La arquitectura del comercio internacional está atravesando un cambio estructural. La creciente politización del intercambio, la redefinición de cadenas de valor y el ascenso de medidas proteccionistas marcan una nueva etapa del sistema económico global. A diferencia del período anterior basado en la lógica de eficiencia y apertura, hoy las decisiones comerciales están cada vez más mediadas por la seguridad nacional, la rivalidad estratégica y el cálculo geopolítico.
Esta transformación profunda impone nuevos desafíos para América Latina, pero también abre espacios para reposicionarse estratégicamente en sectores y cadenas clave.
Una tendencia cada vez más visible es el aumento del comercio condicionado por decisiones unilaterales: aranceles, prohibiciones de exportación, subsidios discriminatorios, licencias restrictivas. Hace una década, este tipo de medidas representaba solo el 5% del comercio global; hoy alcanza el 25% y sigue creciendo. La globalización no ha desaparecido, pero se ha fragmentado. Las cadenas globales de valor se están reorganizando bajo criterios de resiliencia, alineamiento político y autonomía estratégica.
Esto no significa una desglobalización completa, sino un cambio en sus fundamentos: ya no se prioriza la eficiencia a cualquier costo, sino la robustez frente a disrupciones y tensiones geopolíticas. Estados Unidos y Europa promueven activamente el desacople de sectores estratégicos con China (como semiconductores, tecnologías verdes o insumos críticos), mientras que China responde con restricciones a exportaciones clave como tierras raras o tecnologías sensibles.
En este escenario, las empresas están adoptando nuevas estrategias para rediseñar sus cadenas de suministro. El reshoring (relocalizar producción en el país de origen) se ha vuelto una prioridad para sectores estratégicos en EE.UU., acompañado de fuertes incentivos estatales. En paralelo, el nearshoring y el friendshoring (trasladar operaciones a países cercanos o políticamente alineados) ganan terreno.
Sin embargo, la nueva tendencia dominante parece ser el omnishoring: diversificación amplia y simultánea de proveedores en distintas regiones para reducir la dependencia de un único país o zona. Esta estrategia busca aumentar la resiliencia, evitar interrupciones y adaptarse a la volatilidad regulatoria y política global.
Países como México, India y Vietnam ya se han beneficiado de este rediseño global, captando inversiones industriales y tecnológicas. América Latina, en un mundo atravesado por tensiones, se presenta como una región con conflictos interestatales limitados, democracia mayoritaria y abundantes recursos naturales estratégicos para la transición energética (litio, cobre, hidrógeno verde) y la seguridad alimentaria global. Además, cuenta con una base industrial importante en países como México, Brasil y Argentina, y vínculos comerciales diversificados.
En este contexto, la nueva geoeconomía impone exigencias adicionales a las empresas de la región. Ya no alcanza con competir por precios o eficiencia operativa. Es necesario incorporar la política internacional, la gestión del riesgo geopolítico y la capacidad de adaptación normativa como variables centrales de la estrategia empresarial.
Algunas recomendaciones clave para el sector privado latinoamericano en este nuevo entorno geoeconómico apuntan a adoptar estrategias más sofisticadas y resilientes. En primer lugar, es fundamental diversificar tanto los mercados de exportación como de importación, con el fin de reducir la dependencia excesiva de un único socio comercial, especialmente cuando se trata de países envueltos en disputas o expuestos a medidas restrictivas. Además, las empresas deben fortalecer la trazabilidad de sus productos, cumplir rigurosamente con las regulaciones internacionales y adoptar estándares ESG, lo que resulta esencial para ingresar y mantenerse en mercados altamente exigentes como la Unión Europea o Estados Unidos, donde se imponen crecientes requisitos de debida diligencia y transparencia.
Asimismo, se vuelve clave invertir en inteligencia geoeconómica: esto implica monitorear activamente las políticas comerciales, regulaciones estratégicas y escenarios políticos globales, incorporando equipos especializados o consultorías capaces de integrar el análisis de riesgo político en la toma de decisiones corporativas. Otra dimensión crítica es el impulso al valor agregado y la innovación, aprovechando en algunos países, los recursos naturales como plataforma para desarrollar industrias tecnológicas y servicios asociados, como puede ser el litio para la producción de baterías, el cobre para la movilidad eléctrica o la soja para aplicaciones en biotecnología. Finalmente, es aconsejable explorar y profundizar alianzas productivas dentro de América Latina, integrando cadenas de valor regionales que no solo permitan ganar escala, reducir costos logísticos y negociar con mayor fuerza frente a grandes mercados internacionales. Ante los cada vez más frecuentes shocks globales, la región representa un proveedor confiable de las cadenas de suministros.
En este nuevo contexto, la región tiene dos caminos posibles. Uno es aprovechar su relativa estabilidad, sus recursos estratégicos y su cercanía con Estados Unidos para atraer inversiones, agregar valor a sus ventajas comparativas y ganar espacio en las cadenas de valor emergentes. El otro es quedar al margen de la reorganización global, atrapada en la mera exportación de commodities, con baja innovación y sin márgenes de maniobra para resistir presiones externas.
La oportunidad existe, pero no es automática. Requiere decisiones políticas claras, estrategias empresariales adaptativas y una mayor coordinación público-privada. Lo que está en juego no es solo la competitividad externa, sino la capacidad de la región para insertarse con autonomía y visión de futuro en un mundo cada vez más competitivo, fragmentado y exigente.
(*) Directora de Insight LAC
(**) Director Asociado
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