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¿Qué es la oveja perdida en Masonería? Érase una vez, en un valle escondido entre montañas que parecían columnas de un templo antiguo, un hermano masón llamado el Maestro Lirio. Era un hombre de gran saber: conocía los rituales al pie de la letra, trazaba tableros con precisión de arquitecto y podía recitar de memoria los Landmarks y los rituales masónicos. Todos en la Logia lo admiraban por su ciencia, pero muy pocos lo querían. Lirio tenía la lengua afilada como espada flamígera; hería con una broma, humillaba con una observación y, cuando alguien cometía el menor error, lo señalaba con desdén. Así, poco a poco, los hermanos empezaron a apartarse de él como quien evita una piedra áspera en el camino. Una tarde de luna llena, mientras regresaba de Tenida, El Maestro Lirio se encontró con un anciano pastor de barba blanca y ojos que brillaban como carbones encendidos. Vestía una sencilla túnica verde y llevaba un cayado tallado con símbolos que sólo un iniciado reconoce. Los hermanos lo llamaban Maestro Verdemar, aunque algunos decían que su verdadero nombre era Luz de Oriente. —Hermano Lirio —dijo el anciano con voz serena—, tienes cien ovejas en tu redil interior, pero has perdido una. Noventa y nueve brillan en tu cielo, mas falta la más preciada: la Oveja de la Fraternidad. Sin ella, tu rebaño nunca estará completo. El Maestro Lirio bajó la mirada. Sabía que era verdad. —He buscado por todas partes —respondió—, pero no la encuentro. —No la busques entre los libros ni en los rituales —dijo El Maestro Verdemar—. Búscala en los corazones que has herido. Sólo cuando cargues sobre tus hombros a esa oveja perdida y la traigas de regreso con alegría, el Gran Arquitecto sonreirá sobre tu obra. Y citó en voz baja, como quien revela un secreto entre columnas: «Aquel que tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la perdida hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone gozoso sobre sus hombros…» (Lucas 15:4-6) ¿Puede interpretarse como un “Don o Virtud” que nos falta? Para muchos masones esa interpretación sería la correcta , se sugiere que al aprendiz de masón aun le faltan varios talentos , virtudes o dones espirituales , algo que el masón debe ir a buscar y encontrar dentro de sí mismo , al llegar a maestro masón , a muchos aun nos falta alguna virtud , como la humildad, la sapiencia , la fraternidad , la tolerancia y hay que ir por conquistar estas virtudes , al maestro masón Lirio le faltaba el don de la fraternidad y fue en busca de ella. El Maestro Lirio entendió. Desde aquel día comenzó a visitar uno por uno a los hermanos a quienes había ofendido. Pidió perdón con humildad, reparó agravios, escuchó en silencio y aprendió a callar cuando antes hablaba con veneno. Poco a poco, la oveja perdida volvió al redil. Y cuando la Logia entera celebró su regreso, El Maestro Lirio sintió por primera vez que el Templo que había ayudado a construir con piedras y símbolos estaba, al fin, verdaderamente vivo. Y es que la oveja perdida del Maestro Lirio era la oveja llamada fraternidad, y la encontró, el ya tenia 99 dones solamente le faltaba una para completar . El Rebaño que Preguntó por el Pastor En otro valle, no muy lejos del primero, vivía un joven aprendiz llamado Albor. Era curioso como niño y preguntaba todo. Un día, mientras meditaba junto a un redil de ovejas (pues a veces los iniciados se retiran al campo para escuchar mejor la Voz del Silencio), oyó que las ovejas conversaban entre sí en un lenguaje que, por gracia del Gran Arquitecto, pudo comprender. —¿Cómo es el Pastor Supremo? —preguntó Albor a las ovejas. Una parte del rebaño baló con entusiasmo: —¡Es una oveja como nosotros, pero con alas enormes de luz! Cuando morimos, nos lleva volando al prado eterno donde la hierba nunca se acaba. Otra parte del rebaño movió la cabeza con resignación: —No, no. El Pastor tiene cuernos