1732 / 25 - SIN UNA REVOLUCIÓN CULTURAL NO SE PUEDE ABRIR NINGUNA VENTANA ( Andrea Zhok )

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Red GeoEcon

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Dec 20, 2025, 12:45:29 PM (5 days ago) Dec 20
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RGE 1732 / 25

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SIN UNA REVOLUCIÓN CULTURAL NO SE PUEDE ABRIR NINGUNA VENTANA

Andrea Zhok

11 de diciembre 2025.

Materialmente, aún habría margen para cambiar de rumbo, pero el muro de estupidez creado artificialmente en las últimas décadas, y consolidado en los lugares estratégicos de formación de la opinión pública, no parece estar a punto de ceder, y sin una revolución cultural no se puede abrir ninguna rendija.


En el documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional (National Security Strategy) que acaba de publicar la administración estadounidense encontramos una dolorosa descripción de la realidad actual europea.

En él se lee:

Europa continental ha perdido cuota en el PIB mundial, pasando del 25 % en 1990 al 14 % actual, en parte debido a normativas nacionales y transnacionales que minan la creatividad y la laboriosidad.

Pero este declive económico se ve eclipsado por la perspectiva real y más concreta de la desaparición de la civilización. Los problemas más amplios a los que se enfrenta Europa incluyen las actividades de la Unión Europea y otros organismos transnacionales que socavan la libertad y la soberanía política, las políticas migratorias que están transformando el continente y creando conflictos, la censura de la libertad de expresión y la represión de la oposición política, el colapso de las tasas de natalidad y la pérdida de la identidad nacional y la confianza en sí mismos.

Si las tendencias actuales continúan, el continente será irreconocible dentro de 20 años o menos. Por lo tanto, no es en absoluto evidente que algunos países europeos vayan a tener economías y fuerzas militares lo suficientemente fuertes como para seguir siendo aliados fiables. Muchas de estas naciones están redoblando actualmente sus esfuerzos en esa dirección.

(…)

La administración Trump se encuentra en conflicto con los funcionarios europeos que albergan expectativas poco realistas con respecto a la guerra, arraigadas en gobiernos minoritarios inestables, muchos de los cuales pisotean los principios fundamentales de la democracia para reprimir a la oposición. Una amplia mayoría europea desea la paz, pero este deseo no se traduce en política, en gran medida debido al trastorno de los procesos democráticos por parte de esos gobiernos».

Ahora bien, dar la razón a la administración estadounidense es desagradable, tanto porque esta trayectoria europea ha sido apoyada y alimentada por Estados Unidos hasta hace muy poco tiempo, como porque todos sabemos que estas verdades no se dicen precisamente por buena conciencia y por amor a la verdad, sino solo porque en este momento resultan útiles para la perspectiva estratégica estadounidense.

Esto no quita que sean verdades, y se dicen porque, como verdades, resultan reconocibles para los pueblos europeos.

La trayectoria europea que se esboza en el documento parte, correctamente, de 1990, es decir, del giro neoliberal que se produce con el Tratado de Maastricht y la transformación de la Comunidad Europea en Unión Europea.

En aquel momento, ese giro significaba seguir a los Estados Unidos en su trayectoria histórica, como única potencia mundial que quedaba tras el colapso de la URSS. Entonces, como ahora, lo que caracteriza a las clases dirigentes europeas es su abstracción.

Si a los Estados Unidos se les puede atribuir con frecuencia un pragmatismo brutal, Europa, en cambio, adolece de una abstracción congénita (que, por otra parte, puede ser precisamente igual de brutal, pero sin ser pragmática, sin ejercitarse en analizar y reaccionar a la realidad circundante).

En los años noventa, esa abstracción se expresó en forma de adhesión incondicional a la idea del triunfo liberal sobre el modelo comunista, triunfo que se traducía en una metamorfosis del sentido del Estado.

El Estado neoliberal ya no quería ser ni un ‘Estado social’, como en la época de la economía mixta de la posguerra, ni un ‘Estado mínimo’, como en el liberalismo clásico. El Estado neoliberal quería ser intervencionista, pero no por intervenciones motivadas por una agenda social, sino por una agenda dictada por el ideal de la ‘competencia perfecta’.

Este ideal microeconómico debía imponerse a todos los niveles, incluidos los monopolios naturales (ferrocarriles, suministro eléctrico, etc.) y los sistemas difíciles de privatizar (escuela, sanidad, universidad). Allí donde no se podía privatizar sin más, se inventaban sistemas de evaluación, de medición del producto, de competencia interna, de creación de incentivos y desincentivos que imitaban los mecanismos del mercado.

Este proceso de desnaturalización del sector público, en un intento de asimilar sus mecanismos a la competencia privada, es la causa no solo del progresivo declive de la educación pública y la sanidad, donde los mejores recursos se gastan en pseudocompeticiones y burocracia, sino también de la frenética actividad normativa de los aparatos europeos.

