Hiram enrolló el papiro que contenía el plano del templo. Llevándolo
en sus brazos, se dirigió al extremo de la roca, donde se levantaría
el Santo de los santos. Luego, pegó fuego a las hojas cosidas unas a
otras.
El arquitecto no necesitaba ya plano. Entre las llamas desaparecían
las claves de las proporciones y las medidas que sólo subsistirían en
su memoria. El edificio se había convertido en carne del maestro de
obras, en su sustancia. No cometería error alguno al guiar a los
maestros y compañeros en el desarrollo del diseño. En adelante, el
templo hablaría a través de él. El deseo de crearlo abrasaba como una
pasión insaciable. Para seguir viviendo, Hiram debía construir.
En la luz anaranjada que se levantaba hacia el cielo nocturno, el
arquitecto distinguió otras llamas. Alguien, a lo lejos, había
encendido otro fuego, insólita respuesta al sacrificio llevado a cabo
por el maestro de obras. Hiram, intrigado, salió de la obra y siguió
a
lo largo del muro de palacio. Dominando la ciudad de David, la fuente
de Gihón y el valle del Cedrón, descubrió el lugar de donde surgía
una
hoguera que desprendía un humo negro y nauseabundo. Cruzando la
barrera establecida por los soldados de Salomón, Hiram caminó hasta
el
lindero de aquel valle profundo y aislado. Allí, agachados, estaban
unos mendigos que no parecían incomodados por el hedor a carne
quemada.
-No vayáis allí, señor -recomendó uno de ellos-. Es la Gehena, el
vertedero de Jerusalén. Ni siquiera los miserables como nosotros se
atreven a penetrar ahí.
-Antaño, se mataba a los inocentes para apaciguar la cólera de Moloch
-
añadió otro-. Hoy, tiran la basura y los cadáveres de animales. Los
antiguos demonios siguen merodeando por ahí...
-Por la noche, los espectros devoran a quien se aventura por ese
vertedero -precisó un tercero.
Los mendigos no bromeaban. Hiram tomó muy en serio su advertencia.
Pero una fuerza irresistible le obligaba a explorar la Gehena. Pese a
los lamentos de aquellos desgraciados, siguió avanzando.
Era, efectivamente, el infierno. Inmundos desechos y hedores agredían
la vista y el olfato. El arquitecto saltó sobre montones de huesos.
El
fuego brillaba al fondo de aquel valle de desesperación cuyo horror
rechazaba la presencia humana. Sin embargo, al pie de las llamas, con
el rostro enrojecido, un hombre harapiento reía con demente
carcajada.
-¡Impuro! -gritó al ver a Hiram-. Eres un impuro, sólo yo soy puro.
El loco tenía el rostro y las manos cubiertos de tatuajes que
representaban a Moloch y otros demonios de ensangrentadas fauces.
-¡No sigas adelante! ¡No tienes derecho!
Por unos instantes, el fulgor iluminó una maciza forma cubierta de
inmundicias. El arquitecto se acercó.
-¡Detente! ¡Sólo un ser puro puede tocar esta piedra!
Perdido en plena Gehena, un enorme bloque de granito rosado yacía en
el suelo. Hiram pensó en las enseñanzas de su maestro. ¿No se trataba
de la piedra caída del cielo, del tesoro ofrecido a los artesanos por
el arquitecto de los hombres para que construyeran en ella el
santuario de Dios?
El poseído se levantó. Bruscamente, su delirio se apaciguó.
-¡No toques este bloque, maestro de obras! Ninguna fuerza, ni de lo
alto ni de abajo, podrá levantarla.
Hiram no atendió aquella orden. Cuando su mano entró en contacto con
el granito perfectamente pulido, supo que aquella obra maestra
procedía de Egipto. Sólo un adepto de la Casa de la Vida había podido
hacer tan lisa aquella superficie negra y rosada.
-Olvídalo -le exhortó el poseído-. ¡Márchate, aléjate de aquí! ¡De lo
contrario, tu obra será destruida!
El loco lanzó un aullido que llegó al cielo. De un salto, se arrojó
al
fuego. Sus harapos se inflamaron, sus cabellos se transformaron en
una
antorcha. Murió entre carcajadas.
Aterrado, Hiram sintió sin embargo una viva alegría. Acababa de
descubrir la piedra angular del templo.
Después de que un centenar de hombres hubieron trazado un camino en
las basuras de la Gehena y hubieran librado el bloque de su ganga de
podredumbre, Hiram y los maestros intentaron en vano desplazarlo.
Primero sería necesario cavar la tierra a gran profundidad y, luego,
construir unos sólidos aparejos.
Salomón, acompañado por el general Banaias y su secretario Elihap,
acudió a admirar la maravilla También él la tocó con respeto
-¿Cómo pensáis emplear este bloque?
-Como cimiento del Santo de los santos -repuso Hiram- Siempre que
pueda manejarlo
Salomón se volvió hacia occidente, cerró su mano derecha sobre el
rubí
y levantó la cabeza al cielo
-Dónde los hombres fracasan, los elementos tienen éxito ¿Advertís el
poderoso soplo que comienza, maestre Hiram?
Se levantó un violento viento Más rabioso que el khamsin, sacudía los
cuerpos hasta hacerlos vacilar
-Conozco el espíritu del viento -prosiguió Salomón- Sé dónde se
forma,
en la inmensidad del universo, junto a las orillas del mar de las
algas Él, por orden del Eterno, abrió las olas del mar Rojo para
dejar
pasar a mi pueblo Hoy, su fuerza será mayor todavía Levantará la
piedra
Desencadenado, el tempestuoso huracán obligó a Elihap y Banaias a
protegerse Salomón permanecía de pie, como insensible Su mirada se
cruzó con la de Hiram cuando el bloque gimió, como si se arrancara de
su base El arquitecto no vaciló Con una señal, ordenó a los maestros
que rodearan la piedra con cuerdas Uno de ellos fue a buscar a los
compañeros Con la ayuda del viento, procedente de la raíz del cosmos,
tras haber derramado leche sobre el camino de sirga, la cofradía hizo
deslizarse la piedra angular del templo hacia su destino
Mientras Jerusalén festejaba la reunión de la Hasartha,* en la que el
pueblo, consumiendo panes de ofrenda, conmemoraba el don de la ley
divina a Moisés, Hiram acababa de erigir los imponentes troncos de
ciprés de perfumada madera que cubrirían el suelo del templo Luego,
comprobó el perfecto estado de los olivos, elegidos uno a uno en la
campiña Estos árboles empapados de sol, de doce metros de altura y
cuatrocientos años de edad, al me nos, proporcionarían la materia de
las simbólicas esculturas que adornarían el santuario Las piedras
talladas en las canteras, puestas sobre zócalos de granito, formaban
un imponente cortejo aguardando ser utilizadas en la construcción Se
anunciaba la etapa decisiva Durante varios días, nadie había oído el
canto de los cinceles, los martillos, los raspadores, los pulidores
El
hierro no rompió el silencio de la cantera pues maestros y compañeros
habían recibido, por boca del maestro de obras, los secretos
necesarios para transponer en el espacio el arte del Trazo inscrito
en
el plano de la obra
Los narradores, ante una apasionada muchedumbre, proponían cien
explicaciones, a cuál más magnífica, para justificar esa ausencia de
ruidos. Primero, gracias a la intervención de Salomón, los demonios
habían dejado de des trozar cada noche el trabajo de los
constructores
Luego, por orden del rey, se habían castigado participando en la
construcción Rindiendo homenaje a la sabiduría de Salomón, aquellas
* Pentecostés 200
fuerzas hostiles habían aceptado ayudar a los artesanos Brotando de
la
tierra, de las aguas, de los aires, de las llanuras y los barrancos,
de los bosques y los desiertos, surgiendo de los metales ocultos en
las profundidades, de la savia de los árboles, de los relámpagos de
la
tempestad, de las olas del mar o del perfume de las flores, los
demonios se inclinaron ante Salomón, que los marcó con su sello Así,
transportaron bloques y troncos, oro y bronce, arrastrándolos por el
suelo Pero el más inspirado de los narradores sabía mas todavía un
águila de mar, de alas tan vastas que su cuerpo se extendía del
oriente al occidente y del mediodía al septentrión, había traído a
Salomón una piedra mágica extraída de la montaña del poniente El rey
se la había entregado a Hiram, envolviéndola en una preciosa tela
colocada en el interior de una cofre de oro Al maestro de obras le
bastaba con trazar una señal en la roca de la cantera y colocar el
talismán la piedra se hendía por sí misma Los canteros ya sólo tenían
que transportar los bloques hasta la obra Para ajustar las unas a las
otras, no necesitaban pulidor gracias al regalo del águila, se
ensamblaban con tal exactitud que no era necesaria juntura alguna
-Hemos fracasado -advirtió Sadoq- Salomón e Hiram son más fuertes que
nunca
Reunidos en el sótano de la ciudad baja, lejos de oídos curiosos,
Ehhap y Jeroboam ponían mala cara Según el informe del secretario,
los
trabajos del templo, tras cinco años de minuciosa preparación,
avanzaban ahora con sorprendente rapidez Concluidos los cimientos,
colocadas ya las primeras hiladas de piedras, emplazado el bloque
fundacional del Santo de los santos, el santuario crecía a un nuevo
ritmo Por lo que al palacio del rey se refería, iba embelleciéndose
día tras día La sala de audiencias estaba decorada Mañana se
edificaría el Tesoro
El pueblo estaba furioso El esfuerzo pedido por Salomón le parecía
ligero Si la sabiduría inspiraba al rey y habitaba en su corazón,
¿por
qué no concederle una total confianza9 Cumplía lo que había prometido
La orgullosa roca, cuya soberbia había sido domeñada por la cofradía
de Hiram, se había convertido en servidora del templo de Dios donde
brillaría la luz de la paz
-Esos malditos artesanos no han tenido miedo -se quejó Jeroboam- Sin
embargo, el atentado contra el guardián del umbral habría debido
provocar una desbandada Si volviéramos a empezar
-Es inútil -objetó Ehhap-. Maestre Hiram les libra de todo temor
Están
dispuestos a morir por él y no cederán ante ninguna amenaza
Furioso, el gigante pelirrojo golpeó con el puño el húmedo muro
-¡Destruyamos pues al arquitecto!
