Adolf Hitler albergaba un odio visceral hacia la masonería, esa antigua hermandad que representaba todo lo que él despreciaba: la fraternidad universal, la razón iluminada y los lazos invisibles de tolerancia que trascendían razas y naciones. Para él, los masones eran la encarnación de una conspiración judía y liberal, una "mano oculta" que manipulaba los hilos del mundo desde logias secretas, como lo denunció en su Mein Kampf, donde los tildaba a los masones alemanes de traidores al espíritu ario. Sin embargo, bajo esa fachada de recelo bullía una codicia insaciable: Hitler anhelaba apoderarse de sus poderosos secretos masónicos, esos rituales ancestrales y conocimientos esotéricos que, según él mismo afirmaba , conferían dominio sobre las mentes y las fuerzas invisibles. Ordenó a la Gestapo saquear archivos masónicos en países ocupados, torturar a psíquicos y masones ocultistas para extraer sus misterios, convencido de que tales arcanos podrían catapultar su régimen a la supremacía absoluta. Pero en esa ambición se gestó su perdición, pues la masonería, con su luz inquebrantable, se erigió como el baluarte contra la oscuridad que él desataba.
Las verdaderas guerras no se libran en los campos de batalla, ni mucho menos se deciden por estadistas en las mesas de negociaciones; soldados, políticos y toda la masa humana en sí no son más que marionetas manejadas y dirigidas por mentes superiores, invisibles y eternas. La Tierra es el teatro de operaciones de múltiples fuerzas que reaccionan y accionan en un ballet cósmico: tránsitos de planetas que alteran destinos, influencias de los astros que susurran profecías, alineaciones que friccionan creando caos, conjunciones que desatan tormentas invisibles. Pero existe más, otros intereses y otras causas, como las entidades etéreas que se alimentan de nuestro miedo colectivo, o las corrientes psíquicas que tejen realidades alternativas. Imagina, lector, un universo donde cada pensamiento es una onda que resuena en el éter, amplificada por voluntades unidas, capaz de derribar imperios sin un solo disparo. "La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad: solo la luz puede hacerlo", advertía Martin Luther King Jr., recordándonos que en esta danza de sombras, la verdadera victoria radica en la iluminación colectiva.
Pero, ¿qué podemos hacer nosotros, los masones, ante este complejo drama que envuelve al mundo? Lo más sencillo muchas veces es la mejor opción: unir nuestras voluntades en un poderoso Egregor. Constituirnos en un logos mental, un pensamiento unificado que contrarreste estas influencias oscuras, como un faro que disipa la niebla del caos. Atentados, amenazas, el miedo y el pánico son los elementos con que se juega en esta guerra en primer plano; luego viene la distorsión y la desinformación: no hablar sobre el tema es una forma sutil de parar una guerra, de no difundir el terror que alimenta a las bestias invisibles. ¿Somos acaso el alimento para algo mayor? Cristo lo insinuaba en sus parábolas, hablando de que somos el trigo, el fruto y los borregos; veladamente sugería que seremos el sustento para algo o alguien, sin decirlo directamente, pero dejando entrever un ciclo devorador. Recuerda la película Matrix, donde el hombre es una mera pila para dar energía y mantener el sistema; un eco moderno de antiguas verdades. Como reza en el mismo Libro de la Ley en Efesios 6:12: "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes". En este vasto tapiz, la masonería emerge como el antídoto, un escudo psíquico forjado en rituales que elevan la conciencia a niveles superiores .
Cuando en la masonería se exige el pago de sangre, se grita: ¡Detente! Y ahí comienza realmente la trama iniciática, un viaje que trasciende el velo de lo material. Todos los antiguos misterios demandaban sangre para simbolizar el vampirismo literal de fuerzas depredadoras; la masonería abolió esto, optando por la luz del conocimiento en lugar del sacrificio cruento. Como dice el Libro de la Ley en Hechos 26:16-18, el Señor insta a Pablo: "Para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti... para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz". "La luz es la mano izquierda de la oscuridad, y la oscuridad es la mano derecha de la luz; las dos son una, vida y muerte, juntas como amantes", reflexionaba Ursula K. Le Guin, capturando la dualidad que la masonería equilibra con maestría.
