¿Qué actos pequeños —aparentemente inútiles— sostienen nuestra conexión con la vida? ¿Y si esos gestos mínimos que realizamos en silencio, sin productividad medible ni eficiencia inmediata, fueran en realidad formas profundas de resistencia y cuidado?
¡Un saludo muy especial para todas y todos! Mi nombre es María Catalina Cruz-González. Soy estudiante del Doctorado en Diseño, Arte y Ciencia de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Magíster en Humanidades: Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas de la Universitat Oberta de Catalunya, y docente investigadora en la Facultad de Comunicación Social-Periodismo de la Universidad Externado de Colombia. Mis líneas de investigación exploran la articulación entre teorías de la comunicación, cultura pop, nostalgia, redes sociales, semiótica, realidad nacional, representación audiovisual e investigación-creación.
Quisiera comenzar compartiéndoles el enlace de la conferencia Labrar la tierra: Laboratorios de Eco-creación, dictada por Pedro Antonio Rojas el pasado lunes 12 de mayo: https://www.youtube.com/watch?v=o7asc2zuJGc
En esta conferencia, Rojas nos invita a cuestionar los dualismos que han marcado históricamente nuestra relación con el mundo —individuo/colectivo, cultura/naturaleza, sujeto/objeto— y muestra cómo estas divisiones han limitado nuestra sensibilidad hacia lo común y lo natural. A partir de experiencias como la pandemia, propone repensar el arte desde metodologías abiertas, colaborativas y sensibles, como los laboratorios de eco-creación. En este marco, el arte deja de ser un producto aislado para convertirse en un territorio de mediación afectiva, ética y estética con el entorno. Allí, los llamados oficios inútiles —esas acciones cotidianas que escapan a la lógica productivista— emergen como tecnologías afectivas y metodologías sensibles que nos permiten reconectar con lo vivo.
Me gustaría, entonces, abrir la conversación en torno a estos oficios inútiles. Rojas (2018), en su texto La estética de la sencillez. Una reflexión a propósito de la vida en los bosques de Thoreau, explica —a la luz del pensamiento de este autor— que los oficios inútiles son prácticas que, dentro de la sociedad moderna, se consideran carentes de utilidad práctica o valor productivo. Sin embargo, representan formas de vínculo auténtico con la naturaleza y con uno mismo. Son actividades que nos invitan a la sencillez, la contemplación y la autosuficiencia; prácticas que permiten experimentar el entorno de manera directa, sin mediaciones. En ese sentido, se constituyen como actos de resistencia frente a la mecanización del trabajo, la producción masiva y la lógica del consumo, proponiendo en su lugar una forma de vida más consciente, equilibrada y sensible.
En mi caso, quisiera compartir que mi oficio inútil para conectar con la naturaleza —y también conmigo misma— es cuidar, regar y hablar con mis plantas (un pino, una lavanda, una buganvilla, una rosa, una orquídea, una bella helena, un par de suculentas, una lengua de suegra y una cheflera). Incluso confieso que, cuando debo viajar y dejarlas solas, les pido que se porten bien y les prometo que, en un abrir y cerrar de ojos, estaré de vuelta en casa.
Su florecer es mi florecer.
Les pregunto entonces: ¿Cuál sería hoy su oficio inútil como acto de resistencia? ¿Qué pequeña acción cultiva su vínculo con lo sensible, lo natural o lo invisible? ¿De qué manera estos oficios inútiles pueden ser comprendidos como tecnologías afectivas o metodologías sensibles que reconfiguran nuestra relación con el entorno y con los otros?
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