¿El auge 'pacífico' de China?
Joseph S. Nye
El País
27/03/2005
En
las últimas semanas, China ha anunciado un incremento del 12,6% en su
gasto de defensa; el director de la CIA estadounidense, Porter Goss, ha
prestado declaración sobre el deterioro del equilibrio militar en el
estrecho de Taiwan; y el presidente George W. Bush rogó a los europeos
que no levantaran su embargo sobre las ventas de armas a China. Aun así,
los líderes chinos han hablado del "auge pacífico" del país o, más
recientemente, de su "desarrollo pacífico". Analistas como John
Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, han afirmado llanamente que
China no puede ascender de forma pacífica, y predicen que "es probable
que Estados Unidos y China se embarquen en una intensa contienda por la
seguridad con un potencial de guerra considerable". Los optimistas
señalan que China ha emprendido buenas políticas con sus vecinos desde
la década de los noventa, ha resuelto disputas fronterizas, ha
desempeñado un mayor papel en las instituciones internacionales y ha
reconocido las ventajas de utilizar el poder blando. Pero los escépticos
responden que China sólo está esperando a que su economía siente las
bases para una futura hegemonía.
¿Quién tiene razón? No lo
sabremos hasta dentro de un tiempo, pero los participantes del debate
deberían recordar la advertencia de Tucídides, hace más de dos milenios,
de que la creencia en la inevitabilidad de un conflicto puede
convertirse en una de sus principales causas. Cada bando, creyendo que
acabará en guerra con el otro, realiza preparativos militares razonables
que son interpretados por el otro bando como una confirmación de sus
peores miedos. De hecho, llamarlo "auge de China" no es muy acertado.
"Resurgimiento" sería más exacto, ya que por dimensiones e historia, el
Reino Medio ha sido durante mucho tiempo una gran potencia en el este de
Asia. Técnica y económicamente, China fue el líder mundial (aunque sin
alcance global) desde el año 500 al 1500. No fue superado por Europa y
Estados Unidos hasta el último medio milenio. El Banco de Desarrollo
Asiático ha calculado que en 1820, al principio de la era industrial,
Asia representaba las tres quintas partes de la producción mundial. En
1940 cayó a una quinta parte, aunque albergaba a tres quintas partes de
la población mundial. El rápido crecimiento económico ha devuelto la
producción a dos quintas partes del total mundial en la actualidad, y el
Banco calcula que Asia podría recuperar sus niveles históricos en 2025.
Naturalmente,
Asia incluye a Japón, India, Corea y otros, pero China será la que
acabe desempeñando el papel más destacado. Sus elevados índices de
crecimiento anual del 8%-9% la llevaron a triplicar su producto interior
bruto (PIB) en las dos últimas décadas del siglo XX. No obstante, a
China le queda un largo camino por recorrer y se enfrenta a numerosos
obstáculos. La economía estadounidense es aproximadamente el doble de la
de China; si crece sólo un 2% anual y la de China un 6%, podrían
alcanzar la paridad después de 2025. Incluso así, no serían iguales en
composición o sofisticación. China seguiría teniendo una enorme y
subdesarrollada zona rural, y no igualaría los ingresos per cápita de EE
UU hasta después de 2075 (dependiendo de las medidas empleadas para la
comparación). China está muy lejos de suponer el reto a la
preponderancia estadounidense que encarnó la Alemania del Káiser cuando
superó a Gran Bretaña en los años previos a la Primera Guerra Mundial.
Además,
las simples proyecciones de las tendencias del crecimiento económico
pueden llevar a engaño. Los países tienden a recolectar el fruto que
está más a su alcance, mientras se benefician de tecnologías importadas
en los primeros estadios de un despegue económico, y las tasas de
crecimiento tienden a ralentizarse a medida que las economías alcanzan
niveles más elevados de desarrollo. Del mismo modo, la economía china se
ve lastrada por unas empresas estatales ineficaces, un sistema
financiero poco estable y una infraestructura insuficiente. A su vez, la
política siempre encuentra el modo de confundir las proyecciones
económicas. La creación de un Estado de derecho e instituciones para la
participación política va a la zaga del crecimiento económico, y la
creciente desigualdad, la masiva migración interna, un colchón social
limitado y la corrupción podrían fomentar la inestabilidad política. De
hecho, algunos observadores temen una inestabilidad causada por una
China débil, más que por una China en auge.
Mientras la economía
china siga creciendo, es probable que el poder militar también lo haga,
con lo que China parecerá más peligrosa a sus vecinos y dificultará los
compromisos de Estados Unidos en Asia. Un estudio de RAND pronostica que
en 2015 el gasto militar de China será más de seis veces superior al de
Japón, y su capital militar acumulado será unas cinco veces mayor
(calculado sobre paridad de poder adquisitivo). Independientemente de lo
exactas que sean estas valoraciones sobre el crecimiento militar de
China, el resultado también dependerá de lo que hagan EE UU y otros
países. La clave para el poder militar en la era de la información
depende de la capacidad para recabar, procesar, divulgar e integrar
complejos sistemas de vigilancia espacial, ordenadores de alta velocidad
y armas "inteligentes". China y otros desarrollarán algunas de esas
capacidades, pero, según muchos analistas militares, es improbable que
China salve la distancia con EE UU a corto plazo.
La incapacidad
de China para competir con EE UU a escala global no significa que no
pueda desafiar a EE UU en el este de Asia, o que una guerra a causa de
Taiwan sea imposible. En ocasiones, los países más débiles atacan cuando
se sienten arrinconados, como hizo Japón en Pearl Harbour o China
cuando entró en la guerra de Corea en 1950. Si, por ejemplo, Taiwan
declarara la independencia, China probablemente intervendría con la
fuerza armada, independientemente de los costes económicos o militares
percibidos. Pero habría pocas probabilidades de ganar dicha guerra y una
política prudente por ambas partes podría hacer que ese conflicto fuese
improbable. No hay necesidad de que EE UU y China entren en conflicto.
No todas las potencias en auge llevan a una guerra (recordemos cuando
Estados Unidos rebasó a Gran Bretaña a finales del siglo XIX). Si el
ascenso de China sigue siendo pacífico, promete ser muy beneficioso para
su pueblo y para sus vecinos (y para los estadounidenses). Pero,
rememorando el consejo de Tucídides, será importante no confundir las
teorías de los analistas con la realidad, y seguir subrayándoselo a los
líderes políticos y a la opinión pública.
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