-Demasiado peligroso -consideró el sumo sacerdote-. Está protegido
por
los maestros y los compañeros. Las investigaciones de Salomón pronto
llegarían a nosotros. Si atacáramos a maestre Hiram, perderíamos la
vida.
-¿Tenemos pues que abandonar la lucha, resignarnos al triunfo de
Salomón e Hiram?
-Claro que no, nos queda la astucia. ¿No es verdad, Elihap, que
algunos aprendices se quejan de los modestos salarios?
-Es cierto -repuso el secretario-. Desean convertirse en compañeros,
pero maestre Hiram no piensa conceder ascensos.
-Sembremos pues el desorden en la cofradía -propuso Sadoq.
-Esos hombres han prestado juramento -recordó Egipto-. No
traicionarán
a su jefe.
-Todo individuo tiene su precio -dijo Jeroboam-. Dispongámonos a
pagarlo.
39
El primer día de la fiesta del esquileo de las ovejas y la
consagración de los rebaños, a comienzos de estío, Hiram dio descanso
a los artesanos de la cofradía. Participaron en los banquetes
organizados por los campesinos, que no obtuvieron respuesta alguna a
las múltiples preguntas sobre el estado de los trabajos.
El arquitecto no asistió a ninguna festividad. Paseaba por la
campiña,
lejos de las aldeas, acompañado por su perro.
Ante la puerta de la obra se hallaba un Caleb furioso por haber sido
nombrado guardián del umbral exterior. ¡Qué largas le parecían las
horas! ¿Quién se atrevería a pedirle paso cuando más de cien
soldados,
de acuerdo con maestre Hiram, vigilarían el lugar hasta que regresara
la cofradía? Al cojo le horrorizaba la soledad, sobre todo cuando
perdía la ocasión de comer hasta hartarse y embriagarse con vino
fresco. Nadie se oponía ya a la construcción del templo. Todos
esperaban con impaciencia poder contemplar su esplendor. Caleb
hubiera
sido más útil llenando las copas que vigilando el vacío, sentado a la
magra sombra de la puerta de la obra. Cuál no fue su sorpresa, pronto
teñida de temor, cuando vio avanzar hacia él a un hombre alto, tocado
con una diadema de oro y vestido con una túnica blanca con orla de
oro.
Reconociendo al rey Salomón, Caleb tembló.
-¡Nadie..., nadie puede entrar aquí sin saber la contraseña! -declaró
con voz insegura.
El soberano sonrió.
-Mi sello me da acceso a todos los mundos. Si te opones a mí, te
transformaré en bestia salvaje o en demonio sin cabeza.
Caleb se arrodilló ante Salomón
-¡Señor, he recibido órdenes'
-¿Eres miembro de la cofradía?
-Un poco, sólo un poco ¡Pero no se nada importante!
-En ese caso, olvidarás mi venida Contén tu lengua y apártate de mi
camino
¿No pertenecía el templo al rey de Israel? ¿Qué importancia tenía que
lo viera antes o después9 Aun cojo, a Caleb le gustaba la forma
humana
que Dios le había dado Enfrentarse con la magia real hubiera sido una
sinrazón Por lo tanto obedeció con diligencia
Cruzado el umbral, Salomón avanzó con paso lento por los dominios de
Hiram
Ocultos por la empalizada, los muros del templo habían sido
construidos con ladrillos forrados de madera La parte inferior se
componía de tres hiladas de piedras talladas, coronadas por filas de
maderos de cedro que servían de armadura y aseguraban la cohesión
hasta lo más alto Un envigado de madera de cedro sujeto a los muros
por cabestrillos formaba un robusto techo que soportaría las terrazas
El conjunto daba una impresión de gracia y serenidad El arquitecto
había sabido traducir en las líneas del edificio los más secretos
pensamientos de Salomón, su ardiente deseo de una paz que quería
extender a todo el mundo Tablas y bloques de calcáreos impedían el
acceso Frustrado, el rey se introdujo en la parte de la obra donde se
guardaban los útiles y se levantaba el taller de Hiram. El silencio
del lugar, tan animado por lo común, le colmaba de difusa felicidad
Tenía la sensación de colaborar en el trabajo de los escultores, de
percibir la belleza de sus gestos, de sentarse a su lado en su reposo
nocturno En ausencia de los artesanos, su espíritu seguía
transformando la materia, como si la obra continuara por sí sola, más
allá de los hombres
El taller del Trazo Esta parte de su remo le estaba prohibida En ese
modesto edificio se elaboraba, sin embargo, el santuario de Yahvé
Salomón no resistió el deseo de empujar la puerta
Se abrió
En el umbral, una puerta de granito en miniatura En el frontón, una
inscripción «Tú que crees ser un sabio, sigue buscando la sabiduría»
En el techo, estrellas de cinco brazos alternándose con soles alados
En el suelo, un tendel de trece nudos que rodeaba un rectángulo
plateado En las esquinas de la estancia, jarras y recipientes que
contenían escuadras, codos y papiros cubiertos de signos geométricos
En el muro del fondo, una segunda inscripción «No te cargues con
bienes de esta tierra; vayas donde vayas, si eres justo, nada te
faltará»
Salomón meditó largo rato en el interior del taller Hiram se había
burlado de él, pretendiendo darle una lección Al nombrar a Caleb
guardián, el maestro de obras sabía que no opondría obstáculo alguno
a
la curiosidad que, fatalmente, llevaría al rey a la obra desierta
Palabras y objetos habían sido dispuestos para el indiscreto
visitante
La vanidad de un tirano habría sufrido cruelmente Pero Salomón vivió
la prueba con la sensación de pertenecer, en adelante, a una cofradía
que, en vez de rebajarle, exaltaba en él el amor a la sabiduría
También a él le habría gustado manejar los útiles, vivir la calidez
de
una fraternidad, empeñarse en la perfección de un trabajo concluido
Pero era el rey Y nadie sino él mismo podía recorrer el camino que
Dios le había trazado
¿No era un hijo la corona de los ancianos, un brote de olivo que
debía
crecer bajo un cielo luminoso, la flecha en manos de un héroe, la
recompensa de un sabio? Sí, un hijo se anunciaba como una bendición
La reina de Israel iba a dar a luz al hijo de Salomón, ayudada por
vanas comadronas que la colocaron en la silla de partos El rey
imaginaba el delicioso instante en el que tendría en sus brazos aquel
cuerpecito que sería bañado, frotado con sal y envuelto en pañales
antes de que Salomón lo mostrara a una numerosa concurrencia que
lanzaría gritos y aclamaciones El monarca soñaba en la ceremonia de
la
circuncisión El sacerdote llevaría a cabo con precisión la ablación
del prepucio y colocaría en la herida un emplasto de aceite, comino y
vino El padre tomaría al hijo en sus rodillas y, calmando el dolor
con
su magnetismo, le hablaría de su porvenir de heredero de la corona Le
enseñaría que olvidar el uso del bastón suponía odiar a su hijo
Locura
y ruina acechaba a aquel cuyo padre no encaminaba hacia el cielo Los
lamentos de Nagsara inquietaron a Salomón La joven sufría por el
castigo divino que pesaría sobre el nacimiento de los humanos hasta
el
final de los siglos
Se produjo el parto Una comadrona presentó al recién nacido a Salomón
El rey lo rechazó
Nagsara no le había dado un hijo sino una hija
La madre, considerada impura, debía permanecer aislada durante
veinticuatro días Le estaba prohibido salir de su alcoba
Nagsara no dejaba de llorar ¿Cómo podría hacerse perdonar? Dando un
hijo a Salomón, habría recuperado el corazón de su esposo Aquella
niña, a la que ni siquiera había querido ver, injuriaba la grandeza
del rey de Israel
Cuando Salomón aceptó visitarla, Nagsara imploro su clemencia
-¡Olvidemos esa desgracia, dueño mío! ¡Os juro que concebiré un hijo!
