¿Conocéis
la historia real tras el relato bíblico
de la Torre de Babel? ¿Cuánto pudo llegar a medir? ¿Es
posible que fuese Alejandro Magno quien
ordenó derribarla? ¿Quién no ha oído
hablar alguna vez de la Torre de Babel,
aquel colosal proyecto con el que, según cuenta la Biblia, la humanidad
intentó desafiar a Dios? Seguro que a
todos os suena el ingenioso sistema con el que Dios boicoteó
su construcción: darles a cada uno de
los hombres un idioma diferente para que no pudieran
entenderse entre sí, lo que les impidió
trabajar juntos y llevar a cabo su propósito. Sin embargo, muy
pocos nos hemos detenido alguna vez a
profundizar en aquel relato, que no solo dejó su huella en
la Biblia, sino también en la literatura
rabínica y en el Corán, así como en las crónicas
de numerosos historiadores de la
antigüedad. La Biblia dedica a la Torre
de Babel los primeros nueve versículos
del capítulo 11 del Génesis. Dado que es un fragmento breve y nos parece
muy interesante desde un punto de vista
cultural, os lo vamos a leer íntegro. Como siempre
advertimos en las citas bíblicas, es
posible que encontréis pequeñas diferencias en función de la
versión de la Biblia que consultéis. En
esta ocasión, hemos empleado la Reina Valera
Actualizada. Dice lo siguiente: “Toda la
tierra tenía un solo idioma y las mismas palabras. Pero
aconteció que, al emigrar del oriente,
encontraron una llanura en la tierra de Sinar y se
establecieron allí. Entonces se dijeron
unos a otros: 'Vengan, hagamos adobes y quemémoslos con fuego'.
Así empezaron a usar ladrillo en lugar
de piedra, y brea en lugar de mortero. Y dijeron:
'Vengan, edifiquémonos una ciudad y una
torre cuya cúspide llegue al cielo. Hagámonos un nombre, no
sea que nos dispersemos sobre la faz de
toda la tierra'. El Señor descendió para ver la
ciudad y la torre que edificaban los
hombres. Entonces dijo el Señor: 'He aquí que este pueblo
está unido, y todos hablan el mismo
idioma. Esto es lo que han comenzado a hacer, y ahora nada
les impedirá hacer lo que se proponen.
Vamos, pues, descendamos y confundamos allí su lenguaje,
para que nadie entienda lo que dice su
compañero'. Así los dispersó el Señor de allí sobre la
faz de toda la tierra, y dejaron de
edificar la ciudad. Por tanto, el nombre de dicha
ciudad fue Babel, porque el Señor
confundió allí el lenguaje de toda la tierra, y desde allí
los dispersó sobre la faz de toda la
tierra”. Y ya está, esa es toda la
información que ofrece la Biblia sobre
Babel y su famosa torre. Para comprender mejor este capítulo, hay que
mencionar que los hechos que narran
tienen lugar poco después del diluvio universal que acabó con
toda la humanidad menos con Noé y sus
descendientes, los cuales, como es sabido, se salvaron gracias a la famosa arca de madera que Dios
había ordenado construir a Noé. Por ello
se dice al principio del capítulo de la Torre de
Babel que “toda la tierra tenía un solo
idioma y las mismas palabras”, porque todos los
humanos que quedaban descendían de la misma
familia. Babel es el nombre hebreo bíblico que se le
da a la ciudad de Babilonia, pero también
suena muy parecido al verbo hebreo 'levalbel', que
significa 'confundir'. Es por ese juego
de palabras que en el versículo noveno,
el último que os hemos leído, se
dice: “Por tanto, el nombre de dicha
ciudad fue Babel, porque el Señor confundió allí el lenguaje
de toda la tierra”. En realidad, el
nombre de la ciudad de Babilonia, como la llamamos en
español, proviene del griego Βαβυλών y
este, a su vez, del acadio Bab-ilim, que significa 'Puerta
de Dios'. Nada que ver con el verbo
confundir. Una interpretación muy
popular del relato bíblico acerca de la
Torre de Babel es la de que Dios decidió castigar a la humanidad por su
soberbia, por ser tan arrogantes como
para querer alzar sus obras hasta el cielo, como si le
estuvieran desafiando al intentar llegar
tan alto como él. Pero otras interpretaciones ponen el
foco, no sobre aquella torre que los
descendientes de Noé pretendían construir, sino sobre la ciudad en
sí misma, ya que representaba el deseo
de aquellos supervivientes del diluvio de permanecer todos juntos y no dispersarse por el
mundo, tal como era la voluntad de Dios, quien un par de capítulos antes, en el noveno, les
había hecho a Noé y sus descendientes el
