¿Conocéis la historia del enigmático conde de Saint-Germain, aventurero, alquimista, músico y espía del siglo XVIII que, según la leyenda, descubrió el elixir de la inmortalidad?

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Alcoseri Vicente

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Jul 5, 2024, 11:27:11 PM (7 hours ago) Jul 5
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¿Conocéis la  historia del enigmático conde de Saint-Germain,   aventurero, alquimista, músico  y espía del siglo XVIII que,   según la leyenda, descubrió  el elixir de la inmortalidad? Seguro que muchos habéis oído hablar de Matusalén,  el personaje más longevo de los que aparecen en   la Biblia, ya que, según el Antiguo Testamento,  llegó a vivir 969 años. Se supone que fue a partir   del Diluvio Universal al que tuvo que hacer  frente Noé, precisamente nieto de Matusalén,   cuando, debido a la cólera de Dios, el  ser humano empezó a vivir menos años. Más allá de que la cifra que hemos mencionado  sea una hipérbole, hay un individuo que,   según la leyenda que lo rodea, quedó exento  de ese recorte de años. Muchos creen que en   realidad es la misma persona que el mítico Judío  Errante. El protagonista de nuestro vídeo de hoy   es conocido como... el conde de Saint-Germain,  un personaje del que no conservamos demasiadas   fuentes históricas fiables, ya que muchas, ya  os adelanto, están llenas de exageraciones. Ni siquiera se sabe cuándo ni dónde nació.  Él mismo se ocupó de envolverse con un halo   de misterio, ya que siempre reconoció que  Saint-Germain no era su nombre real, pero   ocultó el verdadero y su país de origen. Llegó a  este mundo entre 1690 y 1710. Como veis, se usa   una horquilla ¡de 20 años! Según la leyenda, nació  en 1691, en un castillo de los montes Cárpatos. Su último protector y buen amigo suyo, el  príncipe Carlos de Hesse-Kassel, aseguraba   que Saint-Germain le contó que había nacido en  1696 y era hijo del príncipe Francisco Rákóczi II,   de Transilvania. Pero que nunca reconoció de  forma abierta quién era su padre como medida   de protección, dada la persecución que la dinastía  de Rákóczi II sufrió por parte de los Habsburgo,   a los que se había enfrentado en el marco  de la guerra de independencia húngara. Pero, atención, porque hay fuentes que han  apuntado a un origen español para Saint-Germain:   según estas, era hijo natural de la reina viuda  de Carlos II, Mariana de Neoburgo. Que habría   tenido el bebé con un banquero madrileño  cuando se instaló en la ciudad francesa   de Bayona tras ser desterrada de Madrid por  Felipe V en 1701. Hay otras muchas teorías:   desde que era un Médici hasta que era  hijo natural del rey de Portugal, Juan V.   El hecho de que Saint-Germain hablara español  y portugués sin ningún acento refuerza para   algunos la teoría de su origen peninsular, pero  es que el conde también hablaba muy bien alemán,   inglés, italiano, francés, árabe, ruso,  latín, griego, chino, sánscrito... De hecho,   quienes lo conocieron coinciden en  señalar que era un hombre carismático,   muy cultivado e interesado en las artes,  la medicina, la ciencia, la política... Algunos os preguntaréis, ¿y ese nombre  francés? Saint-Germain. Hay quien señala   que es un sobrenombre que tomó del latín  'Sanctus Germanus' (“Santo hermano”). Sabemos de este personaje por primera  vez en torno a 1743, en Londres,   donde se instaló y obtuvo cierto  reconocimiento como músico, ya que   era un gran violinista. Incluso participó en la  composición de la ópera 'L'incostanza delusa',   estrenada en el Haymarket Theatre en  1745, con algunas canciones de su autoría,   y llegó a publicar varias piezas  para violín, entre otras obras. Pero a finales de 1745 fue arrestado en Londres,  sospechoso de apoyar a los jacobitas, es decir,   la causa de Carlos Eduardo Estuardo, conocido  como 'Bonnie Prince Charlie', quien pretendía   arrebatar el trono británico a Jorge II. De  la noticia de la detención de Saint-Germain   tenemos noticia a través de una carta del  escritor y político inglés Horace Walpole,   en la que explicaba: “El otro día capturaron  a un hombre extraño, que se hace llamar conde   de Saint-Germain. Ha estado aquí dos  años, y no dice quién es ni de dónde,   pero reconoce que no lleva su verdadero nombre  (…). Canta, toca maravillosamente el violín,   compone, está loco y no es muy sensible.  