El Cuento Sufí "El Río"

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Alcoseri Vicente

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Sep 25, 2025, 4:20:14 PM (3 days ago) Sep 25
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El Cuento Sufí "El Río"

Había una vez dos monjes zen (o derviches en la tradición sufí) que caminaban por el bosque de regreso al monasterio. Cuando llegaron al río, una mujer lloraba en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva. “¿Qué te sucede?”, le preguntó el más anciano. “Mi madre se muere. Ella está sola en su casa, del otro lado del río, y yo no puedo cruzar. Lo intenté”, siguió la joven, “pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda… Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora… ahora que aparecisteis vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar…”. “Ojalá pudiéramos”, se lamentó el más joven. “Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río, y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Está prohibido… lo siento”. “Yo también lo siento”, dijo la mujer y siguió llorando. El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo: “Sube”. La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su atadito con ropa y montó a horcajadas sobre el monje. Con bastante dificultad, el monje cruzó el río, seguido por el otro más joven. Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó en actitud de besar las manos del anciano monje. “Está bien, está bien”, dijo el viejo retirando las manos, “sigue tu camino”. La mujer se inclinó en gratitud y humildad, tomó sus ropas y corrió por el camino al pueblo. Los monjes, sin decir palabra, retomaron la marcha al monasterio… Faltaban aún diez horas de caminata. Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano: “Maestro, vos sabéis mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargaste sobre tus hombros a aquella mujer todo el ancho del río”. “Yo la llevé a través del río, es cierto, ¿pero qué pasa contigo que la cargas todavía sobre tu cabeza?”.

Este cuento sirve para ilustrar la fusión de estas tradiciones, incorporamos un cuento sufí clásico adaptado por Idries Shah, titulado "El Río", que resuena con temas masónicos de compasión y desapego.

 

Análisis Esotérico del Cuento

Esotéricamente, este cuento revela capas profundas que enlazan el Sufismo con la Masonería. El río simboliza el flujo de la vida y el subconsciente (similar a la casa 12 astrológica que mencionaré más adelante ), un umbral iniciático que separa el mundo profano del sagrado, como el paso del aprendiz masón a través de pruebas rituales. La mujer representa el "anima" o aspecto femenino del alma, la necesidad de compasión (karuna en el Sufismo) que trasciende reglas rígidas —los votos de castidad evocan los juramentos masónicos, pero el anciano derviche prioriza la esencia sobre la forma, recordando que "la letra mata, pero el espíritu vivifica". El acto de cargar a la mujer es una transmutación alquímica: el monje mayor integra el opuesto (femenino/masculino, regla/compasión), logrando la unión de polaridades, clave en la Masonería (el piso ajedrezado) y en el Sufismo (fana, la aniquilación del ego).

El monje joven, al cargar mentalmente a la "mujer", ilustra el apego al ego (nafs), un obstáculo en el camino sufí hacia el fana-baqa (muerte y resurrección). Esotéricamente, esto alude a la "muerte simbólica" en la iniciación masónica, donde se deja atrás las cargas profanas. Como cita Idries Shah en sus obras sobre cuentos-enseñanza: "Existe la afirmación sufí de que la verdad no se descubre o mantiene por la mera repetición de enseñanzas. Su comprensión sólo puede mantenerse mediante la continua renovación de su experiencia". El cuento enseña el desapego, esencial para alcanzar la Conciencia Universal, fusionando la disciplina masónica con la mística sufí. Así, el río no es sólo  un obstáculo, sino un catalizador para la iluminación, donde el iniciado cruza del dualismo al tawhid (unidad).

En este tratado, exploramos las profundas interconexiones entre la Masonería y el Sufismo, dos tradiciones esotéricas que, a pesar de sus orígenes aparentemente distintos —la Masonería en las guildas medievales europeas y el Sufismo en el misticismo islámico—, comparten una esencia común: la transmisión de sabiduría iniciática a través de símbolos, rituales y narrativas que despiertan la conciencia superior. Ambas vías enfatizan la transformación interna del ser humano, desde el "hombre profano" o "durmiente" hasta el iniciado iluminado, mediante pruebas, arquetipos y enseñanzas veladas. Como señala Idries Shah en su obra Los Sufis, "El Sufismo no es una secta, sino una experiencia que trasciende las formas religiosas, similar a cómo la Masonería utiliza herramientas simbólicas para construir el templo interior del alma".