Aquí, el gran malentendido persistente, tanto para los detractores como para los partidarios, es que este intervencionismo del centro administrativo representa un residuo socialista, cuando en realidad es neoliberalismo en estado puro: de hecho, no es la intervención central (Estado, Comisión Europea) lo que marca la diferencia, sino su agenda, sus intenciones.

Por poner un ejemplo, tener un Banco Central Europeo podría haber sido, en principio, un factor compatible con el socialismo-comunismo, en el momento en que el Banco Central hubiera orientado la producción de moneda y su distribución hacia el apoyo al pleno empleo, las políticas de investigación y desarrollo y la consolidación de la industria pública; pero en el momento en que la agenda del BCE está dictada prioritariamente por el objetivo de la estabilidad monetaria, este sitúa en el centro de sus intereses a los detentadores del capital (ante todo, las oligarquías financieras) y no a los ciudadanos trabajadores.

La combinación del intervencionismo central y la prioridad de los intereses de las oligarquías financieras es catastrófica, es la peor combinación económico-política imaginable. Une las tendencias centrales al normativismo, la vigilancia y el autoritarismo con la falta anárquica de una orientación política, sustituida por el interés económico de las oligarquías.

Esta combinación es incomparablemente peor que los sistemas en los que el autoritarismo se basa en la búsqueda del interés nacional (por ejemplo, China), pero también que aquellos en los que la prioridad del interés económico individual se combina con un marco libertario y anarcocapitalista (como Estados Unidos).

Todas las tendencias más catastróficas de los últimos treinta años se remontan a esta combinación devastadora.

La destrucción de las identidades colectivas (nacionales, étnicas, religiosas, comunitarias, familiares) ha servido para sustituir la sociedad tradicional por un sistema de transacciones individuales, idealmente con un mercado universal.

La llamada «sustitución étnica» nunca se ha planificado, y sin embargo se produce de hecho como externalidad de un proceso simultáneo de debilitamiento de las identidades internas y de recurso masivo a mano de obra barata (migrantes).

La opción opuesta, la de aumentar los salarios, la cohesión política y el poder de negociación de los trabajadores autóctonos, habría supuesto una reducción porcentual de la parte de los beneficios para las oligarquías financieras, por lo que no se ha tenido en cuenta.

El debilitamiento del poder de negociación de los trabajadores ha ido acompañado de una reducción de su capacidad de consumo, lo que se ha sumado a la tendencia europea al mercantilismo, es decir, a apostar todo por las exportaciones y por una balanza comercial favorable.

Pero esto significa, naturalmente, que ante cualquier perturbación externa, ante cualquier alteración de los mecanismos del comercio exterior (crisis subprime, covid, guerras), Europa ya no es capaz de compensar las carencias del mercado exterior recurriendo al mercado interior.

En un contexto en el que solo se santifica el interés económico individual, la clase política ha comenzado a estar representada cada vez más por mediocres arribistas, por charlatanes, por personas carentes de cualquier columna vertebral ideal y dispuestas a cualquier compromiso con tal de llegar a sus objetivos.

Obviamente, esto se ha traducido en una degradación general de la política, en un colapso de las capacidades auténticamente políticas, en un desplome de la visión estratégica, en una desintegración de toda cualidad personal sustituida por la lealtad al lobby de referencia (y cualquier referencia a von der Leyen, Kallas, Merz, Starmer, Macron, etc. es puramente casual).

Al final, nos encontramos en la paradójica situación de haber tomado un modelo pragmático de matriz estadounidense como una ideología eterna, de haberlo cultivado e implementado con la típica abstracción europea, de haber caído víctimas de él y de quedarnos al final con el palo en la mano mientras los propios estadounidenses, como han hecho varias veces a lo largo de la historia, dan un giro de 180° porque ahora les interesa hacerlo.

Empobrecidos, envejecidos, sin futuro, sin identidad, sin visión, marginados, pero con la presunción de seguir siendo quienes llevan la batuta.

Materialmente, aún habría margen para cambiar de rumbo, pero el muro de estupidez creado artificialmente en las últimas décadas —y consolidado en los lugares estratégicos de formación de la opinión pública— no parece estar a punto de ceder, y sin una revolución cultural no se puede abrir ninguna rendija.

Traducción nuestra


*Andrea Zhok estudió y trabajó en las universidades de Trieste, Milán, Viena y Essex. Actualmente es catedrático de Filosofía Moral en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Milán; colabora con numerosas revistas y medios periodísticos. Entre sus publicaciones monográficas destacan: «El espíritu del dinero y la liquidación del mundo» (2006), «La realidad y sus sentidos» (2013), «Libertad y naturaleza» (2017), «Identidad de la persona y sentido de la existencia» (2018), «Crítica de la razón liberal» (2020) y «El sentido de los valores» (2024).

Fuente original: Arianna Editrice

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