Se le llama italiano, español, polaco;   alguien que se casó con una mujer de gran fortuna  en México y huyó con sus joyas a Constantinopla”. En dicha carta, Walpole explica  que incluso el príncipe de Gales,   Federico Luis de Gales, había mostrado  curiosidad por el misterioso personaje,   y que había intentado realizar averiguaciones  sobre sus orígenes, pero sin éxito. Saint-Germain enseguida fue liberado sin cargos  debido a la falta de pruebas sobre su apoyo a   los jacobitas, pero no tardó en abandonar la  capital británica. Lo hizo al año siguiente,   en 1746. Muchas fuentes señalan que no se  supo nada más de él durante más de una década,   porque, según apuntan unos, se  marchó a Alemania para trabajar   en sus experimentos químicos y alquímicos;  y según otros, viajó a la India y al Tíbet. Pero en el sitio web francés Savoirs d'Histoire,  en un artículo muy interesante sobre este   personaje, se menciona una carta que el conde  envió solo tres años después de marcharse de   Londres, en 1749. Estaba dirigida a lord  Charles Cadogan, que vivía en Inglaterra,   y en ella Saint-Germain le contaba a su amigo  que se sentía muy solo en el Alto Palatinado,   en Baviera. También reconocía haber  visitado en cinco ocasiones París,   donde se había enamorado de una mujer llamada  madame d'Ogny, que había terminado casada,   un año antes, en 1748, con un barón, lo que  le había roto el corazón a Saint-Germain. Volvemos a tener noticias del conde precisamente  en París. Tardó una década en regresar: fue en   1758 y se cree que lo hizo acompañando a Charles  Louis Auguste Fouquet, duque de Belle-Isle,   oficial y diplomático francés que había sido  nombrado mariscal en 1740 y que se convirtió   en su protector después de que el conde  supuestamente lo curara en Viena de una   grave enfermedad. Fue en la Ciudad de la Luz donde  se forjó realmente la leyenda de Saint-Germain. Según otras versiones, ya veis  que hay versiones para aburrir,   el conde se trasladó a Francia tras visitar otros  países en diferentes misiones políticas, ya que,   en numerosas ocasiones, ministros de las cortes  europeas lo contrataron como espía. El caso es   que llegó a París a principios de 1758 y tenía  muy buena relación con el duque de Belle-Isle. Seguramente fue este poderoso hombre, que ese  mismo año fue nombrado secretario de Estado para   la Guerra, quien le hizo posible establecer  contacto con la corte del monarca francés,   Luis XV. Saint-Germain escribió al  director de los Edificios del Rey,   puesto ocupado por el noble Abel-François Poisson  de Vandières, marqués de Marigny, para ofrecer   sus servicios al monarca. Le dijo que había  inventado, entre otras cosas, una nueva técnica   para teñir la ropa y que deseaba proseguir con  sus investigaciones. Lo único que pedía a cambio   de servir a la corona era un alojamiento para  él y su equipo. Le asignaron unas habitaciones   en el castillo de Chambord, por aquel entonces  deshabitado, y allí estableció su laboratorio. Sin embargo, viajaba mucho a París. Porque, menuda  coincidencia, el marqués de Marigny, en quien   había despertado un vivo interés, le habló  a su hermana de este misterioso personaje.   ¿Y quién era su hermana? Jeanne-Antoinette  Poisson, más conocida como Madame de Pompadour,   una gran mecenas del arte y la cultura y  también cortesana, la favorita del rey, Luis XV. Así, Madame de Pompadour terminó llevando  a Versalles a este interesante conde,   que siempre vestía de forma muy refinada  y elegante, como lo eran sus modales,   para que pudiera conocerlo en persona el monarca  galo. El rey quedó entusiasmado con el personaje,   que hacía tal ostentación de riqueza que todos  creían firmemente que era de ascendencia noble.   