 

La Clave Esotérica  en La Enseñanza Oral

Cuando uno habla de cuentos de hadas, piensa en la niñez. Se tiene entonces la imagen de la mamá, la abuela o la nana contando mil y una veces los mismos cuentos a uno o más niños fascinados. Y, como en la Cábala —que influye tanto en la Masonería como en el Sufismo—, el cuento se transforma en una enseñanza oral que enlaza el entretenimiento con la instrucción, y evoluciona a lo largo del tiempo. El cuento narrado viaja entonces del corazón a la palabra, y de la palabra al corazón. Y es así como despierta imágenes e incrementa la capacidad de abstracción. Pero estos cuentos de hadas no nacieron  para ser contados sólo  a niños. Detrás de su apariencia, se esconden numerosas claves esotéricas y astrológicas, similares a los símbolos masónicos como la escuadra y el compás, o los relatos sufíes que guían al derviche hacia la iluminación.

Revelador de arquetipos, el cuento de hadas tradicional funciona como un poderoso catalizador de emociones, y es capaz, por sí sólo , de invocar el sueño, de calmar, de provocar un movimiento interno terapéutico y consolador. Contar cuentos es como contar números: requiere un despliegue lineal a lo largo del tiempo, y elabora un espacio interno para llenarlo con un mundo mágico. Como es oral, responde a las leyes de la tradición viva, como las enseñanzas impartidas por los druidas de la sociedad celta. Los druidas enseñaban sus secretos por medio de versos, facilitando así su memorización. Los sabios de esta cultura desdeñaban la palabra escrita porque no querían divulgar sus conocimientos sin saber a quién iban dirigidos, pero también porque la escritura, decían, fomentaba la pereza. El escribir es perder fe en la memoria, y la memoria es patrimonio de los pueblos.

Este principio aún hoy en día es seguido por antiguas tradiciones, por ejemplo, como la budista, cuyos lamas transmiten de maestro a discípulo las enseñanzas fundamentales de su doctrina. En la Masonería, esta oralidad se refleja en los rituales de iniciación, donde el conocimiento se pasa de maestro a aprendiz sin textos fijos, evitando la rigidez. De igual modo, en el Sufismo, Idries Shah explica en El Camino del Sufi: "El Sufismo es una enseñanza esotérica dentro del Islam, compatible con él, que respalda formulaciones que trascienden las limitaciones doctrinales".

 Al pasar el cuento  de boca a boca y de generación en generación, el cuento se cualifica. De padres a hijos, de juglar a pueblo. Cada narrador agrega, suprime o modifica elementos o situaciones que, dentro de su ámbito cultural, adquieren determinado valor, y así crece y evoluciona. En cuanto alguien escribe los cuentos, los petrifica y les impide el crecimiento, los congela en una estructura. Esta vía oral, tan frágil y poco rigurosa, estaba plena de espiritualidad, pues inconscientemente el narrador —sea éste una madre amorosa o un trashumante trovador— transmitía imágenes conocidas, arquetipos enclavados en la profundidad de una imaginación popular rica y sabia.

Paralelismos Masónicos y Sufíes

Viajero de tiempos y espacios, el cuento maravilloso vistió diferentes ropas para ocultar una misma esencia; y su esencia es, sin lugar a dudas, como muchos estudiosos lo demuestran, alquímica y transmutadora. La palabra "alquimia", según algunos, proviene de Cam, que era el hijo de Noé, y habría sido el primer artesano. Otros dicen que deriva de "als", que es la sal, y "quimia", que quiere decir fusión. Así, la alquimia indica la permutación de la forma por la luz, el fuego o el espíritu, y éste es el verdadero sentido de lo que se llama el "lenguaje de los pájaros" —un código esotérico presente en la Masonería como el "lenguaje de los símbolos" y en el Sufismo como el "idioma de los pájaros" en las enseñanzas del Sabio Attar.

Eruditos como  Alexandre Saint-Yves d'Alveydre , autor del Arqueómetro ——, y Jean de Vries, ven en ellos una extraordinaria experiencia iniciática. Y la iniciación implica la transposición hacia otros planos, lo cual se parece mucho a la idea de la muerte. Pasar hacia planos superiores es morir en cierto sentido, y es iniciarse. En la Masonería, esto se representa en el rito de la Cámara de Reflexión, donde el candidato "muere" simbólicamente. En el Sufismo, Idries Shah afirma en Pensamiento y Acción Sufi: "El análisis sufí de la confusión humana y la falta de armonía se basa en la comprensión de que el ser debe 'morir' para renacer".