mismo encargo que a Adán y Eva: “Sean fecundos, multiplíquense
y llenen la tierra”. De ahí que el
Señor, al ver que estaban desobedeciendo su
mandato, les boicoteara su
proyecto de unidad confundiéndoles el
lenguaje para que no se entendieran los unos con los otros y marcharan cada cual por su lado. Quienes prefieren ver en la confusión de
las lenguas un acto de benevolencia
divina en lugar de un castigo se quedan con la
hipótesis de que el origen de esa
narración tal vez se encuentre en una época en la que los
israelitas fueran esclavos del Imperio
babilónico, el cual se encontraría representado en la Biblia por
la ciudad de Babel, un lugar en el que
todos hablaban una sola lengua bajo el mandato de un tirano
que quería que todos sus súbditos fueran
iguales, con costumbres y culturas unificadas. En ese
contexto, la diversidad lingüística
sería en realidad un arma de resistencia frente a la opresión que
Dios otorga a los esclavos. Gracias a la
confusión de lenguas, la uniformidad imperial quedaría
rota y la construcción de la Torre de
Babel boicoteada. También hay versiones
de aquel relato –como la del historiador
judeo-romano Flavio Josefo– que sugieren que el deseo de los hombres
de construir una torre muy alta
respondía a un sentimiento de precaución. Tras haber
padecido el diluvio universal y dado que
Mesopotamia, como su nombre indica, se encuentra
entre dos ríos –el Tigris y el
Éufrates–, podría ser lógico que quisieran levantar una torre
tan elevada como fuera posible en la que
refugiarse si se producía otra inundación gigantesca. Para concluir con el análisis del pasaje
bíblico, conviene puntualizar que,
aunque en el Génesis se menciona que el rey de la tierra de
Sinar, en Mesopotamia, era un hombre
llamado Nimrod, un bisnieto de Noé, y que Babel formaba parte
de sus dominios, en la Biblia no se
afirma que fuese él quien ideara la construcción de la famosa
torre ni que esta se llevara a cabo
durante su reinado. A pesar de ello, existe una larga tradición
de adjudicar a Nimrod la paternidad de
la Torre de Babel. Es lo que sucede, por ejemplo, en el
'Libro de las Antigüedades Bíblicas',
una adaptación selectiva de los textos de la Biblia hebrea
y las tradiciones judías redactada
probablemente a finales del siglo I d. C. En esa obra se
relata que, cuando se estaba
construyendo la torre, hubo doce hombres que se negaron a colocar
ladrillos. Uno de ellos era Abraham, y,
como castigo por su rebeldía, lo metieron en un horno donde
cocían ladrillos para quemarlo vivo.
Pero Dios, para protegerlo, provocó un gran terremoto
que hizo que el fuego del horno saliera
de este y no abrasara a Abraham, sino a todos los que
estaban presenciando la ejecución:
83.500 personas. Tampoco se quedó corto
en detalles Flavio Josefo, a quien
mencionamos antes. Su obra 'Antigüedades
judías', escrita en torno al año
93 de nuestra era, afirma que fue el rey
Nimrod –también llamado Nemrod– quien persuadió a los hombres de
que su felicidad no se la debían a Dios,
sino a su propio esfuerzo, y los incitó a desafiar al
Señor. “Nimrod –afirma Flavio Josefo–
fue convirtiendo gradualmente su gobierno en una tiranía, al
no hallar otra manera de apartar a la
gente del temor de Dios que induciéndolos a una tonta
dependencia de su poder… Ahora la
multitud estaba más que lista para seguir la determinación de
Nimrod, y a considerar una muestra de
cobardía el someterse a Dios; y construyeron una torre,
sin reparar en dolor (...). Y a causa de
la multitud empleada en ello, creció muy alta, más rápido de lo que ninguno hubiera
esperado; pero su anchura era tal, y estaba tan
fuertemente construida, que a pesar de
su gran altura parecía, a la vista, ser menor de lo que
realmente era. Fue construida con
ladrillos cocidos, pegados con mezcla hecha con brea, de
manera que no permitiera el paso del
agua. Cuando Dios vio que actuaron tontamente, no quiso destruirlos completamente, ya
que no habían aprendido nada de la destrucción
de los pecadores anteriores; pero provocó tumulto al
producir en ellos idiomas diversos, y
causando con esa multiplicidad de idiomas el no
poderse entender unos con otros. El lugar donde
construyeron la torre ahora se llama Babilonia”. Otro autor antiguo que achacó a Nimrod la
responsabilidad por la Torre de Babel fue
el historiador y teólogo persa del siglo IX Al-Tabari.