Saint-Germain pasaba veladas enteras con el  monarca y madame de Pompadour en Versalles.   A todo esto, él seguía sin querer dar  pistas sobre su verdadera identidad. Y supongo que eso hizo surgir las sospechas de  un hombre muy poderoso de la corte de Luis XV, el   recién nombrado ministro principal del Estado, el  duque de Choiseul. Una de las fuentes que parecen   más creíbles acerca de la figura de Saint-Germain  son las 'Memorias' que nos dejó el diplomático   alemán Carl Heinrich, barón de Gleichen, que  conoció en persona a nuestro protagonista en 1759. El barón nos explica en dicha obra que Choiseul  decía conocer el origen del conde: según sus   informaciones, era hijo de un judío portugués y,  en palabras del duque, engañaba “la credulidad   de la ciudad y de la corte”. En presencia de  Gleichen, Choiseul también dijo, al parecer   en tono enfadado: “Es extraño que a menudo se  permita al rey estar casi solo con un hombre así,   cuando él nunca sale excepto rodeado de guardias,  como si por todas partes hubiera 'asesinos”.   Más adelante veremos cómo Choiseul  intentó desacreditar a Saint-Germain. En sus 'Memorias', el barón de Gleichen,  describió a nuestro protagonista como   “un hombre de mediana estatura, muy robusto,  vestido con una soberbia y refinada sencillez”.   La primera vez que ambos hablaron lo  hicieron de pintura y, curiosamente,   Saint-Germain le descubrió a su interlocutor  una obra de Murillo, 'La Sagrada Familia',   que, según el barón, igualaba en belleza  a la que había de Rafael en Versalles. Asimismo, Gleichen quedó impresionado por la  cantidad de joyas que Saint-Germain lucía.   “Creí estar viendo los tesoros de la lámpara  maravillosa”, escribió el barón, que después   expresó sus dudas sobe si quizás, dados los  conocimientos químicos que poseía el conde,   no era él mismo quien fabricaba las piedras  preciosas que mostraba a todo el mundo. Se   cuenta que Saint-Germain lucía diamantes hasta  en las hebillas de los zapatos, y que también   los llevaba en sus bolsillos como forma de pago.  Llegó a correr el rumor de que, como alquimista,   había conseguido la fusión de muchos diamantes  pequeños para fabricar uno grande, o que era   capaz de transmutar metales, se supone que trabajó  en la transmutación de metales vulgares en oro. Durante seis meses, el barón Gleichen acompañó a  menudo a Saint-Germain, así que llegó a conocerlo   un poco, y eso es mucho tratándose de un personaje  tan misterioso. Y descubrió, por ejemplo,   la inigualable capacidad del conde narrando  historias. “Jamás un hombre de su clase”, explica   en sus 'Memorias' Gleichen, “tuvo semejante  talento para excitar la curiosidad y manejar   la credulidad de quienes lo escuchaban”. “Sabía  dosificar”, continúa el barón, “lo maravilloso   en sus relatos según el nivel de receptividad  de su oyente. Cuando le contaba a un tonto un   hecho de la época de Carlos V, le confiaba con  toda franqueza que él mismo había presenciado el   hecho en persona; mientras que, cuando hablaba  con alguien menos crédulo, se contentaba con   retratar las más mínimas circunstancias del  relato (...) con un detalle y una vivacidad   que daban la impresión de estar escuchando a  un hombre que realmente había estado presente”. “A veces”, continúa Gleichen en sus 'Memorias',  “al pronunciar un discurso de Francisco I o de   Enrique VIII, fingía cometer un lapsus y soltaba:  'El rey se volvió hacia mí'... Pero rápidamente   se tragaba el 'hacia mí' y proseguía con  la prisa de un hombre que se ha olvidado   de sí mismo para decir '(El rey se volvió)  hacia tal duque”. Qué disimulado, ¿verdad? Al propio Gleichen le dijo un día: “Estos  tontos parisinos se creen que tengo 500 años,   y yo les confirmo en esta idea, ya que veo que  eso les causa mucho placer”. Para luego añadir:   “Aunque eso no