, 9:17:27 PM3/23/10
to SECRETO MASONICO
En todas las edades los hombres han procurado congregar la suma del
conocimiento y la experiencia de su época, en un solo todo que pudiera
explicar sus relaciones con el universo y sus posibilidades en él. En
la forma ordinaria nunca pudieron lograrlo. Porque la unidad de las
cosas no se reconoce por la mente ordinaria, en el es¬tado ordinario
de conciencia. La mente ordinaria, refractada por las innúmeras y
contradictorias insinuaciones de los diferentes aspectos de la
naturaleza humana, debe reflejar el mundo tan vario y confuso como el
hombre mismo. Una unidad, un modelo, un significado que todo lo abarca
–si es que existe– sólo podría discernirse o experimentarse en un
estado de conciencia diferente. Únicamente sería esto realizable por
una mente que se hubiera unificado a sí misma.
¿Qué unidad, por ejemplo, podría percibir aún el más brillante de los
físicos, filósofos, teólogos, que mientras cabalga distraído sobre un
banquillo, se enoja de quedar chasqueado, no se da cuenta cuando
irrita a su mujer y, en general, está sometido a la trivial ceguera
cotidiana de la mente ordinaria y cuyo trabajo hace con habitual falta
de atención? Cualquier unidad que alcance en tal estado puede existir
sólo en su imaginación.
Por esto, la tentativa para reunir en un solo haz el conocimiento se
ha conectado siempre con la búsqueda de un nuevo estado de
con¬ciencia. Aquélla carece de significado y es fútil, apartada de
esta búsqueda.
Quizá aún podría decirse que los pocos intentos que han tenido exilo y
que han llegado hasta nosotros, presentan los signos de ser
única¬mente productos secundarios de dicha búsqueda, cuando ésta
resultó exi¬tosa. Los únicos convincentes ‘modelos del universo’ en
existencia son aquéllos dejados por hombres que, con toda evidencia,
lograron una re¬lación completamente diferente con el mundo y la
conciencia de él, de aquélla que atañe a la experiencia ordinaria.
Porque estos verdaderos ‘modelos del universo’ no solamente deben
presentar la forma interna y la estructura de este universo sino que,
también, deben revelar la relación del hombre con aquél y sus destinos
presente y posible en el mismo. En este sentido, algunas de las
catedrales góticas son modelos completos del universo, en tanto que un
planetario moderno, no obstante toda su belleza, todo el conocimiento
y toda su exactitud, no lo es. Porque este último omite por completo
al hombre. La diferencia, naturalmente, reside en el hecho de que las
catedrales fueron diseñadas –directa o indirectamente– por hombres que
pertenecían a escuelas para el logro de estados de conciencia más
elevados’ y tenían la ventaja de la experiencia adquirida en estas
escuelas; mien¬tras que los diseñadores de los planetarios son
científicos y técnicos que, aunque inteligentes y calificados
suficientemente en su especialidad, no pueden pretender un
conocimiento particular de las potencialidades de la máquina humana
con que tienen que trabajar.
Concretamente, si poseemos determinadas claves para su
interpreta¬ción, el hecho más sorprendente respecto a estos antiguos
‘modelos del universo’ que surgen en edades, continentes y culturas
muy separadas entre sí, es precisamente su semejanza; tan profunda
ésta que se podría hacer una muy– buena defensa de la idea de que una
conciencia supe¬rior revela siempre la misma verdad, basándose
únicamente en el es¬tudio comparativo de ciertos modelos del universo
existentes y que pa¬recen derivarse de aquélla –por ejemplo, la
catedral de Chartres, la Gran Esfinge, el Nuevo Testamento, la Divina
Comedia o, por otro lado, determinados diagramas cósmicos legados por
los alquimistas del siglo XVII, los diseñadores de las barajas del
Tarot y los pintores de algunos iconos rusos y de estandartes
tibetanos.
Por supuesto, una de las dificultades principales en el camino de este
estudio comparativo radica en el hecho de que todos esos modelos se
expresan en lenguajes diferentes y en que, para la mente ordinaria
impreparada, un lenguaje diferente implica una verdad diferente. De
hecho, esta es una ilusión característica del estado ordinario del
hombre. Por el contrario, hasta un pequeño mejoramiento de su
percepción re¬vela que el mismo lenguaje, la misma formulación, puede
encerrar conceptos diametralmente opuestos; en tanto que lenguajes y
formula¬ciones que a primera vista nada tienen en común pueden, de
hecho, referir la misma cosa. Por ejemplo, mientras que las palabras
honor, amor, democracia se usan universalmente, es casi imposible
encontrar dos personas que les atribuyan el mismo significado. Es
decir, pues, los usos diferentes de la misma palabra pueden ser no
comparables. Por otro lado –parecerá éste un pensamiento extraño– la
catedral de Char¬tres, un mazo de barajas del Tarot y ciertas deidades
tibetanas profu¬samente armadas y multicéfalas son, de hecho,
formulaciones de exac¬tamente las mismas ideas; esto es, son
exactamente comparables.
