¿Conocéis la
historia del enigmático conde de Saint-Germain, aventurero,
alquimista, músico y espía del siglo
XVIII que, según la leyenda, descubrió el elixir de la inmortalidad? Seguro que
muchos habéis oído hablar de Matusalén,
el personaje más longevo de los que aparecen en la
Biblia, ya que, según el Antiguo Testamento,
llegó a vivir 969 años. Se supone que fue a partir del
Diluvio Universal al que tuvo que hacer
frente Noé, precisamente nieto de Matusalén, cuando,
debido a la cólera de Dios, el ser
humano empezó a vivir menos años. Más allá de que la cifra que hemos
mencionado sea una hipérbole, hay un
individuo que, según la leyenda que lo rodea, quedó
exento de ese recorte de años. Muchos
creen que en realidad es la misma persona que el mítico
Judío Errante. El protagonista de
nuestro vídeo de hoy es conocido como... el conde de
Saint-Germain, un personaje del que no
conservamos demasiadas fuentes históricas fiables, ya que muchas,
ya os adelanto, están llenas de
exageraciones. Ni siquiera se sabe cuándo ni dónde nació. Él mismo se ocupó de envolverse con un
halo de misterio, ya que siempre reconoció que Saint-Germain no era su nombre real,
pero ocultó el verdadero y su país de origen. Llegó
a este mundo entre 1690 y 1710. Como
veis, se usa una horquilla ¡de 20 años! Según la leyenda,
nació en 1691, en un castillo de los
montes Cárpatos. Su último protector y buen amigo suyo, el príncipe Carlos de Hesse-Kassel,
aseguraba que Saint-Germain le contó que había nacido
en 1696 y era hijo del príncipe
Francisco Rákóczi II, de Transilvania. Pero que nunca reconoció
de forma abierta quién era su padre como
medida de protección, dada la persecución que la
dinastía de Rákóczi II sufrió por parte
de los Habsburgo, a los que se había enfrentado en el marco de la guerra de independencia húngara. Pero,
atención, porque hay fuentes que han
apuntado a un origen español para Saint-Germain: según
estas, era hijo natural de la reina viuda
de Carlos II, Mariana de Neoburgo. Que habría tenido
el bebé con un banquero madrileño cuando
se instaló en la ciudad francesa de
Bayona tras ser desterrada de Madrid por
Felipe V en 1701. Hay otras muchas teorías: desde
que era un Médici hasta que era hijo
natural del rey de Portugal, Juan V. El hecho de que Saint-Germain hablara
español y portugués sin ningún acento
refuerza para algunos la teoría de su origen peninsular,
pero es que el conde también hablaba muy
bien alemán, inglés, italiano, francés, árabe, ruso, latín, griego, chino, sánscrito... De
hecho, quienes lo conocieron coinciden en señalar que era un hombre carismático, muy cultivado e interesado en las
artes, la medicina, la ciencia, la
política... Algunos os preguntaréis, ¿y ese nombre francés? Saint-Germain. Hay quien señala que es
un sobrenombre que tomó del latín
'Sanctus Germanus' (“Santo hermano”). Sabemos de este personaje por
primera vez en torno a 1743, en
Londres, donde se instaló y obtuvo cierto reconocimiento como músico, ya que era un
gran violinista. Incluso participó en la
composición de la ópera 'L'incostanza delusa', estrenada
en el Haymarket Theatre en 1745, con
algunas canciones de su autoría, y llegó a publicar varias piezas para violín, entre otras obras. Pero a
finales de 1745 fue arrestado en Londres,
sospechoso de apoyar a los jacobitas, es decir, la
causa de Carlos Eduardo Estuardo, conocido
como 'Bonnie Prince Charlie', quien pretendía arrebatar
el trono británico a Jorge II. De la
noticia de la detención de Saint-Germain