quita que realmente yo  sea infinitamente más viejo de lo que   parezco”. Gleichen creía que el conde deseaba  engañarlo también a él hasta cierto punto. Está claro que el propio Saint-Germain fomentaba  la leyenda de su inmortalidad. Según una anécdota,   estando en París, acudió a una fiesta organizada  por una condesa anciana. Cuando esta dijo   reconocer su nombre, Saint-Germain, de cuando  medio siglo antes ella había vivido junto a su   marido en Venecia, él le aseguró que se trataba  del mismo hombre. Dando a entender a la condesa   y a sus invitados que él tenía unos cien años  cuando en realidad aparentaba unos 40 o 50 años.   Asimismo, también se cuenta que el  compositor francés Jean-Philippe Rameau,   muy influyente en la época barroca,  conoció al conde en Venecia en 1710. El barón Gleichen destacó en sus 'Memorias' que  “la estupidez de París no se limitó a darle unos   pocos siglos” de vida a Saint-Germain, “llegaron  a hacer de él un contemporáneo de Jesucristo”.   Ahora explicaremos por qué. ¿Recordáis al ministro más poderoso de Luis  XV? Eso es, el duque de Choiseul. Pues se cree   que fue él quien, en un intento de desacreditar  la figura de Saint-Germain a ojos del monarca,   contrató los servicios de un actor llamado Gauve  -también conocido como Gower-, que había servido   en la guerra de los Siete Años como espía, para  que, haciéndose pasar por el conde misterioso,   recorriera los barrios de París actuando de tal  manera que lo retratara como si estuviera loco. De forma que Gower, suplantando a Saint-Germain,  empezó a contar historias increíbles,   como que había brindado con Alejandro Magno  y había presenciado su entrada en Babilonia;   que había conocido y sido amigo de Jesucristo,  y le había pronosticado que acabaría mal;   que había cazado en compañía de Carlomagno... Según explica en sus 'Memorias' Gleichen, fue  “esta broma, tan absurda y repetida en París” lo   que además hizo que Saint-Germain adquiriera la  fama de poseer una medicina que rejuvenecía, un   elixir llamado de 'Larga vida' y que  guardaba el secreto de la inmortalidad.   De tal forma que se propagó la leyenda de  que una anciana dama que poseía un frasco   de este licor tragó tanto para rejuvenecer  que terminó convertida en una niña pequeña. Curiosamente Gleichen, que subrayó en su obra  que todas estas fábulas no merecían “la atención   de las personas sensatas”, llegó a admitir  que un individuo, de cuyo criterio se fiaba,   se había mostrado sorprendido porque tras  coincidir con el conde en 1759, 24 años después   de la primera vez que lo había visto, lo encontró  exactamente igual. Asimismo, Gleichen explica que   todas las personas que conocieron a Saint-Germain  desde 1759 hasta su muerte, y a quien él mismo   preguntó sobre su aspecto, siempre decían  que “parecía un sexagenario bien conservado”.   Por tanto, era un hombre que solo había  envejecido diez años en el transcurso de setenta.   ¿Hasta qué punto eran fiables esos  testimonios? Juzgadlo vosotros mismos. Eso sí, Gleichen asegura que no le oyó hablar  jamás de una medicina universal ni alardear de   conocimientos sobrenaturales para vivir más años,  “como sí hacían otros charlatanes”. Lo único que   el conde recomendaba para aumentar la esperanza  de vida era una dieta que él mismo llevaba y   consistía en no beber mientras comía y purgarse  con unas hierbas medicinales que se preparaba. También tenemos noticias de Saint-Germain a  través de las palabras de una de las mentes más   ilustradas del siglo XVIII, el escritor y filósofo  francés Voltaire. Este, en una carta dirigida al   rey de Prusia, Federico II, con fecha de abril de  1758, describió a Saint-Germain como “un hombre   que no muere nunca y que lo sabe todo”. Algunos  han interpretado estas palabras como un halago,   pero en realidad se trataba de una burla.  En 'Las obras completas' de Voltaire,   que reúnen su correspondencia al completo,  podemos leer el contexto de la frase.   