Hoy se cumple un año del brutal ataque a la sede del INSAI en Maracay, por parte de quienes creen que por medio del terrorismo pueden imponer su visión intolerante del mundo. Debería ser una fecha propicia para la reflexión, pero, lamentablemente, el espíritu rebelde e innovador que tuvimos se encuentra hoy dormido. Tal vez de manera muy cómoda y conveniente para algunos.
Más allá de andar haciendo análisis de hechos sucedidos y de lo que hemos vivido en este último año, me llegó por ahí esta entrevista que me pareció muy oportuna. Se trata de alguien que, con su ejemplo de vida, nos dice dulcemente que de verdad otro mundo es posible más allá de la sobrevivencia diaria.
Que sirvan sus palabras como celebración de la vida en esta fecha.
Lutecia Adam | Que se callen las armas y canten los labriegos…
La naturista planifica con su hija Henriette Arreaza un recetario para subsistir en medio de la guerra económica
21 junio, 2018En una hermosa casa anclada en Aguas Calientes, en Mérida, se encuentra Lutecia Adam. Entre flores y árboles. Ella es uno de esos seres para los que nada es imposible. Y digo imposible, porque ella logró vencer una enfermedad que para muchos es incurable. Lutecia plantea que hay que cuidar muy bien el estuche que guarda el alma, según le confesó en una oportunidad a Esperanza Márquez. De manera que ella ha venido dando a su estuche los alimentos necesarios para mantenerse vital, lúcida y amada a sus 90 años de vida. Esta entrevista la hicimos en la distancia, ella en Aguas Calientes, yo en Caracas. Ella rodeada de árboles y naturaleza y yo en la selva de concreto hostil y a la vez amable que es Caracas. Fue Henriette, la hija con quien vive, la intermediaria en este encuentro casi epistolar:
—¿A qué se dedica actualmente?
—Me dedico a leer, tejer y pensar. Mientras tejo, pienso. Tejer me permite escribir con el pensamiento. Mientras tejo, recuerdo y me pregunto: cómo hubieran sido las cosas si las hubiera hecho al revés. Yo recomiendo a todos aprender a tejer, porque es un oficio que permite la concentración y la meditación.
—¿Está escribiendo? ¿Qué escribe?
—Hago notas sobre cómo siento la vida a los noventa años. Anoto mis reflexiones sobre los cambios que he tenido que hacer mental, física y espiritualmente para adaptarme a la avalancha de cambios que me ha tocado vivir a esta edad. Terminé un libro sobre cáncer y alimentación, fruto de mi experiencia durante 14 años como nutricionista de los grupos atendidos en el programa de Psiconeuroinmunología dirigido por Marianela Castés, en el hospital José María Vargas. Este será mi último libro …aunque estoy mascullando uno sobre la dictadura de Pérez Jiménez y la participación de mi familia y amigos en la Resistencia. ¡La gente no sabe qué es una dictadura!
—¿Está feliz, cómo se siente?
—No sé si feliz, la vejez es una carga que te pide mucha sabiduría, disciplina y fortaleza para llevar la vida. Yo he hecho un gran esfuerzo por conservar la salud, la vitalidad, la energía. Tengo que tratarme a mí misma como si fuera un bebé para no caerme, no maltratarme, porque uno va regresando a un estado de fragilidad. Tengo que alimentarme muy bien, tomar mis jugos verdes, hacer cada día mi yoga. ¿Esto será felicidad? No sé. Yo no podría definir qué es la felicidad, pero sí puedo decir que me siento amada y respetada.
—¿Es buena la alimentación del venezolano?
—En medio de esta crisis yo he comido las cosas más sanas y exquisitas. He descubierto productos desconocidos para mí, y eso que buena parte de mi vida la dediqué a investigar para mis crónicas sobre qué y cómo se alimentaban y sanaban los venezolanos antes de la era del derroche. En esa investigación publicada en gran parte en la revista Estampas de El Universal, yo iba develando y redescubriendo toda una culinaria nacional que había desaparecido. Fue así como renació el bledo, la mechada de concha de plátano, los filetes de ocumo, el ponche de auyama, la mechada de berenjenas y un sin fin de alimentos que habían sido despreciados y subestimados por las nuevas modas que privilegiaban la comida chatarra y los productos industrializados. Yo tuve la suerte, tal vez por tener un padre europeo, de crecer junto a un huerto donde no faltaba la espinaca, la berenjena.
Ahora vivo en el campo con mi hija, ella tiene un bosquecito de chachafrutos, un producto para mí desconocido pero que salvó de la hambruna a muchos pueblos andinos. Del chachafruto se hace pan, croquetas, cremas, puré, sopas, postres. También tiene tomate de árbol con el que elabora salsas para pasta, sopas, ricos jugos. Cuatro variedades de chayotas. Amaranto, chía, linaza… Su finca es como un jardín botánico de plantas que han resucitado, lo contrario a un jardín con especies en vías de extinción.
