El odio y la política del talión
Humberto García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, hum...@gmail.com
La semana pasada trajo la noticia del asesinato por un disparo del joven influencer estadounidense, Charles Kirk, mientras le hablaba a una reunión de estudiantes en la Universidad del Valle de Utah. Esto, que no hubiera cogido mayor prensa en otras circunstancias –lamentablemente las muertes por tiroteo en ese país son insólitamente comunes--, adquiere notoriedad por tratarse de un líder de extrema derecha, muy cercano a Donald Trump, que había asumido, cual cruzada, la defensa de un cristianismo ultraconservador. Por los medios proyectaba ideas racistas, homófobas, contrarias al aborto, al islamismo y a la inmigración, entre otras. Radical defensor del derecho de poseer y portar armas, se le registra haber afirmado que “vale la pena pagar, por desgracia, algunas muertes por armas de fuego cada año para que podamos recurrir a la Segunda Enmienda y proteger nuestros demás derechos divinos". Si bien es condenable que se le meta un tiro a alguien por sus opiniones, por más deplorables que sean, no hay forma de escapar de la conclusión de que éstas, precisamente, alimentaban la cultura de violencia e intolerancia que acabó con su vida. Ironías del destino.
En junio habían sido asesinados por razones políticas una diputada demócrata de Minnesota, Melissa Hortman, junto a su esposo, y herido, también, un senador de ese estado. Se unen a una lista que, en los años sesenta, incluyó el asesinato de Martin Luther King Jr., de los hermanos John y Bobby Kennedy y de Malcolm X, para mencionar solo algunos. Mas reciente ocurrió el atentado contra Trump en su campaña electoral y la agresión a la congresista, Nancy Pelosi, y a su esposo. En abril de este año había sufrido un ataque incendiario la casa del gobernador (demócrata) de Pennsylvania.
No puede ignorarse que el caldo de cultivo a la violencia se relaciona con la polarización e intolerancia ante ideas contrarias a las suyas, que ha venido alimentando la figura política más poderosa de esa nación, Donald Trump. Cuando se le inquirió qué debía hacerse para unir al país y restañar las heridas de la muerte de Kirk, prefirió echarle más leña al fuego, prometiendo desatar toda la fuerza del Estado contra la “violencia política de extrema izquierda” que consideraba responsable. Vemos el intento de edificar la figura de un mártir caído en la defensa de los auténticos valores de los EE.UU. y echarle la culpa a los demócratas por buscar destruirlos. No podía faltar que, desde filas republicanas, se escuchasen juramentos de venganza. La ley del talión. Peligrosamente, se asoma la sociedad gringa al precipicio de la violencia como forma de dirimir la contienda política. En un país, donde más de 400 millones de armas están en manos civiles, esta preocupación no debe tomarse a la ligera.
Con horror, percibimos como este clima de odios y de retaliación salta el charco para contagiar al Reino Unido y algunos países europeos. En una gigantesca concentración de la ultraderecha en Londres el sábado contra la inmigración y la cultura “woke”, Elon Musk, a través de un video, advocó por la disolución del parlamento por su incapacidad de acabar con estas “lacras”. Ponen los puntos sobre las íes respecto a las amenazas que acechan a la democracia en occidente. En Europa se atestigua como la teoría del “reemplazo”, es decir, la idea de que la inmigración proveniente del Tercer Mundo marginará y subordinará a sus pobladores originarios, activa reflejos condicionados xenófobos y racistas entre los sectores vulnerables. Lo ilustra mejor que nada la advertencia del ultraderechista francés, Éric Zemmour, en la manifestación de Londres: “Los van a colonizar sus antiguas colonias”.
Hace más de un siglo la Ojrana, policía secreta del imperio ruso, inventó unos “Protocolos de los Sabios de Zion” como supuesta confesión judía de estar conspirando para apoderarse del mundo y justificar, así, los progromos en su contra. Fue una de tantas fabricaciones que desembocaron en el holocausto. Hoy, es la conspiración del reemplazo la que arremete contra inmigrantes musulmanes, indios, africanos, latinoamericanos y chinos, para negarles sus derechos y justificar su deportación.