tenemos noticia a través de una
carta del escritor y político inglés
Horace Walpole, en la que explicaba: “El otro día
capturaron a un hombre extraño, que se
hace llamar conde de Saint-Germain. Ha estado aquí dos años, y no dice quién es ni de dónde, pero
reconoce que no lleva su verdadero nombre
(…). Canta, toca maravillosamente el violín, compone,
está loco y no es muy sensible. Se le
llama italiano, español, polaco; alguien que se casó con una mujer de gran
fortuna en México y huyó con sus joyas a
Constantinopla”. En dicha carta, Walpole explica que incluso el príncipe de Gales, Federico Luis de Gales, había mostrado curiosidad por el misterioso personaje, y que
había intentado realizar averiguaciones
sobre sus orígenes, pero sin éxito. Saint-Germain enseguida fue liberado
sin cargos debido a la falta de pruebas
sobre su apoyo a los jacobitas, pero no tardó en abandonar
la capital británica. Lo hizo al año
siguiente, en 1746. Muchas fuentes señalan que no se supo nada más de él durante más de una
década, porque, según apuntan unos, se marchó a Alemania para trabajar en sus experimentos químicos y
alquímicos; y según otros, viajó a la
India y al Tíbet. Pero en el sitio web francés Savoirs d'Histoire, en un artículo muy interesante sobre
este personaje, se menciona una carta que el
conde envió solo tres años después de
marcharse de Londres, en 1749. Estaba dirigida a lord Charles Cadogan, que vivía en
Inglaterra, y en ella Saint-Germain le contaba a su
amigo que se sentía muy solo en el Alto
Palatinado, en Baviera. También reconocía haber visitado en cinco ocasiones París, donde
se había enamorado de una mujer llamada
madame d'Ogny, que había terminado casada, un año
antes, en 1748, con un barón, lo que le
había roto el corazón a Saint-Germain. Volvemos a tener noticias del conde
precisamente en París. Tardó una década
en regresar: fue en 1758 y se cree que lo hizo acompañando a
Charles Louis Auguste Fouquet, duque de
Belle-Isle, oficial y diplomático francés que había
sido nombrado mariscal en 1740 y que se
convirtió en su protector después de que el conde supuestamente lo curara en Viena de una grave
enfermedad. Fue en la Ciudad de la Luz donde
se forjó realmente la leyenda de Saint-Germain. Según otras versiones,
ya veis que hay versiones para
aburrir, el conde se trasladó a Francia tras visitar
otros países en diferentes misiones
políticas, ya que, en numerosas ocasiones, ministros de las
cortes europeas lo contrataron como
espía. El caso es que llegó a París a principios de 1758 y
tenía muy buena relación con el duque de
Belle-Isle. Seguramente fue este poderoso hombre, que ese mismo año fue nombrado secretario de Estado
para la Guerra, quien le hizo posible
establecer contacto con la corte del
monarca francés, Luis XV. Saint-Germain escribió al director de los Edificios del Rey, puesto
ocupado por el noble Abel-François Poisson
de Vandières, marqués de Marigny, para ofrecer sus
servicios al monarca. Le dijo que había
inventado, entre otras cosas, una nueva técnica para
teñir la ropa y que deseaba proseguir con
sus investigaciones. Lo único que pedía a cambio de
servir a la corona era un alojamiento para
él y su equipo. Le asignaron unas habitaciones en el
castillo de Chambord, por aquel entonces
deshabitado, y allí estableció su laboratorio. Sin embargo, viajaba
mucho a París. Porque, menuda
coincidencia, el marqués de Marigny, en quien había
despertado un vivo interés, le habló a
su hermana de este misterioso personaje.
¿Y quién era su hermana?
