La historia real tras el relato bíblico de la Torre de Babel

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Alcoseri Vicente

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Jun 9, 2024, 4:23:03 PMJun 9
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 ¿Conocéis la  historia real tras el relato bíblico de la Torre    de Babel? ¿Cuánto pudo llegar a medir? ¿Es posible  que fuese Alejandro Magno quien ordenó derribarla?  ¿Quién no ha oído hablar alguna vez de la Torre  de Babel, aquel colosal proyecto con el que,    según cuenta la Biblia, la humanidad intentó  desafiar a Dios? Seguro que a todos os suena    el ingenioso sistema con el que Dios boicoteó su  construcción: darles a cada uno de los hombres un    idioma diferente para que no pudieran entenderse  entre sí, lo que les impidió trabajar juntos y    llevar a cabo su propósito. Sin embargo, muy pocos  nos hemos detenido alguna vez a profundizar en    aquel relato, que no solo dejó su huella en la  Biblia, sino también en la literatura rabínica    y en el Corán, así como en las crónicas de  numerosos historiadores de la antigüedad.  La Biblia dedica a la Torre de Babel los primeros  nueve versículos del capítulo 11 del Génesis.    Dado que es un fragmento breve y nos parece muy  interesante desde un punto de vista cultural, os    lo vamos a leer íntegro. Como siempre advertimos  en las citas bíblicas, es posible que encontréis    pequeñas diferencias en función de la versión  de la Biblia que consultéis. En esta ocasión,    hemos empleado la Reina Valera Actualizada.  Dice lo siguiente: “Toda la tierra tenía un solo    idioma y las mismas palabras. Pero aconteció  que, al emigrar del oriente, encontraron una    llanura en la tierra de Sinar y se establecieron  allí. Entonces se dijeron unos a otros: 'Vengan,    hagamos adobes y quemémoslos con fuego'. Así  empezaron a usar ladrillo en lugar de piedra,    y brea en lugar de mortero. Y dijeron: 'Vengan,  edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide    llegue al cielo. Hagámonos un nombre, no sea  que nos dispersemos sobre la faz de toda la    tierra'. El Señor descendió para ver la ciudad  y la torre que edificaban los hombres. Entonces    dijo el Señor: 'He aquí que este pueblo está  unido, y todos hablan el mismo idioma. Esto es    lo que han comenzado a hacer, y ahora nada les  impedirá hacer lo que se proponen. Vamos, pues,    descendamos y confundamos allí su lenguaje, para  que nadie entienda lo que dice su compañero'. Así    los dispersó el Señor de allí sobre la faz  de toda la tierra, y dejaron de edificar la    ciudad. Por tanto, el nombre de dicha ciudad  fue Babel, porque el Señor confundió allí el    lenguaje de toda la tierra, y desde allí los  dispersó sobre la faz de toda la tierra”.  Y ya está, esa es toda la información que ofrece  la Biblia sobre Babel y su famosa torre. Para    comprender mejor este capítulo, hay que mencionar  que los hechos que narran tienen lugar poco    después del diluvio universal que acabó con toda  la humanidad menos con Noé y sus descendientes,    los cuales, como es sabido, se salvaron  gracias a la famosa arca de madera que    Dios había ordenado construir a Noé. Por ello  se dice al principio del capítulo de la Torre    de Babel que “toda la tierra tenía un solo  idioma y las mismas palabras”, porque todos    los humanos que quedaban descendían de la misma  familia. Babel es el nombre hebreo bíblico que    se le da a la ciudad de Babilonia, pero también  suena muy parecido al verbo hebreo 'levalbel',    que significa 'confundir'. Es por ese juego  de palabras que en el versículo noveno,    el último que os hemos leído, se dice: “Por  tanto, el nombre de dicha ciudad fue Babel,    porque el Señor confundió allí el lenguaje de  toda la tierra”. En realidad, el nombre de la    ciudad de Babilonia, como la llamamos en español,  proviene del griego Βαβυλών y este, a su vez,    del acadio Bab-ilim, que significa 'Puerta de  Dios'. Nada que ver con el verbo confundir.  