El filósofo francés habla de un secreto  que conocerían el duque de Choiseul,   el canciller austriaco Wenzel Anton von  Kaunitz-Rietberg y el primer ministro británico,   William Pitt. Voltaire explicaba en su carta:  “Se dice que (ese secreto) solo lo conoce un tal   Saint-Germain, que anteriormente cenó en la ciudad  de Trento con los padres del concilio” -ya sabéis,   celebrado dos siglos antes- “y que probablemente  tenga el honor de ver a vuestra majestad dentro   de cincuenta años. Es un hombre que nunca muere  y que lo sabe todo. En cuanto a mí, que estoy al   final de mi carrera y que no sé nada, me limito  a desear que usted conozca al duque de Choiseul”. En 1760, Luis XV envió a Saint-Germain  a los Países Bajos para supuestamente   negociar en su nombre un préstamo de  30 millones de florines que ayudara   a la corona a financiar la guerra de los  Siete Años contra Inglaterra y sus aliados.   Pero su misión real no era esa,  sino otra. Completamente secreta:   debía intentar iniciar en La Haya unas  conversaciones de paz con Prusia, hasta   ese momento aliada de Inglaterra. El mariscal  de Belle-Isle estaba detrás de todo el plan. Y Saint-Germain creyó tener carta blanca para  negociar, pero una indiscreción suya provocó   que dicha misión llegara a oídos del duque de  Choiseul. Para el poderoso ministro del rey ese   posible tratado resultaba inadmisible. Por un  lado, porque se pretendía romper la alianza que   él defendía con Austria. Por otro, no toleraba que  nadie se atreviera a negociar la paz sin estar él   al corriente, ya que en la corte jamás un ministro  debía inmiscuirse en el terreno de otro, y él era   el ministro de Asuntos Exteriores, así que la  única explicación válida, y que a Choiseul le   venía muy bien, era que Saint-Germain era un doble  agente al servicio de Prusia, de Federico II.   Ni Luis XV ni Belle-Isle pudieron  o quisieron llevarle la contraria. El ministro envió a un grupo de hombres a Países  Bajos para que ataran de pies y manos al supuesto   traidor y lo llevaran de vuelta a Francia,  directamente a la Bastilla. Pero alguien se   le había adelantado: informaron al conde y, cuando  estaba a punto de ser detenido, huyó a Inglaterra. Se quedó en Londres durante unos  meses. Pero tampoco allí lo querían,   así que volvió a Países Bajos, y en Nijmegen,  cerca de la frontera alemana, adquirió una   gran propiedad y se dedicó a la investigación de  tintes y colores usando el sobrenombre de conde de   Surmount. Al parecer era muy común que cambiara de  nombre: italianos, rusos, alemanes, franceses...   Según otras versiones, más ligadas a la leyenda  sobrenatural, en Países Bajos acumuló una gran   riqueza vendiendo pócimas y ungüentos destinados  a combatir cualquier mal, incluida la muerte. Un tiempo después, en la primavera de 1762,  recibió la invitación del conde Pietro Antonio   Rotari, pintor veneciano, para visitar Rusia, y  allí Saint-Germain trabó amistad con uno de los   hermanos Orlov, que fueron los que dirigieron  el golpe de Estado que en julio derrocó a Pedro   III de Rusia para instalar en el poder a Catalina  II. Algunas fuentes apuntan que el conde incluso   participó en la rebelión que convirtió en  emperatriz de Rusia a Catalina la Grande. Saint-Germain estuvo viajando, entre  otros lugares, por Prusia, Rusia,   Italia, Inglaterra y Austria. Y vendía a los  distintos gobiernos los secretos de sus tintes. Se cree que en torno a 1766 llegó a estar bajo  la protección del rey Federico II de Prusia,   pero se marchó de allí muy pronto. Y, en 1770,  reapareció en la ciudad italiana de Livorno   con nombre ruso y ataviado con un uniforme de  general ruso. El conde Alekséi Grigórievich Orlov,   conocido por su talante orgulloso, lo trataba con  una consideración que nunca mostraba por nadie,   según cuenta en sus 'Memorias' el barón Gleichen. En sus periplos por tierras europeas,  Saint-Germain a menudo se alojó en palacios   de príncipes. Pero igual que tuvo aliados,  también se forjó enemigos que lo persiguieron   acusándolo de timador y conspirador.  