En su libro 'Historia de los profetas y
reyes', Al-Tabari narra que, después de que Nimrod la hiciese construir,
Dios decidió destruirla y que el único
idioma que por entonces hablaba la humanidad, el siríaco,
pasó a quedar diluido entre 72 idiomas
diferentes. Aunque la Torre de Babel no
aparece mencionada en el Corán, en él se
narra que el Faraón de Egipto encargó la construcción de una torre de piedra que llegase hasta el cielo, porque
pretendía subirse a su cima para
enfrentarse al dios de Moisés. Vale,
hasta aquí los relatos de índole
religiosa. Ahora, vayamos con la arqueología. ¿Qué dicen los investigadores? ¿Es posible que la Torre
de Babel bíblica se inspirase en una
construcción real? No se sabe con certeza, pero
hay pruebas de que, en el siglo VI a.
C., se erigió en Babilonia una edificación que
pudo ser el origen de las historias
acerca de la famosa torre: el Etemenanki. Se encontraba situado a unos 90
kilómetros al sur de la actual ciudad de
Bagdad, la capital de Irak, y todavía hoy se conservan sus ruinas. El Etemenanki, cuyo
nombre significa 'Templo de la Fundación del
Cielo y de la Tierra' era un zigurat, ya sabéis, una
de esas enormes construcciones de la antigua
Mesopotamia formadas por una serie de niveles cada vez
más pequeños conforme se asciende y que, en
conjunto, configuran una especie de pirámide con terrazas.
Aunque recuerdan a las pirámides
egipcias, no eran empleados como tumbas. Los arqueólogos
han descubierto hasta ahora diecinueve
zigurats, aunque las fuentes literarias apuntan a la
existencia de otros diez. De todos
ellos, el Etemenanki era el más importante. Estaba dedicado al dios Marduk, patrón
de la ciudad de Babilonia. Según
describe un poema babilónico sobre la creación del universo titulado 'Enuma Elis', Marduk,
dios de la tormenta, defendió al resto
de los dioses frente a Tiamat, la diosa primordial del mar salado, quien
había tomado la forma de un dragón
marino. Después de matarla, partió su cuerpo en dos: con la
mitad superior creó el cielo; con la
mitad inferior, la tierra. Sus lágrimas se convirtieron
en los ríos Tigris y Éufrates. A
continuación, Marduk construyó el Esagila –el centro
del nuevo mundo– en la cima de un
zigurat y creó a la humanidad. Dada su posición central
en la creación, aquel zigurat
–presumiblemente el Etemenanki– señalaba el eje del universo,
trazando una línea que conectaba la
tierra y el cielo. Aunque no se sabe con
certeza cuándo fue erigido, se estima
que debió de ser en el segundo milenio antes de Cristo, quizá durante el reinado de Hammurabi, sexto
rey del Antiguo Imperio Babilónico,
quien gobernó entre los años 1792 y 1750
a. C. ¿Por qué? Porque se
considera que el poema 'Enuma Elis' del
que acabamos de hablar, en el que ya se hacía referencia
al Etemenanki, fue redactado durante su
reinado. Más de un milenio después, en
el 689 a. C., cuando el rey del Imperio
neoasirio Senaquerib destruyó Babilonia también derruyó el Etemenanki –como afirma el propio
monarca en sus 'Anales'–. Los babilonios
emplearon en su reconstrucción más de 88 años, ya
que fue durante el reinado de Nabucodonosor
II cuando esta fue completada, a juzgar por una inscripción
real en una estela hallada en 1917 por
el arqueólogo alemán Robert Koldewey. En esa inscripción se pueden
leer las siguientes palabras de
Nabucodonosor II: “Etemenanki Zigurat de Babilonia. Yo lo
hice, maravilla de los pueblos del
mundo. Levanté su cima al cielo, hice puertas para las puertas y lo cubrí con betún y ladrillos”. ¿No os recuerdan a algo estas palabras?
