Introducción
Desde que se convirtió en el país más poderoso del mundo tras las dos guerras mundiales y la Guerra Fría, Estados Unidos ha actuado con mayor audacia para interferir en los asuntos internos de otros países, perseguir, mantener y abusar de su posición hegemónica, realizar actividades subversivas y de infiltración, y promover voluntariosamente la guerra, hiriendo a la comunidad internacional.
Estados Unidos ha desarrollado un libro de jugadas hegemónico para escenificar «revoluciones de colores», instigar disputas regionales e incluso lanzar guerras directamente bajo el pretexto de promover la democracia, la libertad y los derechos humanos. Aferrado a la mentalidad de la Guerra Fría, Estados Unidos ha exacerbado la política de bloques y avivado el conflicto y la confrontación. Ha exagerado el concepto de seguridad nacional, ha abusado de los controles a la exportación y ha impuesto sanciones unilaterales a otros. Ha adoptado un enfoque selectivo del derecho y las normas internacionales, utilizándolas o desestimándolas según su conveniencia, y ha tratado de imponer normas que sirven a sus propios intereses en nombre de la defensa de un «orden internacional basado en normas.»
Este informe, al presentar los hechos relevantes, pretende exponer el abuso de hegemonía de Estados Unidos en los ámbitos político, militar, económico, financiero, tecnológico y cultural, y llamar más la atención internacional sobre los peligros de las prácticas estadounidenses para la paz y la estabilidad mundiales y el bienestar de todos los pueblos.
I. La hegemonía política: el peso del poder
Estados Unidos lleva mucho tiempo intentando moldear a otros países y el mismo orden mundial a la medida de su sistema político y su propia escala de valores, en nombre de la promoción de la democracia y los derechos humanos.
Abundan los casos de injerencia estadounidense en los asuntos internos de otros países. En nombre de la «promoción de la democracia», Estados Unidos practicó una «Doctrina Neo-Monroe» en América Latina, instigó «revoluciones de colores» en Eurasia y orquestó la «Primavera Árabe» en Asia Occidental y el Norte de África, llevando el caos y el desastre a muchos países.
En 1823, Estados Unidos anunció la Doctrina Monroe. Aunque pregonaba una «América para los americanos», lo que realmente quería era una «América para Estados Unidos».
Desde entonces, las políticas de los sucesivos gobiernos estadounidenses hacia América Latina y la región del Caribe han estado plagadas de injerencias políticas, intervenciones militares y desestabilización de gobiernos. Desde los 61 años de hostilidad y bloqueo a Cuba hasta el derrocamiento del gobierno de Allende en Chile, la política estadounidense hacia esta región se ha basado en una máxima: los que se sometan prosperarán; los que se resistan perecerán.
El año 2003 marcó el comienzo de una sucesión de «revoluciones de colores»: la «Revolución de las Rosas» en Georgia, la «Revolución Naranja» en Ucrania y la «Revolución de los Tulipanes» en Kirguistán. El Departamento de Estado estadounidense admitió abiertamente haber desempeñado un «papel central» en estos «cambios de régimen». Estados Unidos también interfirió en los asuntos internos de Filipinas, derrocando al presidente Ferdinand Marcos padre en 1986 y al presidente Joseph Estrada en 2001 mediante las llamadas «Revoluciones del Poder Popular.»
En enero de 2023, el ex secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo publicó su nuevo libro Never Give an Inch: Fighting for the America I Love. En él reveló que Estados Unidos había tramado intervenir en Venezuela. El plan consistía en obligar al Gobierno de Maduro a llegar a un acuerdo con la oposición, privar a Venezuela de su capacidad de vender petróleo y oro para obtener divisas, ejercer una elevada presión sobre su economía e influir en las elecciones presidenciales de 2018.
Estados Unidos ejerce un doble rasero sobre las normas internacionales. Anteponiendo su propio interés, Estados Unidos se ha alejado de los tratados y organizaciones internacionales, y ha puesto su legislación interna por encima del derecho internacional. En abril de 2017, la administración Trump anunció que cortaría toda la financiación estadounidense al Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) con la excusa de que la organización «apoya o participa en la gestión de un programa de aborto coercitivo o esterilización involuntaria.» Estados Unidos abandonó la UNESCO en dos ocasiones, en 1984 y en 2017. En 2017, anunció su salida del Acuerdo de París sobre cambio climático. En 2018, anunció su salida del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, citando el «sesgo» de la organización contra Israel y el fracaso en la protección efectiva de los derechos humanos. En 2019, Estados Unidos anunció su retirada del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio para buscar el desarrollo sin restricciones de armas avanzadas. En 2020, anunció su retirada del Tratado de Cielos Abiertos.