Jeanne-Antoinette Poisson, más conocida
como Madame de Pompadour, una gran mecenas del arte y la cultura y también cortesana, la favorita del rey, Luis
XV. Así, Madame de Pompadour terminó llevando
a Versalles a este interesante conde,
que siempre vestía de forma muy
refinada y elegante, como lo eran sus
modales, para que pudiera conocerlo en
persona el monarca galo. El rey quedó
entusiasmado con el personaje, que hacía tal ostentación de riqueza que
todos creían firmemente que era de
ascendencia noble. Saint-Germain pasaba veladas enteras con
el monarca y madame de Pompadour en
Versalles. A todo esto, él seguía sin querer dar pistas sobre su verdadera identidad. Y
supongo que eso hizo surgir las sospechas de
un hombre muy poderoso de la corte de Luis XV, el recién
nombrado ministro principal del Estado, el
duque de Choiseul. Una de las fuentes que parecen más
creíbles acerca de la figura de Saint-Germain
son las 'Memorias' que nos dejó el diplomático alemán
Carl Heinrich, barón de Gleichen, que
conoció en persona a nuestro protagonista en 1759. El barón nos explica
en dicha obra que Choiseul decía conocer
el origen del conde: según sus informaciones, era hijo de un judío portugués
y, en palabras del duque, engañaba “la
credulidad de la ciudad y de la corte”. En presencia
de Gleichen, Choiseul también dijo, al
parecer en tono enfadado: “Es extraño que a menudo
se permita al rey estar casi solo con un
hombre así, cuando él nunca sale excepto rodeado de
guardias, como si por todas partes
hubiera 'asesinos”. Más adelante veremos cómo Choiseul intentó desacreditar a Saint-Germain. En sus
'Memorias', el barón de Gleichen,
describió a nuestro protagonista como
“un hombre de mediana estatura,
muy robusto, vestido con una soberbia y
refinada sencillez”. La primera vez que ambos hablaron lo hicieron de pintura y, curiosamente, Saint-Germain le descubrió a su
interlocutor una obra de Murillo, 'La
Sagrada Familia', que, según el barón, igualaba en belleza a la que había de Rafael en Versalles. Asimismo,
Gleichen quedó impresionado por la
cantidad de joyas que Saint-Germain lucía. “Creí
estar viendo los tesoros de la lámpara
maravillosa”, escribió el barón, que después expresó
sus dudas sobe si quizás, dados los
conocimientos químicos que poseía el conde, no era
él mismo quien fabricaba las piedras
preciosas que mostraba a todo el mundo. Se cuenta
que Saint-Germain lucía diamantes hasta
en las hebillas de los zapatos, y que también los
llevaba en sus bolsillos como forma de pago.
Llegó a correr el rumor de que, como alquimista, había
conseguido la fusión de muchos diamantes
pequeños para fabricar uno grande, o que era capaz
de transmutar metales, se supone que trabajó
en la transmutación de metales vulgares en oro. Durante seis meses, el
barón Gleichen acompañó a menudo a
Saint-Germain, así que llegó a conocerlo
un poco, y eso es mucho
tratándose de un personaje tan
misterioso. Y descubrió, por ejemplo, la inigualable capacidad del conde
narrando historias. “Jamás un hombre de
su clase”, explica en sus 'Memorias' Gleichen, “tuvo
semejante talento para excitar la
curiosidad y manejar la credulidad de quienes lo escuchaban”.
“Sabía dosificar”, continúa el barón,
“lo maravilloso en sus relatos según el nivel de
receptividad de su oyente. Cuando le
contaba a un tonto un hecho de la época de Carlos V, le confiaba
con toda franqueza que él mismo había
presenciado el hecho en persona; mientras que, cuando
hablaba con alguien menos crédulo, se
contentaba con retratar las más mínimas circunstancias
del relato (...) con un detalle y una
vivacidad que daban la impresión de estar escuchando
a un hombre que realmente había estado
presente”. “A veces”, continúa Gleichen en sus 'Memorias', “al pronunciar un discurso de Francisco I o
de Enrique VIII, fingía cometer un lapsus y
soltaba: 'El rey se volvió hacia mí'...
Pero rápidamente se tragaba el 'hacia mí' y proseguía con la prisa de un hombre que se ha olvidado de sí mismo para decir '(El rey se
volvió) hacia tal duque”. Qué
disimulado, ¿verdad? Al propio Gleichen le dijo un día: “Estos tontos parisinos se creen que tengo 500
años, y yo les confirmo en esta idea, ya que veo
que eso les causa mucho placer”. Para
luego añadir: “Aunque eso no quita que realmente yo sea infinitamente más viejo de lo que parezco”. Gleichen creía que el conde
deseaba engañarlo también a él hasta
cierto punto. Está claro que el propio Saint-Germain fomentaba la leyenda de su inmortalidad. Según una
anécdota, estando en París, acudió a una fiesta
organizada por una condesa anciana.
