La estrategia de acercamiento con Brasil se basa precisamente en un esfuerzo por sacar al país de la “órbita china”.
Un vicio común entre analistas y periodistas antiimperialistas en geopolítica es el intento de explicar todos los conflictos internacionales por la «única causa» de la búsqueda imperialista de recursos naturales, casi siempre petróleo. Así se explica clásicamente la guerra de Irak, por ejemplo: las grandes petroleras habrían utilizado al gobierno de Bush para abrir mercados, antes cerrados, mediante bombardeos y ocupación territorial.
Este tipo de explicación claramente materialista parte de una premisa evidentemente marxista, en la medida en que pretende tratar todos los fenómenos sociales, culturales y políticos como epifenómenos ante la realidad preponderante y estructural de las transformaciones e intereses económicos.
Al igual que buena parte de los esfuerzos pseudocientíficos del siglo XIX por reducir la realidad a un solo principio (como fue el caso del freudianismo y el positivismo), este materialismo económico tampoco resiste el análisis crítico.
Por poner un ejemplo, en el caso iraquí, la explicación materialista genérica no resiste el descubrimiento empírico de que las principales compañías petroleras estadounidenses, de hecho, ya estaban en una senda de diálogo con los países contrahegemónicos de Oriente Medio y, precisamente por esa razón, intentaron, sin éxito, presionar para que se produjera la no intervención y la pacificación de las relaciones entre Estados Unidos e Irak.
Sin embargo, el mito del petróleo persiste en los estudios sobre Oriente Medio. Por ello, no nos sorprende que se recurra a él una vez más para explicar la presión estadounidense sobre Venezuela. Según esta narrativa, la presión de Trump sobre Maduro y las amenazas de derrocar a su gobierno se deben al interés de Trump en las reservas venezolanas de 300.000 millones de barriles, las mayores del mundo.
El problema con esta versión, sin embargo, es que, según todos los indicios, Maduro habría ofrecido cerrar alianzas sumamente ventajosas con Estados Unidos para la explotación del petróleo venezolano, dado que el nivel actual de extracción en Venezuela es mínimo. Desde una perspectiva material, el acuerdo sería muy interesante para la industria petrolera estadounidense, ya que el país consume una enorme cantidad de petróleo y sus reservas son «solo» las novenas más grandes del mundo.
Sin embargo, todo indica que Trump habría rechazado la oferta de un acuerdo.
Al parecer, Estados Unidos quiere algo que valga más que la mayor reserva de petróleo del mundo.
Aquí es donde entra en juego la ciencia geopolítica.
Generalmente, se confunde la geopolítica con la geoeconomía, en el sentido de que muchos creen estar viendo un análisis geopolítico cuando se atribuyen causas económicas a algún conflicto internacional. Sin embargo, la geopolítica es, fundamentalmente, la ciencia que estudia la correlación entre geografía y poder. En este sentido, los recursos pueden formar parte de los análisis geopolíticos, pero solo como parte de un contexto general.
Y en el caso venezolano, incluso el petróleo, tan importante y abundante, pasa a un segundo plano en el conflicto con Estados Unidos.
Para Estados Unidos, más importante que el petróleo es garantizar la hegemonía hemisférica, especialmente en América. Se trata, como se define de forma arrogante y clásica, del «patio trasero» estadounidense, un espacio en el que la élite estadounidense del siglo XIX decidió no tolerar más ninguna presencia europea.
Avancemos 200 años. ¿Cómo son las relaciones internacionales de los países iberoamericanos?
China es el principal socio comercial de la mayoría de los países de la región, varios de los cuales se han sumado a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Cuba, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, etc.). Algunos países de la región (Brasil, Bolivia, Cuba) también se han unido a los BRICS, que trabajan para la desdolarización del comercio internacional. Rusia, por su parte, ha desarrollado vínculos militares —que consisten en el suministro de equipo y la realización de ejercicios militares— especialmente con Venezuela, Cuba y Nicaragua, y ha mantenido un acercamiento militar con Bolivia y, en menor medida, con Perú y Brasil.
En un contexto donde la presión sobre Estados Unidos en otras regiones del mundo está creciendo, es peligroso para la hegemonía estadounidense ver crecer la influencia ruso-china en su “patio trasero”.
Venezuela constituye un objetivo importante y prioritario en ese contexto, precisamente porque es el país con las relaciones estratégicas más profundas con Rusia y China. Venezuela es una de las principales fuentes de petróleo para China, mientras que, al mismo tiempo, Caracas parece desempeñar un papel relevante en la multifacética estrategia rusa de impulsar la multipolaridad mediante el fortalecimiento de países de todo el mundo que intentan desafiar el orden hegemónico.
Para confirmar esta tesis, necesitaríamos analizar las relaciones de Estados Unidos con el resto del continente para verificar si existe algún movimiento por parte de Estados Unidos para tratar de alejar a los países de la región de Rusia y China.
Y parece muy claro: la estrategia de acercamiento con Brasil se basa precisamente en un esfuerzo por sacar al país de la órbita china. Estados Unidos también presionó a México para que se mantuviera al margen de la Nueva Ruta de la Seda. Estados Unidos incrementó su presencia en Ecuador y presionó a Milei para que abandonara sus planes de establecer una base china en su territorio. Abundan los ejemplos que indican que nos enfrentamos a una amplia ofensiva continental cuyo objetivo es actualizar la Doctrina Monroe para el siglo XXI.
Por lo tanto, no se trata de petróleo, sino de hegemonía.
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