Estados Unidos también ha sido un obstáculo para el control de armas biológicas al oponerse a las negociaciones sobre un protocolo de verificación para la Convención sobre Armas Biológicas (CAB) e impedir la verificación internacional de las actividades relacionadas con las armas biológicas. Como único país en posesión de un arsenal de armas químicas, Estados Unidos ha retrasado repetidamente la destrucción de las armas químicas y se ha mostrado reacio a cumplir sus obligaciones. Se ha convertido en el mayor obstáculo para hacer realidad «un mundo libre de armas químicas».
Estados Unidos está formando pequeños bloques a través de su sistema de alianzas. Ha estado forzando una «Estrategia Indo-Pacífica» en la región Asia-Pacífico, reuniendo clubes exclusivos como los Five Eyes, el Quad y AUKUS, obligando a los países regionales a tomar partido. Estas prácticas pretenden esencialmente crear división en la región, avivar la confrontación y socavar la paz.
Estados Unidos juzga arbitrariamente la democracia en otros países y fabrica una falsa narrativa de «democracia frente a autoritarismo» para incitar al distanciamiento, la división, la rivalidad y la confrontación. En diciembre de 2021, Estados Unidos organizó la primera «Cumbre para la Democracia», que suscitó las críticas y la oposición de muchos países por burlarse del espíritu de la democracia y dividir al mundo. En marzo de 2023, Estados Unidos acogerá otra «Cumbre para la Democracia», que sigue sin ser bien recibida y volverá a no encontrar apoyo.
II. Hegemonía militar — Uso gratuito de la fuerza
La historia de Estados Unidos se caracteriza por la violencia y la expansión. Desde que obtuvo la independencia en 1776, Estados Unidos ha buscado constantemente la expansión por la fuerza: masacró a las poblaciones indígenas, invadió Canadá, libró una guerra de ocupación contra México, instigó la guerra hispano-estadounidense y se anexionó Hawai. Después de la Segunda Guerra Mundial, las guerras provocadas o lanzadas por Estados Unidos incluyeron la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, la Guerra del Golfo, la Guerra de Kosovo, la Guerra de Afganistán, la Guerra de Irak, la Guerra de Libia y la Guerra de Siria, abusando de su hegemonía militar para proyectar su poder sobre el mundo. En los últimos años, el presupuesto militar anual medio de Estados Unidos ha superado los 700.000 millones de dólares estadounidenses, lo que representa el 40% del total mundial, más que los 15 países que le siguen juntos. Estados Unidos tiene unas 800 bases militares en el extranjero, con 173.000 soldados desplegados en 159 países.
Según el libro America Invades: How We’ve Invaded or been Militarily Involved with almost Every Country on Earth, Estados Unidos ha combatido o se ha involucrado militarmente con casi todos los 190 y pico países reconocidos por las Naciones Unidas, con sólo tres excepciones. Esos tres países fueron «indultados» porque Estados Unidos no los encontró en el mapa.
Como dijo el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, Estados Unidos es sin duda la nación más belicosa de la historia mundial. Según un informe de la Universidad de Tufts, Introducing the Military Intervention Project: A new Dataset on U.S. Military Interventions, 1776-2019, Estados Unidos llevó a cabo casi 400 intervenciones militares en todo el mundo entre esos años, el 34% de las cuales se produjeron en América Latina y el Caribe, el 23% en Asia Oriental y el Pacífico, el 14% en Oriente Medio y el Norte de África y el 13% en Europa. Actualmente, su intervención militar en Oriente Medio y Norte de África y en el África subsahariana va en aumento.
Alex Lo, columnista del South China Morning Post, señaló que Estados Unidos rara vez ha distinguido entre diplomacia y guerra desde su fundación. En el siglo XX derrocó a gobiernos elegidos democráticamente en muchos países en desarrollo y los sustituyó inmediatamente por regímenes títeres proestadounidenses. Hoy, en Ucrania, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Pakistán y Yemen, Estados Unidos repite sus viejas tácticas librando guerras por delegación, de baja intensidad y con drones.