Astrología y Planetas en las Tradiciones Esotéricas

En la astrología, la casa 8 del zodiaco es la casa de la muerte, la transmutación y el cambio profundo, y sus regentes son Marte y Plutón. La muerte, como la iniciación, es una labor de índole plutoniana. Y el ocho, indicativo de la casa de la muerte, es la imagen matemática del infinito y la base del caduceo mercurial.

La casa 8 en astrología es una de las doce casas astrológicas que componen la carta natal, y se considera una de las más profundas y misteriosas. Representa áreas de la vida relacionadas con la transformación profunda, los cambios inevitables y los aspectos ocultos de la existencia. Tradicionalmente, se asocia con Escorpio y sus regentes planetarios, Marte y Plutón, lo que le da un tono intenso y a menudo transformador.

Iniciación, Transformación y Renacimiento: Esta casa simboliza procesos de muerte y resurrección simbólicos, como crisis personales que llevan a un crecimiento interior. No se trata solo de la muerte física, sino de "morir" para renacer, liberando lo viejo para dar paso a lo nuevo. Representa la impermanencia de la vida y la necesidad de desapego.

Sexualidad e Intimidad: Se vincula con la energía sexual profunda, más allá del placer físico, como un medio de conexión emocional y transformadora. Incluye deseos íntimos, comportamiento sexual y temas como el incesto o tabúes en interpretaciones más esotéricas.

Gobierna el dinero, los metales  o bienes de otros, como herencias, deudas, impuestos, seguros o finanzas compartidas en parejas (por ejemplo, en matrimonios o sociedades). También abarca pérdidas materiales o emocionales.

Relacionada con misterios, lo esotérico, habilidades psíquicas, conexiones con el más allá y traumas profundos. Puede indicar experiencias límite, como cirugías, accidentes o exploraciones del subconsciente.

Muerte y Crisis: Aunque a menudo se asocia con la muerte (física o metafórica), no predice necesariamente el fin de la vida, sino procesos de cambio radical a través de desafíos.

Influencia de Planetas y Signos en la Casa 8

Los planetas ubicados en esta casa amplifican sus temas. Por ejemplo:

Si Plutón está en la casa 8, intensifica la transformación y el poder regenerativo.

Un Sol en casa 8 puede indicar una vida marcada por cambios profundos y un interés en lo oculto.

Los signos en esta casa (dependiendo del ascendente) modifican la expresión: Escorpio la hace más intensa, mientras que Tauro podría enfocarla en estabilidad financiera compartida.

Así , la casa 8 invita a explorar las sombras del alma para lograr evolución personal.

 

 Mercurio, ese dios de la mente y, por lo tanto, de la salud, es el lenguaje mismo, y es a través de la palabra sagrada que el hombre se transforma. Es la mente superior la que permite la transformación del hombre inferior —a veces el animal— en el príncipe o hombre superior: la transformación de la bella que muere en una durmiente preparada para el despertar, o la transformación incluso de dulces muñecos de jengibre en niños de carne y hueso. Y, más modernamente, es la transformación que permite al Pinocho de madera ser un niño responsable.

Olvidado por el colectivo literario, el hombre moderno no tiene acceso a la verdad profunda que las fábulas ocultan. La característica curativa del cuento es como la magia y la psicoterapia, también dominio de Plutón, el planeta que acude al subconsciente, lo destapa como un volcán en erupción, lo derrama, lo modifica. Y si el carácter oral del cuento lo emparienta con la tradición esotérica, su cualidad cíclica también lo une a la cosmogonía, pues todo el movimiento de protagonistas y escenas de maravilla en el cuento van dirigidos a un mismo fin: demostrar que el camino del iniciado necesita un período de crisis, de putrefacción  alquímica, para poder llegar a la sublimación total de la materia basta. Esta es la esencia del acontecer kármico de este mundo fenoménico, en donde los astros nos ligan al ritmo y el pensamiento a la Verdad Última.

Plutón es el último planeta en ser descubierto en el cielo por el hombre y a la vez el primer planeta en ya no ser reconocido como planeta. Los antiguos lo intuían, pero no poseían instrumentos para captar su imagen. Como se trata de un planeta que simboliza lo escondido, lo misterioso, es él mismo una incógnita, y a diferencia de los demás planetas, es dibujado de diferentes formas.

