Almirante retirado Cem Gürdeniz
15 de diciembre 2025.
El 4 y 5 de diciembre de 2025, dos acontecimientos independientes en frentes diferentes señalaron un profundo cambio en el orden mundial. El primero fue la publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 (NSS 2025) por parte de la Casa Blanca. El segundo fue un informe de Reuters que sacudió las capitales europeas: un ultimátum a puerta cerrada para 2027 entregado por el Pentágono a las delegaciones europeas.
Según la información de Reuters, Europa asumiría la mayor parte de la carga de la defensa convencional de la OTAN para 2027; de lo contrario, Estados Unidos se retiraría de los mecanismos de coordinación de la defensa de la OTAN.
En respuesta, surgieron debates en Bruselas y en varias capitales europeas sobre la posibilidad de utilizar los aproximadamente 2,3 billones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense que poseen la UE y el Reino Unido como palanca, en caso de que la Administración Trump impusiera un plan de paz para Ucrania que dejara de lado a Europa. Junto con esta influencia de los bonos, la intención de Bruselas de apropiarse de los 210 000 millones de euros en activos rusos congelados también debe considerarse parte de la contraestrategia de Europa contra la NSS 2025 y el ultimátum de defensa de 2027.
El escenario en el que se cruzan todos estos procesos es Ucrania. La administración Trump busca poner fin a la guerra y restablecer las relaciones estratégicas con Rusia. La Unión Europea, por el contrario, se resiste a la paz entre Ucrania y Rusia, a pesar de la clara renuencia de sus propias poblaciones a mantener un conflicto prolongado con Moscú. La propia NSS 2025 abandona el lenguaje retórico del «orden internacional basado en normas» y vuelve a la política de poder explícita. Su mensaje central es inequívoco: no se permitirá que ningún país adquiera un dominio suficiente como para amenazar los intereses de Estados Unidos.
La NSS 2025 se basa en tres pilares principales: China, América y Europa.
China es designada formalmente como un competidor «casi igual». El documento reconoce abiertamente el fracaso de la anterior estrategia de compromiso y admite que China no ha evolucionado hacia el papel previsto por Washington. La primera cadena de islas se conceptualiza como una barrera de contención militar, mientras que se adopta una estrategia de asedio a largo plazo, evitando la desconexión económica total, pero restringiendo la cooperación a áreas estrictamente definidas que no socavan el poder de Estados Unidos.
Uno de los elementos más llamativos del documento es su lenguaje sobre Rusia. Moscú no se define como una amenaza principal para los intereses de Estados Unidos; en cambio, el objetivo central es el restablecimiento de la estabilidad estratégica. La guerra de Ucrania se presenta como una costosa distracción que «debe terminar lo antes posible». Los líderes europeos son retratados como actores políticos desconectados de las demandas públicas de paz y como beneficiarios de la prolongación de la guerra.
Este planteamiento abre un importante espacio diplomático para Moscú. Inmediatamente después de la publicación de la estrategia, el Kremlin declaró su disposición a negociar con flexibilidad, calificó las propuestas mediadas por Estados Unidos de «constructivas» y desestimó las posiciones europeas como «maximalistas y poco realistas».
El objetivo de Washington no es la victoria en Ucrania, sino un conflicto congelado cuyos costes se trasladen a Europa: estabilización de las líneas del frente, suspensión de la adhesión a la OTAN, garantías de seguridad ambiguas y posibilidad de que Rusia venda una narrativa de ganancia estratégica.
Europa, ya incapaz de cumplir el plazo de 2027, heredaría tanto la carga de la arquitectura de seguridad quebrada de Ucrania como la responsabilidad de disuadir a Rusia por sí sola. Al declarar Washington que «Atlas ya no lleva la carga», Ucrania pasa a manos de Europa.
La reactivación de una versión de la Doctrina Monroe de 1823 propia de la era Trump constituye otro tema central. El hemisferio occidental vuelve a ser proclamado esfera de influencia exclusiva de Estados Unidos. Las inversiones chinas en puertos, infraestructuras, minería y energía en toda América Latina y el Caribe son abiertamente cuestionadas.
Quizás la característica más destacable del documento sea su tono extraordinariamente duro hacia Europa. Se abandonan las referencias tradicionales a los «valores compartidos» y la «solidaridad transatlántica». Se describe a Europa como un proyecto fallido y una civilización en declive, que se enfrenta a la «desaparición de la civilización» y al riesgo de volverse «irreconocible» en dos décadas. Se critica colectivamente la cultura reguladora centrada en Bruselas, la política migratoria, el declive demográfico, la crisis de identidad y la fragmentación política. Los movimientos nacionalistas y populistas de derecha —Orbán, Le Pen, Lega, FPÖ, partidos alineados con el PVV— se identifican explícitamente como fuentes de esperanza.