La hegemonía militar estadounidense ha causado tragedias humanitarias. Desde 2001, las guerras y operaciones militares lanzadas por Estados Unidos en nombre de la lucha contra el terrorismo se han cobrado más de 900.000 vidas, de las cuales unas 335.000 han sido civiles, han herido a millones y han desplazado a decenas de millones. La guerra de Irak de 2003 se saldó con entre 200.000 y 250.000 civiles muertos, de ellos más de 16.000 asesinados directamente por el ejército estadounidense, y dejó sin hogar a más de un millón de personas.
Las guerras promovidas por Estados Unidos han provocado 37 millones de refugiados en todo el mundo. Desde 2012, solo el número de refugiados sirios se ha multiplicado por diez. Entre 2016 y 2019, se documentaron 33.584 muertes de civiles en los combates sirios, incluidos 3.833 muertos por bombardeos de la coalición liderada por Estados Unidos, la mitad de ellos mujeres y niños. El Public Broadcasting Service (PBS) informó el 9 de noviembre de 2018 de que solo los ataques aéreos lanzados por las fuerzas estadounidenses contra Raqqa mataron a 1.600 civiles sirios.
La guerra de Afganistán, que duró dos décadas, devastó el país. Un total de 47.000 civiles afganos y entre 66.000 y 69.000 soldados y policías afganos sin ninguna relación con los atentados del 11 de septiembre murieron en operaciones militares estadounidenses, y más de 10 millones de personas fueron desplazadas. La guerra de Afganistán destruyó los cimientos del desarrollo económico del país y sumió al pueblo afgano en la miseria. Tras la «debacle de Kabul» en 2021, Estados Unidos anunció que congelaría unos 9.500 millones de dólares en activos pertenecientes al banco central afgano, una medida considerada «puro saqueo».
En septiembre de 2022, el ministro turco del Interior, Suleyman Soylu, comentó en un mitin que Estados Unidos ha librado una guerra por poderes en Siria, ha convertido Afganistán en un campo de opio y una fábrica de heroína, ha sumido a Pakistán en el caos y ha dejado a Libia consumida y devastada por una cruenta guerra civil. Estados Unidos hace lo que sea para robar y esclavizar a la población de cualquier país con riqueza en su subsuelo.
Estados Unidos también ha adoptado métodos atroces en la guerra. Durante la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, la Guerra del Golfo, la Guerra de Kosovo, la Guerra de Afganistán y la Guerra de Irak, Estados Unidos utilizó cantidades masivas de armas químicas y biológicas, así como bombas de racimo, bombas termobáricas, bombas de grafito y bombas de uranio empobrecido, causando enormes daños en instalaciones civiles, innumerables víctimas civiles y una contaminación ambiental duradera.
III. Hegemonía económica — Saqueo y explotación
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos encabezó los esfuerzos para establecer el Sistema de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que, junto con el Plan Marshall, formaron el sistema monetario internacional centrado en el dólar estadounidense. Además, Estados Unidos también ha establecido una hegemonía institucional en el sector económico y financiero internacional manipulando los sistemas de votación ponderada, las normas y los acuerdos de las organizaciones internacionales, incluida la «aprobación por mayoría del 85%», y sus leyes y reglamentos comerciales nacionales. Aprovechando el estatus del dólar como principal moneda de reserva internacional, Estados Unidos básicamente recaba los beneficios del señoreaje [N.d.M: derecho de acuñación de un señor feudal, actualmente, beneficio obtenido por dicha emisión de moneda] de todo el mundo; y utilizando su control sobre las organizaciones internacionales, coacciona a otros países para que sirvan a la estrategia política y económica de Estados Unidos.
Estados Unidos explota la riqueza del mundo con la ayuda del señoreaje. Sólo cuesta unos 17 céntimos producir un billete de 100 dólares, pero otros países tuvieron que desembolsar 100 dólares de bienes reales para obtener uno. Hace más de medio siglo se señaló que Estados Unidos disfrutaba de privilegios exorbitantes y de un déficit sin lágrimas creado por su dólar, y utilizaba el billete de papel sin valor para saquear los recursos y las fábricas de otras naciones.