Una interpretación muy popular del relato bíblico  acerca de la Torre de Babel es la de que Dios    decidió castigar a la humanidad por su soberbia,  por ser tan arrogantes como para querer alzar sus    obras hasta el cielo, como si le estuvieran  desafiando al intentar llegar tan alto como    él. Pero otras interpretaciones ponen el foco, no  sobre aquella torre que los descendientes de Noé    pretendían construir, sino sobre la ciudad en sí  misma, ya que representaba el deseo de aquellos    supervivientes del diluvio de permanecer  todos juntos y no dispersarse por el mundo,    tal como era la voluntad de Dios, quien  un par de capítulos antes, en el noveno,    les había hecho a Noé y sus descendientes el  mismo encargo que a Adán y Eva: “Sean fecundos,    multiplíquense y llenen la tierra”. De ahí que  el Señor, al ver que estaban desobedeciendo su    mandato, les boicoteara su proyecto de  unidad confundiéndoles el lenguaje para    que no se entendieran los unos con los  otros y marcharan cada cual por su lado.  Quienes prefieren ver en la confusión de las  lenguas un acto de benevolencia divina en    lugar de un castigo se quedan con la hipótesis  de que el origen de esa narración tal vez se    encuentre en una época en la que los israelitas  fueran esclavos del Imperio babilónico, el cual    se encontraría representado en la Biblia por la  ciudad de Babel, un lugar en el que todos hablaban    una sola lengua bajo el mandato de un tirano que  quería que todos sus súbditos fueran iguales, con    costumbres y culturas unificadas. En ese contexto,  la diversidad lingüística sería en realidad un    arma de resistencia frente a la opresión que Dios  otorga a los esclavos. Gracias a la confusión de    lenguas, la uniformidad imperial quedaría rota y  la construcción de la Torre de Babel boicoteada.  También hay versiones de aquel relato –como  la del historiador judeo-romano Flavio Josefo–    que sugieren que el deseo de los hombres de  construir una torre muy alta respondía a un    sentimiento de precaución. Tras haber padecido  el diluvio universal y dado que Mesopotamia,    como su nombre indica, se encuentra entre  dos ríos –el Tigris y el Éufrates–, podría    ser lógico que quisieran levantar una torre tan  elevada como fuera posible en la que refugiarse    si se producía otra inundación gigantesca.  Para concluir con el análisis del pasaje bíblico,  conviene puntualizar que, aunque en el Génesis    se menciona que el rey de la tierra de Sinar,  en Mesopotamia, era un hombre llamado Nimrod,    un bisnieto de Noé, y que Babel formaba parte de  sus dominios, en la Biblia no se afirma que fuese    él quien ideara la construcción de la famosa torre  ni que esta se llevara a cabo durante su reinado.    A pesar de ello, existe una larga tradición de  adjudicar a Nimrod la paternidad de la Torre de    Babel. Es lo que sucede, por ejemplo, en el 'Libro  de las Antigüedades Bíblicas', una adaptación    selectiva de los textos de la Biblia hebrea y  las tradiciones judías redactada probablemente    a finales del siglo I d. C. En esa obra se relata  que, cuando se estaba construyendo la torre, hubo    doce hombres que se negaron a colocar ladrillos.  Uno de ellos era Abraham, y, como castigo por su    rebeldía, lo metieron en un horno donde cocían  ladrillos para quemarlo vivo. Pero Dios,    para protegerlo, provocó un gran terremoto que  hizo que el fuego del horno saliera de este y no    abrasara a Abraham, sino a todos los que estaban  presenciando la ejecución: 83.500 personas.  Tampoco se quedó corto en detalles Flavio Josefo,  a quien mencionamos antes. Su obra 'Antigüedades    judías', escrita en torno al año 93 de nuestra  era, afirma que fue el rey Nimrod –también llamado    Nemrod– quien persuadió a los hombres de que  su felicidad no se la debían a Dios, sino a su    propio esfuerzo, y los incitó a desafiar al Señor.  “Nimrod –afirma Flavio Josefo– fue convirtiendo    gradualmente su gobierno en una tiranía, al no  hallar otra manera de apartar a la gente del temor    de Dios que induciéndolos a una tonta dependencia  de su poder… Ahora la multitud estaba más que    lista para seguir la determinación de Nimrod,  y a considerar una muestra de cobardía el    someterse a Dios; y construyeron una torre, sin  reparar en dolor (...). Y a causa de la multitud    empleada en ello, creció muy alta, más  rápido de lo que ninguno hubiera esperado;    pero su anchura era tal, y estaba tan fuertemente  construida, que a pesar de su gran altura parecía,    a la vista, ser menor de lo que realmente  era. Fue construida con ladrillos cocidos,    pegados con mezcla hecha con brea, de manera  que no permitiera el paso del agua. Cuando    Dios vio que actuaron tontamente,  no quiso destruirlos completamente,    ya que no habían aprendido nada de la destrucción  de los pecadores anteriores; pero provocó tumulto    al producir en ellos idiomas diversos, y  causando con esa multiplicidad de idiomas el    no poderse entender unos con otros. El lugar donde  construyeron la torre ahora se llama Babilonia”.  