 

 

 El glifo que indica el iniciado maestro masón Serge Reynaud de Laferrière resulta una maravillosa síntesis gráfica de las analogías de Plutón. Al mirar este símbolo, podríamos casi imaginar un volcán: el fuego interior de la tierra que emerge a través de una chimenea geológica al expulsar la lava, esparciéndola sobre la superficie del planeta. Así son también las fuerzas internas del hombre, que emergen por el sutil conducto o Kundalini, hasta salir fuera del ser... la fuerza psíquica que se transmuta en poder espiritual o Anapana.

Analicemos un poco más este dibujo. El centro es un círculo, desde el cual la energía asciende hacia la cabeza o Brahma Randhra. La pequeña barra horizontal indica la separación del cuerpo físico. Plutón está relacionado, como ya dijimos, con Marte. Y, en relación con él, es su octava superior, indicando Marte la energía y Plutón el dinamismo violento, Marte la actividad y Plutón la superpotencialidad. En la mitología grecorromana, Plutón o Hades es el dios del submundo, dominio de los tristes desencarnados y de las fuerzas oscuras e incontrolables del hombre. Y el satélite de este planeta, Caronte, es el siniestro barquero que lleva las almas por el río Leteo, el río del Olvido, a los que pasan al más allá. Como consecuencia del conocimiento mitológico, Plutón es entonces la memoria, como Caronte es el olvido: ambos al servicio del renacimiento tanto como de la muerte. A su vez, recordemos que el octavo signo del zodiaco es morada de Escorpio, que en un tiempo perteneció a dos constelaciones, la Serpiente y el Águila. El escorpión, al igual que la serpiente o el cocodrilo, era ya un símbolo de los colegios sagrados del sur y del oriente, que fuera reemplazado por los iniciados occidentales (de los colegios del norte) con el tótem del águila. El águila es también el símbolo del Fénix que renace de sus cenizas. Escorpio es el águila de la transmutación hacia el absoluto. Y Escorpio, según Saint-Yves d’Alveydre, caracteriza al hombre alquimista, que es capaz de transformación de las fuerzas psíquicas en espirituales. Es, pues, el paso del plomo al oro.

Y no es otra cosa el cuento de hadas que la narración sublimada de una poderosa, exuberante transformación, que sólo  se logra después de fuertes pruebas, voluntad inquebrantable y aprendizaje disciplinado. Pero no es Plutón el único planeta relacionado con los cuentos de hadas, que, como en una danza cósmica, nos transmiten la historia de la humanidad iniciática. Si Plutón es alquímico y como tal está siempre presente en los cuentos de maravilla, Neptuno es otra clave simbólica, porque es el sueño, el ensueño, la magia y el engaño. Es el que mueve a Aladino a convocar al genio, es el que lleva a la Bella al palacio de la Bestia, el que camufla o disfraza al anciano, al hada, a la hilandera vieja. Es la mentira de la madrastra de Blanca Nieves y también, por supuesto, las ciudades sumergidas, las ciudades encantadas. Caracteriza también la compasión y el amor sobrehumanos que movilizan al héroe o la heroína. Y es Neptuno el que logra que todos los protagonistas sean anónimos, que casi de ninguno de ellos se conozca un nombre real, sino más bien epítetos: la Bella, Blancanieves, la Sirenita , etc. Los héroes de los cuentos de hadas son arquetípicos, tienen su morada natural en la casa 12. Sin olvidar la relación de esta casa pisciana con el subconsciente y con los pies. Neptuno es la devoción, la mística y la revelación. Es el amor celeste, y caracteriza las ciencias ocultas, rige lo secreto, las cosas del mar, del subconsciente, y está presente en los cuentos por cuanto éstos son también la representación de los miedos y las fantasías arcaicas del ser humano. Es el sueño de la bella, el hechizo del príncipe o del cuervo, la magia y la hechicería. Es la receptividad, también la locura, y está presente en el limo original, en la negra materia primera, o en el agua primordial o el polvo cósmico. Es la disolución o indiferenciación. Él es el agua, los animales grandes, la confusión y el humo. Neptuno es, en fin, la maravilla.

De Neptuno se dice que es el “planeta de los fenómenos psíquicos, es el que permite alcanzar las esferas etéricas y hace posible entender la música celestial”. Está presente en la actividad compasiva y amorosa del héroe o heroína, en su extrema inocencia y su capacidad de ensueño, como la que muestra la Cenicienta, o el mágico escenario en donde transcurre el cuento de la Bella y la Bestia. Plutón, por lo tanto, es provocador de dramáticos cambios, así como Neptuno el sueño, el encierro y la traición, el amor, la profundidad subconsciente; pero será Urano el que trae la rápida aparición y desaparición de hadas, objetos, castillos y situaciones. Como el Deus ex machina de la tragedia griega, trae de los sidéreos espacios la revelación súbita, los protectores y los ángeles, las hadas y los genios o djinn. Es también el pensamiento sublimado, el proyecto fraterno o comunitario. Para Serge Reynaud de Laferrière, Urano es “el Éter, el Azoth de los Antiguos, el Prana de los Hindúes, el Mercurio filosofal (es el planeta Urano que simboliza también la desintegración del átomo, el plano que se desprende del mundo); es el elemento sutil que facilita el trampolín al plano mental que servirá para alcanzar la Conciencia Universal”.

