Ricardo Martins.
06 de noviembre 2025
La tan esperada cumbre entre el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping, celebrada al margen de la Cumbre de la APEC en Busan, Corea del Sur, supuso la primera reunión de alto nivel entre ambos líderes desde que Trump volvió a ocupar el cargo.
Aunque la reunión generó titulares optimistas y declaraciones grandilocuentes por parte de Trump, su contenido revela una distensión cautelosa y temporal de las tensiones, más que un avance estratégico.
Según el Ministerio de Comercio de China (MOFCOM), ambas partes acordaron un paquete de suspensiones recíprocas de un año y ajustes arancelarios destinados a calmar las relaciones comerciales y crear un espacio para nuevas negociaciones:
Desde la perspectiva estadounidense, Trump presentó la reunión de Busan como un triunfo. A bordo del Air Force One, declaró un éxito de “12 sobre 10”, destacando los recortes arancelarios, un “avance en el tema de la soja” y lo que describió como “una solución sobre las tierras raras”.
El mensaje de la Casa Blanca enmarcó la cumbre como una prueba de la destreza negociadora de Trump: restaurar la equidad y mantener a China ‘bajo control’.
La reacción de Pekín no pudo ser más diferente. Las declaraciones oficiales fueron escasas y tranquilas:
China y Estados Unidos están dispuestos a prosperar juntos”, decía la breve nota de Xinhua.
No hubo confirmación alguna de concesiones en materia de tierras raras. El tono de Xi Jinping sugería deliberación, paciencia y búsqueda de la estabilidad, más que concesiones.
Detrás de la coreografía diplomática se esconde el verdadero campo de batalla: los minerales estratégicos.
China refina más del 90 % de los elementos de tierras raras del mundo, esenciales para la fabricación de alta tecnología, desde teléfonos inteligentes y turbinas eólicas hasta sistemas de guía de misiles.
En septiembre de 2025, poco antes de la cumbre, Pekín introdujo nuevas normas de concesión de licencias que exigen la autorización de exportación de todos los materiales de tierras raras procesados y enriquecidos por motivos de “seguridad nacional”.
La industria de defensa estadounidense está especialmente expuesta: cada avión de combate F-35 requiere aproximadamente 450 kilogramos de componentes de tierras raras. Sin el suministro chino, los costes y los plazos de producción se dispararían.
Por lo tanto, la afirmación de Trump de que la cuestión de las tierras raras estaba ‘resuelta’ se considera útil desde el punto de vista político, pero sin fundamento en la realidad. El decreto chino sobre las licencias de exportación sigue intacto y Estados Unidos no ha confirmado ninguna concesión. La influencia de Pekín se mantiene.
Desde la perspectiva de Pekín, el periodo de suspensión de un año le da tiempo. China entiende que el calendario político estadounidense, con las elecciones de mitad de mandato y los primeros movimientos de campaña, crea presión para un alivio económico visible.
Las suspensiones arancelarias reducen los precios de las importaciones estadounidenses y alivian las preocupaciones inflacionistas, lo que ayuda políticamente a Trump.
Para China, se trata de concesiones reversibles que pueden restablecerse si las relaciones se deterioran de nuevo.
Por lo tanto, la cumbre se asemeja a un armisticio temporal: un alivio táctico para ambas economías sin alterar la rivalidad estructural.
La reunión de Busan reveló dos culturas políticas distintas:
La diplomacia performativa de Trump generó atención, pero pocos logros irreversibles. El silencio de Xi, por el contrario, logró lo contrario: cedió poco, pero se mostró cooperativo.
En esencia, la cumbre de Busan produjo un alto el fuego táctico de un año en la guerra comercial, no un tratado de paz. Restableció el diálogo, redujo la tensión arancelaria y mejoró la confianza empresarial a corto plazo, pero dejó sin resolver las disputas fundamentales:
(i) la desconexión tecnológica y los controles a la exportación; (ii) la creación de alianzas estadounidenses en torno a minerales críticos (con Australia, Japón y la India); y (iii) las cuestiones de seguridad sobre Taiwán, el mar de la China Meridional y el ciberespionaje.
Como resumió un analista, Trump se marchó entre aplausos; Xi se marchó con ventaja.
Como consecuencias más amplias de la cumbre, señalaría tres puntos:
La cumbre Trump-Xi en Busan es un ejemplo de asimetría diplomática. Trump declaró la victoria; Xi consolidó silenciosamente su control. Estados Unidos consigue una pausa en la escalada arancelaria, un modesto alivio comercial y una mejora de su imagen política interna.
China gana tiempo, influencia y un dominio continuado en los minerales estratégicos.
Si 2018 marcó el inicio de la guerra comercial, 2025 puede marcar el comienzo de su coexistencia controlada: una tregua dictada no por la confianza, sino por la necesidad.
Traducción nuestra
*Ricardo Martins, doctor en Sociología, especialista en política europea e internacional, así como en geopolítica.
Fuente original: New Eastern Outlook
--------------------------------------------------------------------------------------