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Los Tres Círculos Masónicos Durante décadas, el francmasón Carlos el Inquebrantable cruzó con paso firme las imponentes columnas del templo masónico, atormentado por un dilema interior que lo devoraba como una llama inextinguible. Obstinadamente, anhelaba trascender las meras apariencias, interrogándose con angustia desesperada: ¿acaso detrás de todo el grandioso andamiaje masónico —conceptos elevados, opiniones profundas, enseñanzas ancestrales, políticas intrincadas, esoterismos ocultos, filosofías eternas y ciencias sagradas— existiría para él una respuesta que saciara su alma sedienta? Aquella obsesión lo impulsó en todas direcciones, como un navegante perdido en mares tempestuosos. Ocupó todos los puestos en las logias; acumuló todos los grados posibles. Sin embargo, nada lo satisfacía. Devoró cuanto libro, revista e información en internet existía sobre la masonería; incluso se sumergió con pasión decidida en los turbulentos paneles de la política masónica mundana. Tuvo el privilegio de ser admitido en múltiples ritos: el de York, el Escocés, el de Memphis y otros menos conocidos, envueltos en misterio. Carlos el Inquebrantable era un masón acaudalado, libre de cadenas profanas, con tiempo ilimitado para perseguir lo imposible. Visitaba los talleres seis días a la semana, reservando el séptimo para el reposo; pero si surgía la oportunidad, su sed insaciable de curiosidad lo arrastraba incluso a logias masónicas salvajes —unas masculinas, otras mixtas, e incluso había logrado ingresar a logias femeninas—. Aun así, el Secreto Masónico se le escapaba como arena entre los dedos. Los años transcurrían en un torbellino implacable, y el Verdadero Secreto no se le revelaba. Vagaba en la penumbra, convencido de que tarde o temprano hallaría la Auténtica Masonería de los verdaderos Iniciados. A veces, sentía que la masonería misma se burlaba de él, negándole con crueldad su esencia más profunda. En el Libro de la Ley encontramos: «Yo soy tu hermana, tú mi hermano; yo soy tu esposa, tú mi esposo; ven a mí, mi amado, y entremos en el jardín cerrado» (Cantar de los Cantares 4:9-12,). Pero tras un tiempo interminable —¡gloria eterna al trabajo incansable y al estudio profundo!— gracias a su determinación inalterable, el Hermano Carlos el Inquebrantable comenzó a vislumbrar, en destellos cegadores, la Realidad Masónica. Su investigación ardua le reveló verdades que sacudieron su ser. El Primer Círculo: La Ilusión del Intelecto Este es el círculo más vasto, poblado por la inmensa mayoría de masones, no sólo en las Logias Azules, sino también en los talleres filosóficos del 4° al 33°. Aquí, las tesis y trabajos se anclan exclusivamente en el intelecto mental y la razón fría, sin osar trascender sus límites. Se destacan certezas dogmáticas, ideas falsas que no superan los conceptos profanos hallados en universidades, escuelas o religiones organizadas: meras especulaciones estériles que no resuelven el misterio del Ser y su Esencia Divina. La cadena iniciática se transmite incompleta, como un eco distorsionado. Muchos masones, tras años de pertenencia, ignoran por qué se iniciaron: ¿curiosidad vana? ¿Complacer a un familiar? ¿Ascender en la élite económica o política? ¿Aumentar contactos mundanos? Sin embargo, como en toda creación divina, hay excepciones gloriosas: aquellos que cuestionan con profundidad el sentido real de su existencia, que anhelan saber por qué están en esta Tierra y rechazan las banales explicaciones de los grados filosóficos. Ven los altos grados como oropel ilusorio, una patraña brillante. No obstante, los primeros tres grados encierran la clave para elevar la conciencia; son el portal hacia el Secreto Masónico, el punto de partida para abandonar el Ego y hallarse a sí mismos. «El reino de Dios está dentro de vosotros» (Evangelio de Tomás, logion 3). Pocos en este círculo logran esto. Como dice el proverbio sufí: «Los tambores hacen mucho ruido por fuera, pero por dentro están huecos». El Segundo Círculo: Los Buscadores Angustiados Carlos el Inquebrantable anotó en su cuaderno personal, con mano temblorosa de