Este último diciembre, cuando muchos apostaron a que no comeríamos hallacas, aquí hicimos hallacas con relleno de lentejas y las aceitunas eran de chachafruto!!! Para mí eso es la revolución, crear, crear cada día nuevos modos de vida aprovechando los recursos que la naturaleza nos ofrece.
—¿Cree que hemos perdido nuestros valores?
—Creo que la realidad actual ha estimulado la sagacidad del venezolano, en todos los sentidos, pero yo quiero resaltar el buen sentido y este es el camino de la creatividad. Esta época ha dado lugar a una nueva gastronomía, más sana, más diversa y además ungida por el goce de crear, de solucionar, de resolver. Tenemos en mente mis hijas y yo un recetario nacido de la crisis, de la más pura necesidad. ¡Cuántos tipos de arepas han aparecido? ¿Cuántos guisos, mojitos y cremas para untar estas arepas? ¿Cuántos alimentos han resurgido? ¿Cuántas proteínas que antes no usábamos estamos consumiendo hoy día? La gente se está tratando la tensión con cáscara de mandarina. Y así hay un sin fin de respuestas a la crisis que van reconstruyendo y creando una cultura que estaba por morir.
Hay valores que se han fortalecido por la necesidad de vivir, en los momentos difíciles es cuando se prueba el valor de las cosas que no hemos apreciado. Creo que han nacido nexos de solidaridad que se habían perdido. Se comparten los trucos de sobrevivencia, se valora lo que se tiraba, se usan y se vuelven a usar las cosas antes de desecharlas, se intercambian las medicinas alopáticas y se regresa a la medicina natural.
En este sentido la mayor beneficiada es la Madre Tierra. Producimos menos basura plástica y desechos industriales. Estamos más flacos pero más sanos. No hay transporte y caminamos, nos ejercitamos. El venezolano tiene una paciencia infinita, una voluntad para buscar soluciones a los caminos más obtusos. Recuperamos oficios nobles como el del zapatero remendón, la costura, la restauración y reparación de artefactos…
Como no hay capacidad económica para satisfacer los placeres mundanos hemos vuelto al convite familiar, a la intimidad, a la hermandad. Incluso me imagino que los índices de alcoholismo deben haber disminuido.
Quizás donde fallamos es en la capacidad de mirarnos y reconocer nuestros errores, hemos perdido la capacidad de autocrítica y eso hace que arrastremos errores que deben ser superados. El venezolano es frágil cuando tiene que escuchar de otra voz sus fallas, pero es muy crítico para ver la paja en el ojo ajeno.
Cuando se estabilicen las cosas será mucho lo que habrá aprendido el venezolano de sí mismo y de la vida. Algún día volveremos a tener lo que creímos perdido pero también lo que nunca habíamos soñado tener porque seremos capaces de crearlo sin que nos lo den hecho, entonces se fortalecerá nuestra cultura y nacerán nuevos caminos.
—¿Qué valores del venezolano rescataría?
—El humor porque nadie nos debe quitar la alegría y en momentos duros la necesitamos más que nunca.
La solidaridad, ahora la hay, pero necesitamos sensibilizar a los sectores envenenados por la ambición de acumular bienes materiales y dinero. El dinero, lejos de dar la felicidad genera una enorme angustia que es la angustia de perderlo.
La valentía para decir la verdad es la sinceridad. Aprender a decir la verdad es una manera de propiciar los cambios de conducta que nos afectan negativamente. Con la verdad ni temo ni ofendo.
Decirnos mutuamente la verdad, con amabilidad, es una vía para poner en práctica la autocrítica.
El compromiso más allá de la emocionalidad. Los venezolanos somos sumamente emotivos y en estados de alborozo ofrecemos lo que después nos cuesta cumplir. Cuando nos comprometemos colectivamente es un pecado grave no cumplir porque está en juego un propósito común que depende de la voluntad de todos, la falta de compromiso de uno puede hundir el proyecto de todos.
—¿Qué llamado habría que hacerle al venezolano en este sentido?
—Rescatar la virtud robinsoniana de sentirse bien siendo bueno, amable, generoso y sincero.
Practicar la virtud de cuidarnos unos a otros, solo eso nos puede llevar a la felicidad.
—¿Que recomendaciones daría al Gobierno y al pueblo orientadas al rescate de valores?