De ahí el cambio constante de nombre.  La muerte le llegó a Saint-Germain cerca de  Schleswig, en Eckernförde, el 27 de febrero   de 1784, después de que un año antes empezara  a empeorar de su reumatismo. Falleció con unos   93 años, si tomamos como cierto que nació en  1691... Durante sus cinco últimos años de vida   fue huésped del príncipe Carlos de Hesse-Kassel,  que lo admiraba mucho y era masón, alquimista y   practicante de ciencias ocultas. Tres años antes  de fallecer Saint-Germain, el príncipe había   puesto un laboratorio a su disposición para que  prosiguiera con sus investigaciones sobre tintes   y realizara otros experimentos científicos, según  explica la web Savoirs d' Histoire, que apunta,   por aquel entonces, el conde vivía ya de forma  modesta, “sin diamantes, sin instrumentos   musicales, sin libros, y con una sola comida al  día”. Asimismo, Saint-Germain se dedicó en estos   últimos años a fabricar medicinas que vendía a  los ricos y regalaba a los pobres. Hesse-Kassel   describió al conde como “quizás uno de los más  importantes sabios que haya existido jamás”. En pleno siglo de las luces, el siglo XVIII,  a Saint-Germain se le ha considerado un   maestro de lo oculto. Se le atribuye una obra  esotérica titulada 'La Santísima Trinosofía',   escrita supuestamente por un prisionero de  la Inquisición. El manuscrito original se   encuentra en la Mediateca Jacques Chirac de  Troyes, en Francia, y está compuesto por 95   hojas. En esta misteriosa obra, ilustrada,  encontramos símbolos cabalísticos que   parecen jeroglíficos y citas en diferentes  idiomas, como el hebreo, griego o árabe.   En realidad, no está claro quién la escribió, pese  a que la firma un personaje que se hace llamar   conde de Saint-Germain. Hay historiadores que  creen que pudo escribirla un supuesto discípulo   suyo: Cagliostro, cuyo verdadero nombre fue  Giuseppe Balsamo, un alquimista y ocultista   italiano que recorrió el territorio europeo  vendiendo curas milagrosas y enunciando profecías. Se cuenta que la copia manuscrita que hoy está en  Troyes fue incautada por la Inquisición, en 1789,   a Cagliostro mientras era prisionero en el  castillo de Sant'Angelo, y que después se la llevó   uno de los generales de Napoleón, André Masséna,  cuando tomaron la ciudad. Finalmente, tras el   fallecimiento del hijo del general Masséna, la  Mediateca de Troyes compró el manuscrito en 1855. ¿La muerte puso fin a la leyenda del conde de  Saint-Germain? Pues no, porque se cuenta que   siguió viviendo durante siglos, recorriendo  el mundo. De hecho, solo un año después de   su fallecimiento oficial aseguraron que asistió a  una reunión de masones en Wilhelmsbad, Alemania. Se supone que en vida frecuentaba  los círculos masónicos: así,   el príncipe Carlos de Hesse-Kassel  fue una figura muy influyente de la   época en el mundo de la masonería, los  rosacruces y los estudios herméticos. Dentro del folclore también tenemos una  historia con solo un siglo de antigüedad   y que apunta a que en realidad el conde era  un... vampiro. A principios del siglo XX,   llegó a la ciudad de Nueva Orleans un hombre  llamado Jacques Saint-Germain. Con una   personalidad arrolladora y mucho dinero. Se ganó  el favor de un gran número de mujeres, pero muchas   de ellas terminaban desapareciendo. Cuando  la población del lugar se percató de ello...   Hay varias versiones de la historia: según  unos, cuando fueron a pedirle cuentas al   tal Saint-Germain, lo hallaron en la casa pero  logró escapar; según otros, ya no estaba en su   mansión. Sí estaba, en cambio, el cadáver de su  última víctima. Con un mordisco en el cuello... Y la leyenda sigue viva: algunos creen  que Saint-Germain continúa entre nosotros,   más de 200 años después de su muerte oficial. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de la leyenda del conde  de Saint-Germain?   
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