-Tengo otras preocupaciones Descansa, Nagsara. estás agotada
-No Me siento fuerte Deseo levantarme y serviros
-No hagas locuras. Ponte en manos de tus sirvientas.
-Yo necesito las vuestras.
Salomón permanecía distante.
-La administración del país requiere siempre mi presencia.
La joven sintió un nudo en la garganta. Se negaba a creer en la
decadencia que la acechaba.
-¿Cuándo volveré a veros?
-Lo ignoro.
-¿Queréis decir que... me repudiáis?
-Eres la hija del faraón y mi esposa. Con tu presencia, Siamon unió
el
destino de Egipto al de Israel. No romperé esta unión ni la nuestra.
Jamás te repudiaré.
La esperanza abrió el ennegrecido cielo. Nagsara se inflamó.
-Entonces, vuestro amor no ha muerto... Permitid que permanezca a
vuestra lado. Callaré, seré más impalpable que una sombra, más
transparente que un rayo de sol, más suave que la brisa otoñal.
Salomón tendió las manos a Nagsara, que las besó con fervor.
-No tengo derecho a mentirte, Nagsara. Te he amado, pero la llama se
extinguió. La pasión huyó como un caballo embriagado por los grandes
espacios. Como el de mi padre, mi deseo salta de valle en colina, de
promontorio en montaña. Ninguna mujer me aprisionará.
-¡Venceré a mis rivales! Las desgarraré con las uñas, las arrojaré a
la podredumbre de la Gehena.
-Apacigua esta fiebre, esposa mía. El odio no puede alimentar el
amor.
-Sólo vuestro afecto me importa. Todas mis fuerzas se consagrarán a
conquistarlo.
-Ya tienes mi respeto.
-No me basta y nunca me bastará.
Salomón se apartó. ¡Cómo le hubiera gustado sentir la misma pasión
que
la joven egipcia! Pero ¿qué ser humano podía rivalizar con el templo?
Era lo único que llenaba el corazón del rey. Lo único que, en
adelante, tendría su amor. El placer era sólo exaltación pasajera y
distracción del cuerpo. El templo absorbía todo el ser del soberano
de
Israel.
Cuando salió de la alcoba, la reina, pese a su debilidad, decidió
consultar la llama. ¿Cuántos años de su existencia le robaría, esta
vez, para concederle la verdad? Al final de su videncia, Nagsara se
desvaneció. Permaneció varias horas inconsciente.
Cuando despertó, sabía.
En el azul anaranjado de la llama del más allá no había visto el
rostro de una rival sino un inmenso monumento, delirantes piedras,
que
dominaba una ciudad regocijada.
El templo de Jerusalén. El templo de Salomón.
Así, el santuario de Yahvé mataba en Salomón cualquier ternura hacia
la mujer que le ofrecía su vida. ¿Cómo combatir un ser de piedra que,
día tras día, se hacía más poderoso, sino golpeando a quien lo hacía
crecer, el arquitecto Hiram?
Nagsara recurriría a la diosa Sekhmet, la terrorífica, la
destructora,
la propagadora de enfermedades.-El templo está acabado -declaró
Hiram-. Hace más de seis años que mi cofradía inició la Obra. Que hoy
os sea confiada, rey de Israel.
Salomón se levantó, bajó los peldaños del estrado donde estaba
sentado
en el trono y se puso frente al arquitecto.
-Que Dios proteja a sus servidores. Condúceme hacia Su morada,
maestre
Hiram.
Uno junto a otro, ambos hombres salieron del palacio, pasaron por el
gran patio inundado de ardiente sol y penetraron en el área sagrada
por el pasaje que unía la mansión del rey a la de Yahvé.
Se detuvieron ante dos columnas de bronce, de diez metros de altura,
que soportaban unos capiteles también de bronce adornados con
granadas.
-Estas columnas están vacías y sólo sostienen los frutos que
contienen
las mil y una riquezas de la creación -indicó Hiram.
El maestro de obras pensaba en el árbol que había albergado el
cadáver
de Osiris. En el ser del dios, la resurrección había vencido la
muerte. Las dos columnas, análogas a los obeliscos que precedían el
pilón* de acceso, anunciarían a quien se dirigiera al santuario la
necesidad de morir al mundo de las apariencias, el paso a través del
fuste vertical para renacer en forma de granada y, luego, estallar
como un fruto maduro en el deslumbramiento de lo sagrado.
Salomón se aproximó a la columna de la derecha y le impuso su sello.
-Dios establecerá aquí su trono para siempre -afirmó-. Por ello te
llamo Jakin*
Luego hizo lo mismo con la columna de la izquierda.
-¡Que Dios se regocije en la fuerza de Dios! Por ello te llamo Booz**
Para el monarca, las dos columnas se levantaban como árboles de vida
cuya irradiación se abría al universo en el que había soñado y que
veían materializarse ahora. Con su genio, Hiram hacía posible el
regreso al paraíso, al bendito lugar previo a la caída y al pecado.
Más allá de aquella frontera, una estancia de diez metros de ancho y
cinco metros de largo, vestíbulo vacío de cualquier objeto, con las
paredes decoradas con flores esculpidas, palmas y leones alados
cubiertos de oro fino, brillando la viva luz. Hiram había traspuesto
así la sala del templo egipcio que precedía al santuario secreto.
* El pilón, símbolo de la región de la luz donde resucita
cotidianamente el sol, es un macizo monumental que señala la entrada
del templo egipcio.
* Juego de palabras ritual con el término «establecer, erigir». **
Juego de palabras ritual con el término «fuerza».
*** Durante el saqueo de Jerusalén, los legionarios del emperador
romano Tito consideraron ese candelabro como la pieza más preciosa
del
botín. Simbolizaba el misterio del universo y el conocimiento de sus
leyes.
-Este lugar se llamará ulam, «el que está delante» -decidió Salomón-.
Aquí se purificarán los sacerdotes.
Un tabique de madera cerraba aquel nártex. En el centro, una puerta
cuyas pesadas hojas de madera de ciprés abrió el rey.