Cuando esta dijo reconocer su nombre, Saint-Germain, de
cuando medio siglo antes ella había
vivido junto a su marido en Venecia, él le aseguró que se
trataba del mismo hombre. Dando a
entender a la condesa y a sus invitados que él tenía unos cien
años cuando en realidad aparentaba unos
40 o 50 años. Asimismo, también se cuenta que el compositor francés Jean-Philippe Rameau, muy
influyente en la época barroca, conoció
al conde en Venecia en 1710. El barón Gleichen destacó en sus 'Memorias'
que “la estupidez de París no se limitó
a darle unos pocos siglos” de vida a Saint-Germain,
“llegaron a hacer de él un contemporáneo
de Jesucristo”. Ahora explicaremos por qué. ¿Recordáis al
ministro más poderoso de Luis XV? Eso
es, el duque de Choiseul. Pues se cree que fue él quien, en un intento de
desacreditar la figura de Saint-Germain
a ojos del monarca, contrató los servicios de un actor llamado
Gauve -también conocido como Gower-, que
había servido en la guerra de los Siete Años como espía,
para que, haciéndose pasar por el conde
misterioso, recorriera los barrios de París actuando de
tal manera que lo retratara como si
estuviera loco. De forma que Gower, suplantando a Saint-Germain, empezó a contar historias increíbles, como
que había brindado con Alejandro Magno y
había presenciado su entrada en Babilonia;
que había conocido y sido amigo
de Jesucristo, y le había pronosticado
que acabaría mal; que había cazado en compañía de Carlomagno...
Según explica en sus 'Memorias' Gleichen, fue
“esta broma, tan absurda y repetida en París” lo que
además hizo que Saint-Germain adquiriera la
fama de poseer una medicina que rejuvenecía, un elixir
llamado de 'Larga vida' y que guardaba
el secreto de la inmortalidad. De tal forma que se propagó la leyenda de que una anciana dama que poseía un
frasco de este licor tragó tanto para
rejuvenecer que terminó convertida en
una niña pequeña. Curiosamente Gleichen, que subrayó en su obra que todas estas fábulas no merecían “la
atención de las personas sensatas”, llegó a
admitir que un individuo, de cuyo
criterio se fiaba, se había mostrado sorprendido porque tras coincidir con el conde en 1759, 24 años
después de la primera vez que lo había visto, lo
encontró exactamente igual. Asimismo,
Gleichen explica que todas las personas que conocieron a
Saint-Germain desde 1759 hasta su
muerte, y a quien él mismo preguntó sobre su aspecto, siempre decían que “parecía un sexagenario bien
conservado”. Por tanto, era un hombre que solo había envejecido diez años en el transcurso de
setenta. ¿Hasta qué punto eran fiables esos testimonios? Juzgadlo vosotros mismos. Eso
sí, Gleichen asegura que no le oyó hablar
jamás de una medicina universal ni alardear de conocimientos
sobrenaturales para vivir más años,
“como sí hacían otros charlatanes”. Lo único que el
conde recomendaba para aumentar la esperanza
de vida era una dieta que él mismo llevaba y consistía en no beber mientras comía y
purgarse con unas hierbas medicinales
que se preparaba. También tenemos noticias de Saint-Germain a través de las palabras de una de las mentes
más ilustradas del siglo XVIII, el escritor y
filósofo francés Voltaire. Este, en una
carta dirigida al rey de Prusia, Federico II, con fecha de abril
de 1758, describió a Saint-Germain como
“un hombre que no muere nunca y que lo sabe todo”.
Algunos han interpretado estas palabras
como un halago, pero en realidad se trataba de una burla. En 'Las obras completas' de Voltaire, que
reúnen su correspondencia al completo,
podemos leer el contexto de la frase.