Se hace, así, necesario considerar en este punto la cuestión del
len¬guaje en relación con la construcción de un modelo del universo,
el delineamiento de un esquema de unidad. Fundamentalmente, el
lengua¬je o forma de expresión se divide según que interese a una u
otra de las funciones del hombre, familiares o potenciales. Por
ejemplo, una idea determinada puede expresarse en lenguaje filosófico
o científico, apelando a la función intelectual del hombre: puede
expresársela en lenguaje religioso o poético, que apela a su función
emocional; expre¬sársela en ritos o en danzas que interesan a su
función motriz; y, toda¬vía, puede expresársela en olores o en
actitudes físicas que apelan a su fisiología instintiva.
Naturalmente, los mejores ‘modelos del universo’ creados por las
escuelas en el pasado, aspiraban a combinar las formulaciones de lo
que deseaban expresar, en muchos lenguajes, de modo de afectar a
mu¬chas o a todas las funciones al mismo tiempo y, así, contrarrestar
en parte la contradicción entre los diferentes aspectos de la
naturaleza del hombre, a que ya nos referimos. En la catedral, por
ejemplo, se combi¬naron con todo éxito los lenguajes de la poesía, de
las actitudes, del ritual, de la música, del olor, el arte y la
arquitectura; y algo semejante parece que se había hecho en las
representaciones teatrales de los mis¬terios de Eleusis. En otros
casos más, en la Gran Pirámide por ejemplo, parece que el lenguaje de
la arquitectura se ha usado no sólo en el simbolismo de su forma, sino
con el objeto de crear en la persona que atraviesa la construcción en
un determinado sentido, series bastante de-finidas de choques e
impresiones emocionales, las cuales tenían signi¬ficaciones diferentes
por sí mismas y que estaban calculadas para revelar la naturaleza real
de la persona que los soportaba.
Todo esto se refiere al uso objetivo del lenguaje –esto es, el uso de
un lenguaje definido para evocar una idea definida con conocimien¬to
previo del efecto que se creará, de la función que será afectada y del
tipo de persona que responderá a aquél. Tenemos nuevamente que admitir
que tal empleo objetivo del lenguaje no se conoce de ordinario –
excepto, tal vez, en la forma elemental de la publicidad comercial ¬y
que su uso más alto únicamente puede derivarse, directa o
indirecta¬mente, del conocimiento adquirido en estados de conciencia
más elevados. Además de estos lenguajes reconocibles por los hombres,
mediante sus funciones ordinarias, hay otras formas de lenguaje que
proceden y que apelan a funciones supranormales; esto es, funciones
que pueden desarrollarse en el hombre, pero de las que ordinariamente
no disfruta. Por ejemplo, hay el lenguaje de una función emocional más
alta, en el que la formulación pene el poder de evocar un enorme
número de significados sean ya simultáneos o ya sucesivos. Algunas de
las más ex¬quisitas poesías, inolvidables en verdad y que –aunque cada
vez re¬velan algo nuevo– nunca pueden comprenderse por completo,
pueden pertenecer a esta categoría. Con más evidencia aún, los
Evangelios se han escrito en este lenguaje y, por esta razón, cada uno
de sus versícu¬los evoca a un centenar de hombres, un centenar
diferente y jamás con¬tradictorio de significados.
En el lenguaje de una función emocional más alta y, en particular, en
la función intelectual superior, los símbolos desempeñan papel muy
importante. Se basan éstos en la comprensión de verdaderas analogías
entre uno y otro cosmos, en las que una forma, función o ley de un
cosmos se utilizan para sugerir formas, funciones y leyes
correspondien¬tes en otros cosmos. Esta comprensión pertenece
exclusivamente a una función superior o potencial del hombre y debe
producir siempre una sensación de confusión y hasta de frustramiento
cuando se la quiere al¬canzar con las funciones ordinarias, tal como
es el pensamiento lógico.
Empero, grados más elevados de lenguaje emocional no requieren de
expresión externa alguna y, por lo mismo, no pueden ser mal
inter¬pretados.
Esta digresión acerca del lenguaje es necesaria al fin de explicar en
parte la forma del presente libro. Porque éste, también, debemos
ad¬mitirlo, pretende ser un ‘modelo del universo’ – esto es, un
conjunto o un diseño del conocimiento de que disponemos, dispuesto en
forma de demostrar un todo o una unidad cósmica.