Se acostumbró. Vio en las paredes, cubiertas Descubrió una gran sala
de veinte metros de largo, diez de ancho y quince de alto. Ventanas
con barrotes de piedra dispensaban una débil claridad. Salomón
De madera de cedro, guirnaldas de flores y palmas de oro. En el
dintel, un triángulo. En el suelo, un entablado de ciprés.
Hiram había colocado cinco candelabros de oro a la izquierda de la
entrada y cinco a la derecha. A uno y otro lado del centro, un altar
de oro y una mesa de bronce. Así había traducido la cámara del centro
y la sala de las ofrendas donde oficiaba el faraón de Egipto.
Salomón se descalzó.
-Quien penetre en este lugar, el hékal, andará con los pies desnudos.
En el altar se depositarán incienso y perfumes, para que Dios se
alimente cada día con la sutil esencia de las cosas. En la mesa, los
doce panes de la ofrenda. En el corazón del Santo, un candelabro de
siete brazos*** cuya luz simbolizará el misterio de la vida en
espíritu.
Salomón iba de sorpresa en sorpresa. Hiram no sólo había manifestado
el templo perfecto sino que, además, un espíritu hablaba a través del
rey, dictándole las palabras que daban nombre a las partes del
edificio.
Se detuvo cerca de la cortina que separaba el hékal de la última
estancia del templo.
-¿Está sumida en las tinieblas?
-No entra luz alguna -respondió Hiram, que sé había inspirado en el
naos, lugar secreto donde el faraón comulgaba con la divinidad.
¿No revelaban las Escrituras que Yahvé exigía vivir en la oscuridad?
Salomón levantó el velo. Hiram impidió que volviera a caer; el
monarca
pudo así contemplar el interior de aquella enorme piedra cúbica de
diez metros de arista, desprovista de ventanas.
-Éste es el debir, la cámara oculta -murmuró.
Los muros del Santo de los santos estaban cubiertos con el oro de
Saba, siempre invisible para el profano. Aquí sólo entraría el rey y
su delegado, el sumo sacerdote.
El suelo se levantaba por encima del de las demás estancias, de
acuerdo con el simbolismo egipcio que hacía unirse en el infinito la
bóveda celeste, que iba descendiendo poco a poco, y el enlosado
terrestre que se levantaba hacia ella.
Debajo, el gigantesco bloque de granito caído del cielo.
-Aquí se conservará el Arca de la alianza, el relicario que mantiene
entre su pueblo la presencia de Dios -decidió Salomón.
El rey se volvió hacia Hiram.
-Dejadme solo.
La cortina cayó.
Sumido en las tinieblas del Santo de los santos, Salomón saboreó la
paz del Señor. En aquel instante de plenitud, en el seno del
aislamiento que exigía la invisible luz de Dios, el monarca llegó al
apogeo de su reinado. Lo que había esperado, no para sí mismo sino
para gloria del Único, se había convertido en realidad. Al final del
camino, había aquel vacío implacable y sereno.
Aquí, en adelante, Salomón vendría a implorar la sabiduría.
Cuando salió del templo, el rey se sintió deslumbrado por el sol. Lo
que vio, le asombró hasta el punto de creer en una alucinación.
En el atrio, no enlosado todavía, se levantaban dos personajes alados
de cabeza humana, de cinco metros de altura. Hechos con madera de
olivo cubierta de oro, se parecían a las esfinges que custodiaban las
avenidas que conducían a los templos de Egipto. Maestre Hiram les
había dado el rostro de Salomón.
-He aquí la gran obra de los maestros -dijo Hiram.
Salomón contempló las pasmosas esculturas. Ni un solo defecto
mancillaba su magnificencia. ¿Quién sino el rey de los cielos podía
contemplar aquellos ángeles a quienes las Escrituras llamaban
Querubines?
-Que sean colocados en el Santo de los santos y que desaparezcan de
la
vista de los hombres -decidió Salomón-. Sus alas protegerán el Arca
de
la alianza. Encarnarán el aliento de Dios. Se llevarán, en su vuelo,
las almas de los justos.
El rey admiró de nuevo las dos columnas, recorriendo con su espíritu
el eje del templo.
-¿Podemos proceder a la inauguración, maestre Hiram?
-El atrio y los edificios anexos no están terminados.
-¿Son necesarios?
-¿No los consideráis indispensables? Sin ellos, el templo no estaría
completo.
Salomón calmó su impaciencia. Maestre Hiram tenía razón.
-Además, quiero dar nacimiento a una obra -añadió el arquitecto-.
Toda
la cofradía trabajará, ayudada por los fundidores.
-¿Durante cuánto tiempo?
-Algunos meses, si me concedéis un total apoyo.
-¿Cómo podría ser de otro modo, maestre Hiram? Si las palabras
pudieran decir...
El rey se interrumpió. Dar las gracias al arquitecto por haber
cumplido su contrato, sería rebajarse. Un monarca no tenía derecho a
expresar sentimientos de agradecimiento a su servidor, aunque fuera
maestro de obras. A Salomón le habría gustado testimoniar su amistad
a
aquel huraño arquitecto, compartir con él sus inquietudes y sus
esperanzas. Pero su función se lo impedía.
Sentado entre las columnas, Hiram asistía a la puesta de sol.
Agotados, los miembros de la cofradía descansaban antes de
reemprender
los trabajos. Serían muy peligrosos. El arquitecto tomaría todas las
precauciones posibles para evitar poner en peligro la existencia de
sus artesanos. Pagaría con su propia persona, pero necesitaría ayuda.
La muerte de uno de sus compañeros de obra le sería insoportable. Sin
embargo, era imposible abandonar la idea que había germinado en su
espíritu. Para coronar el templo y purificarse del sobrehumano
esfuerzo realizado durante aquellos largos años de exilio, su visión
debía tomar forma.
Hiram lamentaba que su entrevista con Salomón, en el inconcluso
atrio,
hubiera sido tan corta. Habría deseado gritarle la admiración que
sentía por un rey embriagado de sacralidad, decirle la amistad nacida
a través de las pruebas. Pero Salomón reinaba sobre Israel y él sobre
su cofradía. El monarca no había manejado los útiles, derramado
sudor,
no se había despellejado las manos. Nunca sería aquel hermano en las
penas y en las alegrías. Lo que el rey y él habían llevado a cabo los
superaba sin unirles.
Con los últimos rayos del ocaso, Hiram vagabundeó por la obra. Dentro
de unos días desmontaría el taller del Trazo. El trabajo y los
sufrimientos de los constructores desaparecerían de la Historia. El
edificio que habían creado se les escapaba para siempre.
El pie del maestro de obras golpeó un fragmento de calcáreo que
cubría
un agujero. Saliendo de su escondrijo, un escorpión negro huyó en
busca de otro refugio.
El escorpión de la diosa Serket. La que oprimía las gargantas,
impedía
que el aire pasara y preparaba la llegada de la muerte... ¿El asesino
de oscuro caparazón era portador de algún presagio?
¿De qué muerte se hacía mensajero?
El templo de Dios est� concluido -declar� Hiram Abiff-
Hiram enroll� el papiro que conten�a el plano del templo. Llev�ndolo
en sus brazos, se dirigi� al extremo de la roca, donde se levantar�a
el Santo de los santos. Luego, peg� fuego a las hojas cosidas unas a
otras.
El arquitecto no necesitaba ya plano. Entre las llamas desaparec�an
las claves de las proporciones y las medidas que s�lo subsistir�an en
su memoria. El edificio se hab�a convertido en carne del maestro de
obras, en su sustancia. No cometer�a error alguno al guiar a los
maestros y compa�eros en el desarrollo del dise�o. En adelante, el
templo hablar�a a trav�s de �l. El deseo de crearlo abrasaba como una
pasi�n insaciable. Para seguir viviendo, Hiram deb�a construir.