—El Gobierno debe dar ejemplo, en primer lugar. En momentos como los que vivimos los gobernantes deben ser austeros, en su forma de vida y hasta en su forma de comunicar. Hay mucho sufrimiento y se requiere de mucho amor y delicadeza para dirigirse a quienes padecen los rigores de una guerra económica. Los gobernantes deben moderar su verbo con sobriedad, amabilidad y hasta cierta indiferencia ante los ataques verbales del adversario, lo que en criollo llamamos no comer casquillo.
El Gobierno debe ser el primero en practicar el socialismo que propone para ganarse el respeto de la sociedad, de otro modo es injusto exigir sacrificios al pueblo.
Por otra parte debe implementar en las escuelas los cambios que quiere realizar, los niños deben vivir la buena vida no en la cartilla, no en la propaganda, deben vivirla practicándola. En lo que siembran, lo que comen, lo que juegan, lo que investigan, cómo se tratan y cómo los tratan los maestros debe reflejarse la nueva sociedad que se quiere. La familia debe contribuir también a vivir y a realizar este cambio.
El Gobierno debe premiar y estimular al pequeño campesino, al pequeño agricultor que nos ha salvado en estos momentos de una hambruna gracias a los productos de la tierra. Nunca habíamos comido tantos vegetales los venezolanos. Una cantata que escribí para Juan Carlos Núñez empieza así: Que se callen las armas y canten los labriegos…
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Biografía Mínima
Nació en Irapa, estado Sucre, el 17 de septiembre de 1927, allí pasó su primera infancia. Junto a sus padres y sus 7 hermanos se trasladaron a Tucupita en el Delta del Orinoco, donde estudió la primaria con las hermanas Franciscanas. En el campo de la medicina natural realizó investigación en todo el país sobre etnobotánica, etnomedicina y culinaria popular, publicada en libros como Laboratorio de la Naturaleza y Gran Laboratorio de la Naturaleza. También divulgó estos saberes populares en diarios, programas de radio y un programa semanal en VTV.
Trabajó con la inmunóloga Marianella Castés Boscán en los programas de Psiconeuroinmunología para el apoyo de pacientes con cáncer y enfermedades de alto riesgo, creados en el Hospital Vargas.
En estos programas se adiestraba a los pacientes en el manejo de su enfermedad a través de la autorreprogramación mental para la creación de hábitos de vida saludables. Esta y otras experiencias en torno al papel de la alimentación en la curación de enfermedades de alto riesgo será publicada en internet.
Actualmente prepara un libro sobre la dictadura de Pérez Jiménez y la participación activa de su familia en la resistencia que llevó a Henriette, Luisa, Félix, Alexis, Frank y Lutecia, los seis hermanos Adam (adecos y comunistas) a la cárcel y a padecer torturas en los sótanos de la Seguridad Nacional.
Silencio a las armas
Un canto por la paz
Con admiración y respeto a Nelson Mandela,
pacifista del mundo.Que se callen las armas y
canten los labriegos,
¡Basta ya de marchantes,
traficantes del odio,
mercaderes de guerra!
¡Vuelvan a su lugar!Y, un día fueron las nucleares
otro, la guerra de bacterias
conejillos de India fue Vietnam
la solo mata gente.De Siberia la bomba sideral
que acabará con lunas y luceros
con muñecas de trapo,
con esteros.¡Basta ya de marchantes,
traficantes del odio,
mercaderes de guerra!
¡Vuelvan a su lugar!No queremos que en la China silente
el dragón se llegue a despertar
y el oso milenario de las estepas rusas
se quede donde está.
Queremos la flor de lis
siga aromando la Galia
¡de donde no debió salir jamás!!!También que,
el Tío de las barbas de plata
se quede stand apart,
y que el vencido león,
desde Inglaterra,
no venga a molestar.Dejen crecer la hierba en campos de labranza,
¡Nunca más! ¡Nunca jamás!
sangrientos lugares de matanza.No queremos coronas en las tumbas.
Amamos las flores y las frutas
en las plazas y los huertos del mundo.
Soñamos se convierta
en una escuela grande que nos enseñe a amar
a dirimir conflictos
a venerar la vida
a amar la tierra y
a compartir el pan.
Que se callen las armas
y canten los labriegos
¡Basta ya de marchantes,
traficantes del odio,
mercaderes de guerra!
¡Vuelvan a su lugar!Año Internacional de la Paz
TERESA OVALLES MÁRQUEZ/CIUDAD CCS
FOTOS HENRIETTE ARREAZA A
“Nadie podrá pasar por encima del corazón de nadie ni hacerle mal en su persona aunque piense y diga diferente".
Interpretación del Pueblo Wayú del Artículo 11 de la Constitución de Colombia, citado por Jaime Garzón en conferencia en la Universidad Autónoma de Occidente, Cali, 14 de febrero 1997.