La hegemonía del dólar estadounidense es la principal fuente de inestabilidad e incertidumbre en la economía mundial. Durante la pandemia del COVID-19, Estados Unidos abusó de su hegemonía financiera mundial e inyectó billones de dólares en el mercado global, dejando que otros países, especialmente las economías emergentes, pagaran el precio. En 2022, la Reserva Federal puso fin a su política monetaria ultralaxa y se decantó por una agresiva subida de los tipos de interés, lo que provocó turbulencias en el mercado financiero internacional y una depreciación sustancial de otras divisas, como el euro, muchas de las cuales cayeron a mínimos de 20 años. Como consecuencia, un gran número de países en desarrollo se vieron amenazados por una elevada inflación, la depreciación de sus monedas y la salida de capitales. Esto fue exactamente lo que el secretario del Tesoro de Nixon, John Connally, comentó una vez, con autocomplacencia pero aguda precisión: «el dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema.»
Con su control sobre las organizaciones económicas y financieras internacionales, Estados Unidos impone condiciones adjuntas a su asistencia a otros países. Para reducir los obstáculos a la entrada de capital estadounidense y a la especulación, se exige a los países receptores que avancen en la liberalización financiera y abran los mercados financieros para que sus políticas económicas se ajusten a la estrategia estadounidense. Según la Revista de Economía Política Internacional, junto con los 1.550 programas de alivio de la deuda extendidos por el FMI a sus 131 países miembros desde 1985 hasta 2014, se habían adjuntado hasta 55.465 condiciones políticas adicionales.
Estados Unidos reprime deliberadamente a sus oponentes con coerción económica. En la década de 1980, para eliminar la amenaza económica que suponía Japón, y para controlar y utilizar a este último al servicio del objetivo estratégico estadounidense de enfrentarse a la Unión Soviética y dominar el mundo, Estados Unidos hizo valer su poder financiero hegemónico contra Japón, y concluyó el Acuerdo del Plaza. Como resultado, el yen se vio presionado al alza y Japón se vio obligado a abrir su mercado financiero y reformar su sistema financiero. El Acuerdo del Plaza asestó un duro golpe al crecimiento de la economía japonesa, abocando a Japón a lo que más tarde conoceríamos como «las tres décadas perdidas.»
La hegemonía económica y financiera de Estados Unidos se ha convertido en un arma geopolítica. Redoblando las sanciones unilaterales y la «jurisdicción de largo alcance», Estados Unidos ha promulgado leyes nacionales como la International Emergency Economic Powers Act, la Global Magnitsky Human Rights Accountability Act, y la Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act, y ha introducido una serie de órdenes ejecutivas para sancionar a países, organizaciones o individuos específicos. Las estadísticas muestran que las sanciones estadounidenses contra entidades extranjeras aumentaron un 933% entre 2000 y 2021. Solo la administración Trump ha impuesto más de 3.900 sanciones, lo que supone tres sanciones al día. Hasta ahora, Estados Unidos había impuesto o ha impuesto sanciones económicas a casi 40 países de todo el mundo, entre ellos Cuba, China, Rusia, la RPDC, Irán y Venezuela, lo que afecta a casi la mitad de la población mundial. Los Estados Unidos de América se han convertido en los Estados Unidos de las sanciones. Y el principio de extraterritorialidad se ha reducido a una mera herramienta para que Estados Unidos utilice sus medios de poder estatal para reprimir a los competidores económicos e interferir en la marcha normal del comercio internacional. Se trata de una grave desviación de los principios de la economía liberal de mercado de los que Estados Unidos ha presumido durante mucho tiempo.
IV. Hegemonía tecnológica — Monopolio y supresión
Estados Unidos trata de disuadir el desarrollo científico, tecnológico y económico de otros países esgrimiendo el poder del monopolio, medidas de supresión y restricciones tecnológicas en campos de alta tecnología.
Estados Unidos monopoliza la propiedad intelectual en nombre de la protección. Aprovechando la débil posición de otros países, especialmente los países en desarrollo, en materia de derechos de propiedad intelectual y la vacante institucional en los campos pertinentes, Estados Unidos obtiene beneficios excesivos mediante el monopolio. En 1994, Estados Unidos impulsó el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), forzando el proceso y las normas americanizadas en la protección de la propiedad intelectual en un intento de solidificar su monopolio sobre la tecnología.