En la luz anaranjada que se levantaba hacia el cielo nocturno, el
arquitecto distingui� otras llamas. Alguien, a lo lejos, hab�a
encendido otro fuego, ins�lita respuesta al sacrificio llevado a cabo
por el maestro de obras. Hiram, intrigado, sali� de la obra y sigui�
a
lo largo del muro de palacio. Dominando la ciudad de David, la fuente
de Gih�n y el valle del Cedr�n, descubri� el lugar de donde surg�a
una
hoguera que desprend�a un humo negro y nauseabundo. Cruzando la
barrera establecida por los soldados de Salom�n, Hiram camin� hasta
el
lindero de aquel valle profundo y aislado. All�, agachados, estaban
unos mendigos que no parec�an incomodados por el hedor a carne
quemada.
-No vay�is all�, se�or -recomend� uno de ellos-. Es la Gehena, el
vertedero de Jerusal�n. Ni siquiera los miserables como nosotros se
atreven a penetrar ah�.
-Anta�o, se mataba a los inocentes para apaciguar la c�lera de Moloch
-
a�adi� otro-. Hoy, tiran la basura y los cad�veres de animales. Los
antiguos demonios siguen merodeando por ah�...
-Por la noche, los espectros devoran a quien se aventura por ese
vertedero -precis� un tercero.
Los mendigos no bromeaban. Hiram tom� muy en serio su advertencia.
Pero una fuerza irresistible le obligaba a explorar la Gehena. Pese a
los lamentos de aquellos desgraciados, sigui� avanzando.
Era, efectivamente, el infierno. Inmundos desechos y hedores agred�an
la vista y el olfato. El arquitecto salt� sobre montones de huesos.
El
fuego brillaba al fondo de aquel valle de desesperaci�n cuyo horror
rechazaba la presencia humana. Sin embargo, al pie de las llamas, con
el rostro enrojecido, un hombre harapiento re�a con demente
carcajada.
-�Impuro! -grit� al ver a Hiram-. Eres un impuro, s�lo yo soy puro.
El loco ten�a el rostro y las manos cubiertos de tatuajes que
representaban a Moloch y otros demonios de ensangrentadas fauces.
-�No sigas adelante! �No tienes derecho!
Por unos instantes, el fulgor ilumin� una maciza forma cubierta de
inmundicias. El arquitecto se acerc�.
-�Detente! �S�lo un ser puro puede tocar esta piedra!
Perdido en plena Gehena, un enorme bloque de granito rosado yac�a en
el suelo. Hiram pens� en las ense�anzas de su maestro. �No se trataba
de la piedra ca�da del cielo, del tesoro ofrecido a los artesanos por
el arquitecto de los hombres para que construyeran en ella el
santuario de Dios?
El pose�do se levant�. Bruscamente, su delirio se apacigu�.
-�No toques este bloque, maestro de obras! Ninguna fuerza, ni de lo
alto ni de abajo, podr� levantarla.
Hiram no atendi� aquella orden. Cuando su mano entr� en contacto con
el granito perfectamente pulido, supo que aquella obra maestra
proced�a de Egipto. S�lo un adepto de la Casa de la Vida hab�a podido
hacer tan lisa aquella superficie negra y rosada.
-Olv�dalo -le exhort� el pose�do-. �M�rchate, al�jate de aqu�! �De lo
contrario, tu obra ser� destruida!
El loco lanz� un aullido que lleg� al cielo. De un salto, se arroj�
al
fuego. Sus harapos se inflamaron, sus cabellos se transformaron en
una
antorcha. Muri� entre carcajadas.
Aterrado, Hiram sinti� sin embargo una viva alegr�a. Acababa de
descubrir la piedra angular del templo.
Despu�s de que un centenar de hombres hubieron trazado un camino en
las basuras de la Gehena y hubieran librado el bloque de su ganga de
podredumbre, Hiram y los maestros intentaron en vano desplazarlo.
Primero ser�a necesario cavar la tierra a gran profundidad y, luego,
construir unos s�lidos aparejos.
Salom�n, acompa�ado por el general Banaias y su secretario Elihap,
acudi� a admirar la maravilla Tambi�n �l la toc� con respeto
-�C�mo pens�is emplear este bloque?
-Como cimiento del Santo de los santos -repuso Hiram- Siempre que
pueda manejarlo
Salom�n se volvi� hacia occidente, cerr� su mano derecha sobre el
rub�
y levant� la cabeza al cielo
-D�nde los hombres fracasan, los elementos tienen �xito �Advert�s el
poderoso soplo que comienza, maestre Hiram?
Se levant� un violento viento M�s rabioso que el khamsin, sacud�a los
cuerpos hasta hacerlos vacilar
-Conozco el esp�ritu del viento -prosigui� Salom�n- S� d�nde se
forma,
en la inmensidad del universo, junto a las orillas del mar de las
algas �l, por orden del Eterno, abri� las olas del mar Rojo para
dejar
pasar a mi pueblo Hoy, su fuerza ser� mayor todav�a Levantar� la
piedra
Desencadenado, el tempestuoso hurac�n oblig� a Elihap y Banaias a
protegerse Salom�n permanec�a de pie, como insensible Su mirada se
cruz� con la de Hiram cuando el bloque gimi�, como si se arrancara de
su base El arquitecto no vacil� Con una se�al, orden� a los maestros
que rodearan la piedra con cuerdas Uno de ellos fue a buscar a los
compa�eros Con la ayuda del viento, procedente de la ra�z del cosmos,
tras haber derramado leche sobre el camino de sirga, la cofrad�a hizo
deslizarse la piedra angular del templo hacia su destino
Mientras Jerusal�n festejaba la reuni�n de la Hasartha,* en la que el
pueblo, consumiendo panes de ofrenda, conmemoraba el don de la ley
divina a Mois�s, Hiram acababa de erigir los imponentes troncos de
cipr�s de perfumada madera que cubrir�an el suelo del templo Luego,
comprob� el perfecto estado de los olivos, elegidos uno a uno en la
campi�a Estos �rboles empapados de sol, de doce metros de altura y
cuatrocientos a�os de edad, al me nos, proporcionar�an la materia de
las simb�licas esculturas que adornar�an el santuario Las piedras
talladas en las canteras, puestas sobre z�calos de granito, formaban
un imponente cortejo aguardando ser utilizadas en la construcci�n Se
anunciaba la etapa decisiva Durante varios d�as, nadie hab�a o�do el
canto de los cinceles, los martillos, los raspadores, los pulidores
El
hierro no rompi� el silencio de la cantera pues maestros y compa�eros
hab�an recibido, por boca del maestro de obras, los secretos
necesarios para transponer en el espacio el arte del Trazo inscrito
en
el plano de la obra
Los narradores, ante una apasionada muchedumbre, propon�an cien
explicaciones, a cu�l m�s magn�fica, para justificar esa ausencia de
ruidos. Primero, gracias a la intervenci�n de Salom�n, los demonios
hab�an dejado de des trozar cada noche el trabajo de los
constructores
Luego, por orden del rey, se hab�an castigado participando en la
construcci�n Rindiendo homenaje a la sabidur�a de Salom�n, aquellas
* Pentecost�s 200
fuerzas hostiles hab�an aceptado ayudar a los artesanos Brotando de
la
tierra, de las aguas, de los aires, de las llanuras y los barrancos,
de los bosques y los desiertos, surgiendo de los metales ocultos en
las profundidades, de la savia de los �rboles, de los rel�mpagos de
la
tempestad, de las olas del mar o del perfume de las flores, los
demonios se inclinaron ante Salom�n, que los marc� con su sello As�,
transportaron bloques y troncos, oro y bronce, arrastr�ndolos por el
suelo Pero el m�s inspirado de los narradores sab�a mas todav�a un
�guila de mar, de alas tan vastas que su cuerpo se extend�a del
oriente al occidente y del mediod�a al septentri�n, hab�a tra�do a
Salom�n una piedra m�gica extra�da de la monta�a del poniente El rey
se la hab�a entregado a Hiram, envolvi�ndola en una preciosa tela
colocada en el interior de una cofre de oro Al maestro de obras le
bastaba con trazar una se�al en la roca de la cantera y colocar el
talism�n la piedra se hend�a por s� misma Los canteros ya s�lo ten�an
que transportar los bloques hasta la obra Para ajustar las unas a las
otras, no necesitaban pulidor gracias al regalo del �guila, se
ensamblaban con tal exactitud que no era necesaria juntura alguna
-Hemos fracasado -advirti� Sadoq- Salom�n e Hiram son m�s fuertes que
nunca
Reunidos en el s�tano de la ciudad baja, lejos de o�dos curiosos,
Ehhap y Jeroboam pon�an mala cara Seg�n el informe del secretario,
los
trabajos del templo, tras cinco a�os de minuciosa preparaci�n,
avanzaban ahora con sorprendente rapidez Concluidos los cimientos,
colocadas ya las primeras hiladas de piedras, emplazado el bloque
fundacional del Santo de los santos, el santuario crec�a a un nuevo
ritmo Por lo que al palacio del rey se refer�a, iba embelleci�ndose
d�a tras d�a La sala de audiencias estaba decorada Ma�ana se
edificar�a el Tesoro
El pueblo estaba furioso El esfuerzo pedido por Salom�n le parec�a
ligero Si la sabidur�a inspiraba al rey y habitaba en su coraz�n,
�por
qu� no concederle una total confianza9 Cumpl�a lo que hab�a prometido
La orgullosa roca, cuya soberbia hab�a sido dome�ada por la cofrad�a
de Hiram, se hab�a convertido en servidora del templo de Dios donde
brillar�a la luz de la paz
-Esos malditos artesanos no han tenido miedo -se quej� Jeroboam- Sin
embargo, el atentado contra el guardi�n del umbral habr�a debido
provocar una desbandada Si volvi�ramos a empezar
-Es in�til -objet� Ehhap-. Maestre Hiram les libra de todo temor
Est�n
dispuestos a morir por �l y no ceder�n ante ninguna amenaza
Furioso, el gigante pelirrojo golpe� con el pu�o el h�medo muro
-�Destruyamos pues al arquitecto!