Urano, en este nivel, está emparentado por la Conciencia; su esencia mental —es signo de aire— es lumínica. No es extraño entonces que corresponda a elementos notables que irrumpen de pronto, Y como es mente, octava superior de Mercurio, es también Conciencia y supraconsciencia. Urano es, dentro de la Revolución Francesa, la Libertad, como Libra la Igualdad y Géminis la Fraternidad. Los tres signos de aire permean el espíritu de uno de los acontecimientos dramáticos del devenir histórico del hombre. Para la tradición esotérica, Urano corresponde a la edad en que el principio del hombre recibía ya el espíritu Universal que planeaba sobre su todavía incipiente caparazón terrenal. Esta relación con lo celeste lo une a la aparición repentina de personas y circunstancias mágicas, y a menudo irracionales.

Plutón, Neptuno y Urano, al decir de Don Neroman, ilustre astrólogo francés, “están nítidamente emplazados en correlación con las tres edades azoicas del globo, y nos conducen a la aurora de la Vida”. Se consideran entonces ancestrales colaboradores de la formación del cosmos, de la tierra y del hombre, por lo cual están presentes en cuentos arcaicos que, a pesar de sus múltiples ropajes, siguen manteniendo la conciencia de su ejemplarizante mensaje. Ellos caracterizan la estructura básica de un cuento de hadas, que es también la narración de un camino iniciático, como las doce hazañas de Hércules o la Odisea —paralelos a los grados masónicos y las estaciones sufíes del alma.

Saturno y Otros Planetas en el Camino Iniciático

Pero el cuento de hadas es la narración de una serie de circunstancias difíciles y poco felices: será el planeta Saturno, presente en las narraciones, el que represente los límites y obstáculos que llevan al héroe a perseguir su sueño o a obtener su redención. A menudo está Saturno expresado en la figura de un maestro o maestra, camuflados de ancianos o de sabios. Es indicativo del tiempo, es el Kronos de los griegos, es el Padre-Tiempo, y es Brahma para los hindúes o Abraham para los hebreos. El valor numérico tanto para Brahma como para Abraham en la tabla gemátrica griega (no la hebrea) es 144, número que lo emparenta con el término Zeós, Zeus, que también suma 144. Por otra parte, Saturno es el plomo, metal cuyo número de electrones es igual a 82, y este número se obtiene del cuadrado de 9 + la unidad, es decir, 81 + 1. Esto da, en el lenguaje oculto, precisamente el simbolismo del tiempo que igual a 81 y es también Kronos, es Dios, es el Abraham de la raza, el que la empuja hacia el cambio a través de las pruebas.

Este anciano limitador y aparentemente inflexible es el impulsor del cuento. Sin pruebas, el aprendiz no inicia su camino, no insiste en el aprendizaje, no acude al maestro, no se disciplina. A veces, el cuento tiene una presencia saturnina explícita, como el anciano o la hilandera, contrapartida de Kronos y hermana de las Parcas. Otras veces es una circunstancia temporal, por ejemplo, los 100 años que transcurren en el sueño de la Bella o los 100 años de Rip van Winkle, o el año de prueba que la Bestia da al anciano. Y otras, en la forma de montañas, castillos inexpugnables como el de Rapunzel o el del ogro de Pulgarcito. Saturno puede aparecer en figuras de ancianas, a veces deleznables, como la de Hänsel y Gretel. En la Masonería, Saturno se asocia al Maestro que impone disciplina, mientras en el Sufismo, representa las "pruebas del nafs" (ego). Como indica Idries Shah en Cuentos de los Derviches: "Los cuentos-enseñanza son documentos técnicos, como mapas o instrucciones, diseñados para Superar los filtros de la mente condicionada".