Una guerra psíquica real se libró en la Segunda Guerra Mundial, cuando las fuerzas oscuras hitlerianas pretendían apoderarse del mundo. Y quienes detuvieron a los magos negros nazis fueron precisamente magos masones; se nombra el caso específico de varios iniciados convocados por el mismo masón Winston Churchill para detener a Adolf Hitler. Se dice que inclusive Hitler mandó torturar a muchos masones psíquicos para obtener sus secretos, en un desesperado intento por invertir la balanza etérea. La idea de esta "guerra psíquica" entre masones y nazis mezcla hechos documentados, guerra ideológica y elementos esotéricos reales. Veámoslo en varios niveles: histórico, simbólico y ocultista.
En el contexto histórico, desde los años 20, Adolf Hitler y el núcleo ideológico del nacionalsocialismo veían a la masonería como un enemigo directo, una red secreta internacional supuestamente controlada por judíos, liberales y cosmopolitas. En Mein Kampf y en los discursos de Himmler y Goebbels, la masonería era presentada como "la malvada mano oculta" del sionismo y del bolchevismo. En 1935 se prohibieron todas las logias en Alemania, y muchos masones fueron deportados a campos de concentración —en Dachau y Buchenwald hubo logias clandestinas que siguieron reuniéndose, un acto de resistencia que ilumina la resiliencia humana—. En países ocupados como Francia, Bélgica y Holanda, la Gestapo confiscó archivos y símbolos rituales, creyendo que contenían claves mágicas. Por su parte, las logias aliadas en Inglaterra, Estados Unidos y Francia libre consideraban la lucha contra el nazismo como una guerra espiritual por la libertad y la razón. Líderes como Churchill, Roosevelt y Truman, todos masones, encarnaban esta visión. "La masonería es una sociedad fraternal que une a hombres de buenos principios y moral, sin importar sus diferencias religiosas o políticas", podría haber dicho Benjamin Franklin, un pilar masónico, reforzando cómo esta hermandad trascendía fronteras para combatir la tiranía.
En la guerra ideológica y simbólica, el enfrentamiento no fue solo político, sino metafísico: la masonería defendía la luz, la razón y la fraternidad universal, contra la oscuridad, la sangre y la raza del nazismo; igualdad iniciática versus jerarquía racial; libertad interior versus sumisión al Führer. Hitler y su círculo —Himmler, Rosenberg, Haushofer— intentaron una "contra-iniciación", creando un sistema simbólico alternativo con las SS como orden mística, inspirada en la Thule Gesellschaft y Vril. El castillo de Wewelsburg, con su sala circular para rituales invertidos, no buscaba iluminar, sino dominar. "Haz lo que quieras será toda la Ley", proclamaba Aleister Crowley, pero los nazis pervirtieron esta voluntad en un yugo de odio, mientras los masones la usaban para liberar almas.
En el plano psíquico y ocultista, ambas partes emplearon operaciones "mágicas". Los nazis, a través de la Ahnenerbe, exploraron esoterismo tibetano, runas y clarividencia para influir en batallas. Los aliados, con círculos como los de Dion Fortune y Crowley, realizaron rituales de defensa: Fortune en "La guerra oculta" describía batallas astrales, y Crowley ofrecía "magia de voluntad" contra Hitler. "El amor es irresistible. Siempre triunfa", escribió Derek Prince sobre la guerra espiritual, un eco de cómo la luz masónica prevaleció.
En el plano simbólico, fue una batalla entre visiones: la masonería como evolución interior y fraternidad, versus el nazismo como transmutación racial a través del odio. Magia blanca de luz contra magia negra de poder. "Pensar es el diálogo del alma consigo misma", decía Platón, un precursor filosófico que los masones honran en su búsqueda de verdad.
En el epílogo, la caída de Alemania en 1945 fue vista por masones como victoria espiritual, restaurando la luz. Las logias renacieron como símbolo de reconstrucción.
Alcoseri