-Demasiado peligroso -consider� el sumo sacerdote-. Est� protegido
por
los maestros y los compa�eros. Las investigaciones de Salom�n pronto
llegar�an a nosotros. Si atac�ramos a maestre Hiram, perder�amos la
vida.
-�Tenemos pues que abandonar la lucha, resignarnos al triunfo de
Salom�n e Hiram?
-Claro que no, nos queda la astucia. �No es verdad, Elihap, que
algunos aprendices se quejan de los modestos salarios?
-Es cierto -repuso el secretario-. Desean convertirse en compa�eros,
pero maestre Hiram no piensa conceder ascensos.
-Sembremos pues el desorden en la cofrad�a -propuso Sadoq.
-Esos hombres han prestado juramento -record� Egipto-. No
traicionar�n
a su jefe.
-Todo individuo tiene su precio -dijo Jeroboam-. Dispong�monos a
pagarlo.
39
El primer d�a de la fiesta del esquileo de las ovejas y la
consagraci�n de los reba�os, a comienzos de est�o, Hiram dio descanso
a los artesanos de la cofrad�a. Participaron en los banquetes
organizados por los campesinos, que no obtuvieron respuesta alguna a
las m�ltiples preguntas sobre el estado de los trabajos.
El arquitecto no asisti� a ninguna festividad. Paseaba por la
campi�a,
lejos de las aldeas, acompa�ado por su perro.
Ante la puerta de la obra se hallaba un Caleb furioso por haber sido
nombrado guardi�n del umbral exterior. �Qu� largas le parec�an las
horas! �Qui�n se atrever�a a pedirle paso cuando m�s de cien
soldados,
de acuerdo con maestre Hiram, vigilar�an el lugar hasta que regresara
la cofrad�a? Al cojo le horrorizaba la soledad, sobre todo cuando
perd�a la ocasi�n de comer hasta hartarse y embriagarse con vino
fresco. Nadie se opon�a ya a la construcci�n del templo. Todos
esperaban con impaciencia poder contemplar su esplendor. Caleb
hubiera
sido m�s �til llenando las copas que vigilando el vac�o, sentado a la
magra sombra de la puerta de la obra. Cu�l no fue su sorpresa, pronto
te�ida de temor, cuando vio avanzar hacia �l a un hombre alto, tocado
con una diadema de oro y vestido con una t�nica blanca con orla de
oro.
Reconociendo al rey Salom�n, Caleb tembl�.
-�Nadie..., nadie puede entrar aqu� sin saber la contrase�a! -declar�
con voz insegura.
El soberano sonri�.
-Mi sello me da acceso a todos los mundos. Si te opones a m�, te
transformar� en bestia salvaje o en demonio sin cabeza.
Caleb se arrodill� ante Salom�n
-�Se�or, he recibido �rdenes'
-�Eres miembro de la cofrad�a?
-Un poco, s�lo un poco �Pero no se nada importante!
-En ese caso, olvidar�s mi venida Cont�n tu lengua y ap�rtate de mi
camino
�No pertenec�a el templo al rey de Israel? �Qu� importancia ten�a que
lo viera antes o despu�s9 Aun cojo, a Caleb le gustaba la forma
humana
que Dios le hab�a dado Enfrentarse con la magia real hubiera sido una
sinraz�n Por lo tanto obedeci� con diligencia
Cruzado el umbral, Salom�n avanz� con paso lento por los dominios de
Hiram
Ocultos por la empalizada, los muros del templo hab�an sido
construidos con ladrillos forrados de madera La parte inferior se
compon�a de tres hiladas de piedras talladas, coronadas por filas de
maderos de cedro que serv�an de armadura y aseguraban la cohesi�n
hasta lo m�s alto Un envigado de madera de cedro sujeto a los muros
por cabestrillos formaba un robusto techo que soportar�a las terrazas
El conjunto daba una impresi�n de gracia y serenidad El arquitecto
hab�a sabido traducir en las l�neas del edificio los m�s secretos
pensamientos de Salom�n, su ardiente deseo de una paz que quer�a
extender a todo el mundo Tablas y bloques de calc�reos imped�an el
acceso Frustrado, el rey se introdujo en la parte de la obra donde se
guardaban los �tiles y se levantaba el taller de Hiram. El silencio
del lugar, tan animado por lo com�n, le colmaba de difusa felicidad
Ten�a la sensaci�n de colaborar en el trabajo de los escultores, de
percibir la belleza de sus gestos, de sentarse a su lado en su reposo
nocturno En ausencia de los artesanos, su esp�ritu segu�a
transformando la materia, como si la obra continuara por s� sola, m�s
all� de los hombres
El taller del Trazo Esta parte de su remo le estaba prohibida En ese
modesto edificio se elaboraba, sin embargo, el santuario de Yahv�
Salom�n no resisti� el deseo de empujar la puerta
Se abri�
En el umbral, una puerta de granito en miniatura En el front�n, una
inscripci�n �T� que crees ser un sabio, sigue buscando la sabidur�a�
En el techo, estrellas de cinco brazos altern�ndose con soles alados
En el suelo, un tendel de trece nudos que rodeaba un rect�ngulo
plateado En las esquinas de la estancia, jarras y recipientes que
conten�an escuadras, codos y papiros cubiertos de signos geom�tricos
En el muro del fondo, una segunda inscripci�n �No te cargues con
bienes de esta tierra; vayas donde vayas, si eres justo, nada te
faltar�
Salom�n medit� largo rato en el interior del taller Hiram se hab�a
burlado de �l, pretendiendo darle una lecci�n Al nombrar a Caleb
guardi�n, el maestro de obras sab�a que no opondr�a obst�culo alguno
a
la curiosidad que, fatalmente, llevar�a al rey a la obra desierta
Palabras y objetos hab�an sido dispuestos para el indiscreto
visitante
La vanidad de un tirano habr�a sufrido cruelmente Pero Salom�n vivi�
la prueba con la sensaci�n de pertenecer, en adelante, a una cofrad�a
que, en vez de rebajarle, exaltaba en �l el amor a la sabidur�a
Tambi�n a �l le habr�a gustado manejar los �tiles, vivir la calidez
de
una fraternidad, empe�arse en la perfecci�n de un trabajo concluido
Pero era el rey Y nadie sino �l mismo pod�a recorrer el camino que
Dios le hab�a trazado
�No era un hijo la corona de los ancianos, un brote de olivo que
deb�a
crecer bajo un cielo luminoso, la flecha en manos de un h�roe, la
recompensa de un sabio? S�, un hijo se anunciaba como una bendici�n
La reina de Israel iba a dar a luz al hijo de Salom�n, ayudada por
vanas comadronas que la colocaron en la silla de partos El rey
imaginaba el delicioso instante en el que tendr�a en sus brazos aquel
cuerpecito que ser�a ba�ado, frotado con sal y envuelto en pa�ales
antes de que Salom�n lo mostrara a una numerosa concurrencia que
lanzar�a gritos y aclamaciones El monarca so�aba en la ceremonia de
la
circuncisi�n El sacerdote llevar�a a cabo con precisi�n la ablaci�n
del prepucio y colocar�a en la herida un emplasto de aceite, comino y
vino El padre tomar�a al hijo en sus rodillas y, calmando el dolor
con
su magnetismo, le hablar�a de su porvenir de heredero de la corona Le
ense�ar�a que olvidar el uso del bast�n supon�a odiar a su hijo
Locura
y ruina acechaba a aquel cuyo padre no encaminaba hacia el cielo Los
lamentos de Nagsara inquietaron a Salom�n La joven sufr�a por el
castigo divino que pesar�a sobre el nacimiento de los humanos hasta
el
final de los siglos
Se produjo el parto Una comadrona present� al reci�n nacido a Salom�n
El rey lo rechaz�
Nagsara no le hab�a dado un hijo sino una hija
La madre, considerada impura, deb�a permanecer aislada durante
veinticuatro d�as Le estaba prohibido salir de su alcoba
Nagsara no dejaba de llorar �C�mo podr�a hacerse perdonar? Dando un
hijo a Salom�n, habr�a recuperado el coraz�n de su esposo Aquella
ni�a, a la que ni siquiera hab�a querido ver, injuriaba la grandeza
del rey de Israel
Cuando Salom�n acept� visitarla, Nagsara imploro su clemencia
-�Olvidemos esa desgracia, due�o m�o! �Os juro que concebir� un hijo!