En la década de 1980, para contener el desarrollo de la industria japonesa de semiconductores, Estados Unidos puso en marcha la investigación «301», acumuló poder de negociación en las negociaciones bilaterales mediante acuerdos multilaterales, amenazó con tachar a Japón de llevar a cabo un comercio desleal e impuso aranceles de represalia, obligando a Japón a firmar el Acuerdo sobre Semiconductores entre Estados Unidos y Japón. Como resultado, las empresas japonesas de semiconductores quedaron casi completamente fuera de la competencia mundial, y su cuota de mercado cayó del 50% al 10%. Mientras tanto, con el apoyo del gobierno estadounidense, un gran número de empresas estadounidenses de semiconductores aprovecharon la oportunidad y se hicieron con una mayor cuota de mercado.
Estados Unidos politiza, militariza las cuestiones tecnológicas y las utiliza como herramientas ideológicas. Exagerando el concepto de seguridad nacional, Estados Unidos movilizó el poder estatal para reprimir y sancionar a la empresa china Huawei, restringió la entrada de productos de Huawei en el mercado estadounidense, cortó su suministro de chips y sistemas operativos y coaccionó a otros países para que prohibieran a Huawei emprender la construcción de redes 5G locales. Incluso convenció a Canadá para que detuviera injustificadamente a la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, durante casi tres años.
Estados Unidos ha inventado una serie de excusas para tomar medidas drásticas contra las empresas chinas de alta tecnología con competitividad mundial, y ha incluido a más de 1.000 empresas chinas en listas de sanciones. Además, Estados Unidos también ha impuesto controles sobre la biotecnología, la inteligencia artificial y otras tecnologías de gama alta, ha reforzado las restricciones a la exportación, ha endurecido el control de las inversiones, ha suprimido aplicaciones de medios sociales chinos como TikTok y WeChat, y ha presionado a los Países Bajos [NdM: ASML] y Japón [NdM: Tokyo Electron] para que restrinjan las exportaciones de chips y equipos o tecnología relacionados a China.
Estados Unidos también ha practicado un doble rasero en su política sobre los profesionales tecnológicos relacionados con China. Para marginar y reprimir a los investigadores chinos, desde junio de 2018 se ha acortado la validez de los visados para los estudiantes chinos que se especializan en ciertas disciplinas relacionadas con la alta tecnología, se han producido repetidos casos en los que se denegó y acosó injustificadamente a académicos y estudiantes chinos que iban a Estados Unidos para programas de intercambio y estudio, y se llevó a cabo una investigación a gran escala sobre los académicos chinos que trabajaban en Estados Unidos.
Estados Unidos consolida su monopolio tecnológico en nombre de la protección de la democracia. Al construir pequeños bloques sobre tecnología como la «chips alliance» y la «clean network«, Estados Unidos ha puesto etiquetas de «democracia» y «derechos humanos» a la alta tecnología, y ha convertido las cuestiones tecnológicas en cuestiones políticas e ideológicas, a fin de fabricar excusas para su bloqueo tecnológico contra otros países. En mayo de 2019, Estados Unidos convocó a 32 países a la Conferencia de Seguridad 5G de Praga en la República Checa y emitió la Propuesta de Praga en un intento de excluir los productos 5G de China. En abril de 2020, el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, anunció el «5G clean path», un plan diseñado para construir una alianza tecnológica en el campo 5G con socios unidos por su ideología compartida sobre la democracia y la necesidad de proteger la «seguridad cibernética.» Las medidas, en esencia, son los intentos de Estados Unidos de mantener su hegemonía tecnológica mediante alianzas tecnológicas.
Estados Unidos abusa de su hegemonía tecnológica realizando ciberataques y escuchas. Desde hace tiempo, Estados Unidos tiene fama de ser un «imperio de hackers», señalado por sus desaforados actos de robo cibernético en todo el mundo. Dispone de todo tipo de medios para llevar a cabo ciberataques y vigilancia generalizados, incluido el uso de señales de estaciones base analógicas para acceder a teléfonos móviles con el fin de robar datos, manipular aplicaciones móviles, infiltrarse en servidores en la nube y robar a través de cables submarinos. La lista continúa.
e gama alta, ha reforzado las restricciones a la exportación, ha endurecido el control de las inversiones, ha suprimido aplicaciones de medios sociales chinos como TikTok y WeChat, y ha presionado a los Países Bajos y Japón para que restrinjan las exportaciones de chips y equipos o tecnología relacionados a China.