Otro autor antiguo que achacó a Nimrod    la responsabilidad por la Torre de Babel fue  el historiador y teólogo persa del siglo IX    Al-Tabari. En su libro 'Historia de los  profetas y reyes', Al-Tabari narra que,    después de que Nimrod la hiciese construir, Dios  decidió destruirla y que el único idioma que por    entonces hablaba la humanidad, el siríaco, pasó  a quedar diluido entre 72 idiomas diferentes.  Aunque la Torre de Babel no aparece mencionada en  el Corán, en él se narra que el Faraón de Egipto    encargó la construcción de una torre  de piedra que llegase hasta el cielo,    porque pretendía subirse a su cima  para enfrentarse al dios de Moisés.  Vale, hasta aquí los relatos  de índole religiosa. Ahora,    vayamos con la arqueología. ¿Qué dicen  los investigadores? ¿Es posible que la    Torre de Babel bíblica se inspirase en una  construcción real? No se sabe con certeza,    pero hay pruebas de que, en el siglo VI a.  C., se erigió en Babilonia una edificación    que pudo ser el origen de las historias  acerca de la famosa torre: el Etemenanki.  Se encontraba situado a unos 90 kilómetros  al sur de la actual ciudad de Bagdad,    la capital de Irak, y todavía hoy se  conservan sus ruinas. El Etemenanki,    cuyo nombre significa 'Templo de la Fundación del  Cielo y de la Tierra' era un zigurat, ya sabéis,    una de esas enormes construcciones de la antigua  Mesopotamia formadas por una serie de niveles cada    vez más pequeños conforme se asciende y que, en  conjunto, configuran una especie de pirámide con    terrazas. Aunque recuerdan a las pirámides  egipcias, no eran empleados como tumbas. Los    arqueólogos han descubierto hasta ahora diecinueve  zigurats, aunque las fuentes literarias apuntan    a la existencia de otros diez. De todos  ellos, el Etemenanki era el más importante.  Estaba dedicado al dios Marduk, patrón de  la ciudad de Babilonia. Según describe un    poema babilónico sobre la creación  del universo titulado 'Enuma Elis',    Marduk, dios de la tormenta, defendió  al resto de los dioses frente a Tiamat,    la diosa primordial del mar salado, quien había  tomado la forma de un dragón marino. Después de    matarla, partió su cuerpo en dos: con la mitad  superior creó el cielo; con la mitad inferior,    la tierra. Sus lágrimas se convirtieron en  los ríos Tigris y Éufrates. A continuación,    Marduk construyó el Esagila –el centro del  nuevo mundo– en la cima de un zigurat y creó    a la humanidad. Dada su posición central en  la creación, aquel zigurat –presumiblemente el    Etemenanki– señalaba el eje del universo, trazando  una línea que conectaba la tierra y el cielo.  Aunque no se sabe con certeza cuándo  fue erigido, se estima que debió de ser    en el segundo milenio antes de Cristo,  quizá durante el reinado de Hammurabi,    sexto rey del Antiguo Imperio Babilónico,  quien gobernó entre los años 1792 y 1750    a. C. ¿Por qué? Porque se considera que  el poema 'Enuma Elis' del que acabamos    de hablar, en el que ya se hacía referencia al  Etemenanki, fue redactado durante su reinado.  Más de un milenio después, en el 689 a.  C., cuando el rey del Imperio neoasirio    Senaquerib destruyó Babilonia también  derruyó el Etemenanki –como afirma el    propio monarca en sus 'Anales'–. Los babilonios  emplearon en su reconstrucción más de 88 años,    ya que fue durante el reinado de Nabucodonosor  II cuando esta fue completada, a juzgar por una    inscripción real en una estela hallada  en 1917 por el arqueólogo alemán Robert    Koldewey. En esa inscripción se pueden leer  las siguientes palabras de Nabucodonosor II:    “Etemenanki Zigurat de Babilonia. Yo lo hice,  maravilla de los pueblos del mundo. Levanté    su cima al cielo, hice puertas para las  puertas y lo cubrí con betún y ladrillos”.  ¿No os recuerdan a algo estas palabras? En  el fragmento del Génesis bíblico acerca de    la Torre de Babel que os leímos  al principio del vídeo se decía:    “Así empezaron a usar ladrillo en lugar de  piedra, y brea en lugar de mortero”. Brea    y betún son sinónimos, de modo que la cita  de los materiales coincide. De igual modo,    la expresión “Levanté su cima al cielo” concuerda  con el versículo bíblico en que los constructores    dicen: “Vengan, edifiquémonos una ciudad  y una torre cuya cúspide llegue al cielo”.  ¿Y cómo era aquel zigurat, el Etemenanki? La  descripción más completa que tenemos de él la    aporta una tablilla de escritura cuneiforme  de Uruk que data del año 229 a. C. pero que    es una copia de un texto más antiguo.  Se conoce como la 'tablilla Esagila',    y en ella se afirma que la torre estaba formada  por siete terrazas, es decir, por siete niveles,    cada uno de un tamaño menor que el anterior. En  la tablilla se indican las medidas de la base    del Etemenanki, que era cuadrada, con una  anchura equivalente en el sistema métrico    a unos 91 metros. El primer piso, mayor  que los demás, medía 33 metros de alto.  En 1913, las excavaciones llevadas a cabo por  el arqueólogo Robert Koldwey sacaron a la luz    las ruinas del Etemenanki. ¿Coincidían con la  descripción de la tablilla Esagila? Pues sí. Los    lados de la base medían 91,48 por 91,66 metros.  Se descubrió una gran escalera en la cara sur del    edificio, donde un triple pasillo se conectaba en  la cima con el templo de Marduk. En el lado este,    otro pasillo unía el Etemenanki  con un camino sagrado procesional.  No se sabe cuál era la altura total del  Etemenanki, pero, según escritos de la época,    en la reconstrucción llevada a cabo por  Nabucodonosor II y sus antecesores en el trono,    estos decidieron incrementar la altura original  del Etemenanki a fin de demostrar su propia    grandeza. Los cálculos actuales a partir de los  restos arqueológicos de otros zigurats proponen    una altura total de entre 60 y 90 metros. Es  posible que aquella ambición de alcanzar unas    dimensiones colosales para la época, unida  a la gran duración de las obras –que se    prolongaron durante casi un siglo–, alimentara  el relato bíblico de la Torre de Babel a causa    del aspecto inacabado que aquel zigurat debió  de mostrar durante décadas, como si los humanos    pretendiesen alcanzar el cielo pero una fuerza  divina les impidiera llegar a alcanzarlo nunca.  En el año 331 a. C., tras un largo periodo  de dominación persa de la ciudad, el famoso    conquistador macedonio Alejandro Magno capturó  Babilonia. Al ver que el Etemenanki se encontraba    en un estado ruinoso, ordenó restaurarlo, pero  cuando retornó a la ciudad ocho años más tade,    en el 323 a. C., como descubrió que las obras no  habían progresado casi nada, optó por ordenar su    demolición total a fin de reconstruirlo por  completo. Por desgracia para el Etemenanki,    Alejandro Magno pereció aquel mismo año y  la reconstrucción nunca se llevó a cabo.  Los babilonios emplearon los restos derruidos del  Etemenanki como cantera, hasta que no quedó de él    más que un montículo sobre el que se construyó  un nuevo edificio. Cuando este se desplomó,    sus restos ocultaron durante siglos las ruinas del  zigurat original. Hasta que Koldewey dio con él.  Quizá os estéis preguntando cuánto habría  podido medir la Torre de Babel en el caso    de que sus constructores hubiesen pretendido  realmente llegar hasta el cielo. Es decir,    ¿hasta qué altura era posible construir  en aquella época con las técnicas que se    empleaban en Mesopotamia? Según el 'Libro  de los Jubileos', un antiguo texto apócrifo    judío considerado canónico por la Iglesia  Ortodoxa etíope, la Torre de Babel tardó    en completarse 43 años y medía 5.433 codos  y un palmo, lo que equivale a 2.484 metros,    es decir, que la torre mediría el triple que  el Burj Khalifa, el famoso edificio de Dubái    que ostenta el récord de ser el rascacielos  más alto del mundo gracias a sus 828 metros.  