-Tengo otras preocupaciones Descansa, Nagsara. est�s agotada
-No Me siento fuerte Deseo levantarme y serviros
-No hagas locuras. Ponte en manos de tus sirvientas.
-Yo necesito las vuestras.
Salom�n permanec�a distante.
-La administraci�n del pa�s requiere siempre mi presencia.
La joven sinti� un nudo en la garganta. Se negaba a creer en la
decadencia que la acechaba.
-�Cu�ndo volver� a veros?
-Lo ignoro.
-�Quer�is decir que... me repudi�is?
-Eres la hija del fara�n y mi esposa. Con tu presencia, Siamon uni�
el
destino de Egipto al de Israel. No romper� esta uni�n ni la nuestra.
Jam�s te repudiar�.
La esperanza abri� el ennegrecido cielo. Nagsara se inflam�.
-Entonces, vuestro amor no ha muerto... Permitid que permanezca a
vuestra lado. Callar�, ser� m�s impalpable que una sombra, m�s
transparente que un rayo de sol, m�s suave que la brisa oto�al.
Salom�n tendi� las manos a Nagsara, que las bes� con fervor.
-No tengo derecho a mentirte, Nagsara. Te he amado, pero la llama se
extingui�. La pasi�n huy� como un caballo embriagado por los grandes
espacios. Como el de mi padre, mi deseo salta de valle en colina, de
promontorio en monta�a. Ninguna mujer me aprisionar�.
-�Vencer� a mis rivales! Las desgarrar� con las u�as, las arrojar� a
la podredumbre de la Gehena.
-Apacigua esta fiebre, esposa m�a. El odio no puede alimentar el
amor.
-S�lo vuestro afecto me importa. Todas mis fuerzas se consagrar�n a
conquistarlo.
-Ya tienes mi respeto.
-No me basta y nunca me bastar�.
Salom�n se apart�. �C�mo le hubiera gustado sentir la misma pasi�n
que
la joven egipcia! Pero �qu� ser humano pod�a rivalizar con el templo?
Era lo �nico que llenaba el coraz�n del rey. Lo �nico que, en
adelante, tendr�a su amor. El placer era s�lo exaltaci�n pasajera y
distracci�n del cuerpo. El templo absorb�a todo el ser del soberano
de
Israel.
Cuando sali� de la alcoba, la reina, pese a su debilidad, decidi�
consultar la llama. �Cu�ntos a�os de su existencia le robar�a, esta
vez, para concederle la verdad? Al final de su videncia, Nagsara se
desvaneci�. Permaneci� varias horas inconsciente.
Cuando despert�, sab�a.
En el azul anaranjado de la llama del m�s all� no hab�a visto el
rostro de una rival sino un inmenso monumento, delirantes piedras,
que
dominaba una ciudad regocijada.
El templo de Jerusal�n. El templo de Salom�n.
As�, el santuario de Yahv� mataba en Salom�n cualquier ternura hacia
la mujer que le ofrec�a su vida. �C�mo combatir un ser de piedra que,
d�a tras d�a, se hac�a m�s poderoso, sino golpeando a quien lo hac�a
crecer, el arquitecto Hiram?
Nagsara recurrir�a a la diosa Sekhmet, la terror�fica, la
destructora,
la propagadora de enfermedades.-El templo est� acabado -declar�
Hiram-. Hace m�s de seis a�os que mi cofrad�a inici� la Obra. Que hoy
os sea confiada, rey de Israel.
Salom�n se levant�, baj� los pelda�os del estrado donde estaba
sentado
en el trono y se puso frente al arquitecto.
-Que Dios proteja a sus servidores. Cond�ceme hacia Su morada,
maestre
Hiram.
Uno junto a otro, ambos hombres salieron del palacio, pasaron por el
gran patio inundado de ardiente sol y penetraron en el �rea sagrada
por el pasaje que un�a la mansi�n del rey a la de Yahv�.
Se detuvieron ante dos columnas de bronce, de diez metros de altura,
que soportaban unos capiteles tambi�n de bronce adornados con
granadas.
-Estas columnas est�n vac�as y s�lo sostienen los frutos que
contienen
las mil y una riquezas de la creaci�n -indic� Hiram.
El maestro de obras pensaba en el �rbol que hab�a albergado el
cad�ver
de Osiris. En el ser del dios, la resurrecci�n hab�a vencido la
muerte. Las dos columnas, an�logas a los obeliscos que preced�an el
pil�n* de acceso, anunciar�an a quien se dirigiera al santuario la
necesidad de morir al mundo de las apariencias, el paso a trav�s del
fuste vertical para renacer en forma de granada y, luego, estallar
como un fruto maduro en el deslumbramiento de lo sagrado.
Salom�n se aproxim� a la columna de la derecha y le impuso su sello.
-Dios establecer� aqu� su trono para siempre -afirm�-. Por ello te
llamo Jakin*
Luego hizo lo mismo con la columna de la izquierda.
-�Que Dios se regocije en la fuerza de Dios! Por ello te llamo Booz**
Para el monarca, las dos columnas se levantaban como �rboles de vida
cuya irradiaci�n se abr�a al universo en el que hab�a so�ado y que
ve�an materializarse ahora. Con su genio, Hiram hac�a posible el
regreso al para�so, al bendito lugar previo a la ca�da y al pecado.
M�s all� de aquella frontera, una estancia de diez metros de ancho y
cinco metros de largo, vest�bulo vac�o de cualquier objeto, con las
paredes decoradas con flores esculpidas, palmas y leones alados
cubiertos de oro fino, brillando la viva luz. Hiram hab�a traspuesto
as� la sala del templo egipcio que preced�a al santuario secreto.
* El pil�n, s�mbolo de la regi�n de la luz donde resucita
cotidianamente el sol, es un macizo monumental que se�ala la entrada
del templo egipcio.
* Juego de palabras ritual con el t�rmino �establecer, erigir�. **
Juego de palabras ritual con el t�rmino �fuerza�.