Está, ciertamente, envuelto en el ropaje del lenguaje científico y,
por ello, se dirige primordialmente a la función intelectual y a la
gente en quien predomina dicha función. En verdad, el autor reconoce
bien que este lenguaje es el más lento, el más fatigoso y, en algunos
senti¬dos, el más difícil de seguir de todos los lenguajes. El de la
poesía, los mitos y los cuentos de hadas, por ejemplo, penetraría más
hondamente y puede llevar las ideas con mucha más fuerza y fluidez al
entendi¬miento emocional del lector. Quizás, después, sea posible un
intento en esta dirección.
Al mismo tiempo, el lector acostumbrado al lenguaje y el pensamiento
científicos encontrará dificultades. El uso libre que se hace de la
analogía en todo el libro, podrá parecerle una incongruencia. Y, pa¬ra
su provecho, es mejor hacer aquí una explicación lo más completa
posible y un franco reconocimiento por adelantado de los defectos de
este método.
Dos caminos tiene el hombre para estudiar el universo. El primero es
por inducción: examina el fenómeno, lo clasifica y, luego, intenta
inferir leyes y principios de aquéllos. Es éste el método generalmente
empleado por la ciencia. El segundo es por deducción: habiéndose
perci¬bido revelado o descubierto determinadas leyes generales y
principios, intenta deducir la aplicación de esas leyes a varios
estudios especiales y a la vida. Este es el método generalmente
utilizado por la religión. El primero comienza con “hechos” y procura
elevarse a las “leyes”. El segundo comienza con “leyes” y procura
descender a los “hechos”.
Estos dos métodos, de hecho, corresponden al trabajo de dos fun¬ciones
humanas diferentes. El primero es el método de la mente lógica
ordinaria, que permanentemente está a nuestro alcance. El segundo se
deriva de una función potencial del hombre, la que de ordinario está
inactiva por falta de energía nerviosa de intensidad suficiente y que
podemos llamar una función mental superior. Esta función, en las raras
ocasiones que actúa, revela al hombre leyes en acción, ve todo el
mundo fenoménico como producto de las leyes.
Todas las formulaciones verídicas de las leyes universales proceden,
reciente o remotamente, del trabajo de esta función superior en algún
lugar y en algún hombre. Al mismo tiempo, en la aplicación y
com¬prensión de las leyes reveladas en grandes trechos de tiempo y de
cul¬tura, cuando tal revelación no está a su alcance, el hombre tiene
que apoyarse en la mente lógica ordinaria.
Esto, de hecho, se reconoce hoy día aún en el pensamiento científico.
En su “Nature of the Universe” (Naturaleza del Universo) (1950), Fred
Hoyle escribe: “El procedimiento en todas las ramas de la ciencia
física, sea la teoría de la gravedad de Newton, la teoría
electromagnética de Maxwell, la teoría de la relatividad de Einstein o
la teoría del quan¬tum, es el mismo en su raíz. Se compone de dos
pasos. El primero es suponer, por alguna suerte de inspiración, un
conjunto de ecuaciones matemáticas. El segundo es asociar los
símbolos empleados en las ecua¬ciones con cantidades físicas
mensurables”. La diferencia entre el trabajo de estas dos mentes no
podría haberse expresado mejor.
Pero es aquí donde surge la gran incertidumbre de la humana
com¬prensión. Porque estas dos mentes nunca pueden entenderse de
ordina¬rio entre sí. Hay entre ellas una diferencia de velocidad
demasiado con¬siderable. Del modo como es imposible que se comuniquen
un peón qua se afana al lado del camino con una carga de leña y un
automóvil que cruza velozmente a ochenta millas por hora, debido a la
diferencia de velocidad, así es de ordinario imposible la comunicación
entre la mente lógica y una mente superior, por la misma razón. A la
mente lógica las huellas dejadas por la mente superior parecerán
arbitrarias, supers¬ticiosas, ilógicas, no probadas. Para la mente
superior, el trabajo de la mente lógica parecerá pesado, innecesario y
olvidado del asunto fun¬damental.
De modo ordinario esta dificultad se subsana manteniendo separa¬dos
estos dos métodos, a los que se les da diferentes nombres y campos de
acción diferentes. Los libros de religión o los de matemáticas
supe¬riores, que tratan de leyes y principios, se abstienen de emplear
el mé¬todo inductivo. Los de ciencia, que tratan de acumulaciones de
hechos observados, se abstienen de presumir leyes por adelantado. Y
como son gentes diferentes quienes escriben y leen los libros de una u
otra cla¬se, o las mismas gentes leen de ambas clases pero con partes
bas¬tante separadas de su mente, se arreglan estos dos métodos para
exis¬tir juntos sin demasiadas fricciones entre sí.