Estados Unidos también ha practicado un doble rasero en su política sobre los profesionales tecnológicos relacionados con China. Para marginar y reprimir a los investigadores chinos, desde junio de 2018 se ha acortado la validez de los visados para los estudiantes chinos que se especializan en ciertas disciplinas relacionadas con la alta tecnología, se han producido repetidos casos en los que se denegó y acosó injustificadamente a académicos y estudiantes chinos que iban a Estados Unidos para programas de intercambio y estudio, y se llevó a cabo una investigación a gran escala sobre los académicos chinos que trabajaban en Estados Unidos.
Estados Unidos consolida su monopolio tecnológico en nombre de la protección de la democracia. Al construir pequeños bloques sobre tecnología como la «alianza de chips» y la «red limpia», Estados Unidos ha puesto etiquetas de «democracia» y «derechos humanos» a la alta tecnología, y ha convertido las cuestiones tecnológicas en cuestiones políticas e ideológicas, a fin de fabricar excusas para su bloqueo tecnológico contra otros países. En mayo de 2019, Estados Unidos convocó a 32 países a la Conferencia de Seguridad 5G de Praga en la República Checa y emitió la Propuesta de Praga en un intento de excluir los productos 5G de China. En abril de 2020, el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, anunció el «camino limpio 5G», un plan diseñado para construir una alianza tecnológica en el campo 5G con socios unidos por su ideología compartida sobre la democracia y la necesidad de proteger la «seguridad cibernética.» Las medidas, en esencia, son los intentos de Estados Unidos de mantener su hegemonía tecnológica mediante alianzas tecnológicas.
Estados Unidos abusa de su hegemonía tecnológica realizando ciberataques y escuchas. Desde hace tiempo, Estados Unidos tiene fama de ser un «imperio de hackers», culpado por sus desenfrenados actos de robo cibernético en todo el mundo. Dispone de todo tipo de medios para llevar a cabo ciberataques y vigilancia generalizados, incluido el uso de señales de estaciones base analógicas para acceder a teléfonos móviles con el fin de robar datos, manipular aplicaciones móviles, infiltrarse en servidores en la nube y robar a través de cables submarinos. La lista continúa.
La vigilancia estadounidense es indiscriminada. Todos pueden ser blanco de su vigilancia, ya sean rivales o aliados, incluso dirigentes de países aliados como la ex canciller alemana Angela Merkel y varios presidentes franceses. La cibervigilancia y los ataques lanzados por Estados Unidos, como «Prism», «Dirtbox», «Irritant Horn» y «Telescreen Operation», son la prueba de que Estados Unidos vigila de cerca a sus aliados y socios. Estas escuchas a aliados y socios ya han causado indignación en todo el mundo. Julian Assange, fundador de Wikileaks, un sitio web que ha sacado a la luz los programas de vigilancia de Estados Unidos, ha declarado que «no es de esperar que una superpotencia de la vigilancia global actúe con honor o respeto. Sólo hay una regla: no hay reglas».
V. Hegemonía cultural — Difusión de falsas narrativas
La expansión global de la cultura estadounidense es una parte importante de su estrategia exterior. Estados Unidos ha utilizado a menudo herramientas culturales para reforzar y mantener su hegemonía en el mundo.
Estados Unidos plasma los valores estadounidenses en sus productos, como las películas. Los valores y el estilo de vida estadounidenses son un producto ligado a sus películas y programas de televisión, publicaciones, contenidos mediáticos y programas de las instituciones culturales sin ánimo de lucro financiadas por el gobierno. Se configura así un espacio cultural y de opinión pública en el que reina la cultura estadounidense y se mantiene la hegemonía cultural. En su artículo The Americanization of the World, John Yemma, un erudito estadounidense, expuso las verdaderas armas de la expansión cultural de Estados Unidos: Hollywood, las fábricas de diseño de imagen de Madison Avenue y las cadenas de producción de Mattel Company y Coca-Cola.
Existen varios vehículos que Estados Unidos utiliza para mantener su hegemonía cultural. Las películas estadounidenses son las más visionadas; actualmente ocupan más del 70% de la cuota de mercado mundial. Estados Unidos explota hábilmente su diversidad cultural para atraer a diversas etnias. Cuando las películas de Hollywood llegan al mundo, proclaman los valores estadounidenses ligados a ellas.