El filósofo francés habla de un
secreto que conocerían el duque de
Choiseul, el canciller austriaco Wenzel Anton von Kaunitz-Rietberg y el primer ministro
británico, William Pitt. Voltaire explicaba en su
carta: “Se dice que (ese secreto) solo
lo conoce un tal Saint-Germain, que anteriormente cenó en la
ciudad de Trento con los padres del
concilio” -ya sabéis, celebrado dos siglos antes- “y que
probablemente tenga el honor de ver a
vuestra majestad dentro de cincuenta años. Es un hombre que nunca
muere y que lo sabe todo. En cuanto a
mí, que estoy al final de mi carrera y que no sé nada, me
limito a desear que usted conozca al
duque de Choiseul”. En 1760, Luis XV envió a Saint-Germain a los Países Bajos para supuestamente negociar
en su nombre un préstamo de 30 millones
de florines que ayudara a la corona a
financiar la guerra de los Siete Años
contra Inglaterra y sus aliados. Pero su misión real no era esa, sino otra. Completamente secreta: debía
intentar iniciar en La Haya unas
conversaciones de paz con Prusia, hasta
ese momento aliada de Inglaterra.
El mariscal de Belle-Isle estaba detrás
de todo el plan. Y Saint-Germain creyó tener carta blanca para negociar, pero una indiscreción suya
provocó que dicha misión llegara a oídos del duque
de Choiseul. Para el poderoso ministro
del rey ese posible tratado resultaba inadmisible. Por
un lado, porque se pretendía romper la
alianza que él defendía con Austria. Por otro, no toleraba
que nadie se atreviera a negociar la paz
sin estar él al corriente, ya que en la corte jamás un
ministro debía inmiscuirse en el terreno
de otro, y él era el ministro de Asuntos Exteriores, así que
la única explicación válida, y que a
Choiseul le venía muy bien, era que Saint-Germain era un
doble agente al servicio de Prusia, de
Federico II. Ni Luis XV ni Belle-Isle pudieron o quisieron llevarle la contraria. El
ministro envió a un grupo de hombres a Países
Bajos para que ataran de pies y manos al supuesto traidor
y lo llevaran de vuelta a Francia,
directamente a la Bastilla. Pero alguien se le
había adelantado: informaron al conde y, cuando
estaba a punto de ser detenido, huyó a Inglaterra. Se quedó en Londres
durante unos meses. Pero tampoco allí lo
querían, así que volvió a Países Bajos, y en
Nijmegen, cerca de la frontera alemana,
adquirió una gran propiedad y se dedicó a la investigación
de tintes y colores usando el
sobrenombre de conde de Surmount. Al parecer era muy común que
cambiara de nombre: italianos, rusos,
alemanes, franceses... Según otras versiones, más ligadas a la
leyenda sobrenatural, en Países Bajos
acumuló una gran riqueza vendiendo pócimas y ungüentos
destinados a combatir cualquier mal,
incluida la muerte. Un tiempo después, en la primavera de 1762, recibió la invitación del conde Pietro
Antonio Rotari, pintor veneciano, para visitar Rusia,
y allí Saint-Germain trabó amistad con
uno de los hermanos Orlov, que fueron los que
dirigieron el golpe de Estado que en
julio derrocó a Pedro III de Rusia para instalar en el poder a
Catalina II. Algunas fuentes apuntan que
el conde incluso participó en la rebelión que convirtió en emperatriz de Rusia a Catalina la Grande. Saint-Germain
estuvo viajando, entre otros lugares,
por Prusia, Rusia, Italia, Inglaterra y Austria. Y vendía a
los distintos gobiernos los secretos de
sus tintes. Se cree que en torno a 1766 llegó a estar bajo la protección del rey Federico II de
Prusia, pero se marchó de allí muy pronto. Y, en
1770, reapareció en la ciudad italiana
de Livorno con nombre ruso y ataviado con un uniforme
de general ruso. El conde Alekséi
Grigórievich Orlov, conocido por su talante orgulloso, lo trataba
con una consideración que nunca mostraba
por nadie, según cuenta en sus 'Memorias' el barón
Gleichen. En sus periplos por tierras europeas,
Saint-Germain a menudo se alojó en palacios de
príncipes. Pero igual que tuvo aliados,
también se forjó enemigos que lo persiguieron acusándolo
de timador y conspirador. De ahí el
cambio constante de nombre. La muerte le
llegó a Saint-Germain cerca de
Schleswig, en Eckernförde, el 27 de febrero de
1784, después de que un año antes empezara
a empeorar de su reumatismo. Falleció con unos 93
años, si tomamos como cierto que nació en
1691... Durante sus cinco últimos años de vida fue
huésped del príncipe Carlos de Hesse-Kassel,
que lo admiraba mucho y era masón, alquimista y practicante
de ciencias ocultas. Tres años antes de
fallecer Saint-Germain, el príncipe había
puesto un laboratorio a su
disposición para que prosiguiera con sus
investigaciones sobre tintes y realizara otros experimentos científicos,
según explica la web Savoirs d'
Histoire, que apunta, por aquel entonces, el conde vivía ya de
forma modesta, “sin diamantes, sin
instrumentos musicales, sin libros, y con una sola comida
al día”. Asimismo, Saint-Germain se
dedicó en estos últimos años a fabricar medicinas que vendía
a los ricos y regalaba a los pobres.