Empero, en el presente libro se emplean simultáneamente ambos métodos.
Determinados grandes principios y leyes del universo, que en¬contraron
su expresión en diferentes países y en todas las edades, y que de
tiempo en tiempo son redescubiertos por hombres individuales a través
del trabajo momentáneo de una función superior, reciben fran¬co
crédito. De éstos se hacen deducciones que descienden al mundo
fe¬noménico ordinariamente accesible a nosotros, principalmente por
medio del método analógico. A1 mismo tiempo, se hace un intento para
estu¬diar y clasificar los “hechos” y fenómenos que nos rodean y, por
infe¬rencia, ordenarlos de modo que las clasificaciones conduzcan en
ascenso hacia las leyes abstractas que descienden, a su vez, desde
arriba.
De hecho –por la razón precedente, que deriva de las diferentes
funciones con velocidades ampliamente diferentes– nunca se encuen¬tran
los dos métodos. Entre las deducciones admisibles de las leyes
ge¬nerales y las inferencia admisibles de los hechos, queda siempre
una zona invisible, donde ambas debieran y deben unirse, pero en la
que tal unión continúa siempre improbada y sin verse.
Por estas razones, el autor estará preparado a admitir que el plan del
presente libro –que procura reconciliar los dos métodos– es
irrea¬lizable. Se da cuenta cabalmente que una tentativa de esta clase
en¬vuelve inevitablemente una especie de juego de manos, casi una
trampa. Y, también, se da cuenta de que este malabarismo no engaña en
forma alguna al científico profesional, exclusivamente ligado al
méto¬do lógico.
Al mismo tiempo está convencido, por una parte, de que la ciencia de
la actualidad, sin principios, se encamina hacia una especulación y un
materialismo cada vez más obtusos; y, por otra, que los principios
religiosos o filosóficos, sin coordinarse con el conocimiento
científico que caracteriza a nuestra edad, pueden por hoy sólo
concitar el interés de una minoría. Esta convicción le persuade a
asumir el riesgo. Quienes utilizan el método lógico exclusivamente,
jamás estarán satisfechos con los argumentos brindados; los cuales –
admitámoslo– adolecen de va¬cíos y tachas lógicos. Por otro lado, para
quienes están dispuestos a aceptar ambos métodos, esperamos presentar
pruebas suficientes que hagan posible que cada lector intente salvar
la brecha entre el mundo de los hechos cuotidianos y el de las grandes
leyes – por sí mismo.
Tarea no es ésta que pueda jamás realizarse en un libro cualquie¬ra,
ni sería el mayor número de hechos o mayor suma de conocimien¬tos, de
ordinario disponibles a la ciencia sea en el presente o en el futuro,
los que pudieran hacerla posible. Mas, con ayuda y esfuerzo, pueden
realizarse por cada individuo a su propia satisfacción.
Entretanto, respecto al hombre ordinario interesado en su propio
destino pero no especialmente en la ciencia, puede decirse solamente,
con examen más cuidadoso, que tal vez encontrará que este libro no es
tan ‘científico’ como a primera vista parece. El lenguaje científico
es el de moda, es la lengua obligatoria hoy en día, así como el
lenguaje de la psicología era el de moda hace unos treinta años, el
lenguaje pa¬sional el de moda en los tiempos isabelinos y el lenguaje
de la religión era el de moda en la Edad Media. Cuando la gente es
inducida a com¬prar pasta dental o cigarrillos mediante argumentos y
explicaciones pseudocientíficas, evidentemente corresponde esto en
alguna forma a la mentalidad de la época. Luego, las verdades deben,
también, expre¬sarse científicamente.
Al mismo tiempo, no se sugiere con esto que el lenguaje científico
empleado es una desfiguración, una simulación o una falsificación. Las
explicaciones que se dan, hasta donde ha sido posible verificarlas,
son correctas y corresponden a la realidad de los hechos. Lo que se
afirma es que los principios utilizados con igual corrección podrían
aplicarse a cualesquiera otras formas de la experiencia humana, con
resultados de igual o mayor interés. Y que son estos principios los
importantes, más bien que las ciencias a las que se los aplica.
¿De dónde vienen estos principios? Para contestar esta pregunta se
hace necesario expresar mi gratitud plena a un hombre y explicar, con
cierta amplitud, como se originó aquélla.

RODNEY COLLIN

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Nov 21, 2021, 11:51:15 AM11/21/21
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