Esta referencia a los judíos lleva, inevitablemente, a considerar, hoy, una de las mayores tragedias provocadas por ese espíritu de retaliación. Se trata del genocidio que viene perpetuando el gobierno de Benjamín Netanyahu contra el pueblo palestino en Gaza en respuesta al ataque terrorista de Hamas hace casi dos años, que asesinó a mansalva unos 1.300 israelís y secuestró a otros 251. Nadie puede negarle al Estado judío el derecho a actuar para defender a sus pobladores de tan atroz crimen. Lamentablemente, este legítimo derecho a la defensa ha degenerado en una feroz ola de venganzas contra el pueblo gazatí, totalmente desproporcionada con relación a la tarea de eliminar la amenaza terrorista. Lo impulsa la retórica populista y patriotera del primer ministro Netanyahu y sus socios de derecha. A pesar de las desgarradoras imágenes de la mortandad de civiles transmitidas a diario, entre ellos, mujeres y niños, del cruel estado de inanición que presentan tantos, de la destrucción de sus hogares, hospitales y medios de vida e, incluso, de muertos por disparo cuando acudían, desesperados, a los puntos de entrega de la escasa comida que las fuerzas israelís dejan pasar a la zona, se escudan señalando que ello no es tal, sino otra detestable expresión de antisemitismo. Si bien el pueblo judío fue víctima, como ninguno, de tal abominación, no es válido. Esta excusa es un vulgar chantaje para evadir, con la continuación de la guerra, los juicios por corrupción que debe enfrentar y proyectarse, más bien, como decidido campeón justiciero y vengador contra los enemigos de Israel. Y ello encuentra eco en los testimonios registrados –demasiados—de militares y colonos israelís atropellando a gazatíes y pobladores árabes de Cisjordania. ¿Nuevos “untermenschen” que no merecen tener derechos? Se contabilizan unas 65.000 muertes en Gaza.
El derecho del pueblo judío de disponer de un territorio propio no puede estar en discusión. No obstante, resultó de una división un tanto arbitraria de una Palestina, bajo mandato británico, entre árabes y judíos, ya que ambos alegaban ser sus legítimos dueños. Luego de declarar su independencia en 1948, Israel fue reconocido por la mayoría de los países de la ONU, el primero de ellos, la Unión Soviética. No se pudo evitar, empero, que estallase de inmediato un conflicto armado con los pobladores árabes, exacerbado por la intolerancia de quienes, desde posturas religiosas, repudiaban que se estableciera ahí un Estado Judío. Lo demás es historia reciente, imposible de resumir en estas líneas. Basta señalar que la superioridad militar del Estado de Israel se afianzó a través de sucesivos enfrentamientos. Como aspecto positivo, sus proezas tecnológicas y logros económicos ocurrían en el marco de una democracia, única en la región. Contó con el respaldo de EE.UU. y de muchos países europeos por las alineaciones de la llamada Guerra Fría: la URSS apoyaba a los países árabes. Lamentablemente, nunca pudo llegarse a una solución de paz definitiva con los árabes que pusiera fin al conflicto. Excepción honrosa merece la valerosa iniciativa de Isaac Rabin a favor de un eventual acuerdo con la Autoridad Palestina para que se reconocieran entre sí y en el mundo, dos Estados legítimos, Israel y Palestina. Pero, Rabin fue asesinado poco tiempo después por un fanático judío, acabando con estas posibilidades de paz. La creciente polarización, los atentados terroristas cometidos por Hamas y las respuestas de la Fuerza de Defensa de Israel agravaron la conflictividad, hasta llegar a la horrible matanza perpetrada por el odio fanático de militantes de Hamas. No justifica, sin embargo, los crímenes de lesa humanidad cometidos contra el pueblo gazatí. Y el mundo liberal debe hacer lo posible para que se acabe con semejante mortandad.
Es loable el liderazgo asumido por España en procurar una condena enérgica de la Unión Europea a los desmanes de Netanyahu y auspiciar el cese de fuego y la provisión abundante y urgente de ayuda humanitaria a Gaza. Pero se le tiene que reclamar al gobierno español la consistencia de sus valores cuando se trata del régimen fascista de Nicolás Maduro. ¿Dónde está su liderazgo para condenar la violación extendida de derechos humanos en Venezuela? ¿Cuántos informes del Consejo de Derechos Humanos, de la Misión de Determinación de los Hechos de la ONU y de tantas ONGs hacen falta para actuar? ¿Se le ha exigido la liberación de los presos políticos injustamente detenidos, entre los cuales hay varios españoles? ¿Por qué permitir que Movistar administre la censura y represión de plataformas disidentes allá? Parece privar la alcahuetería cómplice de Rodríguez Zapatero.