En el fragmento del Génesis bíblico
acerca de la Torre de Babel que os leímos al principio del vídeo se decía: “Así
empezaron a usar ladrillo en lugar de
piedra, y brea en lugar de mortero”. Brea y
betún son sinónimos, de modo que la cita
de los materiales coincide. De igual modo, la
expresión “Levanté su cima al cielo” concuerda
con el versículo bíblico en que los constructores dicen:
“Vengan, edifiquémonos una ciudad y una
torre cuya cúspide llegue al cielo”. ¿Y
cómo era aquel zigurat, el Etemenanki? La
descripción más completa que tenemos de él la aporta
una tablilla de escritura cuneiforme de
Uruk que data del año 229 a. C. pero que
es una copia de un texto más
antiguo. Se conoce como la 'tablilla
Esagila', y en ella se afirma que la torre estaba
formada por siete terrazas, es decir,
por siete niveles, cada uno de un tamaño menor que el anterior.
En la tablilla se indican las medidas de
la base del Etemenanki, que era cuadrada, con
una anchura equivalente en el sistema
métrico a unos 91 metros. El primer piso, mayor que los demás, medía 33 metros de alto. En 1913, las excavaciones llevadas a cabo
por el arqueólogo Robert Koldwey sacaron
a la luz las ruinas del Etemenanki. ¿Coincidían con
la descripción de la tablilla Esagila?
Pues sí. Los lados de la base medían 91,48 por 91,66
metros. Se descubrió una gran escalera
en la cara sur del edificio, donde un triple pasillo se
conectaba en la cima con el templo de
Marduk. En el lado este, otro pasillo unía el Etemenanki con un camino sagrado procesional. No se sabe cuál era la altura total del Etemenanki, pero, según escritos de la
época, en la reconstrucción llevada a cabo por Nabucodonosor II y sus antecesores en el
trono, estos decidieron incrementar la altura
original del Etemenanki a fin de
demostrar su propia grandeza. Los cálculos actuales a partir de
los restos arqueológicos de otros
zigurats proponen una altura total de entre 60 y 90 metros.
Es posible que aquella ambición de
alcanzar unas dimensiones colosales para la época,
unida a la gran duración de las obras
–que se prolongaron durante casi un siglo–,
alimentara el relato bíblico de la Torre
de Babel a causa del aspecto inacabado que aquel zigurat
debió de mostrar durante décadas, como
si los humanos pretendiesen alcanzar el cielo pero una
fuerza divina les impidiera llegar a
alcanzarlo nunca. En el año 331 a. C.,
tras un largo periodo de dominación
persa de la ciudad, el famoso conquistador macedonio Alejandro Magno
capturó Babilonia. Al ver que el
Etemenanki se encontraba en un estado ruinoso, ordenó restaurarlo,
pero cuando retornó a la ciudad ocho
años más tade, en el 323 a. C., como descubrió que las obras
no habían progresado casi nada, optó por
ordenar su demolición total a fin de reconstruirlo
por completo. Por desgracia para el
Etemenanki, Alejandro Magno pereció aquel mismo año
y la reconstrucción nunca se llevó a
cabo. Los babilonios emplearon los
restos derruidos del Etemenanki como
cantera, hasta que no quedó de él más que un montículo sobre el que se
construyó un nuevo edificio. Cuando este
se desplomó, sus restos ocultaron durante siglos las
ruinas del zigurat original. Hasta que
Koldewey dio con él. Quizá os estéis
preguntando cuánto habría podido medir
la Torre de Babel en el caso de que sus constructores hubiesen
pretendido realmente llegar hasta el
cielo. Es decir, ¿hasta qué altura era posible construir en aquella época con las técnicas que se empleaban
en Mesopotamia? Según el 'Libro de los
Jubileos', un antiguo texto apócrifo judío considerado canónico por la
Iglesia Ortodoxa etíope, la Torre de
Babel tardó en completarse 43 años y medía 5.433
codos y un palmo, lo que equivale a
2.484 metros, es decir, que la torre mediría el triple
que el Burj Khalifa, el famoso edificio
de Dubái que ostenta el récord de ser el
rascacielos más alto del mundo gracias a
sus 828 metros. Desde un punto de vista
más técnico, el arquitecto británico del
siglo XX James Edward Gordon, uno de los fundadores de la ciencia de los
materiales y reputado experto mundial
sobre el tema, escribió acerca de la Torre de Babel, en su
libro 'Estructuras: O por qué las cosas
no se caen', lo siguiente: “El ladrillo y la piedra
pesan alrededor de dos mil kilos por
metro cúbico, y la resistencia al aplastamiento de estos materiales es generalmente superior
a los 40 megapascales. La aritmética
elemental muestra que una torre con paredes paralelas
podría haberse construido hasta una
altura de 2,1 kilómetros antes de que los ladrillos de la parte inferior resultasen aplastados. Sin embargo, al
hacer que las paredes se estrecharan hacia la
parte superior... bien podrían haber construido hasta
una altura en la que los hombres se
quedarían sin oxígeno y tendrían dificultades para
respirar antes de que las paredes de
ladrillo se aplastaran bajo su propio peso”. ¿Y qué hay de la confusión de lenguas? ¿Se originaron los diversos idiomas de la
humanidad a raíz de la construcción de la
Torre de Babel? La lingüística histórica lo descarta.
