El Sistema Masónico, Segunda Parte

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Alcoseri Vicente

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Dec 4, 2025, 6:02:42 PM (5 days ago) Dec 4
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El Sistema Masónico, Segunda Parte

 El nefasto método que oprimía al Pueblo, en su estadio primitivo de hace dos mil años, aún no tenía nombre, pero ya poseía un método implacable: transformar la dependencia económica en obediencia política, y la obediencia política en normalidad moral aceptada por todos.
Cuando hoy alguien pregunta «¿quién es el Sistema Masónico ?», muchos imaginan multimillonarios modernos o fondos de inversión opacos. Sin embargo, una de las respuestas más antiguas y veraces nos lleva a aquellos siglos en que ciertas familias lograron convertir un banco en algo más poderoso que cualquier trono. Mucho antes de que existieran bancos centrales o mercados globales, los Médici escribieron la frase que ningún libro escolar se atreve a imprimir: «El verdadero poder no está donde se decide, sino donde se puede negar el crédito». Arnold Toynbee lo resumió con precisión quirúrgica: las civilizaciones mueren primero en la imaginación de sus élites.
Con los Habsburgo vimos la siguiente mutación del poder: ya no se expandía por conquistas militares, sino por genealogía. Durante siglos, medio mapa de Europa se explicaba con un  sólo  árbol genealógico. Una casa cazaba príncipes y princesas como quien mueve piezas en un tablero de ajedrez, intercambiando territorios, coronas y alianzas sin que la plebe necesitara entender nada. «Que otros hagan la guerra; tú, feliz Austria, cásate», rezaba su lema. No tomaban ciudades por asalto si podían anexarlas por herencia. El resultado fue un imperio disperso, pero compacto en lo único en lo esencial: la concentración absoluta de legitimidad. Reyes, emperadores y príncipes se sucedían, pero el apellido seguía ocupando tronos distintos al mismo tiempo, como una marca registrada en envases diferentes.
Toynbee observaba que las civilizaciones colapsan cuando sus élites dejan de responder a los desafíos históricos. Los Habsburgo, en cambio, se especializaron en prolongar su relevancia incluso cuando eran parte del problema. Podían perder una guerra y conservar un trono en otra corte, ceder un territorio y ganar un matrimonio estratégico. El método que oprimía al pueblo, en esta fase, reveló otra de sus caras: no necesita funcionar bien;  sólo  necesita ser percibido como la única forma posible de orden. Todo ello diluido en símbolos: monedas con rostros imperiales, estatuas en plazas, ceremonias repetidas hasta el cansancio. Nadie tenía que memorizar el diagrama de alianzas dinásticas; bastaba con enseñar a los niños que esa familia siempre había estado allí. La élite se perpetúa cuando consigue convertirse en el  paisaje cotidiano.
Y sin embargo, en la sombra de esas cortes suntuosas, de esos bancos que prestaban a reyes y papas, de esos árboles genealógicos que ahogaban naciones enteras, surgió hace siglos una resistencia silenciosa y organizada: la Masonería.
Desde sus orígenes en las logias medievales de constructores libres, la Francmasonería se convirtió en el antídoto secreto contra esos poderes fácticos que esclavizaban a la mente y el espíritu humano. Mientras los Médici usaban el crédito para doblegar voluntades, los masones enseñaban que la verdadera riqueza es la libertad de pensamiento. Mientras los Habsburgo casaban reinos para perpetuar tiranías dinásticas, los masones juraban lealtad  sólo  a la razón, a la fraternidad y al progreso de la humanidad. Mientras la Iglesia católica, aliada frecuentemente con esos oscuros poderes, vendía indulgencias y mantenía al pueblo en la ignorancia y el miedo al infierno, los masones encendían antorchas de conocimiento, difundían la ciencia, defendían la separación entre Iglesia y Estado, y sembraban las ideas que luego estallarían en revoluciones de libertad.
