Enrico Tomaselli
29 de noviembre 2025.
Hay más de un aspecto de la actual carrera armamentística —liderada por Alemania— y de la creciente militarización de la sociedad que debería investigarse y, sobre todo, situarse en un marco analítico más general.
Sin duda, esta búsqueda de una “economía de guerra” —que no es solo una cuestión de armamento, sino también de inversiones en infraestructura— se basa en cálculos económicos, ya que algunos creen que podría actuar como catalizador para la recuperación de la economía continental.
En mi opinión, se trata efectivamente de una apuesta arriesgada y, como tal, el resultado es muy incierto, aunque es probable que, a corto plazo, desencadene de alguna manera mecanismos capaces de, al menos, ralentizar el proceso de empobrecimiento.
Obviamente, dado que no hay suficientes recursos disponibles —y Europa ya se ha desangrado con su apoyo a Ucrania—, esto requerirá una reorientación significativa del gasto público, desplazando los recursos del bienestar al rearme.
Por un lado, esto podría crear áreas críticas, ya que los países europeos sufren una crisis demográfica de larga duración y, con una población que tiende a envejecer, una crisis del sistema de bienestar podría tener consecuencias sociales y políticas imprevistas.
Por otro lado, y por la misma razón, podría impulsar la militarización. Una sociedad cada vez más controlada, que limita severamente la disidencia, se homogeneiza cada vez más, adaptándose a la dirección impuesta desde arriba. Esto “protege” las decisiones impopulares, mientras que el servicio militar vuelve a convertirse en una alternativa económica atractiva.
Por no hablar de los posibles cuellos de botella en las cadenas de suministro de energía y materias primas, de las que Europa es absolutamente deficitaria.
Marginalizada del papel de vasalla al que fue condenada desde el final de la Segunda Guerra Mundial (que afectó tanto a los ‘vencedores’ como a los vencidos), y luego debilitada en su poder económico precisamente por el conflicto ruso-ucraniano, Europa está hoy completamente marginada en todos los acontecimientos mundiales, e incluso en los que se producen en el continente.
Si ahora intentamos ampliar nuestra perspectiva por un momento, podemos discernir algunos elementos —o al menos algunas tendencias significativas— que nos permiten contextualizar mejor el proceso que acabamos de describir.
En primer lugar, y esto es ahora un hecho establecido, muchas de las decisiones más importantes (sobre todo en materia monetaria y de defensa) han quedado fuera de la jurisdicción efectiva de los Estados individuales.
La moneda está en manos de una estructura supranacional que no es precisamente democrática (el Parlamento Europeo tiene muy poco peso, la Comisión es la que manda). La defensa está en manos de una estructura supranacional jerárquica. Pero en estas estructuras supranacionales se están produciendo procesos significativos.
En lo que respecta a la Unión Europea, por un lado, estamos asistiendo a una expansión subrepticia de sus poderes (por ejemplo, en el ámbito de la defensa) y, por otro, a la aparición de fisuras cada vez más significativas en su seno.
A todo ello se suma un impulso hacia la centralización de arriba abajo, que va desde el deseo de eliminar el requisito de la unanimidad en las decisiones hasta el desarrollo de sistemas cada vez más estrictos de control de la población.
Al mismo tiempo, Estados Unidos se está distanciando cada vez más de la OTAN. Si bien durante ochenta años fue el principal instrumento de vasallaje de Washington para mantener a Europa bajo un estricto control, recientemente ha surgido un claro deseo de distinguirse de la Alianza Atlántica, a la que Washington trata ahora como una entidad separada.
Estos tres factores —el progresivo traspaso de la autoridad política de los Estados a la Comisión Europea, la centralización del control político en Bruselas y la desintegración de la OTAN como alianza entre las dos orillas del Atlántico— ya están conduciendo a una convergencia gradual entre las dos estructuras, con la UE apareciendo cada vez más como la “cara” política de la OTAN, y en esta perspectiva podría conducir a una superposición y ósmosis completas, en las que el propio proceso de rearme y militarización (como se ha descrito brevemente hasta ahora) acaba siendo precisamente el factor aglutinador.
Este proceso, como todos los que surgen en situaciones de crisis, tiende por su naturaleza a acelerarse, precipitando el resultado más predecible —y por muchos deseado—.
En esencia, la fase actual de rearme no puede considerarse separada de otras tendencias en curso en Europa, sino más bien estrechamente entrelazada con ellas.
Y, como se ha mencionado, un posible resultado —quizás el más probable— no es simplemente el horizonte cercano de la guerra, sino también la construcción de una “fortaleza europea” estrictamente oligárquica. Y ambas cosas son mutuamente funcionales.
Traducción nuestra
*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.
Fuente original: Enrico’s Substack
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