En la actualidad, se estima que existen
más de 5.000 lenguas en el mundo, una cifra que oscila bastante en función
de si algunas de ellas se consideran
lenguas como tales o simples dialectos de otras
lenguas. En cualquier caso, la
diversidad es enorme y, a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por los lingüistas para trazar el árbol genealógico
de todas ellas, a medida que se remontan
en el pasado sus hipótesis van perdiendo fiabilidad gradualmente, dada
la compleja evolución que se da en el
lenguaje empleado por cada sociedad, sujeto de
manera continua a una enorme cantidad de
variables: extranjerismos por intercambios
culturales, errores gramaticales
cometidos por la población, nuevos términos que van surgiendo, diversidad de pronunciaciones y acentos... A pesar de ello, los estudiosos de la
materia parecen haber alcanzado un
consenso en cuanto a que la inmensa mayoría de las lenguas
se pueden agrupar en tan solo unos
centenares de familias. Entre ellas destacan la
indoeuropea –a la que pertenecen, entre
otras, las lenguas romances (como el español), las germánicas,
las bálticas y las eslavas–, la familia
sinotibetana, la afroasiática, la austronesia y la familia
de las lenguas indígenas de América, de
las cuales las más habladas actualmente son las
lenguas quechuas, el guaraní, el náhuatl
y el aimara. Si nos atenemos a la
cronología bíblica, el diluvio universal
tuvo lugar alrededor del año 2.000 a. C. y la Torre de Babel se
construyó algunas generaciones después.
Por tanto, teniendo en cuenta que hace 4.000 años ya
había amplísima variedad de poblaciones
humanas en América, y que estas contaban con sus
propias lenguas, la sugerencia de que
fue en Mesopotamia, en esa misma época, donde surgieron todas
las lenguas a partir de una sola no es
sostenible. Ahora bien, el debate acerca
del origen primigenio del lenguaje
humano aún persiste. En el siglo XIX, las discusiones al respecto llegaron a ser
tan enconadas que en 1866 la Sociedad
Lingüística de París decidió prohibir el tema para
evitar peleas entre sus miembros, con el
argumento de que las hipótesis que se proponían eran
tan contradictorias las unas con las
otras que jamás podrían llegar a ponerse de acuerdo.
El debate quedó aparcado durante casi un
siglo, hasta que en el siglo XX, los avances en
genética, antropología, lingüística
comparada y otras ramas del conocimiento permitieron rastrear
los orígenes del hombre hasta África.
Actualmente, son dos las principales hipótesis que
defienden los lingüistas en torno al
origen del lenguaje. Una de ellas, la
monogenética, sostiene que todas las
lenguas humanas derivan de una lengua ancestral que debió de aparecer
antes de que los 'Homo sapiens' salieran
de África y se distribuyeran por el mundo. La segunda
hipótesis, la poligenética, defiende que
el lenguaje surgió en grupos independientes de humanos
asentados en regiones diferentes del
planeta; es decir, que se produjeron brotes lingüísticos sin
conexión entre sí allá donde los humanos
carentes de habla se iban asentando. ¿Será alguna de esas
dos hipótesis la correcta? El tiempo y
la ciencia lo dirán.
O quizá nunca lleguemos a saberlo.
¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la Torre de Babel? ¿Creéis que pudo existir realmente?