A medida que nos acercamos a los planetas más personales, nos encontramos con analogías más simples y directas. Sol y Luna son representaciones de los padres cósmicos, son el Rey y la Reina, o el Príncipe y la Princesa cuando logran su encuentro. Venus está presente en la belleza de la protagonista, su amor a menudo escondido bajo cenizas, harapos o pieles, como ocurre con la princesa de “Piel de Asno”. Marte es el arrojo, la valentía o las situaciones de destreza que obligan al protagonista a tomar armas. Júpiter es siempre la benevolencia, la tolerancia, el sentido filosófico y ético, el contacto con lo religioso y lo místico.

¿Y Mercurio? Nada más mercurial, más hermético, que el mismo cuento. Y no olvidemos que Hermes es Mercurio. Representante de la mente y la conexión, es el Gato con Botas, es Pulgarcito, es Ulises con sus astucias y su juego de nombres, es el sultán disfrazado que camina por su ciudad. Puede ser un mensajero, un intermediario benéfico o negativo, el animal consejero, a veces la flor o la rama dorada. Adopta todos los disfraces, es dueño del habla y del silencio. Es la conciencia de Pinocho, el grillo parlante; es el hombre y protagonista de la historia en su faz humana, es el que tiene la cualidad de la conciencia de sí; sin sus recursos mentales no podría tampoco llevar adelante la historia. Mercurio, como hijo que es de Zeus y Maia (la diosa de la ilusión, que rige los fenómenos impermanentes), es el dios que narra, el mensajero, el que lleva y trae, el trashumante. Es, pues, la fábula misma, lo que se fabla, lo que se habla. En la Masonería, Mercurio simboliza el conocimiento hermético; en el Sufismo, es el "mensajero" de la verdad divina.

El hilo narrativo del cuento de hadas ofrece circunstancias interesantes: si habláramos desde el punto de vista astrológico, sus principales puntos se caracterizan por las casas de agua, emocionales, maleables y receptivas. Comienzan todos los cuentos por un hogar o por la falta del mismo, por una madre o un padre ausentes. Astrológicamente, estaría representando la casa IV (Cáncer). Luego, la caminata del héroe o la heroína en la búsqueda de un tesoro, un reinado o un objetivo, pasa por diferentes casas hasta hacer una crisis típica de la casa 12 (Piscis) y llega a la dolorosa transformación (casa 8, Escorpio) que le permite, en las alquímicas bodas (casa 7, Libra), ejercer una labor jerarquizada y en donde se separa lo oscuro de lo claro (casa 6, Virgo) para llegar por fin al éxito, el reino (casa V, Leo). Es un viaje que se realiza en sentido sinistrógiro y al revés de lo que tradicionalmente se conoce como casas zodiacales.

Cuando el sapo se transforma en príncipe, la princesa dormida en una despierta doncella; cuando, en casa V, total y poderosamente, el aprendiz adquiere la sabiduría maestra y encuentra el centro, su morada, su contacto con el Yo Soy Superior, entonces culmina el cuento. Esta casa, que considero la verdadera finalidad del camino que preconizan los cuentos de hadas, posee un número altamente significativo. No es pequeño su significado, dice Cornelio Agrippa. Es el número de la Creación, es base de la principal construcción sagrada, es decir, el Templo de la Sabiduría, que es imagen del Universo. Presente en el número de oro o sección áurea, representa al hombre integrado, consciente de sí mismo y dominador de sus potencialidades. Es la primera suma del primer número par y el primer impar, está por lo tanto compuesto como varón y hembra.

Es también el omfalos, el ombligo, y se sabe en el estudio de proporciones sagradas que el ombligo divide el cuerpo humano adulto según la razón 1,618. Es en el omfalos en donde el hombre acude a su centro interno; es en Delfos, el omfalos, en donde el griego acudía para obtener respuestas divinas, el oráculo sacratísimo. Y en la palabra “ombligo” castellana se advierte el pasaje de la sílaba bija, la sílaba “om”, el sonido con el cual comienza el mundo... Con la llegada a la casa V, el cuento tiene su feliz final. Como un ejemplo de alquimia, esa ciencia nacida en Oriente —patria al mismo tiempo del misterio y la maravilla—, se fue expandiendo por Occidente a través de tres grandes vías: bizantina, mediterránea e hispánica. Y el cuento de hadas viene de su abrazo. En este contexto, la Masonería adopta estos símbolos alquímicos para sus grados, mientras el Sufismo los integra en sus cuentos de enseñanza, como subraya Idries Shah en El Buscador de la Verdad: "Los cuentos sufíes están llenos de sabiduría oculta, diseñados para el buscador que integra historias y leyendas en su camino espiritual".

Alcoseri

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