Desde un punto de vista más técnico, el arquitecto  británico del siglo XX James Edward Gordon, uno de    los fundadores de la ciencia de los materiales  y reputado experto mundial sobre el tema,    escribió acerca de la Torre de Babel, en su libro  'Estructuras: O por qué las cosas no se caen',    lo siguiente: “El ladrillo y la piedra pesan  alrededor de dos mil kilos por metro cúbico,    y la resistencia al aplastamiento  de estos materiales es generalmente    superior a los 40 megapascales. La aritmética  elemental muestra que una torre con paredes    paralelas podría haberse construido hasta  una altura de 2,1 kilómetros antes de que    los ladrillos de la parte inferior  resultasen aplastados. Sin embargo,    al hacer que las paredes se estrecharan hacia la  parte superior... bien podrían haber construido    hasta una altura en la que los hombres se  quedarían sin oxígeno y tendrían dificultades    para respirar antes de que las paredes de  ladrillo se aplastaran bajo su propio peso”.  ¿Y qué hay de la confusión de lenguas?  ¿Se originaron los diversos idiomas de    la humanidad a raíz de la construcción de la  Torre de Babel? La lingüística histórica lo    descarta. En la actualidad, se estima que  existen más de 5.000 lenguas en el mundo,    una cifra que oscila bastante en función de  si algunas de ellas se consideran lenguas como    tales o simples dialectos de otras lenguas.  En cualquier caso, la diversidad es enorme y,    a pesar de los esfuerzos llevados a cabo  por los lingüistas para trazar el árbol    genealógico de todas ellas, a medida que  se remontan en el pasado sus hipótesis van    perdiendo fiabilidad gradualmente, dada la  compleja evolución que se da en el lenguaje    empleado por cada sociedad, sujeto de manera  continua a una enorme cantidad de variables:    extranjerismos por intercambios culturales,  errores gramaticales cometidos por la población,    nuevos términos que van surgiendo,  diversidad de pronunciaciones y acentos...  A pesar de ello, los estudiosos de la materia  parecen haber alcanzado un consenso en cuanto    a que la inmensa mayoría de las lenguas se  pueden agrupar en tan solo unos centenares    de familias. Entre ellas destacan la indoeuropea  –a la que pertenecen, entre otras, las lenguas    romances (como el español), las germánicas, las  bálticas y las eslavas–, la familia sinotibetana,    la afroasiática, la austronesia y la familia de  las lenguas indígenas de América, de las cuales    las más habladas actualmente son las lenguas  quechuas, el guaraní, el náhuatl y el aimara.  Si nos atenemos a la cronología bíblica, el  diluvio universal tuvo lugar alrededor del año    2.000 a. C. y la Torre de Babel se construyó  algunas generaciones después. Por tanto,    teniendo en cuenta que hace 4.000 años ya había  amplísima variedad de poblaciones humanas en    América, y que estas contaban con sus propias  lenguas, la sugerencia de que fue en Mesopotamia,    en esa misma época, donde surgieron todas las  lenguas a partir de una sola no es sostenible.  Ahora bien, el debate acerca del origen primigenio  del lenguaje humano aún persiste. En el siglo XIX,    las discusiones al respecto llegaron a ser tan  enconadas que en 1866 la Sociedad Lingüística    de París decidió prohibir el tema para evitar  peleas entre sus miembros, con el argumento de    que las hipótesis que se proponían eran tan  contradictorias las unas con las otras que    jamás podrían llegar a ponerse de acuerdo. El  debate quedó aparcado durante casi un siglo,    hasta que en el siglo XX, los avances en genética,  antropología, lingüística comparada y otras ramas    del conocimiento permitieron rastrear los  orígenes del hombre hasta África. Actualmente,    son dos las principales hipótesis que defienden  los lingüistas en torno al origen del lenguaje.  Una de ellas, la monogenética, sostiene  que todas las lenguas humanas derivan de    una lengua ancestral que debió de aparecer antes  de que los 'Homo sapiens' salieran de África y se    distribuyeran por el mundo. La segunda hipótesis,  la poligenética, defiende que el lenguaje surgió    en grupos independientes de humanos asentados  en regiones diferentes del planeta; es decir,    que se produjeron brotes lingüísticos sin conexión  entre sí allá donde los humanos carentes de habla    se iban asentando. ¿Será alguna de esas dos  hipótesis la correcta? El tiempo y la ciencia    lo dirán.  O quizá nunca lleguemos a saberlo.  ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la Torre de Babel?  ¿Creéis que pudo existir realmente?  

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