Este enfoque deslegitima simultáneamente a los gobiernos centristas existentes y busca alinear la ola nacionalista europea con los objetivos estratégicos de Estados Unidos, convirtiendo efectivamente los movimientos políticos internos en instrumentos de cambio de régimen. Ningún documento estratégico de la OTAN ha definido anteriormente a los propios gobiernos aliados como amenazas ideológicas de forma tan abierta.
Asia Occidental pasa de ser un campo de batalla principal a una zona de inversión y cooperación limitada en materia de seguridad. En África, la retórica humanitaria es sustituida por una competencia abierta por los minerales, la energía y la influencia. En cuanto a la política climática, Estados Unidos se retira efectivamente del liderazgo, cediendo tácitamente el terreno a China.
Mientras tanto, el gasto de defensa de Estados Unidos supera el billón de dólares, un 13 % más en un solo año, lo que demuestra no una reducción, sino una hegemonía reconfigurada que exporta el riesgo y el coste a sus aliados.
El ultimátum de 2027, ausente en la NSS 2025, parece más una fecha límite burocrática impuesta por el ala belicista del Pentágono, en particular la línea de Elbridge Colby, que una política estatal codificada. Su objetivo no es una obligación legal, sino la creación de hechos irreversibles: pánico, aceleración de las compras de armas, fracturas en las coaliciones y realineamientos impulsados por las amenazas en toda Europa.
Igualmente crítica es la imposibilidad del propio calendario. Las evaluaciones del Bruegel y del Instituto Kiel indican que para sustituir la disuasión estadounidense se necesitarían 300 000 soldados adicionales, 1400 carros de combate principales, 2000 vehículos blindados y 700 sistemas de artillería. La capacidad de producción de Europa, que se mide en cientos de vehículos al año, hace que el plazo de 24 meses sea inalcanzable. Por lo tanto, el diseño está abocado al fracaso y cumple tres funciones: forzar el aumento del gasto en defensa, canalizar pedidos masivos a la industria de defensa estadounidense y profundizar las líneas de fractura intraeuropeas.
Esta estrategia de transferencia de cargas tiene su origen en la realidad del Pacífico occidental. La planificación del Cuerpo de Marines de Estados Unidos estima unas tasas de bajas catastróficas en un escenario de Taiwán: entre el 30 % y el 50 % de pérdidas en la primera oleada, que ascenderían al 70 % en operaciones prolongadas.
Washington entiende que ni su ejército ni su sociedad pueden soportar tales pérdidas. Por lo tanto, aunque Asia sigue siendo la prioridad teórica, la estrategia práctica da un paso atrás, empujando a sus aliados hacia adelante mientras se vuelve a centrar en la Doctrina Monroe 2.0. Europa es la encargada de este ajuste.
La guerra de Ucrania se libra ahora tanto en los mercados de bonos como en el campo de batalla. La UE y el Reino Unido poseen más bonos del Tesoro estadounidense que China. Si bien una liquidación masiva supondría la destrucción financiera mutua, la verdadera influencia de Europa reside en los activos rusos congelados. Cualquier cambio superior al 5 % en las tenencias de bonos del Tesoro extranjero a principios de 2026 indicaría que la confrontación financiera ha ido más allá del farol.
El orden transatlántico posterior a 1945 se basaba en dos pilares: la protección militar de Estados Unidos y el apoyo financiero europeo a la hegemonía del dólar. Ambos se están erosionando. Atlas se ha encogido de hombros.
Para Turquía, el mayor riesgo es convertirse en un actor secundario en los escenarios de otros. Su ventaja radica en su capacidad para relacionarse simultáneamente con Europa, Asia, Rusia, Oriente Medio y África.
Turquía debe transformar las fracturas sistémicas en una ventaja estratégica: proteger Montreux, rechazar el aumento de las cargas militares, insistir en obtener beneficios geopolíticos concretos y preservar la autonomía estratégica.
En un mundo «sin Atlas», la fuerza de Turquía no reside en llevar las cargas de otros, sino en equilibrar el poder a través de la distancia, la coherencia y la racionalidad estratégica kemalista.
Traducción nuestra
*Almirante retirado Cem Gürdeniz, escritor, experto en geopolítica, teórico y creador de la doctrina turca Bluehomeland (Mavi Vatan). Ocupó el cargo de jefe del Departamento de Estrategia y, posteriormente, el de jefe de la División de Planes y Políticas del Cuartel General de las Fuerzas Navales Turcas. En el ámbito de sus funciones de combate, fue comandante del Grupo de Buques Anfibios y de la Flota de Minas entre 2007 y 2009. Se jubiló en 2012. En 2021 fundó la Fundación Hamit Naci Blue Homeland. Ha publicado numerosos libros sobre geopolítica, estrategia marítima, historia marítima y cultura marítima. También es miembro honorario de ATASAM. Es investigador asociado del Centro de Investigación sobre la Globalización (CRG).
Fuente original: Global Research
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