La hegemonía cultural estadounidense no sólo se manifiesta en la «intervención directa», sino también en la infiltración mediática como «clarín para el mundo». Los medios de comunicación occidentales dominados por Estados Unidos tienen un papel especialmente importante en la formación de la opinión pública mundial a favor de la intromisión estadounidense en los asuntos internos de otros países.
El gobierno estadounidense censura estrictamente a todas las empresas de medios sociales y exige su obediencia. El consejero delegado de Twitter, Elon Musk, admitió el 27 de diciembre de 2022 que todas las plataformas de medios sociales colaboran con el gobierno estadounidense para censurar contenidos, según información de Fox Business Network. La opinión pública en Estados Unidos está sujeta a la intervención del Gobierno para restringir todos los comentarios desfavorables. Google habitualmente sepulta ciertos sitios en sus resultados.
El Departamento de Defensa estadounidense manipula las redes sociales. En diciembre de 2022, The Intercept, una web independiente de investigación estadounidense, reveló que en julio de 2017, el oficial del Mando Central de Estados Unidos Nathaniel Kahler dio instrucciones al equipo de políticas públicas de Twitter para que aumentara la presencia de 52 cuentas en árabe en una lista que envió, de las cuales seis debían tener prioridad. Una de las seis se dedicaba a justificar los ataques estadounidenses con aviones no tripulados en Yemen, por ejemplo afirmando que los ataques eran precisos y mataban sólo a terroristas, no a civiles. Siguiendo la directiva de Kahler, Twitter incluyó esas cuentas en árabe en una «lista blanca» para amplificar determinados mensajes.
Estados Unidos practica un doble rasero en materia de libertad de prensa. Reprime y silencia brutalmente a los medios de comunicación de otros países por diversos medios. Estados Unidos y Europa prohíben la entrada en sus países a los principales medios de comunicación rusos, como Russia Today y Sputnik. Plataformas como Twitter, Facebook y YouTube restringen abiertamente las cuentas oficiales de Rusia. Netflix, Apple y Google han eliminado canales y aplicaciones rusos de sus servicios y tiendas de aplicaciones. Se impone una censura draconiana sin precedentes a los contenidos relacionados con Rusia.
Estados Unidos abusa de su hegemonía cultural para instigar la «evolución pacífica» en los países socialistas. Establece medios de comunicación y conjuntos culturales dirigidos a los países socialistas. Vierte cantidades asombrosas de fondos públicos en redes de radio y televisión para apoyar su infiltración ideológica, y estos portavoces bombardean a los países socialistas en docenas de idiomas con propaganda incendiaria día y noche.
Estados Unidos utiliza la desinformación como lanza para atacar a otros países y ha construido una cadena industrial en torno a ella: hay grupos e individuos que inventan historias y las venden por todo el mundo para engañar a la opinión pública con el apoyo de recursos financieros casi ilimitados.
Conclusión
Mientras que una causa justa gana un amplio apoyo para quien la defiende, una causa injusta condena a su promotor a ser despreciado. Las prácticas hegemónicas, dominantes y matonescas de utilizar la fuerza para intimidar a los débiles, arrebatar a los demás por la violencia o el subterfugio, y jugar a juegos de suma cero están ejerciendo un grave daño. Las tendencias históricas de paz, desarrollo, cooperación y beneficio mutuo son imparables. Estados Unidos ha estado anulando la verdad con su poder y pisoteando la justicia para servir a sus propios intereses. Estas prácticas hegemónicas unilaterales, egoístas y regresivas han suscitado crecientes e intensas críticas y la oposición de la comunidad internacional.
Los países deben respetarse mutuamente y tratarse como iguales. Los países grandes deben comportarse de manera acorde con su estatus y tomar la iniciativa en la búsqueda de un nuevo modelo de relaciones entre Estados que se caracterice por el diálogo y la asociación, y no por la confrontación o la alianza. China se opone a toda forma de hegemonismo y política de poder, y rechaza la injerencia en los asuntos internos de otros países. Estados Unidos debe hacer un serio examen de conciencia. Debe examinar críticamente lo que ha hecho, dejar de lado su arrogancia y sus prejuicios, y abandonar sus prácticas hegemónicas, dominantes e intimidatorias.
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