*** Durante el saqueo de Jerusal�n, los legionarios del emperador
romano Tito consideraron ese candelabro como la pieza m�s preciosa
del
bot�n. Simbolizaba el misterio del universo y el conocimiento de sus
leyes.
-Este lugar se llamar� ulam, �el que est� delante� -decidi� Salom�n-.
Aqu� se purificar�n los sacerdotes.
Un tabique de madera cerraba aquel n�rtex. En el centro, una puerta
cuyas pesadas hojas de madera de cipr�s abri� el rey.
Se acostumbr�. Vio en las paredes, cubiertas Descubri� una gran sala
de veinte metros de largo, diez de ancho y quince de alto. Ventanas
con barrotes de piedra dispensaban una d�bil claridad. Salom�n
De madera de cedro, guirnaldas de flores y palmas de oro. En el
dintel, un tri�ngulo. En el suelo, un entablado de cipr�s.
Hiram hab�a colocado cinco candelabros de oro a la izquierda de la
entrada y cinco a la derecha. A uno y otro lado del centro, un altar
de oro y una mesa de bronce. As� hab�a traducido la c�mara del centro
y la sala de las ofrendas donde oficiaba el fara�n de Egipto.
Salom�n se descalz�.
-Quien penetre en este lugar, el h�kal, andar� con los pies desnudos.
En el altar se depositar�n incienso y perfumes, para que Dios se
alimente cada d�a con la sutil esencia de las cosas. En la mesa, los
doce panes de la ofrenda. En el coraz�n del Santo, un candelabro de
siete brazos*** cuya luz simbolizar� el misterio de la vida en
esp�ritu.
Salom�n iba de sorpresa en sorpresa. Hiram no s�lo hab�a manifestado
el templo perfecto sino que, adem�s, un esp�ritu hablaba a trav�s del
rey, dict�ndole las palabras que daban nombre a las partes del
edificio.
Se detuvo cerca de la cortina que separaba el h�kal de la �ltima
estancia del templo.
-�Est� sumida en las tinieblas?
-No entra luz alguna -respondi� Hiram, que s� hab�a inspirado en el
naos, lugar secreto donde el fara�n comulgaba con la divinidad.
�No revelaban las Escrituras que Yahv� exig�a vivir en la oscuridad?
Salom�n levant� el velo. Hiram impidi� que volviera a caer; el
monarca
pudo as� contemplar el interior de aquella enorme piedra c�bica de
diez metros de arista, desprovista de ventanas.
-�ste es el debir, la c�mara oculta -murmur�.
Los muros del Santo de los santos estaban cubiertos con el oro de
Saba, siempre invisible para el profano. Aqu� s�lo entrar�a el rey y
su delegado, el sumo sacerdote.
El suelo se levantaba por encima del de las dem�s estancias, de
acuerdo con el simbolismo egipcio que hac�a unirse en el infinito la
b�veda celeste, que iba descendiendo poco a poco, y el enlosado
terrestre que se levantaba hacia ella.
Debajo, el gigantesco bloque de granito ca�do del cielo.
-Aqu� se conservar� el Arca de la alianza, el relicario que mantiene
entre su pueblo la presencia de Dios -decidi� Salom�n.
El rey se volvi� hacia Hiram.
-Dejadme solo.
La cortina cay�.
Sumido en las tinieblas del Santo de los santos, Salom�n sabore� la
paz del Se�or. En aquel instante de plenitud, en el seno del
aislamiento que exig�a la invisible luz de Dios, el monarca lleg� al
apogeo de su reinado. Lo que hab�a esperado, no para s� mismo sino
para gloria del �nico, se hab�a convertido en realidad. Al final del
camino, hab�a aquel vac�o implacable y sereno.
Aqu�, en adelante, Salom�n vendr�a a implorar la sabidur�a.
Cuando sali� del templo, el rey se sinti� deslumbrado por el sol. Lo
que vio, le asombr� hasta el punto de creer en una alucinaci�n.
En el atrio, no enlosado todav�a, se levantaban dos personajes alados
de cabeza humana, de cinco metros de altura. Hechos con madera de
olivo cubierta de oro, se parec�an a las esfinges que custodiaban las
avenidas que conduc�an a los templos de Egipto. Maestre Hiram les
hab�a dado el rostro de Salom�n.
-He aqu� la gran obra de los maestros -dijo Hiram.
Salom�n contempl� las pasmosas esculturas. Ni un solo defecto
mancillaba su magnificencia. �Qui�n sino el rey de los cielos pod�a
contemplar aquellos �ngeles a quienes las Escrituras llamaban
Querubines?
-Que sean colocados en el Santo de los santos y que desaparezcan de
la
vista de los hombres -decidi� Salom�n-. Sus alas proteger�n el Arca
de
la alianza. Encarnar�n el aliento de Dios. Se llevar�n, en su vuelo,
las almas de los justos.
El rey admir� de nuevo las dos columnas, recorriendo con su esp�ritu
el eje del templo.
-�Podemos proceder a la inauguraci�n, maestre Hiram?
-El atrio y los edificios anexos no est�n terminados.
-�Son necesarios?
-�No los consider�is indispensables? Sin ellos, el templo no estar�a
completo.
Salom�n calm� su impaciencia. Maestre Hiram ten�a raz�n.
-Adem�s, quiero dar nacimiento a una obra -a�adi� el arquitecto-.
Toda
la cofrad�a trabajar�, ayudada por los fundidores.
-�Durante cu�nto tiempo?
-Algunos meses, si me conced�is un total apoyo.
-�C�mo podr�a ser de otro modo, maestre Hiram? Si las palabras
pudieran decir...
El rey se interrumpi�. Dar las gracias al arquitecto por haber
cumplido su contrato, ser�a rebajarse. Un monarca no ten�a derecho a
expresar sentimientos de agradecimiento a su servidor, aunque fuera
maestro de obras. A Salom�n le habr�a gustado testimoniar su amistad
a
aquel hura�o arquitecto, compartir con �l sus inquietudes y sus
esperanzas. Pero su funci�n se lo imped�a.
Sentado entre las columnas, Hiram asist�a a la puesta de sol.
Agotados, los miembros de la cofrad�a descansaban antes de
reemprender
los trabajos. Ser�an muy peligrosos. El arquitecto tomar�a todas las
precauciones posibles para evitar poner en peligro la existencia de
sus artesanos. Pagar�a con su propia persona, pero necesitar�a ayuda.
La muerte de uno de sus compa�eros de obra le ser�a insoportable. Sin
embargo, era imposible abandonar la idea que hab�a germinado en su
esp�ritu. Para coronar el templo y purificarse del sobrehumano
esfuerzo realizado durante aquellos largos a�os de exilio, su visi�n
deb�a tomar forma.
Hiram lamentaba que su entrevista con Salom�n, en el inconcluso
atrio,
hubiera sido tan corta. Habr�a deseado gritarle la admiraci�n que
sent�a por un rey embriagado de sacralidad, decirle la amistad nacida
a trav�s de las pruebas. Pero Salom�n reinaba sobre Israel y �l sobre
su cofrad�a. El monarca no hab�a manejado los �tiles, derramado
sudor,
no se hab�a despellejado las manos. Nunca ser�a aquel hermano en las
penas y en las alegr�as. Lo que el rey y �l hab�an llevado a cabo los
superaba sin unirles.
Con los �ltimos rayos del ocaso, Hiram vagabunde� por la obra. Dentro
de unos d�as desmontar�a el taller del Trazo. El trabajo y los
sufrimientos de los constructores desaparecer�an de la Historia. El
edificio que hab�an creado se les escapaba para siempre.
El pie del maestro de obras golpe� un fragmento de calc�reo que
cubr�a
un agujero. Saliendo de su escondrijo, un escorpi�n negro huy� en
busca de otro refugio.
El escorpi�n de la diosa Serket. La que oprim�a las gargantas,
imped�a
que el aire pasara y preparaba la llegada de la muerte... �El asesino
de oscuro caparaz�n era portador de alg�n presagio?
�De qu� muerte se hac�a mensajero?
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