Hesse-Kassel describió al conde como “quizás uno de los
más importantes sabios que haya existido
jamás”. En pleno siglo de las luces, el siglo XVIII, a Saint-Germain se le ha considerado un maestro
de lo oculto. Se le atribuye una obra
esotérica titulada 'La Santísima Trinosofía', escrita
supuestamente por un prisionero de la
Inquisición. El manuscrito original se encuentra en la Mediateca Jacques Chirac
de Troyes, en Francia, y está compuesto
por 95 hojas. En esta misteriosa obra,
ilustrada, encontramos símbolos
cabalísticos que parecen jeroglíficos y citas en
diferentes idiomas, como el hebreo,
griego o árabe. En realidad, no está claro quién la escribió,
pese a que la firma un personaje que se
hace llamar conde de Saint-Germain. Hay historiadores
que creen que pudo escribirla un
supuesto discípulo suyo: Cagliostro, cuyo verdadero nombre
fue Giuseppe Balsamo, un alquimista y
ocultista italiano que recorrió el territorio
europeo vendiendo curas milagrosas y
enunciando profecías. Se cuenta que la copia manuscrita que hoy está en Troyes fue incautada por la Inquisición, en
1789, a Cagliostro mientras era prisionero en
el castillo de Sant'Angelo, y que
después se la llevó uno de los generales de Napoleón, André
Masséna, cuando tomaron la ciudad.
Finalmente, tras el fallecimiento del hijo del general Masséna,
la Mediateca de Troyes compró el
manuscrito en 1855. ¿La muerte puso fin a la leyenda del conde de Saint-Germain? Pues no, porque se cuenta
que siguió viviendo durante siglos,
recorriendo el mundo. De hecho, solo un
año después de su fallecimiento oficial aseguraron que
asistió a una reunión de masones en
Wilhelmsbad, Alemania. Se supone que en vida frecuentaba los círculos masónicos: así, el
príncipe Carlos de Hesse-Kassel fue una
figura muy influyente de la época en el
mundo de la masonería, los rosacruces y
los estudios herméticos. Dentro del folclore también tenemos una historia con solo un siglo de antigüedad y que
apunta a que en realidad el conde era
un... vampiro. A principios del siglo XX, llegó
a la ciudad de Nueva Orleans un hombre
llamado Jacques Saint-Germain. Con una
personalidad arrolladora y mucho
dinero. Se ganó el favor de un gran
número de mujeres, pero muchas de ellas terminaban desapareciendo.
Cuando la población del lugar se percató
de ello... Hay varias versiones de la historia:
según unos, cuando fueron a pedirle
cuentas al tal Saint-Germain, lo hallaron en la casa
pero logró escapar; según otros, ya no
estaba en su mansión. Sí estaba, en cambio, el cadáver de
su última víctima. Con un mordisco en el
cuello... Y la leyenda sigue viva: algunos creen que Saint-Germain continúa entre
nosotros, más de 200 años después de su muerte oficial.
¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la leyenda del conde de Saint-Germain?