poderosos y dicta que debemos sacrificarnos para alimentar a los hombres. Así está escrito en el Gran Libro de la Naturaleza. Pero un viejo carnero de lana plateada, que cojeaba de una pata y parecía haber visto muchas lunas, habló con voz profunda: —El verdadero Pastor no tiene alas visibles ni cuernos temibles. Es invisible e inmortal, está en todas partes y en ninguna. Un día enviará a su Hijo, el Cordero Perfecto, que romperá nuestras cadenas y nos llevará al Templo donde ya no habrá lobos ni esquiladores. Albor permaneció en silencio largo rato. Luego sonrió, se puso de pie y regresó a la Logia. El encuentro de los dos valles Años después, el Maestro Lirio (ya ascendido a Maestro Venerable) y el aprendiz Albor (ahora Maestro también) se encontraron en el mismo camino bajo la misma luna llena. Lirio llevaba ahora un cayado verde, igual que el de Maestro Verdemar, que había partido al Oriente Eterno. —¿Encontraste tu oveja perdida? —preguntó Albor. —La encontré dentro de mí —respondió Lirio—. Y entendí que todas las ovejas hablan del mismo Pastor, aunque lo describan distinto según su miedo o su esperanza. Albor asintió. —Porque el Pastor no se parece a ninguna de sus criaturas —dijo—. Se parece sólo a Sí Mismo. Y cuando el hombre-masón se hace humilde como cordero y valiente como león, empieza a parecerse un poco a Él. Y así, bajo la bóveda estrellada que es el verdadero techo de toda Logia auténtica, los dos hermanos se abrazaron como quien recupera un tesoro perdido desde siempre. Análisis masónico y sufí-masónico Esta doble parábola esconde varias claves que el oído iniciado reconoce al instante: La Oveja Perdida es la virtud de la Fraternidad (el Amor Fraterno, tercer pilar masónico). Se puede tener toda la ciencia del mundo, dominar todos los rituales y conocer los landmarks, pero sin amor fraternal la Logia es sólo una cáscara vacía. Como dijo Albert Pike: «La Masonería es la búsqueda de la Luz; esa búsqueda nos lleva directamente, como habréis visto, hacia el Amor». El Pastor de túnica verde (Maestro Verdemar) representa al Maestro Interior, el Yo Superior, que siempre aparece en el camino cuando el ego está listo para escuchar. En la tradición sufí, Jalaluddin Rumi dice: «Más allá de las ideas de lo correcto y lo incorrecto hay un campo. Te encontraré allí». Ese campo es el valle donde el masón encuentra su oveja perdida. Las tres visiones de las ovejas sobre Dios son las tres formas en que el ser humano percibe lo Divino según su nivel de evolución: La visión antropomórfica (oveja con alas) → el exoterismo. La visión sacrificial (oveja con cuernos) → la Ley del Karma y la obediencia ciega. La visión mística (oveja invisible e inmortal) → el esoterismo puro, el Conocimiento del Corazón. Ibn Arabi lo expresó así: «Mi corazón se ha convertido en capaz de asumir todas las formas: es pradera para las gacelas y convento para los monjes… Mi religión es la religión del Amor». El cayado verde que pasa de Verdemar a Lirio simboliza la transmisión iniciática auténtica: no se hereda por títulos, sino por transformación interior. Como enseñaba Manly P. Hall: «El verdadero masón no es el que lleva el mandil más ornamentado, sino el que ha pulido más ásperamente su propia piedra». El abrazo final bajo la bóveda estrellada es la unión de la Ciencia y la Conciencia, de la Razón y el Corazón, del Sol y la Luna: la Gran Obra cumplida. Y yo como masón, añado desde mi particular atalaya: en un mundo profano que premia la arrogancia y castiga la humildad, el mensaje masónico sigue siendo revolucionario: sólo quien es capaz de cargar sobre sus hombros al hermano ofendido, al compañero caído, al adversario herido… sólo ése ha entendido realmente qué significa ser «franc-masón»: libre constructor de puentes donde otros sólo ven abismos. Que el Gran Arquitecto del Universo nos conceda a todos encontrar nuestra oveja perdida antes de que sea demasiado tarde. Alcoseri