emoción: «¡No afirmo que los tres círculos estén separados! Están entrelazados, uno dentro del otro, como esferas concéntricas; cada uno necesita a los demás para existir». Y añadió: «El primer círculo es la puerta obligada hacia el tercero, y más allá». Los masones del segundo círculo comprenden —consciente o intuitivamente— que permanecer en el primero conduce a un callejón sin salida, un abismo de frustración. Deben trascender, apelando a Maestros Espirituales de diversas tradiciones, acercándose a las orillas de la verdadera espiritualidad que reside en su interior: pulir la Piedra Bruta con fuego interior. «Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Evangelio de Tomás, logion 94). Pero pocos verdaderos Maestros guían por senderos profundos. En el laberinto de proposiciones falsas, algunos caen en oscuridad eterna, sepultados por su Ego; otros confunden sombra con Luz. Desanimados, muchos abandonan el camino o, peor aún, creen haber alcanzado la cima y transmiten esa ilusión a otros buscadores. Acumular grados no revela los misterios del Universo ni de la Mente; un ritual exprés, un mallete golpeado y un diploma sellado no bastan. La búsqueda debe ser consciente, arraigada en humildad, constancia y certidumbre espiritual. La clave no es la cantidad de grados, sino la calidad: la autorrealización, la transmutación mediante la Quintaesencia, que es la Consciencia Despierta. «Mi amado es mío y yo soy suya; él apacienta entre lirios» (Cantar de los Cantares 2:16). El Tercer Círculo: La Conciencia Iluminada A fuerza de tenacidad heroica, Carlos el Inquebrantable penetró en el tercer círculo, creyendo erróneamente que allí culminaría su odisea. Su observación aguda reveló que este círculo se dividía en tres espirales internas más elevadas, como un ascenso infinito hacia lo Divino. Aquí, lejos del bullicio caótico de los círculos externos, halló logias reducidas y selectas: sólo los masones necesarios, conscientes, libres de egocentrismo profano. Habían olvidado pretensiones mundanas, abrazando la sabiduría eterna. La Luz Violeta invadió gradualmente su cuerpo, poseyéndose especialmente de su Corazón Sagrado. Ante cualquier tormenta vital, una inmersión en su Corazón le otorgaba intuición fulgurante, respuestas divinas. Esto fue sólo el umbral para Carlos el Inquebrantable. Aún prosigue su viaje hacia círculos más internos, donde lo experimentado escapa a palabras: inefable, trascendente. «Quien ha encontrado el mundo ha encontrado un cadáver; y quien ha encontrado un cadáver, el mundo no es digno de él» (Evangelio de Tomás, logion 56). Seguro, Hermano masón que lees estas líneas, ya intuyes esto... o pronto te lanzarás en pos de estos niveles esotéricos internos de conciencia masónica. Explicación Esotérica y Masónica En clave esotérica y masónica, los Tres Círculos representan las tres grandes iniciaciones alquímicas y los niveles de conciencia descritos en la tradición hermética: Nigredo (el primer círculo, dominado por el intelecto profano y el Ego, la Piedra Bruta en su estado caótico), Albedo (el segundo, la purificación dolorosa de los buscadores que enfrentan el laberinto interior y pulen la piedra mediante fuego espiritual) y Rubedo (el tercero, la iluminación violeta-rubí donde la Quintaesencia se manifiesta en el Corazón, logrando la unión con lo Divino, el Matrimonio Sagrado simbolizado por las columnas J y B reconciliadas). Masónicamente, evocan la Cámara de Reflexión (primer círculo: muerte al mundo profano), la Cámara del Medio (segundo: trabajo de transmutación) y el Gabinete de Reflexión superior o Cámara de los Maestros (tercero: resurrección en la Luz Inefable). Los círculos concéntricos aluden al símbolo del Punto en el Círculo y a la espiral del Templo de Salomón, recordando que la verdadera Gran Logia no es externa, sino el Templo Interior del Ser, donde el Gran Arquitecto del Universo reside eternamente. El Secreto no se «otorga» en grados, sino que se despierta mediante la muerte simbólica del Ego y el renacimiento en la Consciencia Crística, del Yo Superior o Solar, accesible sólo a masones que perseveran más allá de las apariencias. Alcoseri