Durante cientos de años, en logias ocultas bajo la amenaza de la Inquisición, bajo persecución de monarquías absolutas y de bancos que financiaban guerras religiosas, la Masonería ha luchado sin descanso contra esos oscuros poderes fácticos. Ha sido la guardiana silenciosa de la Ilustración, la inspiradora de las grandes declaraciones de derechos humanos, la fuerza invisible que ayudó a derrumbar tiranías y a limitar el poder de las coronas y los altares. Donde el Sistema quería esclavos obedientes, la Masonería forjó ciudadanos libres. Donde  los opresores solamente  querían ignorancia, la Masonería trajo luz. Donde el Método opresivo del pueblo quería guerra eterna por intereses de élite, la Masonería predicó la paz universal y la hermandad entre pueblos.
Hoy, cuando el mundo vuelve a tambalearse bajo nuevas formas de esos mismos poderes —bancos centrales que deciden el destino de naciones,  nefastos gobiernos opresores izquierdo socialistas,  dinastías financieras que compran gobiernos, instituciones religiosas que aún pretenden controlar conciencias—, la Masonería sigue allí, discreta pero inquebrantable, recordándonos que otro mundo es posible: un mundo gobernado por la razón, la justicia y la libertad verdadera.
Pequeño cuento ilustrativo
En un reino antiguo, un dragón de mil cabezas dominaba el cielo y la tierra. Cada cabeza representaba una familia real, un banco usurero o un sacerdote fanático. El dragón no necesitaba escupir fuego: le bastaba con negar el crédito, casar a sus crías con los príncipes vecinos o prometer el paraíso a cambio de obediencia ciega. Los pueblos vivían encorvados, creyendo que aquel monstruo eterno era invencible.
Un día apareció un humilde constructor de catedrales. Llevaba en su  mandil un compás y una escuadra.  sólo . Sin ejército. Sin oro. Pero en su corazón ardía una idea peligrosa: que los hombres podían ser hermanos y que podían construir un mundo mejor con sus propias manos y sus propias mentes. Fue de aldea en aldea, enseñando en secreto. Reclutó a otros constructores, a filósofos, a soldados cansados de guerras absurdas, a mujeres y hombres que ya no querían arrodillarse.
Años después, cuando el dragón despertó una mañana, descubrió que ya no inspiraba miedo, sino risa. Sus cabezas se peleaban entre sí por el botín, sus préstamos ya no eran obedecidos, sus bulas papales eran papel mojado. Los pueblos habían aprendido a gobernarse  por sí solos , a prestarse entre hermanos, a pensar sin miedo al infierno. El dragón, confuso, intentó rugir… pero su voz se perdió en el viento de la libertad.
Y en lo alto de la colina, el viejo constructor sonrió. No había matado al dragón con espada; lo había vencido con luz.
Mi punto de vista como Masón
La historia oficial casi nunca menciona a los verdaderos héroes. Prefiere coronas, bancos y sotanas. Pero si miras con atención, detrás de cada gran salto de la humanidad —la abolición de la esclavitud, la separación de Iglesia y Estado, los derechos humanos, la democracia real— siempre encontrarás la huella discreta de una logia, de un compás y una escuadra, de hombres masones y mujeres masonas que juraron luchar por la luz aunque les costara la vida.
La Masonería no es perfecta —ninguna obra humana lo es—, pero durante siglos ha sido la única organización transnacional que ha defendido sistemáticamente la libertad de conciencia, la igualdad esencial entre seres humanos y el progreso basado en la razón frente a los 4 grandes enemigos históricos de la humanidad: el poder financiero parasitario, la tiranía dinástica, el izquierdo- socialismo opresivo  y el fanatismo religioso.
Mientras esos 4 jinetes del apocalipsis siguen cabalgando con nuevos nombres, la Masonería sigue siendo necesaria. Más necesaria que nunca. Los nombres de los jinetes del Apocalipsis, según el libro de las Revelaciones en el Libro de la Ley, son Conquista (o Peste/Engaño), Guerra, Hambre y Muerte. Estos jinetes son descritos como heraldos del Juicio Final, montando caballos de diferentes colores (blanco, rojo, negro y pálido, respectivamente).
Y esa, hermanas mis y hermanos míos, no es conspiración masónica . Es historia real que alguien no quiere que leas.
 Alcoseri 
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